El desabastecimiento de comida va a más y aunque una visión social y científica más cooperativa alienta la esperanza, si la crisis es integral y planetaria, también deben serlo las medidas
El pasado mayo dimitió el ministro japonés de Agricultura por comentar que nunca compraba arroz porque se lo regalaban sus simpatizantes. La petulancia de Taku Eto no habría generado tanto malestar social si no fuese porque el arroz escasea en el país y su coste se ha duplicado en pocos meses. Japón atraviesa una severa crisis con este grano básico en la dieta de su población, al punto de que el Ejecutivo ha liberado 500.000 toneladas de las reservas nacionales para frenar el aumento de los precios.
Entre las
causas principales de este escenario están el cambio climático, el miedo a los
desastres naturales y la presión del turismo de masas. A las elevadas
temperaturas e intensas lluvias que han menguado la producción de arroz, y las compras de acopio de este grano en 2024 por la
amenaza de un terremoto, se suma el notable incremento de visitantes
extranjeros ávidos de comer sushi. No es un mero dato de color. El
año pasado, casi 37 millones de personas visitaron Japón, una cifra récord que se prevé aún mayor para este año y lleva al límite la capacidad del país para
hacer frente a la demanda de alimentos y servicios.
El ideal de la
abundancia, la hiperdisponibilidad alimentaria y el crecimiento continuo chocan
de frente con la realidad. Está ocurriendo en Brasil, principal exportador
mundial de café, donde la producción de la variedad arábica ha caído en los
últimos años, mientras la demanda global no para de crecer, como su precio. Ha ocurrido en la capital de
Uruguay, que en 2023 se quedó sin suministro de agua potable pese a que el país posee una extensa red
hidrográfica. Y sucede también en México, cuya producción de maíz blanco ha mermado y ya no alcanza para cubrir la demanda interna.
Según el Grupo Consultor de Mercados Agrícolas (GCMA), las importaciones de
este cereal desde Estados Unidos aumentaron un 168% en el primer trimestre de
2025. Punzante ironía: en la tierra de los hombres de maíz, el complemento de
moda este año es el cinturón maicero norteamericano.
El clima
y su efecto bumerán
La producción
global de alimentos es una de las principales causas del cambio climático, pero
también sufre sin piedad sus consecuencias. Un modelo con efecto bumerán. Según
constata el Informe de la Nutrición Mundial, publicado en 2021, los actuales
sistemas productivos “generan más de un tercio (el 35%) de las emisiones de
gases de efecto invernadero” y contribuyen al calentamiento de la Tierra, pero
ese mismo aumento de temperatura desencadena fenómenos violentos que arrasan
ecosistemas marinos, secan campos de cultivo, hielan zonas tropicales o anegan
explotaciones ganaderas.
Apenas un
grado Celsius puede marcar la diferencia entre la sostenibilidad alimentaria y
un escenario de hambre. El estudio Los impactos del cambio climático en
la agricultura mundial y su relación con la adaptación, publicado en junio de este año en la revista Nature, calcula que el aumento de la temperatura media global
en 1°C reduce la producción de alimentos a razón de unas 120 kilocalorías
diarias por persona. La investigación destaca que el calentamiento global
impondrá pérdidas significativas en los cultivos básicos y que los impactos no
se distribuirán de manera uniforme: afectarán, sobre todo, a las principales
regiones productoras actuales.
El
empobrecimiento de los suelos es uno de los grandes desafíos. Sin cosechas
sanas y suficientes no hay comida para las personas ni los animales. En la
región mediterránea, donde la temperatura aumenta más deprisa que en el resto
del mundo y el riesgo de desertificación y degradación del suelo está bien
documentado, los efectos del cambio climático amenazan la seguridad y la soberanía alimentarias. Más calor equivale a más plagas, menor
biodiversidad, mayor riesgo de enfermedades zoonóticas y cosechas menos
abundantes. Los pronósticos a medio y largo plazo son malos, y las primeras
consecuencias ya se empiezan a sentir.
Dos
crisis de identidad en el Mediterráneo
Se ha visto
hace poco en España, el principal país productor de aceite de oliva en el mundo
y uno de sus grandes consumidores. Aunque el llamado oro líquido es un producto
habitual e identitario de su gastronomía, entre 2021 y 2023 se encareció a tal
punto que, en las tiendas de alimentación y los supermercados, muchas botellas
y garrafas lucían precintos de seguridad con alarma. El precio, más que el
aceite, estaba en boca de todos: más de diez euros por litro. Una sequía
persistente, agravada por las olas de calor de unos veranos cada vez más
largos, malogró las cosechas y mermó la producción de las almazaras. También
limitó el acceso de una parte de la población a esta joya nutricional. Solo en
2023, el consumo doméstico de aceite de oliva virgen extra cayó un 23,8% con
respecto al año anterior.
La huella de
la sequía es extensa y llega al otro lado del mar Mediterráneo, donde la pasada
primavera deslució una de las celebraciones más importantes del Islam. Por
primera vez en casi tres décadas, Marruecos canceló el Eid al-Adha, el
sacrificio ritual de la Fiesta del Cordero. La grave situación hídrica que
atraviesa el país, el aumento de precios de productos como la carne o el trigo,
la disminución del poder adquisitivo de la población y la escasez de ganado
autóctono disponible para atender la demanda de la festividad le arrebataron al
Estado norteafricano una parte central del evento. En junio de 2025, Marruecos
celebró su Fiesta del Cordero sin cordero.
La
sequía, la salinidad y el calor
¿Qué se puede
hacer ante este panorama? ¿Qué se está haciendo, por ejemplo, en Europa? José
Miguel Mulet, catedrático del Departamento de Biotecnología de la Universidad
Politécnica de Valencia, tiene claro el camino: “Primero, hay que invertir más
dinero en investigación agraria, ganadera y alimentaria, porque este sector es
básico; y segundo, es necesario poner unas normas regulatorias que permitan
trabajar, además de garantizar la seguridad alimentaria y el respeto al
medioambiente”.
Mulet, que
investiga la tolerancia de las plantas al cambio climático desde hace 30 años,
es crítico con el marco legal comunitario, que considera demasiado restrictivo.
“Si prohíbes el uso de pesticidas, si no dejas que se siembren transgénicos
pero permites importarlos, si no tienes un marco regulatorio aprobado para el
CRISPR [una técnica de edición genética] mientras que el resto del mundo sí lo
tiene, entonces vas a perder soberanía alimentaria porque te verás obligado a
importar lo que podrías producir tú”.
El reto que
hay por delante es enorme. “Los principales efectos del cambio climático son el
aumento de la sequía, de la temperatura y de la salinidad. Se está investigando
mucho, pero los resultados hasta ahora son bastante escasos”, reconoce. ¿El
motivo? “Cuando una planta se enfrenta a una situación de sequía, de salinidad
o de calor, se ven afectados muchos mecanismos, no uno solo. Encontrar la tecla
específica que haga que la planta funcione mejor en esas condiciones, muchas
veces no depende de un solo gen, sino de un sistema entero, de un conglomerado,
y eso es más difícil de conseguir”.
El
investigador pone un ejemplo: “Entre las plantas transgénicas en el mercado,
existen muchas que resisten insectos, muchas que resisten herbicidas y muchas a
las que se les ha incrementado el contenido nutricional, porque todo eso se
consigue con uno o dos genes. Ahora bien, no hay tantas plantas transgénicas
que toleren la sequía. Existe un maíz, que salió al mercado de Estados Unidos
hace 10 años, y está el trigo HB4, que sacó una empresa pública argentina hace
dos. Muy poco más”, detalla Mulet, aunque no es pesimista: “Ahora tenemos mejores
herramientas y más conocimiento. Si aumenta la inversión, probablemente van a
salir muchas más variedades tolerantes a la sequía, la salinidad y el calor”.
Invertir,
innovar, escalar
Sobre la
importancia de invertir en la investigación aplicada saben mucho en el
Instituto Europeo de Innovación y Tecnología (EIT), que en 2018 creó una
comunidad específica para impulsar el emprendimiento en materia de alimentación
en Europa: EIT Food. Desde su puesta en marcha, esta comunidad ha invertido 83
millones de euros en la zona sur del continente, que comprende a los países más
afectados por el cambio climático: España, Italia, Grecia y Portugal. “Vivimos
un momento crítico y en esto hay que ser muy claros. Nos enfrentamos a sequías,
olas de calor, lluvias torrenciales, riadas y otros fenómenos extremos que
afectan a la producción de alimentos y ponen en riesgo la seguridad alimentaria
desde el punto de vista del abastecimiento”, expone Begoña Pérez Villarreal,
directora general de EIT Food en el Sur de Europa.
Con todo, los
principales desafíos también presentan una oportunidad para la innovación. “Nos
enfrentamos a la escasez, el agotamiento de los recursos naturales y la pérdida
de biodiversidad —apunta la experta—. Necesitamos mejorar la gestión del agua,
desarrollar nuevas variedades de plantas más resistentes al estrés climático y
recuperar los suelos agrarios, que están muy dañados. Existen técnicas de
biotecnología no transgénica que permiten la mejora genética de los vegetales y
son factibles en Europa, incluso con la legislación que tenemos. Hay mucha
investigación e innovación agraria, pero necesitamos escalar las cosas porque
las soluciones en pequeña dimensión te dan un impacto muy pequeño”.
Para Pérez
Villarreal, “ese es el quid de la cuestión: la escalabilidad. Estos grandes
retos no se pueden afrontar como sectores aislados. El trabajo tiene que ser en
colaboración. Da igual que estemos hablando de la empresa alimentaria más
grande del mundo, se necesita la colaboración de productores, distribuidores, científicos,
consumidores y la administración pública. Por eso trabajamos con comunidades de
conocimiento, startups, corporaciones, centros de investigación y
universidades. Si se alinea todo eso, tenemos esperanza”. Si no, incluso será
difícil hacer brindis al sol: El Penedès, la mayor región vitivinícola de
Cataluña, ha reducido la producción de cava, y encarecido el precio de las
botellas, por las malas cosechas derivadas de la falta de lluvias.
Una
promesa de regeneración
La agricultura
regenerativa despunta entre las tendencias actuales para mitigar los efectos
del cambio climático, revertir el empobrecimiento de los suelos cultivables y
buscar soluciones al horizonte de escasez de alimentos. En esta línea, uno de
los proyectos europeos más potentes es LILAS4SOILS, que fomenta las prácticas
de agricultura de carbono a través de laboratorios vivos en las regiones
mediterráneas y del sur de la Unión Europea (UE). El propósito de esta
investigación aplicada, que se extenderá hasta diciembre de 2028 y pone a los
agricultores en el centro, es restaurar la salud de los suelos, aprender en el
proceso y replicar las soluciones.
La iniciativa
resulta ambiciosa porque el punto de partida es muy malo. “La región
mediterránea es esencial para el conjunto de los sistemas agrícolas y
alimentarios de la UE. Los datos muestran que es una de las zonas más afectadas
por los efectos del cambio climático. La región se está calentando un 20 % más
rápido que la media mundial y es particularmente vulnerable a la degradación del
suelo y la desertificación”, describe Sonia Pietosi, gerente del proyecto. “En
el futuro, en un escenario de altas emisiones de gases de efecto invernadero,
se proyecta que los rendimientos de cultivos como el trigo, el maíz y la
remolacha azucarera disminuyan en el sur de Europa hasta en un 50% para 2050”,
añade.
“Los suelos
sanos son el elemento fundamental de la transformación del sistema
agroalimentario —continúa Pietosi—. Un suelo agotado no podrá producir
alimentos para sustentar a la población, y mucho menos a una población en
crecimiento. Por supuesto, esto va de la mano con muchos otros aspectos del
ecosistema, como la gestión del agua y la biodiversidad. Como cualquier cambio
grande y significativo, la salud de los suelos y la captura de carbono no se
pueden lograr con el esfuerzo de una sola parte. Se trata de un problema
sistémico y todos los componentes del sistema agroalimentario deben contribuir
al cambio”, completa la experta.
En lo que
lleva de andadura LILAS4SOILS, que comenzó el año pasado con 35 agricultores y
15 sitios experimentales, se ha notado un aumento del interés. “Publicamos una
convocatoria abierta para ampliarlo y hemos recibido más de 280 solicitudes.
Esto demuestra que vamos por buen camino y que muchos agricultores comprenden el
valor de la agricultura regenerativa y la agricultura de carbono para asegurar
el futuro de sus explotaciones”, explica Pietosi.
La
ciencia para distribuir mejor
El Earth
Overshoot Day —el día del año en que la demanda de recursos naturales supera la
capacidad de regeneración de la Tierra— cada vez llega antes. De acuerdo con la
Global Footprint Network, la organización internacional de investigación que
mide este déficit, en 2025 se cumplió el 24 de julio. No todos los países
contribuyen a este agotamiento de manera uniforme —Qatar encabeza la lista;
Uruguay la cierra—, y tampoco se reparten equitativamente sus consecuencias.
Los efectos se ensañan con los países pobres del Sur global, donde aprietan el
hambre y la malnutrición, y los campos de cultivo mudan en campos de refugiados
climáticos.
Las personas
desplazadas por fenómenos meteorológicos extremos se cuentan cada año por
millones. El cambio brusco de las condiciones ambientales supone pérdidas
humanas, económicas y sociales. “La subida de los precios de los alimentos
puede significar que el café cueste un dólar más donde yo vivo ahora,
California, pero es una cuestión de vidas y medios de subsistencia para las
familias de los pequeños caficultores de Brasil, Colombia y África Occidental”,
exponía hace un par de años Himanshu Gupta, director ejecutivo de ClimateAi, en
el Foro Económico Mundial.
Hoy, casi la
tercera parte de la población mundial —unos 2.600 millones de personas— no
puede permitirse una dieta saludable, cuyo coste ha aumentado de manera
significativa en los últimos cinco años. Pero, según los datos de la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la
mayor parte de los damnificados está en África. Allí los porcentajes se
invierten: solo el 33,3% de las personas puede acceder a una alimentación
saludable.
No hay
soluciones simples, aisladas o mágicas, ni en parcelas de conocimiento ni en
campos de acción. Como reflexiona José Miguel Mulet, “si tienes mucha
producción, pero está mal hecho el reparto y la gente sigue pasando hambre, el
problema no es la tecnología, es un problema social y político”. No todo el
futuro está en el terreno de la ciencia.
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aspira a abrir una conversación permanente sobre los grandes retos de futuro
que afronta nuestra sociedad. La iniciativa está patrocinada por Abertis,
Enagás, EY, Iberdrola, Iberia, Mapfre, Novartis, la Organización de Estados
Iberoamericanos (OEI), Redeia, y Santander, WPP Media y el partner estratégico
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LAURA CAORSI
Imagen orincipal: Moacir Ribeiro da Silva tamiza granos de café en la finca de Nova Cintra en Espirito Santo do Pinhal, Brasil.PAULO FRIDMAN (GETTY IMAGES)

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