Resumen: Este artículo expone el vínculo entre la industria extractiva y la extrema derecha dentro del debate ambiental global. En particular, se enfoca en las narrativas y prácticas de las corporaciones multinacionales para cooptar propuestas ambientales como la sostenibilidad y, más recientemente, la transición energética. Estas narrativas y prácticas muestran un arraigado proceso de neoliberalización de la crisis ambiental, así como las conexiones entre el extractivismo, el fascismo, el racismo y la misoginia. Para terminar, se reitera la necesidad de plantear soluciones a la crisis ambiental sin recurrir a mecanismos corporativos que atenten contra la vida humana y no humana.
Introducción
La relación
entre la extrema derecha y el (anti)ambientalismo es un campo de reciente
exploración en la ecología política (Forchtner, 2019). Una de las asociaciones más
explícitas es la evidencia de que los principales negacionistas del cambio
climático son Gobiernos y partidos de la extrema derecha en el mundo
(Hultman et al., 2019). Otra es la relación entre grupos de
extrema derecha y la industria extractiva. De hecho, el negacionismo siempre
fue auspiciado por transnacionales petroleras, a pesar de que desde 1960 estas
empresas conocían el impacto de las emisiones de carbono sobre el planeta. Sin
embargo, grupos de poder bloquearon por más de cincuenta años cualquier
esfuerzo para combatir el cambio climático (Goldenberg, 2016). Así, grandes
corporaciones multinacionales como Chevron, Shell, BP, Exxon Mobil, BHP
Billiton, Rio Tinto, entre otras, siguen amasando incalculables sumas de
dinero, a pesar de la creciente crisis ambiental.
Aunque parezca
contradictorio, un vínculo igual de oscuro se detecta en el creciente interés
de incluir el tema ambiental en las narrativas y prácticas extractivas. Sin
duda, las corporaciones multinacionales son pioneras en proponer respuestas
rápidas a los problemas sociales y ambientales; y la crisis ambiental actual
representa un nuevo escenario de oportunidades para los mismos grupos que se
han beneficiado históricamente de la destrucción ambiental. La capacidad de
engranaje político de las corporaciones se extiende globalmente y se entrelaza
con múltiples sectores del poder político, lo cual hace posible que las
iniciativas corporativas no solo controlen la agenda global ambiental, sino que
definan los términos y formas de proceder multilateral. Más aún, debido a que
en pleno siglo xxi la preocupación ambiental pesa de manera definitiva en la
conciencia social, la estrategia corporativa ya no es la negación, sino la
cooptación. (www.almostthererescue.org)
De la
negación a la cooptación
Uno de los
principales logros del extractivismo corporativo en los últimos treinta años ha
sido penetrar las narrativas culturales de la sociedad y construir nuevas
subjetividades de responsabilidad social y ambiental con el fin de blanquear
sus acciones destructivas. Estas corporaciones han logrado convertir propuestas
inicialmente transformadoras, como la sostenibilidad, en significantes vacíos,
al despojarlas de todo contenido de justicia social y ambiental. La propuesta
de sostenibilidad planteada a finales de los años ochenta se extendió tanto
globalmente que pronto las multinacionales extractivas se vieron forzadas a
considerar las dimensiones sociales y ambientales de sus operaciones, sin por
ello articular una crítica radical a su crecimiento económico (Worrall et
al., 2009). Al ser tan rentables los proyectos extractivos, no podían
paralizarse antes de que el costo reputacional de las compañías fuera más alto
que sus ingresos. La sostenibilidad fue cooptada dentro de las prácticas
corporativas con la propuesta de que cualquier proyecto extractivo podría
volverse sostenible a través de mecanismos de mercado que internalizaran las
externalidades cometidas, generaran mecanismos de compensación monetaria,
plantearan desarrollos tecnológicos más eficientes y limpios y se
autorregularan con estándares ambientales y sociales propios.
Este tipo de
compromiso ambiental invisibilizó las interdependencias entre el crecimiento
económico y la creciente degradación ambiental, y contribuyó a reducir la
praxis ambiental a una idea mercantilizada del cuidado de la naturaleza. Las
soluciones de mercado se construyeron con un planteamiento perverso, funcional
para la acumulación de capital y la reproducción de injusticias entre los
grupos más vulnerables. En nombre de la sostenibilidad, se han impulsado
desarrollos tecnológicos más eficientes y se ha logrado que la innovación
tecnológica conquiste nuevas fronteras extractivas en lugares antes
inaccesibles (Cleveland y Ruth, 1998).
Esta
presunción de sostenibilidad también se asumió a través de mecanismos de
responsabilidad social corporativa y de prácticas de autorregulación. Es decir,
sin comprometer sus rendimientos financieros, las corporaciones definen sus
propios parámetros de sostenibilidad y no están sujetas a regulaciones legales
ni rendiciones de cuentas estatales que garanticen la protección de los
derechos humanos o el cumplimiento de las normas ambientales (Hilson y Murck,
2000). La autorregulación de supuestas prácticas sostenibles en realidad es
parte de un proceso de neoliberalización ambiental que ha legitimado el
funcionamiento corporativo en varios sectores, a la vez que ha limitado el rol
del Estado en el control y la regulación de las prácticas extractivas
(Gifford et al., 2010). Por ejemplo, mientras Chevron informa
públicamente su compromiso social de «colocar las personas al centro de todo lo
que realizan» (Chevron, s. f.), sigue evadiendo responsabilidades legales sobre
una de las peores catástrofes ambientales de contaminación petrolera en el
mundo sucedida en la Amazonía ecuatoriana (Serrano, 2014); evasión de
responsabilidades facilitada por un sistema político de disciplinamiento aliado
a los intereses de la empresa petrolera.
Imagen 1.
Una plataforma petrolera offshore ilustra la conquista de nuevas fronteras
extractivas. Fuente: https://www.flickr.com/photos/
El
extractivismo y sus prácticas perversas
El
ambientalismo sigue en riesgo de cooptación por los sistemas de dominación más
recalcitrantes y perversos, y las narrativas y prácticas ambientales continúan
en peligro permanente de ser vaciadas de contendido no solo por un
extractivismo corporativo, sino también por sus ramificaciones más fascistas,
racistas y misóginas. Las conexiones entre fascismo, racismo y extractivismo se
reflejan claramente en el Gobierno de extrema derecha de Jair Bolsonaro, quien,
desde su llegada a la presidencia de Brasil en 2018, ha impulsado la expansión
petrolera y minera en la Amazonía como parte de la otrora conquista militar de
las dictaduras pasadas. Estas acciones han promovido que la industria
extractiva se posicione en los territorios indígenas y ha colocado a sus
poblaciones en peligro de exterminio, mientras se facilitan mecanismos
corporativos de desregulación ambiental (Menton y Milanez, 2018).
Las conexiones
entre extractivismo y misoginia se ejemplificaron recientemente en las acciones
de la empresa petrolera canadiense X-Site Energy Service, la cual distribuyó
pegatinas con el logo de la compañía junto a la espalda desnuda de una niña, de
cuyas trenzas tiran dos manos, en una clara demostración de violencia sexual
(Grey Ellis, 2020). Junto a esta imagen, aparece el nombre Greta, en
alusión a la joven activista Greta Thunberg, quien durante 2019 se convirtió en
un referente del activismo mundial contra el cambio climático. Estos son solo
dos ejemplos de la calidad moral de las corporaciones extractivas unidas a la
extrema derecha y del valor que confieren a la dignidad de la vida de las
personas. Más aún, estas acciones ilustran la necesidad de intimidar, dominar o
incluso destruir a personas o grupos que incomoden su ambición económica.
La
transición corporativa
La cooptación
de la propuesta ambiental no es una discusión nueva. Aun así, las
multinacionales extractivas siguen penetrando nuevas reivindicaciones sociales.
Debido a la constante presión para generar acciones contundentes frente a la
crisis climática y las crecientes propuestas para una transición energética, las
corporaciones apuntan hacia ese horizonte para manipular la conciencia
ambiental, y el propio concepto de transición corre el riesgo
de convertirse en un nuevo significante vacío. En este ejercicio de poder, la
industria extractiva no se encuentra desvinculada de los grupos de derecha. El
reciente documental de Michael Moore, Planet of the Humans, evidencia
la participación de los hermanos Koch, multimillonarios estadounidenses
asociados a grupos de derecha conservadora, en nuevos proyectos de transición
energética.
En un
escalofriante relato sobre su participación en un taller organizado por
el think tank interno de Shell en octubre del 2019, Malcolm
Harris (2020) señala que la compañía planifica activamente la integración de
las demandas ambientales actuales a su perfil corporativo. Harris apunta que
las actividades extractivas siguen siendo altamente rentables. Sin embargo, la
coyuntura es distinta:
No es
necesariamente un mal momento para ser una compañía de petróleo y gas […], pero
es un mal momento para parecerlo. Estas compañías no planean un futuro sin
petróleo y gas […], pero desean que el público las considere parte de la
solución climática.
Entre los
escenarios a futuro, Shell plantea la necesidad de persuadir y cooptar el
movimiento ambiental mediante la construcción de un mensaje esperanzador de
cambio.
Estas empresas
utilizan de manera deliberada la propuesta de transición hacia
energías limpias en sus perfiles corporativos y vuelcan grandes sumas de dinero
en publicidad verde (Holden, 2020). British Petroleum fue rebautizada debido al
catastrófico derrame en el golfo de México en 2010 y ahora se presenta como BP
(Beyond Petroleum), una compañía de energía solar, aunque mantiene su
producción petrolera y de gas. Otras como Exxon Mobil invierten en combustión
con algas y Shell está involucrada en energía eólica. Sus proyectos buscan
crear un nuevo nicho de mercado mientras controlan las políticas energéticas a
nivel mundial. Estas corporaciones aspiran a convencer a los consumidores de su
conciencia ambiental y alientan a los Gobiernos aliados para generar inversión
pública en estos proyectos energéticos (Harris, 2020). Su propuesta neoliberal
busca construir una narrativa de reivindicación según la cual las
multinacionales ayudarán a superar el cambio climático, al tiempo que se
financian con fondos públicos.
Conclusión
La lucha
ambiental actual representa un imperativo dentro de la constante pugna
política, económica y cultural a nivel mundial. Hay demasiado en juego como
para permitir los estragos de una derecha o extrema derecha en el poder, cuyas
acciones protegen a las corporaciones extractivas, mientras estas cooptan las
narrativas ambientales. Una transición justa nunca va a
encontrar respuesta en el mercado ya que el modelo extractivo continuará bajo
el mismo paradigma de acumulación y destrucción. Un extractivismo corporativo
pintado de verde no podrá convertirse en solución a la crisis porque seguirá
transformando la naturaleza en mercancía y usurpando la posibilidad de una vida
digna para las personas.
La crisis
ambiental se presenta cada vez más y con más fuerza en la cotidianidad de la
vida de millones de personas a nivel mundial; personas afectadas por la
contaminación, las sequías, los incendios, la deforestación, la reducción de la
biodiversidad, el aumento del nivel de los océanos, las olas de calor, los
huracanes y ahora las pandemias. Escribo este texto en medio de la emergencia
sanitaria de la COVID-19, emergencia que nos ha enseñado que una catástrofe
mundial no es una abstracción lejana, sino que se registra, de forma desigual,
en la materialidad de nuestra vida diaria. Por la fuerza o voluntariamente, la
COVID-19 nos ha hecho modificar nuestros patrones de comportamiento social y
replantear las políticas globales necesarias para enfrentar una situación
crítica.
Así es
precisamente como se ve la crisis ambiental, el momento en que el planeta
entero se enfrenta a las contradicciones entre proteger la vida o la
acumulación del capital. En esta crisis, el mercado y la propiedad privada son
incapaces de solucionar el problema. Esta es quizás una oportunidad gigantesca
de evaluar prioridades y exigir políticas globales que comiencen y terminen en
lo público y lo colectivo. La COVID-19 marca un precedente histórico porque
hemos llegado al punto de la supervivencia donde toda decisión política marcará
una diferencia entre la dignidad de la vida humana y no humana o la muerte.
Bibliografía
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30 de julio de 2020
Diana Vela Almeida*
* Departamento de Geografía, Norwegian University of Science and Technology. Colectivo de Geografía Crítica del Ecuador. E-mail: diana.velaalmeida@ntnu.no.


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