viernes, 2 de marzo de 2018

Costa de Marfil: La libertad huele a cacao - Amanuela Zuccala, Sebastiana Ruiz y Angeles Jurado

En Costa de Marfil, una emprendedora ha logrado que las esposas de los cultivadores de las plantaciones lideren un negocio propio: la producción de jabón con los restos del cultivo

Durante las noches de insomnio en el silencio húmedo de la selva, Solange N’Guessan alimentaba una idea fija e intentaba rescatarla de la bruma del sueño: dar un vuelco al destino de las esposas de los cultivadores de cacao del suroeste de Costa de Marfil. En la estación de las lluvias, San Pedro —la ciudad más próxima, con su gran puerto—, parecía inalcanzable. Repasaba uno por uno esos rostros femeninos reacios a la sonrisa que la aflicción y la invisibilidad habían hecho envejecer antes de tiempo. Veía a las mujeres barriendo al alba los patios de tierra de las casas, tomando el camino del pozo, preparando la comida y llevándosela a sus maridos a la plantación bajo el sol del mediodía, quedándose con ellos hasta el ocaso y recogiendo las cabosses, los frutos amarillo-violeta del cacao. Las sorprendía los domingos siempre laboriosas, las cabezas gachas adornadas con finas trenzas, entregadas a una artesanía tradicional: quemar las cortezas sobrantes del cacao y mezclar las cenizas con aceite de palma para obtener una suerte de jabón de color marrón de esa materia destinada a descomponerse y desaparecer. “Ese jabón representaba su dignidad”, cuenta Solange. “La limpieza, la feminidad. El no de las mujeres, simbólico pero decidido, a la miseria y la degradación. Entonces comprendí que mi idea siempre había estado allí, ante mis ojos. Solo tenía que encontrar los medios para hacerla realidad”.

Solange N’Guessan tiene 44 años y es una de esas empresarias africanas que habrían podido emigrar para vivir cómodamente en otro sitio y hacer fortuna en tierras menos hostiles. En cambio, tras estudiar agronomía en distintos lugares del mundo gracias a una beca de la Fundación Rockefeller, esta dama alegre y creativa ha vuelto a su pueblo, a pesar de que este, confiesa, le ha endurecido el carácter: "Me ha obligado a demostrar constantemente que, por supuesto, por ser mujer no valgo menos que un hombre”.
Actualmente, dirige la Unión de Cooperativas Agrarias de San Pedro (Afemcoop) en el distrito de Bas-Sassandra. La forman 18 grupos de agricultores del preciado “oro marrón”, cuyo primer filón mundial se encuentra en Costa de Marfil, que suministra el 39,8% de la producción del planeta. La economía del cacao representa el 90% del PIB del país, pero no mejora la vida diaria de los campesinos. 

Costa de Marfil sigue en el 172º puesto de la clasificación de 188 países del Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas. El 62,4% de la población rural vive por debajo del umbral de la pobreza, según el Fondo de Naciones Unidas para el Desarrollo del Capital, la esperanza de vida apenas supera los 51 años y el analfabetismo alcanza al 48,5% de los hombres y al 70% de las mujeres, indica la Unesco. Además, todavía siguen abiertas las heridas de una década de guerra civil que concluyó en 2011 con la victoria del presidente Alassane Ouattara, reelegido para su segundo mandato en otoño de 2015.

Solange reconoce que se le ha endurecido el carácter al obligarse a demostrar constantemente que por ser mujer no vale menos que un hombre

Cuando se le habla de política, Solange no logra reprimir una carcajada. “Los agricultores del cacao son los olvidados del Estado. Están abandonados en la selva, y sus mujeres forman el último eslabón de la cadena social. Para un hombre es más importante su familia de origen que su esposa. Por lo tanto, las mujeres trabajan duramente con sus maridos, pero no perciben ninguna retribución”.

El gran periodista Ryszard Kapuscinski decía que, en África, “el individualismo es sinónimo de desgracia y maldición” y, por lo que parece, Solange N’Guessan ha hecho de esta afirmación su lema personal. En 2011 convocó a las artesanas del jabón y las convenció de que invirtiesen su talento en una empresa colectiva que acabó convirtiéndose en un auténtico negocio. “Buscaba una vía para que, por fin, obtuviesen unos ingresos creando un proyecto ecológico de reutilización de los desechos de la planta más valiosa para ellas”.

La idea funciona. Los maridos miran con otros ojos, por primera vez respetuosos y admirados, a las mujeres recién convertidas en empresarias, y empiezan a pedirles su opinión sobre las decisiones que afectan a la comunidad. “No ha sido fácil”, admite Solange. “Al principio muchos hombres no entendían nuestras aspiraciones. Decían que yo —una mujer que debería haber tenido hijos y quedarse en casa— me atrevía a usurparles su sitio. La presión psicológica era tal que llegué a ponerme enferma y tuve que marcharme un tiempo a la ciudad. Volví porque las mujeres me apoyaron con fuerza, cuidándome y repitiéndome que qué iban a hacer ellas si yo me iba. Cuando volví, me encontré con que algunas se habían convertido en líderes de la elaboración de jabón, que habían hecho un gran esfuerzo. Fue el regalo más bonito de mi vida”.

Sin embargo, Solange no se dio por satisfecha. Persiguió el salto cualitativo. Quiso mecanizar el proceso para conseguir dar trabajo a las 5.000 mujeres de sus cooperativas; ampliar el mercado, potencialmente, a toda Costa de Marfil, y triunfar en el negocio del jabón. “Participaba en muchos encuentros internacionales de productores de cacao”, recuerda. “Cuando explicaba mi proyecto a los fabricantes extranjeros, todos exclamaban que era una maravilla y, acto seguido, desaparecían. A todo el mundo le gusta el chocolate, pero poca gente se da cuenta del sufrimiento que se esconde detrás de una tableta”.

Hasta que, hace dos años, en Suiza, se encontró sentada casualmente al lado de un empresario italiano. Logró contagiarle su entusiasmo tenaz, y él decidió ayudarla. “Entregamos a Solange las primeras máquinas”, cuenta hoy Luigi Zaini, que, junto con su hermana Antonella, dirige en Milán, en el norte de Italia, una empresa dedicada al chocolate fundada en 1913. Zaini ha proporcionado a las mujeres de Bas-Sassandra una prensa para producir aceite de palma y una batidora que les ahorrará la carga de remover a mano los ingredientes. “Así más mujeres podrán participar en el proceso industrial”, dice Antonella Zaini. “El objetivo es pasar de la actual producción de 4.000 pastillas de jabón anuales a más de trescientas mil, lo cual proporcionará unos ingresos de 1.000 euros al año a cada trabajadora”. Una cifra interesante en el contexto de estas aldeas rurales, teniendo en cuenta que la renta medida anual marfileña no supera los 2.500 euros. Para Awa, Antoinette, Akissi y las demás nuevas empresarias, esto supone el proyecto de un futuro mejor para sus hijos y para ellas mismas.

Las mujeres trabajan duramente con sus maridos, pero no perciben ninguna retribución

El jabón se llama OlgaZ, en homenaje a Olga Zaini, abuela de Luigi y Antonella, que dirigió una empresa italiana durante la Segunda Guerra Mundial y la reconstruyó en un tiempo récord tras los bombardeos de Milán de 1943. Olga fue una pionera de la iniciativa y la gestión empresariales en femenino que, para Solange, puede servir de inspiración también a sus mujeres.

“Me gustaría que este proyecto se convirtiese en un modelo de desarrollo que se difundiese a toda Costa de Marfil”, reflexiona. “No es caridad ni simple beneficencia, sino más bien una alianza entre la gente del cacao y un productor de chocolate sensible a sus condiciones de vida. Todas las fábricas extranjeras que hacen negocios en este país deberían sentir este deber moral”. Su fábrica, inaugurada hace unos meses en el corazón de la selva marfileña de Bas-Sassandra, se propone conquistar el 20% del mercado nacional de aquí a 2021.

Solange está convencida de que lo conseguirán y, cuando llegue el momento, le dedicará el éxito a su madre: “Mi familia era campesina, y ella sufrió muchas injusticias y humillaciones por ser mujer. Trabajaba el doble para lograr que yo estudiase; decía que yo sería su revancha, y que cuando fuese mayor tenía que esforzarme por defender a las mujeres más vulnerables pensando en ella”. Los jefes del pueblo ya les están pidiendo que inviertan parte de las futuras ganancias en nuevos pozos de agua y, para Solange N’Guessan, el agradecimiento de la comunidad con sus mujeres sellará por fin una época en la que, aquí, lo femenino carecía de valor.

 Foto principal: Solange N’Guessan, de 44 años, es la líder de un proyecto para empoderar a las mujeres mediante un negocio creado a partir de los desechos de las plantas de cacao. A su lado, un fruto del cacao (cabosse). FRANCESCO ZIZOLA


En las entrañas del cultivo del cacao

Las cooperativas son la manera que los cultivadores de cacao han encontrado para defender sus intereses ante los compradores

Petit Bonduku (Costa de Márfil) 7 JUL 2015 - 10:16 CEST EL PAIS 
Un trabajador extrae el jugo de la pulpa del fruto del cacao. SEBASTIAN RUÍZ

El periodista marfileño Ange Aboarecalca que hay tres intermediarios entre el agricultor y la exportación o la fábrica: el ojeador que compra las vainas directamente sobre el terreno, el tratante que se encuentra en la ciudad y emplea al ojeador y las cooperativas formadas por agricultores. “En el primer caso, el ojeador es un intermediario que recibe el dinero del tratante y opera armado con un camión con el que recoge una media de entre tres y cinco toneladas de cacao por viaje”, explica. “El tratante es un gran comprador que emplea a varios ojeadores y está en contacto directo con los exportadores, a los que hace llegar una media de entre 32 y 100 toneladas de cacao a la semana. Las cooperativas son la manera que los cultivadores han encontrado para intentar hacer oír su voz y defender sus intereses ante los compradores”.

El sector del cacao en Costa de Marfil está nacionalizado y se regula desde el Gobierno. La forma escogida para hacerlo es el Consejo Café-Cacao (CCC), una estructura copiada de una similar en Ghana que se responsabiliza, entre otras cosas, de los precios de venta a pie de plantación y de la modernización del sector. Los precios garantizados de venta se establecieron en el año 2012 y se estabilizan en poco más de un euro por kilo (850 francos CFA), independientemente de las fluctuaciones del mercado.

El agricultor debe recibir un mínimo del 60% del precio de venta durante toda la estación. Se prohíbe pagar por debajo

“El Gobierno [anterior] puso en marcha la reforma del sector que preparó con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial entre los años 2008 y 2010”, precisa Aboa. “El nuevo Ejecutivo aplicó lo que se había preparado y decidido a partir de 2011”. Aboa señala que el cambio principal que aporta esta reforma se encuentra a nivel de la fiscalidad y del precio a pie de la explotación agrícola que fijan los productores.

Antes de la reforma, la fiscalidad y la parafiscalidad representaban entre el 22% y el 30% del precio fijo internacional del cacao en Londres, donde éste se decide. Además, el agricultor recibía un precio indicativo y debía discutir el definitivo con el “ojeador”. Con la reforma, se fija la fiscalidad y parafiscalidad en un máximo del 22% del precio fijo del cacao en la bolsa de Londres. “El agricultor debe recibir un mínimo del 60% del precio de venta del cacao”, afirma. “Se garantiza para toda la estación y se prohíbe pagar al campesino por debajo de ese precio garantizado”.

Jean-Arsène Yao opina que los objetivos del CCC y la nacionalización de este sector fundamental de la economía marfileña son loables. “Busca dar un nivel de vida decente a los campesinos, garantizando un precio de venta del cacao a 850 francos CFA/kilo, y mejorar la calidad de las habas de cacao imponiendo un estricto cuaderno de cargas. Para alcanzar estas metas, el CCC distribuye los plaguicidas a los agricultores, supervisa la actividad de las cooperativas y comercializa el cacao”.

Sin embargo, Yao también advierte que existe un desfase entre los objetivos declarados y los resultados observados en el terreno. “Por una parte, el precio fijado de manera centralizada no es justo, dado que no tiene en cuenta los gastos de producción de los agricultores. Por otra parte, debido al mal estado de las carreteras, los intermediarios encargados de comprar el cacao en las plantaciones tienen unos gastos extra —para reparar sus vehículos— que luego repercuten directamente en el precio de compra. De este modo, muy a menudo, los campesinos no tienen más remedio que aceptar vender su producción por debajo de los 850 francos CFA/kilo. A veces, a 450 francos/kilo. Cabe recordar que en tiempos de la liberalización del sector (durante el Gobierno del presidente Gbagbo), el precio del kilo podía alcanzar los 950 e incluso 1.100 francos CFA/kilo. De hecho, algunos agricultores que podían antaño permitirse escolarizar a sus hijos dicen tener dificultades para hacerlo ahora”.

Ésta es otra de las paradojas de un país que promete un boom económico comparable al de los años setenta pero que, en el camino hacia la emergencia macroeconómica a cinco años vista, deja a la mayoría de su población en la cuneta. Un país que aspira a ejercer de polo de inversiones y motor económico de la región mientras que figura entre los países pobres muy endeudados del Banco Mundial, cuenta con una misión propia de Naciones Unidas para prevenir una violencia como la que lo arrasó hace apenas cuatro años y depende de programas asistenciales de todo tipo de agencias de la ONU y ONGs.


El oro dulce

Costa de Marfil es el primer productor mundial de cacao, pero la industria carece de transparencia y los pequeños productores se enfrentan a los precios bajos, el cambio climático o las plagas

Petit Bonduku (Costa de Márfil) 8 JUL 2015 - 10:19 CEST EL PAIS
Producción de cacao en Petit Bonduku, en el área de Subré (Costa de Marfil). SEBASTIÁN RUIZ

El campesino con la camiseta nacional de fútbol, de un color calabaza encendido, abre la vaina dorada de cacao de un machetazo y muestra su interior pulposo y blanco. A continuación, lo vacía en un pequeño artefacto casero en forma de uve, montado con troncos de platanera. Allí se extrae el jugo de la fruta, que se decanta en un recipiente metálico. Lo ofrece a los visitantes para que prueben el dulce zumo.

La plantación huele como a levadura, a cosas fermentadas y a hojarasca putrefacta. Bajo las copas de los árboles de cacao, mezclados con papayeros y plataneras, la atmósfera es quieta, húmeda y pesada. Una carretera de tierra rojiza la atraviesa. Llega cruzando una selva en franca retirada, donde los parches arrancados a la naturaleza a fuerza de fuegos y talas se anegan y repueblan con arroz. La transita alguna moto, algún agricultor armado con un machete o una pequeña azada, algún perro. Estamos en Petit Bonduku, en el área de Subré, la primera región productora de cacao del mundo. Según las autoridades marfileñas, esta zona concreta de Costa de Marfil supera la producción completa de Ghana ella sola, con unas 300.000 toneladas anuales. Ghana es el segundo productor mundial de cacao. A pesar de que procede originariamente de Latinoamérica, Costa de Marfil es el primer productor del planeta, con una cuota del 40% de la producción mundial. “El 10 % del cacao de cada chocolate que alguien se lleva a la boca en todo el mundo procede de Costa de Marfil, a menos que se especifique lo contrario”, explica orgullosamente el chico que dirige la visita guiada a la plantación.


El cacao ha rebasado los límites de la agricultura y la industria y ahora también deviene el centro de una nueva actividad económica: el agroturismo.

La idea es mostrar, tanto al turista local como al que viene de fuera, el procedimiento de producción y gestión del cacao hasta que entra en fábrica. Pasearlo bajo las copas de los árboles en las que amarillean las habas pegadas al tronco, entre las mesas en las que se expone la fruta ya limpia, puesta a secar durante seis días al sol, y por las entrañas de los almacenes en los que el cacao seco se empaca en sacos de rafia, listos para el viaje hacia el puerto de San Pedro, los almacenes de las grandes compañías chocolateras o las fábricas donde se transforma el cacao en el propio país.

En la plantación cohabitan, en aparente promiscuidad, árboles normales, genéticamente modificados e injertados para aumentar su productividad. La vida útil del árbol, la cantidad de fruta producida y la velocidad a la que se suceden las cosechas depende precisamente de la carrera tecnológica para “mejorar” la obra de la naturaleza. Una carrera en la que Costa de Marfil ha optado decididamente por apoyarse en los cultivos transgénicos.

Normalmente, un árbol del cacao empieza a producir a los cinco o seis años de vida. Pero aquí crece una variedad modificada a base de injertos, la mercedes, desarrollada por la Agencia Nacional de Investigación Agronómica y con la que las cosechas pueden adelantarse al primer año o los 18 meses de vida del árbol. Una hectárea de árboles de cacao puede dar unos 300 kilos de fruta al año en dos cosechas, pero las nuevas variedades pueden triplicar esta capacidad y alcanzar la tonelada en media hectárea. Normalmente, hablamos de árboles con una vida útil de unos 25 años.

Pilar económico

El cacao ocupa un lugar central en la economía marfileña, con un 10% del PIB y una media de 1,2 millones de toneladas producidas al año. Precisamente, a la variedad mercedes se le responsabiliza del récord de 1,7 millones de toneladas alcanzado en 2014, que puede repetirse o superarse este año. Principal fuente de divisas del país, atrae un 45% de los ingresos de las exportaciones, lo que viene a significar unos 2.100 millones de euros anuales. El periodista marfileño Ange Aboa habla de ocho millones de empleos relacionados directa o indirectamente con el cacao en un país de 23 millones de habitantes.

Aboa firma sobre el terreno crónicas que diseccionan la economía del cacao para Reuters y responde a un cuestionario vía correo electrónico desde Abiyán. Asegura que cada vez más gente quiere regresar a los pueblos para dedicarse al cultivo del cacao, ya que el precio es mejor y más estable. En el lado negativo, señala que la carestía de tierra arable dificulta este éxodo.

Lo cierto es que, en la actualidad, tanto el control científico y de calidad como el laboral del sector del cacao parecen mucho más firmes que en el pasado. Además, el negocio también se está diversificando.

Costa de Marfil se limitaba a la exportación de cacao bruto en el pasado, pero se puso por delante de los Países Bajos en su transformación en el año 2010, ocupando la primera posición mundial del sector. En el año 2012, siempre según datos del gobierno marfileño, se transformó el 33% de la producción local en el mismo país. Las autoridades tienen como objetivo elevar este porcentaje al 50% este año.

UNA ESCLAVITUD DEL SIGLO XXI


“La interpol acaba de anunciar que ha rescatado a 48 niños víctimas de tráfico a principios de este mes en San Pedro, en Costa de Marfil”, señala desde Copenhague y vía telefónica el periodista danés Miki Mistrati. “Hershey, uno de los gigantes de la industria chocolatera, anunció hace nada la creación de trece escuelas en el país. Pero, ¿qué son trece escuelas frente a 200.000 niños trabajando según UNICEF y 30.000 traficados?”.

En mayo también se anunció la pionera apertura de una fábrica de chocolate en Abiyán. Según la agencia France Presse, se trataba de la primera en Costa de Marfil: una apuesta del grupo industrial francés Cémoi con la intención declarada de facturar chocolate africano accesible para el mercado marfileño y, por extensión, para todo África occidental.

Dejando a un lado el hecho de que los marfileños podían comer chocolate producido localmente ya en los setentay que Cémoi ha tenido, al menos, dos antecesoras en el país, sí que es cierto que se trata de un lujo prohibitivo y exótico para gran parte de los marfileños. El chocolate no está tan presente en la mesa marfileña como se podría suponer y, de hecho, el beneficio real del cacao va directo a las arcas de multinacionales extranjeras: las 10 superventas del sector chocolatero acumulan ganancias en torno a los 785.000 millones de euros. Esas multinacionales son, por orden de volumen de ventas, Mars (Estados Unidos), Mondelez (Estados Unidos), Ferrero (Italia), Nestlé (Suiza), Meiji Co (Japón), Hershey (Estados Unidos), Lindt y Sprungli (Suiza), Arcor (Argentina), Ezaki Glico (Japón) y August Storck (Alemania). Todas se sitúan en países en los que no se cultiva el cacao, pero que resultan ser los que verdaderamente se enriquecen con él.

“El cacao es el oro negro”, apostilla por teléfono el periodista danés Miki Mistrati. “Procede originalmente de Latinoamérica, así que no existe tradición relativa al cacao entre los africanos. Simplemente se vende. No se usa para nada más. Muchos agricultores no saben dónde acaba su cacao ni lo que es el chocolate. No saben que es oro negro”.

Los extraordinarios beneficios del chocolate tienen poco que ver con la vida del agricultor medio que se dedica al cultivo del cacao en el oeste de África.

Agricultores en dificultad

Las plagas, el envejecimiento de los árboles y los irrisorios precios de venta del cacao convierten la subsistencia de los agricultores más humildes en una cuestión cada vez más complicada. Las pequeñas plantaciones familiares, de entre cuatro y siete hectáreas, son la base del negocio del cacao en Costa de Marfil y el reparto de la riqueza que origina este recurso es muy desigual.

“Los cultivadores de cacao concentran el 50% de los pobres en Costa de Marfil según el Banco Mundial y la tasa aumenta anualmente”, precisa Ange Aboa. “Aparte del precio fijo garantizado, ni el gobierno ni el Consejo Café-Cacao (CCC) hacen nada para mejorar sus vidas. El abono es caro, los productos fitosanitarios, también, y ambos son esenciales para mantener las plantaciones y aumentar la productividad. Los campesinos invierten el 80% de sus ingresos en la conservación de sus plantaciones, la educación de sus hijos, la comida y la sanidad”, aduce.

La región productora de cacao se sitúa en el centro del país y también a lo largo de las fronteras con Liberia y Ghana. Se vio seriamente tocada durante la última crisis marfileña y no se ha recobrado por completo de la experiencia. Mucha mano de obra joven abandonó la zona y se asentó en otros lugares como la capital económica del país, Abiyán. No sólo los árboles envejecen: una vez llegado el tiempo de la paz, pero enfrentados a ingresos estancados o en caída libre, los agricultores más jóvenes están abandonando las plantaciones para dedicarse a otras actividades económicas más rentables. La edad media de los productores de cacao de la región es de más de 50 años, según la Fundación de Comercio Justo. “El éxodo rural debido al poco dinero que ganan los campesinos es una realidad que se debe solucionar”, advierte el periodista e historiador marfileño Jean-Arsène Yao, por correo electrónico, desde Madrid.

LAS GUERRAS DEL CACAO


“El cacao ha jugado un papel importante, un papel diría que esencial en Costa de Marfil”, indica el periodista e historiador Jean-Arsène Yao, vía correo electrónico, desde Madrid. “A nivel político, ha alimentado un sistema clientelista en el cual los ingresos han beneficiado a gran parte de la población, al representar la base del llamado «milagro marfileño» de los veinte primeros años de la independencia del país. Además de financiar las principales infraestructuras económicas del país, el dinero del cacao se reparte ampliamente según reglas tácitas de equilibrio político, regional y étnico. Se utiliza para recompensar a los seguidores del partido en el poder y para sobornar a los opositores. A nivel de la inmigración, sabido es que el cultivo del cacao trajo a Costa de Marfil grandes contingentes de mano de obra, esencialmente de Burkina Faso. 

Estos últimos terminaron convirtiéndose en propietarios de plantaciones en la parte occidental del país y también en aliados políticos, como se ha visto en el caso de Amadé Ouérémi y sus hombres, que formaron parte de las fuerzas auxiliares de los Fuerzas Republicanas de Costa de Marfil (FRCI) que llevaron a Alassane Dramane Ouattara al poder en 2011”.

Por otro lado, la casi totalidad del cacao de África occidental es de secano y excepcionalmente vulnerable a las condiciones climáticas cambiantes. La región ha experimentado en la última década una mayor incidencia de fenómenos meteorológicos extremos, como los diluvios que arrancan a finales de mayo y anegan, sobre todo, el sur de Costa de Marfil. Las complicaciones derivadas de esas condiciones meteorológicas extremas socavan la viabilidad de los cultivos comerciales y alimentarios. Como la mayoría de los pequeños productores dependen de su propia producción de alimentos básicos para sobrevivir y mantener a sus familias, la sostenibilidad del cacao está ligada a la frágil sostenibilidad de todo el sector de la agricultura.

Como en el caso de otros recursos en el continente africano, el cacao ha resultado ser un regalo envenenado para el país. Centro de conflictos originados por la propiedad de tierra y recursos, habría que sumar a su historial menos alegre los casos de corrupción ligados al control del sector por los sucesivos gobiernos. Sin embargo, el desvío de fondos del cacao a cuentas privadas del gobierno anterior, encabezado por Laurent Gbagbo (actualmente en el Tribunal Penal Internacional, en La Haya), se empequeñece al lado de acusaciones más graves que enturbian la reputación del sector, como la desaparición y más que probable muerte de dos periodistas de investigación franceses: Guy-André Kieffer y Jean Hélène.

“El sector del cacao en Costa de Marfil carece de transparencia a todos los niveles: en la gestión de recursos, en la toma de decisiones”, coincide Ange Aboa. “Existe favoritismo, existe nepotismo. Siempre hay mucha corrupción, aunque es más discreta y sutil que entre los años 2000 y 2010. Sin embargo, se trata de las mismas prácticas del pasado. A corto y medio plazo, no veo cambios o mejora a nivel de la transparencia y de la buena gestión, porque el sector es primordial para la economía y las personalidades que lo gestionan son gente próxima al régimen, que se beneficia de su protección y no se preocupa en caso de problemas. Sin sanción, sin control, no se puede mejorar la gestión, la transparencia”.

Para finalizar, la presencia de niños en las plantaciones se ha convertido en otro factor que ha perjudicado la reputación del cacao marfileño. Documentales como The Dark Side of Chocolate, de Miki Mistrati, devuelven a la actualidad informativa las denuncias de trabajo infantil que incluyen esclavitud y tráfico de niños por toda la región, desde Burkina, Mali y Togo hacia Ghana y Costa de Marfil.

Las pequeñas plantaciones que constituyen el grueso de la producción mundial del cacao sobreviven perdidas en rincones remotos de selva africana reconvertida en tierra cultivable. Muchas quedan lejos de la organizada y limpia eficiencia de Petit Bonduku, con su certificación pintada orgullosamente en las paredes, sus carteles que niegan el trabajo infantil y toneladas de cacao seco ya apilado en sacos, dispuesto ordenadamente en almacenes espaciosos y bien ventilados.

Los turistas que visitan Petit Bonduku fotografían cada esquina del pueblo, maravillados al observar el aspecto del cacao y relacionarlo con el placer de los bombones y pralinés. El chocolate, ese dulce placer culpable, que asociamos a endorfinas y kilos extra, muestra su lado menos amable y, a veces, trágico en esta parte del mundo.

EN LAS ENTRAÑAS DEL CULTIVO


El periodista marfileño Ange Aboa recalca que hay tres intermediarios entre el agricultor y la exportación o la fábrica: el ojeador que compra las vainas directamente sobre el terreno, el tratante que se encuentra en la ciudad y emplea al ojeador y las cooperativas formadas por agricultores. “En el primer caso, el ojeador es un intermediario que recibe el dinero del tratante y opera armado con un camión con el que recoge una media de entre 3 y 5 toneladas de cacao por viaje”, explica. “El tratante es un gran comprador que emplea a varios ojeadores y está en contacto directo con los exportadores, a los que hace llegar una media de entre 32 y 100 toneladas de cacao a la semana. Las cooperativas son la manera que los cultivadores han encontrado para intentar hacer oír su voz y defender sus intereses ante los compradores”.

http://elpais.com/elpais/2015/07/06/planeta_futuro/1436177352_249047.html?rel=mas

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