La crisis socioecológica y la transición energética están provocando la destrucción y transformación de medios de producción, modos de subsistencia y empleos. Esto impacta especialmente en los sectores del mercado de trabajo más desprotegidos, precarios y feminizados. Afrontar estos retos es fundamental para pensar una transición justa con protección para quienes trabajan.
Introducción
Existe
hoy un imaginario potente según el cual la transición energética consiste en
reemplazar las industrias del carbón, el petróleo o el gas por las nacientes
industrias de las plantas y células solares, las turbinas eólicas, el etanol,
las baterías de litio o el hidrógeno, mientras las sociedades se sostienen bajo
instituciones, modos de organización y producción más o menos semejantes a los
vigentes. Sencillamente, se trataría de sustituir los negocios y la clase trabajadora
del pasado por los del futuro.
Esta
visión de las cosas pasa por alto los impactos que la crisis socioecológica ya
está ocasionando en las condiciones de vida y de trabajo de la población. Pero
también ignora el conjunto de actividades de producción y reproducción social
esenciales para la supervivencia dentro de los límites biofísicos que impone el
nuevo clima. Por último, esconde la evidencia de aquellas industrias verdes que
se encadenan necesariamente con viejas actividades extractivas. Y, lógicamente,
invisibiliza a todos estos sectores del trabajo.
Las
olas de calor, los incendios forestales, las sequías, los ciclones o las
inundaciones están ocasionando destrucción y transformación de medios de
producción y de vida, de modos de subsistencia y de empleos; el deterioro de
ingresos y condiciones de trabajo, de la salud y la seguridad laboral. Afectan
e impactan especialmente a los sectores del mercado de trabajo más
desprotegidos, precarios y feminizados, como los de la salud, educación, cuidados,
defensa civil, bomberos y brigadistas, de la electricidad, el agua, las
telecomunicaciones o el transporte, la construcción, la agricultura o la venta
callejera. En paralelo, las reconversiones productivas involucran y afectan
directamente a importantes sectores del mercado de trabajo, en la industria de
los hidrocarburos, la automotriz, la extracción minera o la infraestructura1.
Actualmente,
dos tercios de las emisiones de gases de efecto invernadero provienen del
sector energético, y hay quienes afirman que nos acercamos no solo al peak
oil sino
inclusive al peak all (cúspide y
agotamiento generalizado de los recursos). La extracción convencional de
fósiles no aumenta desde 2005 y los nuevos yacimientos no convencionales o de
dificultades técnicas extremas, como el fracking aplicado sobre
Vaca Muerta en la Patagonia norte argentina o el presal del litoral marítimo de
Brasil, conllevan mayores riesgos ambientales y costos de extracción.
El
ocaso de la sociedad fósil estimula al capital concentrado a volcarse hacia las
nuevas oportunidades de negocios que ofrece el capitalismo verde. Esto
significa una transición en clave corporativa que implica la transferencia de
capital hacia el nuevo paradigma energético como espacio renovado de obtención
de rentas. China, Estados Unidos y Europa diseñan sus propios programas y
planes de transición. América Latina y África se consolidan como proveedores de
los minerales y materias primas de la era posfósil. El intercambio desigual
entre Norte y Sur persiste y se profundiza en un escenario de colapso ecológico
y energético, donde responsabilidades e impactos se distribuyen de forma
asimétrica. Las potencias del centro global garantizan su transición
transfiriendo los costos sociales y ambientales al Sur2.
En
otras palabras, si bien las condiciones de vida y trabajo se ven afectadas
directamente por las múltiples crisis y transiciones que derivan del cambio
climático y ambiental global, la vía hegemónica de la transición en curso
impone (con obstinación) un paradigma tecnocorporativo que se reduce a la
sustitución de la matriz energética fósil por una renovable, con el único fin
de disminuir las emisiones de gases y controlar el calentamiento global. Esta
concepción parcial y descontextualizada sesga la evaluación de los riesgos e
impactos sobre los mercados de trabajo, y está en la base de un abordaje
limitado según el cual las políticas deberían priorizar cómo conseguir que la
destrucción y reconversión de empleos en el sector de la energía, provocadas
por las medidas de desfosilización, sean compensadas mediante la creación de
nuevos empleos verdes. Entre tanto, se movilizan «ayudas» para las «poblaciones
vulnerables» afectadas por los fenómenos climáticos extremos. La gran mayoría
de la clase trabajadora queda como convidada de piedra. Y la transición, con
las extremidades amputadas.
Eso
no es todo. En simultáneo al impulso de la transición energética corporativa,
se observan tendencias contradictorias. Por un lado, en las condiciones
actuales, las energías renovables no pueden abastecer los niveles de consumo
energético provistos por los hidrocarburos. Por el otro, el consumo de carbón,
la mayor fuente de emisiones del sector energético a escala global, alcanzó un
nuevo máximo histórico en 2022, con 8.300 millones de toneladas3. Y aún hoy la
agricultura y la pesca insustentables y los combustibles fósiles captan de los
gobiernos, vía subsidios explícitos e implícitos, más de siete billones de
dólares anuales, que representan alrededor de 8% del pib mundial4.
En
el siglo xxi, el capital tropieza
con barreras ecológicas que ya no pueden ser fácilmente superadas vía expansión
geográfica o superexplotación del trabajo. El crecimiento del centro del
sistema-mundo a tasas insustentables genera contradicciones que ponen en riesgo
toda la biosfera, en una fractura metabólica entre humanidad y tierra y dentro
de la propia naturaleza. También genera imperialismo ecológico, extracción y
exportación desde las periferias hacia el centro, un flujo vertical de valor
económico, energía y materia que socava las condiciones socioecológicas5. Las consecuencias
son incalculables.
Entonces,
la matriz energética (estructura de producción y consumo, en tanto oferta y
demanda) es apenas una dimensión del sistema energético, que comprende además las
políticas públicas, los conflictos sectoriales, las alianzas geopolíticas, las
estrategias empresariales, los desarrollos tecnológicos, etc. Así, un cambio de
la matriz energética es sin duda necesario, pero no alcanza, en la medida en
que no venga acompañado de una transformación del sistema energético que
revierta sus rasgos concentrados, mercantiles, excluyentes, desiguales e
insustentables en un sentido integral6. Y, agregamos, que
localice el punto crítico en la doble fractura metabólica que provoca el modelo
de desarrollo vigente, vía apropiación de la naturaleza y del trabajo humano,
en sus dimensiones económica, política, social y ambiental; en los sistemas
energéticos, alimentarios o del transporte.
Mientras
en los organismos internacionales se elaboran proyecciones estadísticas para
cuantificar la magnitud de la destrucción de puestos de trabajo de la industria
fósil frente a los nuevos empleos verdes7, la irrupción de una
conflictividad ecológico-distributiva8 delinea un mapa
de los trabajos cuyas condiciones ya se encuentran bajo impactos rotundos de
una crisis sistémica y multidimensional. Asimismo, visibiliza colectivos
laborales dinámicos y emergentes. Por caso, los de Argentina.
Trabajos
esenciales en la primera línea
En
diciembre de 2021, al comenzar la temporada de incendios, delegados de
brigadistas forestales de la Patagonia se concentraron en la ciudad de
Bariloche para reclamar la renovación del equipamiento, ropa para incendios,
herramientas para fuegos de interfase y rescates de montaña. En enero de 2022,
el gobierno nacional declaró la emergencia ígnea (que continúa vigente). Cabe
destacar que, en el verano de 2022, la combinación de calor extremo con
sequedad de los suelos provocó largos periodos de incendios forestales y un
aumento del número de áreas críticas afectadas, que en Argentina y Paraguay
superaron en más de 250% el promedio de 2001-20219.
Un
mes después, solo en la provincia de Corrientes, los incendios arrasaron
900.000 hectáreas, alrededor de 10% del territorio provincial. Durante el
último año, la conflictividad laboral en el ámbito de las brigadas forestales
fue en ascenso e incluyó la realización de dos paros nacionales, en noviembre
de 2022 y enero de 2023, por falta de personal, salarios por debajo de la línea
de pobreza y precariedad, además de exigir una jubilación anticipada, acorde
con la magnitud de la exposición a riesgos asociados con esta profesión.
Se
dirá que las demandas que movilizan estos sectores son estrictamente
distributivas. Sin embargo, son al mismo tiempo ecológicas, en la medida en que
se sitúan en la primera línea de exposición a los fenómenos climáticos extremos
y la respuesta a sus reclamos repercute directamente en el proceso de trabajo.
Más brigadistas y mejor equipamiento multiplican las probabilidades de éxito en
los rescates y en el combate contra el fuego. No se busca aquí señalar alguna novedad
en las demandas típicas de la conflictividad laboral, sino insertarlas en la
perspectiva de los conflictos ecológico-distributivos, en los que las demandas
colectivas constituyen nociones de justicia que entrelazan lo social y lo
ambiental.
Como
consecuencia del mismo fenómeno climático, en el comienzo del ciclo escolar de
marzo de 2023 se multiplicaron los reclamos de gremios docentes por la ola de
calor. En la provincia de Mendoza, con temperaturas máximas que llegaron a 38
°c, el sindicato docente reclamó la suspensión de las clases y que se
garantizaran condiciones de salud y aprendizaje en las escuelas. Aulas
superpobladas, sin refrigeración ni ventilación adecuada, produjeron numerosos
episodios de descompensación entre el personal docente y el alumnado. Además,
en las escuelas hay serios problemas de provisión de agua potable10.
Al
mismo tiempo, en el Área Metropolitana de Buenos Aires, con alerta rojo
persistente por altas temperaturas, representantes sindicales de base, como
delegados y seccionales de la docencia, reclamaron que se suspendieran las
clases en numerosas localidades. Tan solo en la localidad de La Matanza, 50
escuelas redujeron el horario escolar o suspendieron las clases por
deficiencias en la infraestructura, ventilación, refrigeración y suministro de
agua potable. Docentes y familias marcharon al Consejo Escolar local para
exigir a las autoridades que garantizaran las condiciones dentro de las aulas11.
La
suspensión de la actividad escolar repercute directamente en las condiciones de
vida de la clase trabajadora, en detrimento del acceso a la educación por parte
de la ciudadanía y de los arreglos familiares y comunitarios que organizan los
cuidados de las personas dependientes. A su vez, afecta especialmente a los
segmentos más frágiles del mercado de trabajo, por ejemplo impactando en los
ingresos de hogares con jefas asalariadas sin registro o de la economía
popular.
Al
mismo tiempo, los efectos de los eventos climáticos extremos golpean con mayor
fuerza en infraestructuras escolares deterioradas con alta demanda y presionan
sobre la intensidad y las condiciones del trabajo docente, en particular cuando
se desarrolla en barrios populares emplazados en aglomerados urbanos densos,
donde la escuela hace las veces de refugio para las infancias, y organiza y
acompaña los esfuerzos de las familias frente a una experiencia de
empobrecimiento que perfora una y otra vez los pisos de lo admisible. Allí, las
temperaturas alcanzan registros más altos, las condiciones habitacionales son
decididamente más precarias y el deterioro estructural del sistema de
distribución eléctrica suele ocasionar apagones y corte del suministro de agua
potable por periodos prolongados. En este ámbito, las demandas suelen movilizar
a toda la comunidad educativa y la lucha territorial comunitaria se entrelaza con
la lucha gremial. Y aunque se ponga en primer plano el lenguaje de los derechos
sociales y las apelaciones al factor climático no ocupen el primer lugar, no
puede eludirse el hecho de que estamos hablando de conflictos distributivos
enraizados en el despliegue de la crisis socioecológica. No caben dudas de que
en un clima extremo se dislocan el sostenimiento de la vida, la organización de
los cuidados, los medios de subsistencia y las instituciones de la reproducción
social. La docencia se revela como otro de los trabajos esenciales, pero
también como territorio laboral feminizado y con salarios insuficientes. Lo
distributivo y lo ecológico se entremezclan y refuerzan.
No
son trabajos nuevos, ni verdes, ni del futuro. Son oficios antiguos amenazados
por nuevas condiciones de supervivencia que, por cierto, se viven como
sobrecogedoras. Trabajos con baja huella de carbono, que se insertan en un
metabolismo social para la subsistencia, junto a los sectores de la salud, los
cuidados y los sistemas de protección social, entre otros.
El
trabajo en los eslabones extractivistas
Cuando
se dirige la atención hacia los trabajos involucrados directamente en la
transición energética global, pronto se los identifica como insertos en cadenas
globales de producción en plena reconfiguración. La transición de la industria
automotriz y autopartista hacia la movilidad eléctrica es uno de los casos más
emblemáticos. En América Latina, esto se vincula directamente con la disputa
geopolítica por el control de las reservas de litio, cobre, manganeso y otros
minerales. Se trata de materias primas que forman la canasta de insumos de la
pujante industria de las baterías de litio, traccionada principalmente por la
fabricación de automóviles eléctricos, que también está detrás de la expansión
actual de la minería litífera en Argentina.
Sin
embargo, hay que destacar que la exploración y la extracción de litio en
salares continentales tienen bajos requerimientos de fuerza de trabajo.
Hablamos de menos de 2.000 trabajadores en todo el país, con una evolución que
muestra un fuerte desacople entre el comportamiento del empleo y el boom de
las exportaciones, aunque estos números son engañosos y resulta muy complejo,
con la información pública disponible, reconstruir el universo minero, debido a
la utilización generalizada de mecanismos de tercerización y subcontratación en
el sector. Existe un amplio conjunto de actividades que se realizan en los
yacimientos y que no pueden englobarse en el denominado «empleo indirecto»,
llevadas a cabo por colectivos laborales precarios y ocultos, que aseguran a
las empresas que lideran los proyectos el control totalizante de los procesos
productivos y bajos costos laborales eludiendo todo tipo de
responsabilidad.
Por
una parte, se identifica al sector del personal que se desempeña en tareas
operativas «específicas» de la actividad y que está bajo protección de
convenios colectivos de trabajo por empresa. Pero aun en este colectivo, el
mejor posicionado dentro del mundo del trabajo minero, las jornadas laborales
son de 12 horas (durante los 14 días consecutivos que permanecen en el
campamento), con horarios rotativos y amplio margen de maniobra de los
empleadores para modificar arbitrariamente los cronogramas, alterar los
descansos y comidas y mantener un control permanente y minucioso sobre la
conducta de los trabajadores, que deben adaptarse a condiciones altamente
flexibles y extremas.
El
convenio colectivo No 1614 de 2019, firmado por la Asociación Obrera Minera
Argentina (aoma) y la empresa
Minera del Altiplano, que alcanza las zonas Salar del Hombre Muerto, Salar de
Pocitos y General Güemes, en las provincias de Catamarca y Salta, explicita una
lista extensa del personal excluido, categorías laborales cuya naturaleza
minera no está reconocida: jerárquicos, profesionales, administrativos, salud,
seguridad, mensajería, transporte, maestranza, sistemas informáticos,
mantenimiento de equipos, máquinas, herramientas, construcción, reparación o
modificación de obras civiles, seguridad y vigilancia, preparación, distribución
y servicio de comidas, servicio médico y enfermería, sistemas informáticos.
Además, establece que todas las actividades excluidas pueden realizarse vía
tercerización o externalización.
Por
otra parte, predomina una marcada segmentación y fragmentación de la fuerza de
trabajo en los sucesivos anillos de la tercerización y subcontratación, que
cristaliza en una jerarquización interna materializada en ingresos, beneficios,
jornadas y medidas de protección desiguales12. En efecto, en el
Salar del Hombre Muerto se registró una sucesión de conflictos laborales por
incumplimiento de condiciones laborales y despidos ilegales en 2019, 2020 y
2022, en ninguno de los cuales tuvo participación aoma.
En
la localidad de Fiambalá (Catamarca), donde se sitúa el proyecto litífero Tres
Quebradas, a cargo de la china Zijin, coexisten tres realidades como placas
tectónicas: sistemas agroalimentarios, pequeñas explotaciones vitivinícolas y
gestión comunal del agua13; la ciudad turística
de las dunas, las termas, los volcanes y el adobe; y desde 2022, el enclave
minero que se experimenta casi como un ejército de ocupación: circulación
permanente de camiones, camionetas y utilitarios empresariales, ómnibus
repletos de pasajeros con cascos amarillos y multitud de obreros en los cada
vez más numerosos comedores improvisados en casas familiares del pueblo,
ocupación plena de hoteles y hospedajes (antes destinados al turismo) y
construcción de complejos habitacionales. Allí, junto a Zijin, operan
directamente en el yacimiento y en la planta de procesamiento de carbonato de litio
numerosas empresas: Italca Constructora, Power China, Cemaxa, Minera Zlato,
Mogetta, bmi Constructora,
entre otras. Los testimonios recabados dan cuenta de inserciones laborales
frágiles e inestables, condiciones extremas y heterogeneidad en materia de tipo
de contratación, organización de las jornadas y salarios. También se observa la
ocurrencia de conflictos laborales atomizados, de corta duración y con una
presencia sindical diferida o remota, vinculados con despidos y condiciones de
trabajo, algo que puede rastrearse también en otras compañías mineras que
operan en Catamarca y Jujuy14.
Estas
parecen ser características comunes al conjunto de las actividades extractivas.
De acuerdo con la investigación de Graciela Landriscini15, las nuevas
modalidades de operación en los yacimientos no convencionales de Vaca Muerta
(en la Cuenca Neuquina) implican menos perforaciones pero más productivas,
mayor número de fracturas en menor tiempo y actividad continua. Esto supone
para los trabajadores del sector mayor intensidad del trabajo y aumento de la
exposición a riesgos psicofísicos, verificable en un aumento de los accidentes
de trabajo. Ahora bien, la combinación de subcontratación en cadena y la
flexibilización laboral son aspectos centrales para la estrategia de reducción
de costos y aumento de la productividad: múltiples contratos a pequeñas y
medianas empresas para perforación y terminación de pozos, mantenimiento y
control de instalaciones y equipos, e innumerables tareas periféricas se
combinan con un convenio colectivo petrolero que desde 2017 autoriza la
contratación temporal y discontinua, brechas salariales entre rubros y
categorías, flexibilización extrema de la jornada de trabajo extendida a 12
horas, alta rotación y multifuncionalidad. Sin duda, el sector petrolero juega
un papel importante en la economía de la provincia de Neuquén, y Vaca Muerta
actuó durante los últimos 10 años como polo de atracción de mano de obra. Sin
embargo, en la localidad de Añelo, cabecera del departamento donde se ubica
Vaca Muerta, tan solo 15% de la fuerza de trabajo se desempeña directamente en
el petróleo, contra 40% que se inserta en el empleo público16.
En
suma, la capacidad del sector extractivo para generar empleos con derechos,
salarios y condiciones dignas es limitada tanto cuantitativa como
cualitativamente. Es el hilo más delgado de la promesa desarrollista.
De
la transición energética justa a la transición socioecológica popular
Es
un lugar común señalar que el movimiento ambientalista y las organizaciones
sindicales tienen una relación antagónica, en la medida en que el primero
cuestiona un conjunto de actividades productivas de las cuales dependen para su
subsistencia los sectores del trabajo representados por los segundos. Distintos
esfuerzos se desplegaron para contrarrestar esta tendencia. El más difundido ha
sido la promoción de una transición laboral justa, principalmente desde el
movimiento sindical internacional. Pero la adopción de estos lineamientos estratégicos
por parte de organizaciones sindicales latinoamericanas nacionales, o más aún,
en la acción gremial que se desarrolla en los lugares de trabajo y territorios,
ha sido hasta el momento realmente limitada.
En
buena medida, esto es resultado de un proceso de más larga data, vinculado con
el deterioro de la capacidad de representación de las organizaciones de
trabajadores en el siglo xxi, habida cuenta de
las transformaciones en los regímenes de trabajo desde los años 70 del siglo
pasado. Y alcanza una magnitud mayor en el contexto regional. Las bajísimas
tasas de afiliación sindical y de cobertura de la negociación colectiva en el
continente son un indicador de esto, junto con otro hecho incontestable: más de
la mitad de la fuerza laboral del continente está compuesta por trabajadoras y
trabajadores sin derechos, sin estabilidad en el empleo ni en los ingresos, ya
se trate de asalariados y asalariadas sin registro, por cuenta propia o de la
«economía popular». Se trata de una tendencia estructural que se profundiza y
mina las bases y estructuras de representación del sindicalismo construidas en
el siglo pasado. Desde mediados de 2020, la recuperación de los efectos
económicos de la crisis sanitaria fue traccionada por el denominado «empleo
informal»; en particular, la recuperación fue liderada por el sector no
asalariado, cuentapropista. Entre 2020 y 2022 este sector explicó 76% de los
nuevos empleos en Argentina, 83% en Bolivia, 67% en México, 82% en Ecuador, 75%
en Perú y 68% en Paraguay, para dar algunos ejemplos17. De manera que no es
posible concebir una programática para una transición desde el Sur global que
no incluya al conjunto de la clase trabajadora: asalariada o de la «economía
popular», formalizada, sindicalizada o sin derechos, urbana, rural, campesina,
indígena o migrante.
Pero
hay otros motivos de peso que explican la escasa resonancia del enfoque de la
transición justa en el movimiento de trabajadores y trabajadoras de la región.
En primera instancia, el enfoque de la transición justa que se ha consolidado
se vincula con las demandas y orientaciones de los sindicatos del Norte, donde
los procesos de descarbonización afectan principalmente a los trabajadores de
la energía y a las comunidades que dependen de estas actividades. En esos
contextos, sindicatos más fortalecidos, mayor alcance de la negociación
colectiva y niveles sensiblemente más bajos de informalidad laboral facilitan
la implementación de políticas de transición justa en ámbitos de negociación
tripartitos. Este modelo de políticas de transición laboral justa, que ha dado
algunos resultados en los países centrales, no puede importarse sin más a las
periferias, donde los institutos colectivos del trabajo y los sindicatos son
estructuralmente débiles, y donde las conquistas sociolaborales suelen ser el
resultado de la acción de coaliciones sociopolíticas amplias, intersectoriales,
ligadas a procesos de movilización de masas que eventualmente logran insertar
sus demandas en las políticas públicas y medidas gubernamentales.
En
segundo lugar, y esto es particularmente importante para el caso de Argentina,
las vías de la transición no pueden eludir la centralidad que asume el sector primario
exportador en el modelo de desarrollo en materia de constitución de elites e
intereses de clase, desintegración territorial federal, sistema de transporte y
logística hipertrofiado, extensión de la deforestación y de usos insustentables
del suelo, extractivismo minero energético y pérdida de soberanía sobre puertos
y vías navegables. Aquí los sindicatos tienen un largo camino de articulación
intersectorial, movilización y negociación por recorrer, capaz de conjugar una
estrategia de organización gremial con la disputa política por una transición
socioecológica popular.
En
2020, un arco amplio de organizaciones que incluyó a las de la «economía
popular», los sindicatos de la construcción, ferrocarriles, camioneros,
metalmecánicos y del transporte naval hicieron público un documento
programático titulado «Plan de Desarrollo Humano Integral. Propuestas para la
Argentina post pandemia. Tierra, Techo y Trabajo». Si bien el impulso menguó en
los meses siguientes y finalmente no se logró implementar el programa, el
documento sentó las bases para la discusión del modelo productivo desde una
concepción ampliada de la clase trabajadora y de sus demandas, en la medida en
que conectó al sindicalismo tradicional, representante del trabajo registrado y
cubierto por convenios colectivos de trabajo, con el «otro movimiento obrero»18, encarnado
colectivamente por las organizaciones sociales y de la denominada «economía
popular».
Aun
con limitaciones y aspectos por profundizar, los ejes del plan constituyen
lineamientos generales que alimentan el enfoque de una transición ecológica
popular: generación de empleo, construcción e integración urbana, transporte
multimodal, repoblamiento federal, ahorro y reactivación productiva para la
transición ecológica. Construyen además un lenguaje de valoración que asocia
desarrollo sustentable con trabajo digno: tierra, techo y trabajo, repoblar la
patria, integrar ciudades, conectar el territorio, reactivar la producción y
cuidar la casa común.
Más
recientemente, la Mesa Agroalimentaria Argentina (que integran organizaciones
de la agricultura familiar, el cooperativismo y el movimiento agroecológico)
visibilizó en el debate político nacional las problemáticas del trabajo rural,
campesino y cooperativo frente a los impactos de la sequía y los efectos en la
producción de alimentos para el mercado interno. En julio de 2023, llevaron a
cabo una caravana agraria al Congreso nacional para impulsar 10 puntos del
«Programa agrario para el alimento». Proponen la creación de una empresa
pública que planifique la producción y comercialización de alimentos para el
mercado interno, cuyos objetivos de carácter federal son el abastecimiento
frutihortícola y el aumento de la producción de carnes, más un paquete de leyes
de acceso a la tierra y de arrendamiento rural, impulso a la agroecología,
protección de territorios campesino-indígenas, financiamiento cooperativo,
segmentación impositiva y creación de mercados de cercanía.
Junto
con estas iniciativas programáticas intersindicales e intersectoriales y en
paralelo a ellas, se registran avances concretos territoriales, que conjugan
organización popular, implementación de políticas públicas y la emergencia de
nuevas dirigencias de los sectores del trabajo por fuera de las estructuras
históricas del sindicalismo. Entre estas, podemos destacar aquellas vinculadas
con la integración de barrios populares y el tratamiento y reciclaje de
residuos sólidos urbanos, donde se destacan figuras como Fernanda Miño,
dirigente del movimiento villero, María Castillo, cartonera en la función
pública que impulsa el programa Argentina Recicla, o Natalia Zaracho, diputada
nacional y conductora de la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y
Recicladores, las tres integradas en la Unión de Trabajadoras y Trabajadores de
la Economía Popular (utep).
En
definitiva, tal vez (solo) es posible vislumbrar una estrategia de transición
ecológica popular en la conjunción de economía y feminismos populares,
gremialismo rural, cooperativismo y sindicalismo histórico, es decir, en una
definición amplia de la clase trabajadora y sus composiciones organizativas
realmente existentes.
Nota:
la autora agradece a Jonatan Núñez por su lectura atenta y sus aportes al
borrador de este artículo.
·
1.
C. Anigstein y Natalia Carrau: «El trabajo en el ojo
de la transición socioecológica» en Ecología Política No 65, 7/2023.
·
2.
Grupo de Geopolítica y Bienes Comunes: «Del Norte al
Sur global. ¿Transición energética corporativa o transición energética justa?»
en Observatorio Latinoamericano de Conflictos
Ambientales, 31/7/2021.
·
3.
Agencia
Internacional de la Energía (AIE): «Global Coal Demand Set to Remain at Record
Levels in 2023», 27/7/2023.
·
4.
Richard
Damania, Esteban Balseca, Charlotte de Fontaubert, Joshua Gill, Kichan Kim, Jun
Rentschler, Jason Russ y Esha Zaveri: Detox Development: Repurposing
Environmentally Harmful Subsidies, Banco Mundial,
Washington, DC, 2023.
·
5.
Brett Clark y John B. Foster: «Imperialismo ecológico
y la fractura metabólica global. Intercambio desigual y el comercio de
guano/nitratos» en Theomai No 26, 2012.
·
6.
Pablo Bertinat, Jorge Chemes y Lisandro Arelovich:
«Aportes para pensar el cambio del sistema energético. ¿Cambio de matriz o
cambio de sistema?» en Ecuador
Debate No 92, 2014.
·
7.
Los datos disponibles permiten inferir un mayor
dinamismo y capacidad de creación de empleos en las industrias de la energía
renovable en contraste con las industrias del petróleo y el gas. Según la
Agencia Internacional de Energía (AIE), en 2019, 8 millones de personas
trabajaban en el sector del suministro de petróleo y 3,9 millones en el sector
del suministro de gas. Los datos incluyen el empleo en la extracción,
producción, transporte y refinación, y en la construcción de nuevas
infraestructuras petroleras y gasísticas. Por su parte, las energías renovables
(solar fotovoltaica, eólica, hidroeléctrica, entre otras) emplearon en 2021 a
casi 13 millones de personas en el mundo, especialmente en Asia. En el ámbito
de las renovables, el sector de la energía solar fotovoltaica es el de más
rápido crecimiento. AIE: World
Energy Employment,
2022, disponible en iea.org/; Agencia Internacional de las Energías Renovables
(IRENA) y Organización Internacional del Trabajo (OIT): Renewable Energy and
Jobs: Annual Review 2022, Abu Dhabi-Ginebra, 2022.
·
8.
El concepto de «conflictos ecológicos distributivos»
pone de relieve que la raíz y las demandas que movilizan este tipo de acciones
colectivas refieren tanto a los impactos negativos sobre el ambiente como a las
desigualdades socioeconómicas, étnico-raciales, de género o territoriales en su
distribución. Ver Joan Martínez Alier y James O’Connor: «Ecological
Distribution and Distributed Sustainability» en Sylvie Faucheux, Martin
O’Connor y Jan Straaten (eds.): Sustainable Development:
Concepts, Rationalities and Strategies, Springer, Nueva York,
1998.
·
9.
Organización Meteorológica Mundial (OMM): Estado del clima en América Latina y el Caribe 2022, OMM-No 1322, 2023, disponible en library.wmo.int/.
·
10.
«Siguen reclamando la suspensión de clases por la ola
de calor» en Mendoza
Post, 4/3/2020.
·
11.
Diego Lanese: «En el amba la ola de calor extremo
obliga a suspender clases: críticas de algunos gremios» en Política del Sur, 8/3/2002.
·
12.
Según los datos del último Censo Nacional Minero
(2017), el conjunto del sector minero sumaba a mediados de 2016 un total de
40.129 trabajadores y trabajadoras. Tan solo 56% del personal se encuentra
afectado al proceso productivo; el resto se encuentra afectado a otras
actividades auxiliares, o bien es contratado con carácter temporario o no es
asalariado.
·
13.
Horacio Machado Aráoz, Aimée Martínez Vega y Leonardo
Rossi: «La transición energética como amenaza para hidroagrocomunidades ancestrales.
La minería de litio en el Bolsón de Fiambalá (Catamarca, Argentina)» en Ecología Política No 65, 2023.
·
14.
C. Anigstein y Melisa Argento: «Trabajar en la minería
del litio en Catamarca» en La
Nación Trabajadora,
11/2022.
·
15.
G. Landriscini: «El trabajo flexible en los
reservorios no convencionales en Vaca Muerta. Condiciones y medio ambiente,
riesgos e impactos en la salud» en Cuadernos de Investigación. Serie
Economía vol. 8 No 3, 2020.
·
16.
Gabriela Wyczykier y Juan
Antonio Acacio: «Energías extremas y transformaciones territoriales
en el corazón de Vaca Muerta (Argentina)» en Revue Internationale des Études du Développement No 251, 2023.
·
17.
Oficina Regional de la OIT para América Latina y el
Caribe: Panorama laboral 2022. América
Latina y el Caribe, OIT, 2022.
·
18.
Paula Abal Medina: «Precarización. El otro movimiento
obrero» en Le Monde diplomatique edición Cono Sur No 193, 7/2015.
Este
artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 307, Septiembre -
Octubre 2023,
ISSN: 0251-3552
https://nuso.org/articulo/307-transicion-ambiental-clase-trabajadora/
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