Las consecuencias de la acción humana en el planeta son inocultables. Pero la reconocida bióloga dice que aún hay mucho por hacer frente a ellas.
El tema del cambio climático ha saltado a la palestra pública en el último medio siglo con el concurso de la ciencia, la labor de visibilización pública ejercida por activistas ambientales y la acción de liderazgos políticos conscientes del problema que enfrentamos. De continuar con nuestros patrones de producción y consumo, seguiremos enfrentando, cada vez con mayor intensidad, las consecuencias del aumento de la temperatura promedio del planeta, las pérdidas de diversidad biológica y la contaminación extendida del aire, la tierra y los océanos.
Gobiernos de
distinto signo político actúan de espaldas a la evidencia científica, con el
pretexto del combate a la pobreza o en nombre de las libertades económicas, lo
cual dificulta la toma de las decisiones necesarias. Algunos incluso hablan de
una ciencia neoliberal y colonialista arrodillada ante el Norte global o, por
el contrario, de una ciencia vinculada con los intereses de la izquierda y su
guerra contra la libertad y la productividad. Ante este panorama, es imperativo
no llevarse por el desaliento de cara a las nuevas y futuras generaciones: si
la acción humana ha cambiado el planeta para mal, esa misma acción puede
reorientarse hacia su rescate.
Julia Carabias
Lillo (Ciudad de México, 1954) es una de las voces más autorizadas en lo que
respecta a la sostenibilidad. Entre 1994 y 2000 ocupó el cargo de secretaria de
Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca. Docente de la Universidad Nacional
Autónoma de México desde 1985 y miembro del Colegio Nacional, sus
investigaciones se han orientado hacia las políticas ambientales, el manejo del
medio ambiente, la superación de la pobreza por la vía del crecimiento
económico sostenible, y el cuidado y regeneración de ecosistemas en peligro.
Sostuvimos esta conversación por videoconferencia.
¿Cómo evalúa las
políticas estatales de México respecto al cambio climático?
México ha tenido
avances significativos en su política ambiental desde 1997. En 2012 se logró la
aprobación de la Ley General de Cambio Climático, orientada no solo a proteger el ambiente sino a
asegurar el desarrollo sustentable. Desde 1991 se creó el Instituto Nacional de
Ecología y Cambio Climático, organismo dedicado a la investigación, aunque muy
decaído actualmente. La Conferencia de Naciones Unidas
sobre Cambio Climático 2010, celebrada en Cancún, revitalizó el Protocolo de
Kyoto, que había puesto en funcionamiento la Convención Marco de las Naciones
Unidas sobre el Cambio Climático, la cual compromete a los países
industrializados a limitar y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
México se anotó un éxito en Cancún porque la COP estaba muy golpeada y la
credibilidad del sistema multilateral como actor clave sumamente disminuida.
Además, el Estado llegó a acuerdos binacionales con Estados Unidos y otros
países. El Programa Especial de Cambio
Climático de México –que
involucra a los gobiernos de todos los niveles (federal, estados y municipios)–
se formuló con una visión transversal en la lucha a favor del ambiente:
seguridad alimentaria, recursos hídricos, gobernanza democrática, género. Por
supuesto, no se trata solo de leyes sino de políticas: es preciso asegurar los
recursos y que todos los actores estatales, de la empresa privada y de la
sociedad civil estén alineados, lo cual es difícil en un entorno como el
mexicano, pero no imposible.
¿Cuál es su visión
respecto a las políticas estatales de este sexenio?
En la
administración actual, el tema del cambio climático no está incluido en
el Plan Nacional de Desarrollo, y se ha renovado el interés por los hidrocarburos
luego de avances en cuanto a la producción de energía limpias, al estilo de Ley para el Aprovechamiento de
Energías Renovables y el Financiamiento de la Transición Energética.
En Estados Unidos,
entre 2017 y 2021 el gobierno de Donald Trump también hizo fuerte presión a
favor del sector de hidrocarburos, pero la empresa privada se tomó muy en serio
su compromiso con las energías limpias y lo ha mantenido. En cambio, el
descuido del gobierno federal es un retroceso real. México no está cumpliendo con
los compromisos adquiridos en cuanto a la disminución de gases de efecto
invernadero para el año 2030. Hay personas muy conscientes de la emergencia
climática dentro del equipo de Andrés Manuel López Obrador, pero ha ganado la
imposición del poder centralizado en una persona. La refinería de Dos Bocas es
un muy buen ejemplo de una política pública de espaldas a tal emergencia. Ojalá
en el próximo sexenio cambie este modelo de desarrollo propio de los años
sesenta y setenta, basado en hidrocarburos y con una visión del desarrollo
rural en términos exclusivamente agrícola.
Un punto crucial
para la preservación de la biodiversidad y la disminución de las emisiones de
carbono es ir dejando atrás el uso de agroquímicos ricos en metano y nitrógeno,
pero en lugar de preservar los bosques y aumentar las áreas boscosas, se
favorece la agricultura, caso del programa Sembrando Vida.
Hay que agregar
que faltan políticas coherentes en materia de ordenamiento territorial,
específicamente en lo que se refiere a poblaciones que están amenazadas. El
caso de Acapulco con el huracán Otis es un ejemplo de lo que ocurre cuando no
se asegura que la población tenga un espacio seguro porque se permiten
construcciones en zonas de riesgo. Desde el poder político e, incluso, a veces
desde los sectores rurales, no se entiende que es imposible resolver el
problema de la pobreza y aumentar el bienestar si tenemos un medio ambiente que
se deteriora: inundaciones, olas de calor, sequías. La terquedad de no tomar
decisiones estatales a partir de información científica se paga con mayores
penalidades a corto, mediano y largo plazo. Hacerlo en nombre de la superación
de la pobreza es una trampa en la que no debe caerse.
La población
mexicana ya está sufriendo las consecuencias del cambio climático. Lo vemos en
el problema de la falta de agua.
Es un excelente
ejemplo de lo que está pasando en tantas partes del mundo, de lo que ocurre
cuando en lugar de cuidar las cuencas de los ríos se prioriza la construcción
de presas, el agua para riego y el traslado del agua por medio de tuberías. La
política del tubo traslada el agua a donde se necesita, pero sustituye al rol
del Estado en cuanto a planeación y regulación a largo plazo, la garantía de
que tiene que haber agua para todos y para siempre. Las prioridades están
invertidas, hay dinero y más dinero para los trasvases, no para la
preservación. De continuar, se acabará con el agua de las próximas
generaciones.
Mientras, el
setenta por ciento del agua se va a la agricultura con el pretexto de que
tenemos que comer, lo cual es cierto, pero se puede proceder de otra manera.
Insisto, es preciso restaurar las cuencas y cuidar más la distribución porque
la pérdida de agua es enorme. El agua en la agricultura se tiene que pagar y es
preciso subsidiar a todos los agricultores que no puedan hacerlo; en cambio, se
subsidia a los grandes propietarios de tierras, lo que se extiende también a la
electricidad. No soy insensible al tema de la pobreza y a la necesidad de
energía y agua, muy por el contrario, pero no se pueden resolver represando el
agua porque se acaba con los ríos y todo el ecosistema fluvial. Hay otras
tecnologías con energías renovables para mover el agua y mejores cultivos que
consuman menos de este recurso. Claramente, las presas tienen móviles ligados
con el dinero que se mueve por su construcción.
¿Cuáles son
algunos ejemplos de acciones en favor de la preservación ambiental?
Ante todo, hay
espacios que no debemos de tocar para que se mantengan como áreas protegidas en
las que puedan seguir desarrollándose los procesos naturales de todas las
poblaciones de flora y fauna. América Latina tiene la mayor biodiversidad del
mundo y la mayor superficie de ecosistemas naturales poco intervenidos. Hay
fantásticas lecciones en Colombia, Perú, Bolivia, Brasil o Argentina, países
que han hecho un manejo de sus áreas naturales protegidas de manera ejemplar.
México a partir de 1994 copió buena parte de todas esas lecciones y se
constituyó una red latinoamericana muy fuerte. Ha cambiado, se ha desdibujado,
pero sigue.
Por supuesto,
tenemos que apoyar a las comunidades rurales y campesinas y a las comunidades
indígenas para que accedan a las tecnologías más amables con el ambiente.
Coinciden en buena medida con sus propias tradiciones de economía local, pero
recordemos que vivimos en un mundo global, no en el mundo en que nacieron tales
tradiciones, así que el apoyo de la ciencia y la tecnología es indispensable.
También en las
ciudades existe la posibilidad de procesos de transformación hacia la
sustentabilidad: por ejemplo, cambios en el transporte con predominio del
público sobre el privado y con uso de energías híbridas renovables. En
definitiva, la economía circular tiene que predominar: recolección de agua de
lluvia, tratamiento del agua servida, manejo de los desechos. Hablo de la
posibilidad de hacer inversión, de generar empleos, de activar la economía,
pero con nuevos empleos verdes, justos, dignos, con sectores productivos que
nos lleven hacia la sustentabilidad ambiental.
No es fácil tener
esperanza en el futuro, especialmente para la gente joven, cuando se habla de
una era, el Antropoceno, definida por la acción humana en el planeta con
consecuencias que ya estamos viviendo. Pero usted no es pesimista.
No hay que dejarse
llevar por el pesimismo en estos asuntos y menos de cara a la juventud. Tengo
un curso en la UNAM en el que siempre le digo a los estudiantes que si son
capaces de soportar las dos primeras semanas, tiempo en el que se enterarán de
la magnitud de lo que está pasando en el planeta desde la perspectiva
ambiental, y se quedan el resto del semestre, sabrán que queda mucho por hacer.
Cuando llegan las evaluaciones terminan esperanzados y con otra visión: afirman
que quieren organizarse y participar. Se trata de convencerles de su propio
poder y de que desde el conocimiento se abren posibilidades de acción no solo
sobre nuestro entorno inmediato, que es importante, sino sobre las políticas
públicas y la labor empresarial.
Ciertamente, hemos
incidido en el medio ambiente, y desde hace milenios, con prácticas como la
agricultura, pero ya la escala es demasiado grande y los recursos son
limitados. Si llegara un extraterrestre a este planeta dentro de dos millones
de años podría dar cuenta de nuestra acción al examinar las rocas, labor de una
rama de la geología, la estratigrafía; así de perdurable es nuestra huella.
Estamos definitivamente en el Antropoceno (los desacuerdos de la ciencia al
respecto tienen que ver con la fecha en que comenzó, no con su existencia). Si
somos conscientes de lo difícil que es borrar las consecuencias de las
prácticas económicas, tenemos que apostar, como ya dije, por un crecimiento
sostenible capaz de superar la pobreza. Siempre le digo a los jóvenes: nadie
hubiese creído que la situación de las mujeres cambiaría tanto a la vuelta de
un siglo; si lo logramos con las mujeres, por qué no lo vamos a conseguir con
el tema ambiental. ~
Letras Libres, No.272
/ mayo 2024
Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.
26 marzo 2024
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