La Tierra en Rotación - Boletines en PDF

miércoles, 10 de diciembre de 2025

De plantas y animales - Ida Vitale

 


Ordena Ida Vitale los textos de este volumen como si de un personal bestiario se tratara. En ellos se rinde un sentido homenaje a la naturaleza a la par que a la palabra. Contemplando con una mirada tierna y reflexiva el entorno natural, entendido como espectáculo y reserva espiritual, Vitale nos anima a enamorarnos y redescubrir esa exhibición gratuita, generosa que nuestra tierra ofrece.

 

Intención

 

Alguien viaja, visita un museo o lee un libro por gusto, pero quizás imagine un fin ulterior. En mi casa, nadie hubiese definido como útil la atención puesta en criaturas que no suelen atraerla, pájaros, o esos apenas identificados como bichos o plantas poco decorativas que las ciudades erradican al crecer: no soy botánica, ni zoóloga, ni bióloga ni dibujante especializada. Voy hacia mi límite sin modificar el hábito infantil de asombro ante el mundo que acompaña incluso a los humanos desentendidos de inútiles minucias. Su riqueza prodigiosa posibilita una extensión del alma que hoy pocas cosas ofrecen. La música, sin duda. La curiosidad une partes desvinculadas del mundo y justifica al ser humano. Le ayuda a ser un recreador de aquel, al refrendar su porqué, y a preguntarse su propio para qué.

Cuando, implicada en otros proyectos, me atrajo este, vi un sentido retrospectivo en tanta atenta distracción y hasta una direccionalidad que no me permite suponer en mis cercanías algún eón o inteligencia eterna, bienhumorada. Siempre atraída por la red de coincidencias y comunicaciones entre materias remotas, no puedo eludir el gusto de organizar una peregrinación por un decoroso paraíso del que solo excluiré a Adán y Eva, esos imprudentes. ¿Paraíso? ¿Qué paraíso? ¿Acaso la tierra puede aparecérsenos como un paraíso? ¿Todavía? Creo, sí, que a espaldas de muchos y con el auxilio de pocos, hay, para quien quiera verlos, rastros de un paraíso desatendido y minado.

Las páginas que siguen solo presumen de sus buenas intenciones y les bastaría encontrar algún lector curioso sin perderlo, aburrido, a medio camino. Después de todo, si la tierra es un parcial, logrado, infierno, empedrarlo con ellas no va a empeorar las cosas. Quizá mi inconsciente propósito sea atisbar la reserva de tensión espiritual que ofrece la naturaleza. Estar atentos para aceptar las múltiples cosas que nos da en espectáculo, las enseñanzas y advertencias que ofrece, sería la debida respuesta a lo que encontramos al llegar al mundo y constituiría, me parece, una natural cortesía retributiva. Si implica desdén no aceptar y celebrar los alimentos que alguien prepara para nosotros con buen ánimo, ¡qué decir del impávido que se sienta igual debajo de un tilo en flor que de una adelfa!

Cuando la más célebre de las discusiones, la de Jehová con Job, aquel que no se privaba de abrumar al quejumbroso con el empleo de su artillería pesada, le reclamó su desatención frente al mundo natural: «¿Sabes en qué época paren las cabras monteses? / ¿Has presenciado los dolores de parto de las ciervas? / ¿Has contado los meses que cumplen y sabes el tiempo de su parto?». Para Jehová era culpa grave que Job no reparara en la vida de los seres que compartían la tierra. Hoy, solo los especialistas saldrían airosos ante tales preguntas. Habrá quien nunca haya visto una cabra montés ni falta que le haga.

Recuerdos contados de la tía Ida, de la que no los tengo propios, y heredar su nombre, su cuarto, sus libros, me acercó a ella. Botánica, amaba también a los animales. Leí y releí sus Fabre. Haber tenido la suerte de que María Enilda Castro, mi dulce maestra de tercer grado, me regalara El maravilloso viaje de Nils Holgersson de Selma Lagerlöf, lo hizo mi personaje favorito, tanto como Okra, la vieja pata gris, guía de la bandada de patos silvestres, tras la cual vuela el pato blanco de los Holgersson, arrastrando a Nils, al que un gnomo ha castigado, volviéndolo minúsculo.

Este viaje le enseña a amar a los animales y recupera su tamaño. A ese amor quedé adscrita. «Un objeto es aquello que se mueve junto a uno». Yo adaptaría así esta

definición parcial de Jakob von Uexküll, alguno de cuyos libros leería años después: aquello que se mueve junto con uno debería ser el objeto de nuestra atención. Esto a nada es más aplicable que al subvalorado mundo de las criaturas no humanas que nos acompañan. Según la Lagerlöf, el grito de los patos silvestres es: «Aquí estoy. ¿Dónde estás tú?». Konrad Lorenz lo tomó como título de su libro sobre el comportamiento de los gansos. Dijo deber esta elección a «la perspicacia poética de una maestra sueca que, llena de pureza emocional no exenta de tino científico, supo traducir el reclamo de los gansos silvestres».

Hay una reflexión de Walter Benjamin (que retengo ahora en lo esencialmente estético): «El paisaje cuelga para los ricos de un marco de ventana y solo para ellos lo ha firmado la mano magistral de Dios». Sin duda inspira esta amargura una idea enroscada sobre sí misma: el paisaje italiano, visto desde el interior de alguna villa italiana, le recuerda la imagen de un paisaje italiano como fondo de un cuadro. Pero a esa sagacidad la antecede otra: «La naturaleza se otorga de buen grado a vagabundos y mendigos, a bribones y haraganes». Soslayemos esa compañía, digamos que la naturaleza está ahí y cobra un único peaje para llegar a ella: tener los ojos abiertos, sobre todo los del espíritu. A los vagabundos, aun ocasionales, les ofrece sus gracias gratis. Si no exigimos sus donaciones más raras, será generosa: todos tenemos derecho al sol, al cielo, a las irrepetibles formaciones de las nubes, a los árboles y al efecto del viento en ellos, a las flores sencillas, a los pájaros ciudadanos. No por familiares deberían perder prestigio a los ojos acostumbrados. En nuestro balcón de Montevideo son usuales los gorriones ansiosos a las horas del pan, siempre poco para su exigencia. Los benteveos, que no se interesan en la comida humana y permanecen en el árbol próximo, dejando apenas ver el dibujo en suave amarillo, negro y blanco de su cabeza, me distraen de los frecuentes y fieles vecinos. Pero con ellos nunca lograré ni comunicación ni compañía. En cambio, cuando regresamos en primavera, los jóvenes gorriones —inexpertos y, sin duda, para los padres, imprudentes— con un poco de paciencia se acercan a comer casi al lado de nuestros pies y podrían constituir, si somos cautelosos, una nueva generación acogedora, menos desconfiada de nuestra especie.

Muchos compadecen a los animales encerrados en zoológicos. No siempre se compadecen de los humanos —y aun de sí mismos— en situaciones en parte similares a las que les preocupan. También hay humanos forzados a vivir lejos de la naturaleza, en ciudades áridas, a cumplir largos horarios en lugares de trabajo con luz artificial y aire acondicionado, no por cada uno según su criterio, sino de modo automático, suponiendo en todos igual disposición ante las temperaturas. Cuando urbanistas sensibles buscan distribuir espacios verdes y juegos de agua, cuando nuevas normas arquitectónicas obligan a que todas las habitaciones de los nuevos edificios tengan ventanas que permitan no solo recibir aire sino también ver el cielo, se reconoce algo que puede no percibirse como carencia, aunque pueda aflorar como inexplicable molestia. La única defensa contra esas construcciones (a veces aberraciones) de cemento, favorables al instinto de muerte, parecería radicar en la absorta mirada de un niño pequeño sobre los mínimos seres a su medida, al descubrirlos entre el pasto de un jardín. Un niño extrae a la larga más y mejores modos de diversión de una lupa que de un triciclo. De su atención detenida, de su naciente curiosidad nacen muchas cosas: para empezar, su propia intimidad. Yo diría que en ella renace la civilización.

 

Nuestros próximos, los animales

 

J.H. Fabre, al margen de la academia y sin auxilios materiales, dedicó su vida al estudio de los insectos y de sus costumbres, desde los más comunes —hormigas, arañas, escarabajos, etc.— hasta algunos de apariciones menos asiduas en nuestra vida. Trabajó en un siglo, el XIX, que vio a la vez las labores de otros pioneros, que buscaban especies nuevas en zonas semisalvajes, por encargo de zoológicos y de jardines botánicos. Estas actividades, aunque comerciales, ampliaron de modo imprevisto los horizontes científicos: la conducta de los animales, desde los más exóticos a los más familiares, ofreció un nuevo y dinámico campo de investigación.

Ya no cabe confundir la psicología de los animales con la de sus propietarios, como haría la célebre y prolífica retratista Vigée-Lebrun en unas presuntas memorias paródicas que Colette le inventa: al encargarle un imaginario príncipe ruso su retrato, aquella resuelve […] reunir con él, sobre la misma tela, a la princesa, a sus once niños […], su caballo preferido, dos perros y un casal de palomas domésticas, animales que la naturaleza generosa parecía haber colmado, como a sus nobles amos, de todos los dones del espíritu y del corazón.

Las distintas posiciones de los psicólogos determinaron las actitudes de los estudios de los animales. El conductismo, que hoy reina en la academia estadounidense, ocupó el nuevo campo de la actividad animal.

Reconocer la importancia de la comunicación entre los animales trajo a primer plano el tema de lenguaje y la posibilidad de comprensión entre ellos y el hombre; no es un tema nuevo. Melampo, dios menor entre los griegos, era capaz de hablar con los animales; no Orfeo, que los atraía con la música. Relatos legendarios de diversas culturas abundan en dones mágicos, anillos o talismanes que permiten comprender el canto de un pájaro que anuncia un peligro, advierte algo, recomienda un próximo paso. Las más remotas tradiciones nos acercan a un tiempo infinitamente distante, cuando todos los seres habrían estado dotados con el poder de comunicarse.

Avances científicos en terrenos auxiliares, como la computación, amplían, es obvio, las posibilidades de los estudios sobre la comunicación. A la vez, los progresos de la genética se disparan, dándole la espalda a lo que de espiritual podrían guardar aquellos progresos en la comunicación entre el ser humano y algunos de sus compañeros sobre la tierra. El conductismo, que permitió ampliar materialmente esos estudios, insiste desde sus premisas en ponerle límite a las conclusiones que podrían alcanzarse, y a veces entrevé un conocimiento interior, fuente difícil de precisar, no de intuir.

Los animales nacidos en cautiverio adquieren una asombrosa capacidad de comunicación con los cuidadores que se han ganado su confianza; los delfines y ciertos grandes monos llegan a aprender símbolos que equivalen a conceptos y a palabras. Se recibe cada vez más información de quienes pasan su vida entre animales en los zoológicos. Una viene del de Columbus. Fossey, bebé gorila nacido en cautiverio (así llamado en memoria de Diane Fossey, la estudiosa de gorilas asesinada en Ruanda), amamantado con descuido, tenía la cara cubierta de leche. La cuidadora, sin pensarlo, lo dijo, y fue la primera sorprendida cuando la madre de Fossey se lo acercó a la reja para que lo limpiara. Otro caso, más notable, trata de un bebé gorila enfermo que requería una inyección que los gorilas detestan. Sin embargo, la madre comprendió que su cría estaba enferma y, confiando en sus cuidadores, la acercó a la reja para permitir que la inyectaran. En el primer caso, pudo haber comprensión de ciertas palabras habituales, como dámelo. En el otro, el instinto maternal que, en estos casos, elige la confianza.

Dieter Plage, dedicado a filmar escenas de la vida natural, registró una historia notable ocurrida en la India. Ante la crecida de un río, una leopardo hembra abandona a nado su guarida para llevar en el hocico a sus cachorros, en dos viajes sucesivos, hacia la otra orilla. Allí vive un conocido conservacionista, B. Arjan Singh, que había criado felinos, entre otros a Harriet, la leopardo. Entonces Harriet se refugia en la cocina de su examo, que, elevada, le ofrece seguridad. Cuando intuye que la subida del río ha terminado, intenta volver a su cueva. Pero la fuerza de las aguas la disuade de hacer sus dos cruces a nado, así que, con un cachorro en el hocico, sube al bote de Singh, como cuando pequeña, y espera a que este la lleve de regreso a su cueva.

Los orangutanes se especializan en escapar de sus jaulas, gracias a su fuerza o a la astucia con que se ayudan inventando herramientas, tanto que a menudo se recurre a ellos para probar si las jaulas son seguras para otros monos. Para recapturar a uno, hubo que dormirlo mediante un dardo. Pero o despertó demasiado pronto o los encargados de encerrarlo no estaban prácticos y el dardo se le quedó en el brazo. Por horas trató de sacárselo él mismo, ya que su cuidadora solo podía hacerlo con una pinza que lo espantaba. Al fin, después de reflexiones serias, acercó el brazo a la reja. Con el otro se tapaba los ojos, desviando la cabeza como un niño en similar trance.

La cuidadora de Molly, una gorila enferma, debía ponerle un termómetro de banda, de los que se colocan en la frente. Probó ponérselo a sí misma. Luego sin saber bien cómo hacer para colocárselo debidamente a la enferma, se lo puso en un pie, que era lo que tenía cerca. Molly se lo quitó de allí y se lo colocó donde correspondía, y luego, cuando era hora de registrar su temperatura, lo entregó: ¿imitación o comprensión?

Quienes están o han estado cerca de caballos suelen tener observaciones sobre la comunicación, las respuestas, las actitudes, que traducen sentimientos que, de darse en un ser humano, se considerarían anticipaciones o intuiciones. También de otros animales hay historias que solo sorprenden a quienes se asoman a ellas por primera vez: ejemplos de sentimientos extremados de afecto hacia su descendencia, sus amos, sus cuidadores o hacia otros animales, a veces de animales normalmente incompatibles.

Hay casos llamativos entre los animales adiestrados para acompañar a ciegos o que se emplean, cada vez con más frecuencia, para que ancianos acosados por la soledad o por la obligada convivencia con extraños en un asilo mantengan el interés en la vida. Como enfermeros especialmente sensibles y afectuosos, gatos o perros reparten su apego entre varios ancianos. Una rara perceptividad les hace sentir la declinación de alguno; lo demuestran no apartándose de él. ¿Registran un olor distinto, un cambio de temperatura? ¿Hay una comunicación mental?

Mi hija tiene dos perros labradores, macho y hembra, cuya psicología difiere. Odiseo es el cachorro eterno, cariñoso, expansivo e inoportuno, al que es difícil enseñarle algo, en parte porque tiene demasiados dueños. Melania es tímida, adora a Odiseo hasta el punto de no comer si es echado fuera, y entiende, me parece, todo. Es mi favorita, pero se me resiste. Cuando llego, Odiseo, que ha alcanzado un peso respetable, me salta encima con todo cariño. Debo frenarlo para que no me tire al suelo. Él no entiende; Melania, sí, y no se acerca por más que la llame. Hace tiempo jugando junto a un ventanal, golpearon contra un vidrio que se desplomó. Era la peor noche del invierno. Pasamos más de una hora colocando un gran plástico que remediara el problema hasta conseguir un vidriero. Los culpables, asustados, se habíanquedado quietos tras unos sillones. Fui la primera en sentarme. Melania se acercó y puso la cabeza en mi falda. Al acariciarla vi sangrar una herida en el lomo, entre el brillante pelo negro. Una astilla de vidrio le había caído de punta. Se quedó quieta en la misma posición mientras la curábamos. Su inteligencia la llevó hacia quien ya podía atenderla. Pese a su timidez y a nuestra —digamos— falta de intimidad.

Ida Vitale
Vitale se inscribe en la tradición de las vanguardias históricas latinoamericanas, su poesía indaga en la alquimia del lenguaje y establece un encuentro entre una exacerbada percepción sensorial de raíz simbolista, siempre atenta al mundo natural, y la cristalización conceptual en su perfil más preciso. Es representante de la poesía esencialista. Su obra está caracterizada por poemas cortos, una búsqueda del sentido de las palabras y un carácter metaliterario.​ 

El libro lo pueden descargar en el siguiente sitio web:

https://ww3.lectulandia.com/book/de-plantas-y-animales/


No hay comentarios.:

Publicar un comentario