La irrupción de un activismo climático de matriz juvenil no solo revitalizó el campo de acción, sino que abrió nuevas expectativas en un contexto de renovada urgencia climática. Este movimiento no está exento de riesgos –como su encierro en una dimensión cultural-expresiva o la parálisis colapsista–, pero su persistencia resulta clave en el contexto del fracaso sucesivo de las cumbres climáticas globales.
El escenario
actual presenta una profunda división. Por un lado, se observa la convergencia
entre un proceso de derechización política, una preocupante ceguera ambiental y
un peligroso deslizamiento ideológico de amplios sectores subalternos,
seducidos por el discurso neofascista, que denuncian los resultados excluyentes
de la globalización neoliberal. Por otro lado, el deterioro ambiental y el
incremento exponencial de las catástrofes climáticas tienen su correlato en el
aumento de las acciones de protesta y en la emergencia de nuevas organizaciones
y colectivos, no pocos de ellos coordinados a escala global, que denuncian la
guerra contra la naturaleza y exigen a las potencias mundiales y los decisores políticos
cambios drásticos en la política climática.
¿Qué alcance
tienen estas movilizaciones globales en un contexto planetario crecientemente
autoritario y frente a un horizonte cada vez más colapsista? ¿Cuáles son los
reclamos y las consignas más importantes de estos nuevos movimientos
ciudadanos? ¿Estamos asistiendo a la cristalización de una red de movimientos y
acciones que ilustran la potencial emergencia de una «sociedad en movimiento»?
¿Qué nuevos protagonismos conlleva la demanda de justicia climática?
En este
artículo presentaré desde una perspectiva histórica la conformación del espacio
de la justicia climática. Mi tesis es que en la actualidad existe un campo
amplio y heteróclito de acción atravesado por la problemática de la justicia
climática, que ha sido revitalizado por un protagonismo juvenil más
radicalizado, al calor de los negacionismos y los desastres ecológicos. Ese
campo incluye:
-
organizaciones de base (movimientos socioambientales locales y
culturales, ong ambientalistas, organizaciones de pueblos
originarios, entre otros);
- redes de
organizaciones y movimientos sociales que nacen como instancias de coordinación
para la realización de acciones de protesta puntuales y específicas,
simultáneas en diferentes partes del mundo y que interpelan a las elites
políticas y económicas –sea en la Organización Mundial del Comercio (omc), las
Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (cop), el Foro de
Davos o, recientemente, las marchas globales por el clima–;
- protestas de
jóvenes bajo la forma de «huelgas climáticas», tales como las que promueven
Fridays for Future (Viernes por el Futuro), Extinction Rebellion (Rebelión
contra la Extinción), Jóvenes por el Clima, hasta aquellas movilizaciones
espontáneas o acciones de desobediencia civil que exigen cambios en las
políticas climáticas y/o denuncian la inacción de los respectivos gobiernos
ante determinados crímenes ambientales (incendios en la Amazonía y en
Australia, etc.).
Partimos de la
base de que es necesario tomar como unidad de análisis las acciones colectivas
de protesta y no solo las organizaciones. Como sostiene el economista ecológico
Joan Martínez Alier: «Para que haya un movimiento, no hace falta una
organización. Es erróneo buscar la presencia del movimiento global de justicia
ambiental en los cambiantes nombres de las organizaciones más que en las
acciones locales, con sus formas diversas, y en sus expresiones culturales»1.
Las
raíces de los movimientos
Durante mucho
tiempo, en Occidente, la historia de las luchas y de las formas de resistencia
colectiva estuvo asociada a las estructuras organizativas de la clase obrera,
considerada como el actor privilegiado del cambio histórico. La acción
organizada de esta clase era conceptualizada en términos de «movimiento
social», en la medida en que esta aparecía como el actor central y,
potencialmente, como la expresión privilegiada de una nueva alternativa
societal, diferente del modelo capitalista vigente. Sin embargo, a partir de
1960, la multiplicación de las esferas de conflicto, los cambios en las clases
populares y la consiguiente pérdida de centralidad del conflicto industrial
pusieron de manifiesto la necesidad de ampliar las definiciones y las
categorías analíticas. Para dar cuenta de ello, se instituyó la categoría –a la
vez empírica y teórica– de «nuevos movimientos sociales», a fin de caracterizar
la acción de los diferentes movimientos que expresaban una nueva politización
de la sociedad, mediante la puesta en público de temáticas y conflictos que
tradicionalmente se habían considerado propios del ámbito privado o que
aparecían naturalizados, asociados al desarrollo industrial.
En este marco
fueron comprendidos los nacientes movimientos ecologistas o ambientales que,
junto con los movimientos feministas, pacifistas y estudiantiles, ilustraban la
emergencia de nuevas coordenadas culturales y políticas. Los movimientos ecologistas
y pacifistas apuntaban sus críticas al productivismo, que alcanzaba tanto al
capitalismo como al socialismo de tipo soviético, al tiempo que aparecían
unificados detrás del cuestionamiento al uso de la energía nuclear.
Así, los años
70 señalaron el ingreso de la cuestión ambiental en la agenda global. Surgieron
entonces instituciones internacionales y nuevas plataformas de intervención
–como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud)–, diferentes
organizaciones de tipo ecologista, los primeros partidos verdes (con el partido
alemán como modelo) y numerosas ong con tendencias y orígenes
ideológicos muy contrastantes, desde los más conservadores hasta los más
radicales.
En los años 80
asistimos a una inflexión, asociada a la emergencia del movimiento de justicia
ambiental, nacido en Estados Unidos y vinculado a las luchas de las comunidades
afroamericanas, cuyos barrios eran los más afectados por las actividades más
contaminantes, como los vertederos de residuos tóxicos y la instalación de
ciertas industrias. Se trata de un enfoque integral que, desde el origen, pone
el acento en la desigualdad de los costos ambientales, la falta de
participación y de democracia y el racismo ambiental, así como en la injusticia
de género y la deuda ecológica2.
Por su parte,
en la misma época nacen las movilizaciones socioambientales de los países del
Sur. Martínez Alier3, quien estudió los nuevos conflictos ambientales en los cinco
continentes, bautizó a estos movimientos como «ecología popular» o «ecología de
los pobres». Con esto se refería a una corriente que crecía en importancia y
colocaba el énfasis en los conflictos ambientales, que en diversos niveles
(local, nacional, global) son causados por la reproducción globalizada del
capital, la nueva división internacional y territorial del trabajo y la
desigualdad social. La desigual división del trabajo, que repercute en la
distribución de los conflictos ambientales, perjudica sobre todo a las
poblaciones pobres y que presentan mayor vulnerabilidad. Asimismo, Martínez
Alier afirmaba que en muchos conflictos ambientales los pobres se alinean junto
a la preservación de los recursos naturales no por convicción ecologista, sino
con el fin de preservar su forma de vida.
Por otro lado,
en 1999, asomaron a la escena pública global los movimientos antiglobalización,
tras la batalla de Seattle, cuando lograron interrumpir la reunión de
la omc. De la mano de una narrativa que cuestiona la globalización
neoliberal y responsabiliza al capitalismo por la degradación social y
ambiental, los movimientos y organizaciones ambientales se propusieron
interpelar a las instituciones internacionales que regulan el capitalismo en el
mundo.
Así, el
movimiento por la justicia climática es el heredero natural de estas tres
corrientes mayores. Nació de la mano de las ong más pequeñas, que
buscaban reapropiarse críticamente de este concepto, recuperando su dimensión
más confrontativa e integral. Solo en 2009, tras el fracaso de
la cop de Copenhague, la apelación a la justicia climática iba a
encontrar una traducción en términos de movimiento global de carácter más
radical, con eje en la crítica al capitalismo y con la transición energética
como horizonte.
El concepto de
«justicia climática» fue introducido en 1999 por el grupo Corporate Watch
(activos miembros del movimiento de justicia ambiental), con sede en San
Francisco, y proponía abordar las causas del calentamiento global, pedir
cuentas a las corporaciones responsables de las emisiones (las empresas
petroleras) y plantear la necesidad de la transición energética. Aunque los
principios fueron establecidos en Bali (International Climate Justice Network,
2002), la nueva agenda ambiental fue presentada en sociedad en varias
reuniones, una de ellas en la sede de Chevron Oil en San Francisco.
En tanto
concepto totalizador, este apunta a retomar la visión integral de la justicia
ambiental, nacida en los barrios afroamericanos en eeuu donde se
denunciaba el racismo ambiental, así como la dimensión social más presente en
la llamada ecología de los pobres, asociada a las resistencias territoriales de
los países del Sur global. Desde esta perspectiva, la justicia climática «exige
que las políticas públicas estén basadas en el respeto mutuo y en la justicia
para todos los pueblos», además de «una valorización de las diversas
perspectivas culturales»4. Aunque hay interpretaciones diversas, plantea no solo una política de
equidad sino también una de reconocimiento y participación política de los
sectores afectados.
En términos
organizacionales, los movimientos por la justicia climática comparten el ethos propio
de los movimientos alterglobalización: la acción directa y lo público, la
vocación nómada por el cruce social y la multipertenencia, las redes de
solidaridad y los grupos de afinidad aparecen así como piedras de toque en el
proceso siempre fluido y constante de construcción de la identidad.
El
escenario de las cop
En la Cumbre
de la Tierra de Río de Janeiro, en 1992, se firmaron instrumentos como la
Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (cmnucc) y el
Convenio sobre la Diversidad Biológica (cdb). Al mismo tiempo, se iniciaron
negociaciones con miras a una Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra
la Desertificación. Dos años después, en 1994, la cmnucc entró en
vigor y en 1995 se celebró la Primera Conferencia de las Partes (cop).
La cop nacería así como el órgano supremo de la Convención y la
asociación de todos los países que son firmantes de ella («las partes»), cuyo
objetivo es la estabilización de las concentraciones de gases de efecto
invernadero en la atmósfera, a fin de impedir riesgos en el sistema climático.
En las reuniones anuales participarían expertos en medio ambiente, ministros,
jefes de Estado y ong.
Desde 1995
hasta 2019 se realizaron 25 cop. Tal como afirmara Antonio Brailovsksy,
uno de los ecologistas pioneros en Argentina, poco antes de que arrancara la
última cop, en Madrid,
El solo hecho
de que haya una reunión número 25 para discutir los problemas del clima quiere
decir que se han reunido 24 veces y han fracasado en llegar a un acuerdo que
funcione. Siempre prometen algo y luego no lo cumplen. De modo que tenemos 24
ejemplos de fracaso de cumbres del clima en las que dijeron un montón de cosas
y no cumplieron ninguna. Por lo tanto, no veo razones para pensar que esta vez
sea diferente.5
Una de las más
esperanzadoras fue la cop3, realizada en Japón, en la cual, tras intensas
negociaciones, se firmó el Protocolo de Kioto. Este instrumento, junto con el
Protocolo de Montreal (de 1987, sobre protección de la capa de ozono), se
constituyó en uno de los dos documentos más importantes de la humanidad hasta
ese momento para regular las actividades antropogénicas. Así, se establecieron
objetivos vinculantes para 37 países industrializados, que debían reducir entre
2008 –su entrada en vigor– y 2012 –su cumplimiento– 5% de sus emisiones de
gases de efecto invernadero respecto del nivel de 19906.
El Protocolo
de Kioto se convirtió en legalmente vinculante para 30 países industrializados,
algunos de los cuales fueron de hecho reduciendo sus emisiones respecto de
1990. Por su parte, los llamados países en desarrollo, como China, la India y
Brasil, aceptaron asumir sus responsabilidades pero sin incluir objetivos de
reducción de emisiones. Rusia ratificó el protocolo en 2005, por lo cual
la cop de Montreal fue la primera en la que el pacto entró en vigor.
Pero sin el compromiso de eeuu, país responsable de un tercio de las
emisiones mundiales y que se retiró en 2001, durante la era de George W. Bush,
y con el aumento de las emisiones por parte de países emergentes como la India
y China, el protocolo perdería mucha de su eficacia ambiental. Asimismo, este
se vio minado por la introducción de mecanismos y vías que hicieron posible que
los países industrializados pudieran apuntarse reducciones que no se realizan
en su territorio, los llamados «mecanismos de flexibilidad», como el comercio
de emisiones (la compra directa de cuotas de dióxido de carbono), y otros que
significan inversiones en terceros países para que estos emitan menos, como el
mecanismo de desarrollo limpio y la aplicación conjunta.
Mientras
tanto, la participación de la sociedad civil en las cop, visible en un
arco amplio de movimientos ecologistas y ong ambientalistas de
proyección internacional, se hacía cada vez mayor (en el caso latinoamericano
se conformaron las Cumbres de los Pueblos). En 2005, asistieron a la cop11
de Montreal unos 10.000 participantes. En 2007, marcado por la acción global y
en tanto «movimiento de movimientos», un ecologismo cada vez más activo fue
confluyendo en la conformación de Climate Justice Now (Justicia Climática
Ahora), que reunió a las principales organizaciones7.
Pese a las
expectativas, la cop15, que se llevó a cabo en Copenhague en 2009,
desembocó en un gran fracaso. Se aprobó un texto elaborado por unos pocos
países (eeuu, China y otros emergentes), el cual, además de su total falta de
transparencia, se convirtió en una mera declaración de intenciones, pues a
diferencia del Protocolo de Kioto carecía de los compromisos de reducción de
emisiones necesarios para evitar el calentamiento global, aun si promovía la
creación de un fondo verde. Asimismo, las tensiones vividas dentro y fuera de
la cumbre pusieron de manifiesto el cambio de fuerzas en términos geopolíticos:
el rol de China, principal país emisor de gases de efecto invernadero junto
con eeuu, era toda una señal de cuánto habían cambiado los tiempos entre
1997 (año de la firma del Protocolo de Kioto) y 20098.
Copenhague
significó el cierre de un ciclo para no pocos movimientos sociales y ong que
fueron excluidos de la cumbre y encabezarían una enorme movilización que sitió
la capital nórdica. Como afirmó el fundador de Ecologistas en Acción, Ramón
Fernández Durán, el broche de oro fue la represión policial a la movilización,
pues mostró que «el ojo público ciudadano ya no era bienvenido en un encuentro
vacío de contenido y secuestrado por los poderosos»9. En consecuencia, hubo un distanciamiento de los grupos más críticos,
que concluyeron que no era posible enfrentar el cambio climático sin cuestionar
el capitalismo global. De ahí en más, el movimiento adoptaría la consigna
«Cambiar el sistema, no el clima».
Por otra
parte, como respuesta al fracaso de Copenhague, los países del llamado «eje
bolivariano», liderado por Bolivia, llamaron a una contracumbre de carácter
rupturista en Tiquipaya, a 30 kilómetros de Cochabamba, que tomaría el nombre
de Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos
de la Madre Tierra. Esta cumbre se realizó en 2010 y reunió a más de 30.000
personas de 140 países. La ambiciosa iniciativa10 denunció la responsabilidad del capitalismo en el deterioro del
ambiente y la deuda ecológica, a la vez que buscó colocar en agenda los
derechos de la naturaleza y el «vivir bien». Sin embargo, la iniciativa del
gobierno boliviano tuvo patas cortas. Un año después, la propuesta no fue
contemplada en la cop de Cancún; los movimientos sociales que
cuestionaban la cumbre fueron mantenidos lejos del recinto oficial y Bolivia
quedó en soledad a la hora de las votaciones. Asimismo, el Fondo Verde,
orientado a mitigar los impactos del cambio climático, quedó bajo la
supervisión del Banco Mundial.
Como
corolario, la promesa ecologista de Evo Morales y la narrativa de respeto de
los derechos de la Madre Tierra se iban a ver desmentidas en su propio
territorio, ante el avance de proyectos de carácter extractivo y la expansión
de la frontera agropecuaria. La retórica oficialista se reveló falsa e
inconsistente, sobre todo luego del conflicto por el Territorio Indígena y
Parque Nacional Isiboro Sécure (tipnis), en 2011, que enfrentó al gobierno
boliviano con varias comunidades indígenas y puso al descubierto el doble
discurso oficial, que dio paso a una abierta política extractivista, sumamente
descalificatoria y criminalizadora en relación con los ambientalismos críticos
de ese país11.
Los
movimientos por la justicia ambiental y climática se fueron organizando en
torno de acciones y redes de protesta, lo cual fue diseñando, como sostiene
Martínez Alier, una nueva cartografía de territorios en resistencia, que
–siguiendo a Naomi Klein–, denominaría «Blockadia»12. El mapa releva las acciones colectivas y estrategias diversas de confrontación
contra la expansión territorial del capital, que incluyen desde movilizaciones
y bloqueo de rutas y calles hasta la ocupación de territorios y otras formas de
resistencia civil. En América Latina son sobre todo las luchas contra el
neoextractivismo las que liderarán los movimientos por la justicia ambiental,
en sus diversas modalidades: lucha contra la expansión de las fronteras
hidrocarburífera, minera y agropecuaria, biocombustibles, megarrepresas y
también pasivos ambientales y expansión de zonas de sacrificio. En América del
Norte, serán las acciones de protesta contra los conductos que transportan el
gas del fracking y atraviesan territorios indígenas (por
ejemplo, contra el Dakota Access Pipeline). En Europa, hay que incluir la lucha
contra las minas de carbón (como en Alemania) y contra el fracking (Francia,
Bulgaria, Inglaterra), así como las diferentes acciones de bloqueo contra el
transporte de combustibles fósiles. En los últimos tiempos, tomarán
protagonismo las marchas globales por el clima.
Las
marchas globales por el clima
En eeuu,
el catalizador del movimiento por la justicia climática fue, una vez más, la
denuncia del racismo ambiental, que tuvo su vuelta de tuerca en 2005, cuando el
huracán Katrina arrasó con las comunidades más pobres de origen
afroestadounidense de Nueva Orleans y dejó al descubierto las tremendas
inequidades existentes nada menos que en el país más rico del planeta. En 2012,
el paso por Nueva York de otro huracán, el Sandy, produjo 285 muertos y 75.000
millones de dólares en daños y también fue generando un cambio cultural. Los
apagones afectaron a más de dos millones de personas. Mientras las oficinas
centrales de Goldman Sachs en Manhattan estaban iluminadas y Wall Street pudo
amortiguar los peores efectos utilizando generadores propios, los pobres y
menos poderosos quedaron atrapados en el sistema de desigualdad, sin amparo
alguno del Estado13.
Dos años
después, el 21 de septiembre de 2014, Nueva York recibió la Marcha de los
Pueblos, en la cual unas 400.000 personas se manifestaron exigiendo políticas
activas contra el cambio climático. Entre las consignas podía leerse «No hay
planeta b», «Los bosques no están a la venta», «No al fracking»,
«No se puede detener el cambio climático si no se detiene la maquinaria de
guerra de eeuu»14. En otras 166 ciudades del mundo también se llevaron a cabo actos y
movilizaciones contra el cambio climático. La marcha, de carácter más expresivo
y festivo que confrontacional15, se realizó antes de la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Clima,
en busca de llegar a un acuerdo para la cop21, con la expectativas puestas
en la cop de París, que se realizaría un año después, en 2015.
En 2015 se
firmó el Acuerdo de París, en el marco de la cop21. Pese a los aplausos,
este acuerdo presenta enormes falencias y debilidades. Pronto se detectó en el
documento final que no aparecían palabras claves como «combustibles fósiles»,
«petróleo» y «carbón», al tiempo que la deuda climática del Norte hacia el Sur
brillaba por su ausencia. Se suprimieron también las referencias a los derechos
humanos y de las poblaciones indígenas, que fueron trasladadas al preámbulo.
Además, todavía debía pasar un tiempo para que este acuerdo entrara en vigor:
solo en 2020, y la primera revisión de resultados está prevista para 2023.
Incluso, podría decirse que respecto de acuerdos anteriores implicó un
retroceso, dado que el cumplimiento de lo pactado y la forma de implementación
–reducción de emisiones de dióxido de carbono, a fin de que el aumento de la
temperatura media no sobrepase los 2 ºC– son voluntarios y dependen de cada
país. Tampoco hubo planteamientos concretos tendientes a combatir los subsidios
que alientan el uso de los combustibles o para dejar en el subsuelo 80% de
todas las reservas conocidas de esos combustibles, como recomienda incluso la
Agencia Internacional de la Energía, entidad que no se caracteriza por ser
ecologista. No se cuestiona el crecimiento económico y mucho menos se pone en
entredicho el sistema del comercio mundial. Sectores altamente contaminantes,
como la aviación civil y el transporte marítimo, que acumulan cerca de 10% de
las emisiones mundiales, quedaron exentos de todo compromiso, entre otros
tópicos16.
La no
obligatoriedad del acuerdo y las manifiestas omisiones dejaron un gusto amargo
en los miles y miles de activistas climáticos que se trasladaron desde Bourget
hasta París para manifestarse en distintos puntos de una ciudad vallada en sus
puntos estratégicos. Grupos de la sociedad civil entregaron tulipanes rojos
para representar las líneas rojas que, supuestamente, no deben cruzarse, y
buscaban realizar un mitin bajo el Arco de Triunfo. La apelación a la justicia
climática fue la consigna común. Naomi Klein fue la estrella indiscutible en
París, no solo por sus críticas al capitalismo neoliberal como responsable del
calentamiento del planeta sino también por su propuesta de multiplicar las
resistencias y ocupaciones organizando «Blockadia» para transformar la sociedad17.
En 2017, el
Acuerdo de París fue ratificado por 171 países de los 195 participantes; sin
embargo, y pese a la gravedad de la crisis climática, continúa siendo una
declaración de buenas intenciones, pues no establece compromisos concretos o
verificables. Con este acuerdo se abren aún más las puertas para impulsar
falsas soluciones en el marco de la «economía verde», que se sustenta en la
continua e incluso ampliada mercantilización de la naturaleza. Con el fin de
lograr un equilibrio de las emisiones antropogénicas, los países podrán
compensar sus emisiones mediante mecanismos de mercado que involucren bosques u
océanos; o alentar la geoingeniería, los métodos de captura y almacenaje de
carbono, entre otros. Para financiar todos estos esfuerzos, se establece un
fondo de 100.000 millones de dólares anuales a partir de 2020, al que buscan
«postularse» no pocos países periféricos.
Como era de
prever, la cop25, realizada en diciembre de 2019, concluyó en un nuevo
fracaso. Recordemos que esta se llevó a cabo en Madrid, y no en la sede
originalmente prevista, la ciudad de Santiago de Chile, debido a las protestas
sociales que sacuden a ese país. La cumbre fue peor de lo esperado: no arribó a
ningún consenso y tuvo que aplazarse de nuevo el desarrollo del artículo del
Acuerdo de París referido a los mercados de dióxido de carbono.
La
potencia de la juventud
En 1988, la
portada de la revista Times mostraba un globo terráqueo ligado
con varias vueltas de cordel y un rojizo atardecer como fondo, bajo el
sugestivo título «Planeta del año: la Tierra en peligro de extinción». Treinta
y un años después, en diciembre de 2019, la tapa de la revista muestra a la
joven sueca Greta Thunberg, designada como «el personaje del año», con el
subtítulo «El poder de la juventud».
Ciertamente,
aunque en términos de resultados nada cambió de París a Madrid, en términos de
activismo climático hubo una inflexión, vinculada a la irrupción de la
juventud, que asumió el protagonismo del movimiento por la justicia climática.
Más aún: si en 2015, en París, la gran estrella de la contracumbre fue Klein,
quien acababa de publicar su libro Esto lo cambia todo. El capitalismo
contra el clima18, en Madrid, en diciembre de 2019, la figura insoslayable fue Thunberg,
de apenas 16 años, quien dos años atrás inició una verdadera cruzada para
combatir el cambio climático.
En agosto de
2018, luego de varias olas de calor e incendios forestales que convirtieron el
apacible verano sueco en un verdadero infierno, una adolescente de ese país, de
aspecto frágil, lanzó la primera «huelga estudiantil por el clima». Con apenas
14 años y afectada por el síndrome de Asperger, Thunberg dejó de ir a la
escuela los días viernes para plantarse frente al Parlamento sueco y denunciar
los riesgos de la inacción de las elites políticas y económicas frente al
acelerado cambio climático. Su perseverancia, su obstinación y la impactante
crudeza de sus declaraciones la harían célebre en muy poco tiempo. El dramático
llamado a la acción dio la vuelta el mundo y encontró un eco favorable en miles
y miles de adolescentes y jóvenes, que originaron el movimiento Fridays for
Future, entre muchos otros que catapultarían a la juventud a la cabeza del
movimiento global por la justicia climática.
El «efecto
Greta» se tradujo en el lanzamiento de las huelgas globales contra el cambio
climático, cuyo impacto y masividad sorprenderían a propios y extraños. Tanto
es así que, durante la segunda huelga global, el 15 de marzo de 2019, más de
1,4 millones de jóvenes se manifestaron en 125 países y 2.083 ciudades. En la
tercera, el 20 de septiembre de ese mismo año, fueron cuatro millones en 163
países, sumando jóvenes de todo el mundo, entre ciudades del Norte y del Sur.
Su llamado y, por extensión, la acción de los nuevos movimientos por la
justicia climática pusieron en evidencia el fracaso de aquellos grandes
objetivos que se había trazado la humanidad medio siglo atrás, al inaugurar el
tiempo de las cumbres climáticas globales: en primer lugar, el del llamado
«desarrollo sustentable» o «sostenible» como nuevo paradigma, vaciado de todo
contenido transformador y sacrificado en el altar del capitalismo y el libre
mercado. En segundo lugar, el quiebre del pacto intergeneracional que, desde la
época de las primeras cumbres, buscaba garantizar la equidad a las futuras
generaciones, el derecho a una herencia adecuada que les permitiera un nivel de
vida no menor al de la generación actual.
Las palabras
de Thunberg están atravesadas por una fuerza dramática inusual, en sintonía con
la gravedad de la hora. «No quiero que tengas esperanza, quiero que entres en
pánico. Quiero que sientas el miedo que yo siento todos los días y luego quiero
que actúes», dijó la joven frente a los líderes del Foro Económico Mundial, en Davos,
en enero de 2019. Y en septiembre del mismo año, en el marco de la Cumbre de
Acción Climática de la onu, lanzó:
Todo esto está
mal. Yo no debería estar aquí arriba. Debería estar de vuelta en la escuela, al
otro lado del océano. Sin embargo, ¿ustedes vienen a nosotros, los jóvenes, en
busca de esperanza? ¿Cómo se atreven?Estamos en el comienzo de una extinción
masiva. Y de lo único que pueden hablar es de dinero y cuentos de hadas de
crecimiento económico eterno. ¿Cómo se atreven? (...) Me han robado mis sueños
y mi infancia con sus palabras vacías. Y, sin embargo, soy de los afortunados.
En su paso por
la cop25, en Madrid, la joven sueca se rodeó de activistas, sobre todo
indígenas, y de científicos, estudiosos del cambio climático. A la hora de hablar
ante los políticos y observadores tradicionales, cambió de estrategia y evitó
la emoción y las frases de impacto para apelar a los datos científicos sobre la
situación del clima. Su lema fue, más que nunca: «Escuchen a los científicos».
Al calor de la
acción de esta nueva guerrera del Antropoceno, durante 2019 nacieron colectivos
y organizaciones juveniles en todo el mundo que se proponen incidir sobre los
decisores políticos y las políticas climáticas globales. Casos emblemáticos son
Jóvenes por el Clima, Fridays for Future, Extinction Rebellion y Alianza por el
Clima; colectivos y redes diseminados en diferentes países cuyo ingreso súbito
a la arena política global ha tenido grandes repercusiones.
Por ejemplo,
en Argentina, Jóvenes por el Clima nació con el propósito de organizar la
versión local de la Marcha Mundial por el clima, en marzo de 2019. El
crecimiento de esta organización, compuesta por jóvenes de entre 16 y 20 años,
fue explosivo. Solo seis meses después uno de sus referentes, Bruno Rodríguez,
fue seleccionado entre muchos otros e invitado a Nueva York para hablar junto a
Thunberg en la Cumbre de Jóvenes por el Clima19. Hoy este colectivo afirma que su objetivo es «promover un
ambientalismo popular, latinoamericanista y combativo».
Por su parte,
también Extinction Rebellion presenta una trayectoria vertiginosa y fulgurante.
La agrupación nació en Gran Bretaña, donde en abril de 2019 ocupó y bloqueó
durante una semana cinco puntos claves de Londres para llamar la atención sobre
el calentamiento global y los riesgos que esto implica20. Hoy Extinction Rebellion se encuentra diseminada en diferentes países.
En su muro de Facebook, la sección argentina de la organización, que también
busca conectar justicia climática con luchas contra el neoextractivismo,
afirma:
Estamos ante
una crisis climática y ecológica sin precedentes; la primera aniquilación de
especies de la historia planetaria ya está ocurriendo y la extinción humana es
un riesgo real. Tenemos muy poco tiempo para actuar y evitar el colapso: en
menos de 10 años debemos transformar nuestro sistema de producción y consumo
por completo. La negligencia pasiva de nuestros gobiernos los convierte en
cómplice criminal, por lo que es nuestro derecho y deber actuar escuchando a la
ciencia y rebelarnos mediante la desobediencia civil pacífica.
Ciertamente,
pese a la desconfianza inicial por parte de las organizaciones socioambientales
hace tiempo instaladas, los lazos de los jóvenes con las asambleas y colectivos
antiextractivistas, así como con las organizaciones indígenas, son
prometedores. El diálogo intergeneracional deviene imprescindible, así como la
comprensión acerca de la articulación necesaria entre la escala global y sus
expresiones locales y territoriales. Más aún, en provincias como Mendoza, en
Argentina, casi no hay distancia entre las potentes luchas contra la
megaminería y el fracking y las nuevas organizaciones
juveniles. La ampliación del campo de batalla plantea la existencia de un
espacio plural donde se cruzan organizaciones con historias y acumulaciones
diversas, y deja en claro que las luchas en defensa del planeta adoptan una
carnadura local y territorial polifacética, pero cada vez más radical, que ya
no puede ser ignorada.
Con la
casa en llamas…
Sin duda, la
emergencia de un joven activismo climático no solo revitalizó el campo de
acción, sino que abrió nuevas expectativas en las que convergen diferentes
apelaciones y versiones del Green New Deal (Nuevo Pacto Verde) global, desde la
mencionada Klein y Bernie Sanders hasta Jeremy Rifkin.
Claro es que
el nuevo campo está cruzado por innumerables acechanzas. Una de ellas es que,
pese a la masividad y el corte transversal, las acciones colectivas se agoten
en la dimensión cultural-expresiva o incluso, ante los fracasos de las cumbres
globales, que naufraguen en una suerte de impotencia o parálisis colapsista.
Algo así parece suceder cada año con las cop pues, aunque estas
forman parte –como ya señalamos– de una crónica de un fracaso anunciado,
todavía continúan suscitando expectativas entre las filas de numerosos
activistas y organizaciones ambientales, que se desplazan en masa de un
continente al otro para tratar de influir en las negociaciones globales.
Los
movimientos por la justicia ambiental y climática son hijos de los movimientos
ecologistas de los años 80 pero, sobre todo, en su versiones más recientes,
pensados como «campo de acción», son movimientos y colectivos encabezados cada
vez más por jóvenes mujeres y varones del Antropoceno, comprometidos en la
lucha contra todo tipo de desigualdad, lo que incluye el rechazo a diversas
formas de dominación neocolonial, racista y patriarcal, tal como lo fuera
Occupy Wall Street y como continúan siéndolo las luchas contra las diferentes
formas de neoextractivismo y, sobre todo, como lo son las masivas
movilizaciones feministas que hoy recorren el planeta.
En su fuero
interno, no pocos jóvenes apuntan a lograr la masividad y el carácter
transversal que recientemente ha asumido el potente movimiento feminista a
escala global. Sin embargo, pese a que a través de sus acciones los jóvenes han
impulsado un fenómeno de viralización de la crisis climática como problemática
mayor, todavía no se ha producido un proceso de liberación cognitiva masivo,
esto es, de transformación de la conciencia, vinculada al daño moral y a las
expectativas de éxito, proceso que puede activar el pasaje del movimiento
social a la «sociedad en movimiento». Por el momento, en tanto «movimiento de
movimientos», el campo de la justicia climática presenta formas plurales, que
se traducen en diferentes niveles de involucramiento y acción, que van desde
grandes y pequeñas organizaciones que desarrollan una persistente tarea
militante y registran continuidad en el tiempo, hasta otras, más fluidas y
transitorias, que se cristalizan en redes o alianzas fugaces, pues surgen con
el objetivo de realizar una determinada acción y se disuelven luego de ella
misma, o bien quedan en estado de latencia.
Mientras
tanto, los tiempos se van acortando de modo indefectible. Como expresa una
carta firmada por más de 11.000 científicos de todo el mundo, «la crisis
climática ha llegado y se está acelerando más rápido de lo que la mayoría de
los científicos esperaban. Es más severo de lo previsto, amenaza los
ecosistemas naturales y el destino de la humanidad». Los desafíos requieren
audacia y severidad, pues «las reacciones en cadena climática pueden causar
alteraciones significativas en los ecosistemas, las sociedades y las economías
que podrían hacer que grandes áreas de la tierra se vuelvan inhabitables»21. Una solución urgente exige no solo la reducción drástica de gases de
efecto invernadero sino también una disminución en el metabolismo social, lo
cual implicaría menos consumo de materia y energía que el actual.
En suma, la
radicalidad en las posiciones y demandas que se requiere para transitar la
crisis socioecológica sin enormes costos humanos y no humanos es tal, que ya no
basta con coloridas movilizaciones globales que desde abajo ilustran las
dimensiones más expresivas de la lucha, ni tampoco con la acción de grupos de
presión que, en sus recorridos por los pasillos del poder, terminan por
legitimar tibias reformas que priorizan las leyes del mercado (bonos de
carbono, entre otros). Se requiere de una acción más rupturista, más
confrontativa con el poder global y sus expresiones locales y territoriales, si
es que verdaderamente se apuesta a que las decisiones del planeta y de la
humanidad no continúen secuestradas por una elite política y económica que, en
nombre del capital y del progreso, destruye el tejido mismo de la vida.
Nota: las
ideas expuestas en este texto forman parte del libro Una brújula en
tiempos de crisis climática. Por qué debemos salir de los modelos de mal
desarrollo (en coautoría con Enrique Viale), de próxima publicación
por Siglo Veintiuno.
- 1.
Ver J.
Martínez Alier: «Una experiencia de cartografía colaborativa. El Atlas de
Justicia Ambiental» en este número de Nueva Sociedad.
- 2.
Sobre el tema,
v. Henri Acselrad: «Movimiento de justicia ambiental. Estrategia argumentativa
y fuerza simbólica» en Jorge Riechmann (coord.): Ética ecológica. Propuestas
para la reorientación, Nordman, Montevideo, 2004.
- 3.
J. Martínez
Alier: El ecologismo de los pobres. Conflictos ambientales y lenguajes
de valoración, Icaria, Barcelona, 2005.
- 4.
David
Schlosberg: «Justicia ambiental y climática: de la equidad al funcionamiento
comunitario» en Ecología Política, 18/6/2011.
- 5.
Mario
Hernández: «Si hay una cop25 quiere decir que se han reunido 24 veces y han
fracasado», entrevista a A. Brailovsky en Rebelión, 30/11/2019.
- 6.
Ricardo
Estévez: «¿Conoces en qué consiste el ghg Protocol?» en Ecointeligencia,
20/5/2013.
- 7.
«Principios»
en Clima Justice Now,
https://climatejusticenow.org/sobre-cjn/principios/.
- 8.
Tom Kucharz:
«La justicia climática como reto social y político» en Ecologistas en
Acción, 18/4/2010.
- 9.
Ramón
Fernández Durán: «Fin del Cambio Climático como vía para ‘Salvar todos juntos
el Planeta’» en Ciudades para un Futuro más Sostenible, 2010.
- 10.
Esta fue
promovida por el ambientalista Pablo Solón, en ese entonces embajador de
Bolivia ante la ONU.
- 11.
Abordamos el
tema en M. Svampa: Debates latinoamericanos. Indianismo, desarrollo,
dependencia y populismo, Edhasa, Buenos Aires, 2016.
- 12.
J. Martínez
Alier, Alice Owen, Brototi Roy, Daniela del Bene y Daria Rivin: «Blockadia:
movimientos de base contra los combustibles fósiles y a favor de la justicia
climática» en Anuario Internacional CIDOB 2018, 7/2018. V. la
referencia al ejatlas en este número de Nueva Sociedad.
- 13.
Geoff Mann y
Joel Wainwright: Leviatán climático. Una teoría sobre nuestro futuro
planetario, Bilioteca Nueva, Madrid, 2018, p. 278.
- 14.
Gloria
Grinberg: «‘Marcha de los pueblos’ contra el cambio climático en Nueva York»
en La Izquierda Diario, 23/9/2014.
- 15.
G. Mann y J. Wainwright: ob. cit., p. 280.
- 16.
Retomamos la
síntesis de Alberto Acosta y E. Viale: «Sin paz con la Tierra, no habrá paz
sobre la Tierra» en Rebelión, 16/12/2005.
- 17.
G. Mann y J. Wainwright: ob. cit., p. 296.
- 18.
Paidós, Madrid, 2015.
- 19.
Julián
Reingold: «Aclimatando las paso: la juventud que empuja la causa climático-ambiental
desde las calles a los palacios del poder» en Infobae, 6/8/2019. En
rigor, fueron dos los jóvenes invitados desde Argentina, uno por Jóvenes por el
Clima y otro por la ONG Ecohouse.
- 20.
«breaking: Extinction Rebellion - The World has
Changed», 24/4/2019,
https://rebellion.earth/2019/04/24/breaking-extinction-rebellion-the-world-has-changed/.
- 21.
Roberto
Andrés: «Once mil científicos del mundo: ‘El planeta Tierra se enfrenta a una
emergencia climática’» en La Izquierda Diario, 12/11/2019.
NUEVA SOCIEDAD 286 / MARZO - ABRIL 2020

No hay comentarios.:
Publicar un comentario