El impacto en la vida de la Tierra de nuestra estrella más cercana guía una exposición en Londres que abarca desde los primeros tanteos históricos hasta las misiones espaciales que aspiran a “tocarla”
El Sol reina en la vida de los terrícolas desde el principio de la historia. Moldea nuestro
sentido del tiempo, incide en nuestra salud con sus rayos (para bien o para
mal) o procura una impagable fuente de energía que incluso hemos conseguido
recrear. La forma en que vivimos depende en gran medida de nuestra estrella más
próxima, protagonista de una ambiciosa exposición en el Museo de la Ciencia de
Londres que recorre la fascinación de la que ha sido objeto a lo largo de las
civilizaciones y culmina en la era espacial con el objetivo hoy tan próximo
de “tocar el sol” por primera vez.
Un cuarto de los adultos británicos desconoce que el Sol
es una estrella. Ya tan sólo ese dato, que revela un reciente sondeo de la
prestigiosa encuestadora YouGov, anima el empeño del museo de South Kensigton
de adentrar al gran público en algunos de los secretos de esa gran bola de gas
respladeciente en el centro de nuestro sistema solar. Y sobre todo en su
impacto en el ser humano, “una cuestión cada vez más relevante en nuestro
tiempo”, que pivota entre la amenaza para la Tierra de tormentas solares
(fenómeno impredecible y capaz de afectar nuestro suministro eléctrico o de
dañar los satélites) y las expectativas de conocimiento generadas por las
inminentes misiones espaciales. Así lo subraya el comisario de la muestra, el
físico de partículas Harry Cliff, cuando habla de esa estrella a la que sólo
estamos empezando a conocer de cerca.
El planetario mecánico
concebido por el conde de Orrey en 1712. C.JODY KINGZETT, SCIENCE
MUSEUM.
El Sol: la vida con nuestra estrella (The Sun: Living with our star) arranca su narración con
el despliegue de una serie de modelos y artefactos históricos que buscaron
aprovechar su fuente de poder y principalmente desentrañar sus misterios. Como
ese yang-sui o espejo cóncavo de bronce, diseñado en China hace más de dos
milenios para prender fuego a partir de sus rayos, o el precioso planetario
mecánico concebido por el conde de Orrey en 1712 (de ahí el nombre anglosajón
del artefacto, orrey) para demostrar cómo la Tierra y la Luna orbitan alrededor
del Sol. Otra de las piezas estelares de la exposición es el primer
espectroscopio astronómico, una instrumento óptico para el análisis de la luz
emitida por gases y vapores incandescentes ideado por Norman Lockyer. Hace
justo 150 años, el invento de este el científico inglés y artífice del
londinense Museo de la Ciencia le permitió identificar un nuevo elemento
químico, el helio.
Tras el paso por una muestra de relojes solares y de su
transición hacia los modelos mecánicos que permitieron conocer la hora aunque
fuera de noche o en días nublados (es decir, desafiando la dependencia del
astro), el visitante se sumerge en terreno conocido con un espacio que emula el
anhelo contemporáneo de unas vacaciones soledas, hamacas y palmeras incluidas.
Los estudios de las últimas décadas nos han informado tanto sobre los efectos
benéficos de los rayos del sol en nuestra salud física y mental –un carromato
de finales del XIX ya ilustra cómo los hospitales de finales del siglo XIX y
principios del XX transportaba a los niños con tuberculosis para sus “baños de
sol”- como de los peligros de una sobreexposición ligada a casos de cáncer.
El impacto en la vida de la Tierra de nuestra estrella más cercana
guía una exposición que abarca desde los primeros tanteos históricos hasta las
misiones espaciales que aspiran a 'tocarla'
Uno de los apartados más interesantes de la exposición ha
conseguido transportar a Londres una de las primeras placas solares instaladas
en la Casa Blanca bajo las órdenes del demócrata Jimmy Carter, a finales de los
70 y en plena crisis del petróleo. “La energía solar no polucionará nuestro
aire ni el agua. Nunca se agotará, porque nadie puede embargar el sol ni
interrumpir la entrega que nos hace”, fueron las palabras del entonces
presidente de EE UU como pionero de las energías limpias. Su sucesor, el
republicano Ronald Reagan, desmanteló las placas en cuanto arribó al cargo.
Cuatro décadas después, el primer prototipo de reactor de
fusión, el ST25-HTS Tokamak, ilustra en el londinense Museo de la Ciencia la
ambición científica de emular la forma en que el sol genera su energía. En
otras palabras, construir un sol artificial aquí en la tierra. Un objetivo que
hoy aparece tan plausible como el de las misiones espaciales de la NASA y la
ESA para dilucidar los secretos todavía encerrados en la corona solar.
Imagen principal: Una figura del Sol hecha en madera en torno a 1700, de autor desconocido. C.JODY KINGZETT, SCIENCE MUSEUM.
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