Me atrevo a poner mis palabras delante –según la etimología de «prólogo »– de las que ofrecen los autores en el libro, mucho más para honrar y agradecer el gesto amistoso de su encargo, que por el convencimiento de poder aportar algún valor relevante. Aun así, mi preocupación por el atrevimiento de haber aceptado su invitación encuentra rápido consuelo en gozar del gran interés y sentir la atracción de la lectura, más que por sugerirme ideas con las que dialogar desde esta posición de privilegio regalada.
Los autores han afrontado el reto de escribir sobre algo tan aparentemente etéreo y sutil como los valores, pero no en abstracto, sino referidos a otra compleja realidad, tan material, omnipresente y vasta como el territorio y su expresión perceptible, el paisaje. El viaje entre los dos extremos, el espiritual y el material, lo cubren eficaz y ágilmente, pero no con celeridad, sino con intensidad. El resultado de su colaboración, desde instancias a la vez distintas y cercanas, es un libro donde se trenzan de forma sólida perspectivas múltiples, en un ejercicio excepcional –por bueno y por infrecuente– de transversalidad intelectual.
Me consta, por feliz experiencia personal, que tanto Ramon como Josepa, cada uno por su parte, ya llevaban incorporado desde hace tiempo su «gen transdisciplinario»; el resultado, al compartir un mismo proyecto, no se queda en el de una respetable, pero modesta suma, sino que alcanza el de una verdadera y fecunda multiplicación. Esta es una primera nota de valoración que me permito hacer sobre el interés del libro. Porque no es solo un libro de talante naturalista, ni socioecológico, ni geográfico, ni ético, ni estético, ni literario, ni económico, ni político, sino todo ello a la vez y de forma armónica, no amontonada como en un almacén, ni tampoco al estilo de un patchworkde yuxtaposiciones más o menos equilibradas en su diversidad. Es una constante fusión de sabiduría integrada, alimentada con ingredientes de los distintos talantes mencionados, pero de percepción conjunta completamente unitaria.
Al leerlo, se encuentran muchísimas expresiones que, cada una por su cuenta, serían buenas muestras sintéticas, como microcosmos o condensaciones del conjunto, de este resultado que, sin dejar de ser unitario, revela la pluralidad de perspectivas perfectamente articuladas e incluso fusionadas. Escoger una es difícil a la vez que un poco injusto, habiendo tantas buenas como hay, pero sería más injusto no escoger ninguna; porque una función del prólogo, de las diversas que suelen atribuírsele, es anticipar con alguna pequeña degustación el sabor y el interés del conjunto que espera a quien se disponga a su lectura. Selecciono, pues, una de ellas, encontrada casi a la mitad exacta del libro, que dice:
Por eso el mundo camina hacia una insostenibilidad creciente. Una insostenibilidad social, una insostenibilidad económica, una insostenibilidad ambiental. O sea: una insostenibilidad política. [...] La insostenibilidad que nos desconcierta y nos angustia en estos primeros compases de siglo xxi es la insostenibilidad de la práctica política, falta de un sistema de valores que nos permita gestionar el presente y encarar el futuro con un mínimo de solvencia.
Prestemos atención a lo que podríamos llamar «palabras clave» del fragmento –que son casi todas, por otra parte, y que lo son también del libro–; son, ni más ni menos:mundo, insostenibilidad(es), practica politica, valores, presente, futuro, solvencia. Es decir, un material conceptualmente de peso –en el sentido más positivo del término–, valiente, incluso ambicioso.
Aunque el fragmento contiene de forma muy explícita un diagnóstico pesimista –«insostenibilidad que nos angustia»–, quisiera subrayar que ello no significa que el libro sea en su conjunto un lamento general, un réquiem desconsolado. El libro no es pesimista en absoluto, pero tampoco banalmente optimista; tanto el pesimismo, como el optimismo son predisposiciones –¿prejuicios?– del ánimo cuyo problema es que son muy poco «científicas», en el sentido de que responden más a una actitud fideísta –«creer» más en el mal o en el bien futuros–, que a un conocimiento crítico resultante de buenos análisis, precisas ponderaciones, pruebas sólidas. En cambio, son estas últimas cualidades de procedimiento mencionadas las que empapan y configuran el espíritu del libro. Y es que el procedimiento, el camino, el método –etimológicamente, como se sabe, ‘camino a seguir’– es el alma de la ciencia, es la ciencia misma. Y la base científica del libro, con amplia base bibliográfica, es indiscutible, brillante; pero no se conforma con la clásica exposición descriptivista, positivista, de perfiles y tonos supuestamente neutrales, sino que, como hacían los antiguos griegos creadores del espíritu científico –de Anaximandro a Aristóteles, por citar solo a dos– ambicionan comprender, apreciar y comprometerse eticopolíticamente con objetivos valiosos deducidos de aquello que estudian. El secreto es que ellos todavía integraban en uno solo el conocimiento, que hoy, en muchos casos, aparece trágicamente escindido entre lo que se conoce como «ciencia» y lo que se conoce como «filosofía». Pues bien, en el texto citado, rápidamente se intuye que bajo el diagnóstico de insostenibilidad laten –lo puedo asegurar firmemente– un conjunto de ponderaciones y debates estrictamente científicos cargados, también, de análisis históricos de la constitución y evolución de los diversos conceptos principales, conciencia de historicidad que multiplica el valor de cualquier ciencia.
Pero, además, en el breve texto citado se apela a los registros social, económico y ambiental que, como ríos afluentes, llegan a su punto de confluencia natural: la política; y no, por supuesto, la política politiquera, la referida en exclusiva a los combates para ganar el poder y perpetuarse en él, sino la buena e imprescindible «práctica política» que necesita, como los campos de cultivo necesitan el agua, un «sistema de valores» que la nutra. Y esta es la piedra angular de todo el libro: detectar la emergencia, a lo largo de la historia, de los valores y las valoraciones del territorio y del paisaje que distintas épocas, distintas culturas, distintos científicos, distintos escritores, distintos países, distintos gobernantes, distintas instancias con múltiples entrecruzamientos de unas con otras, han impulsado y nos sitúan finalmente ante el reto mayúsculo, ético y político, además de estrictamente ambiental y social, de la sostenibilidad.
Un reto de base ética –hacer posible vidas humanas justas y felices ahora y en el futuro– que, en una sociedad compleja como la que tenemos, y tendremos, tiene un marco político el cual, además, como el mismo problema ambiental, ya es definitivamente de dimensiones mundiales; reto apenas entrevisto por muchos, pero desgraciadamente todavía no llevado a una práctica operativa por parte de todos. Y lo que tiene de interés como posición que podríamos llamar de compromiso es que el sistema de valores se considera indispensable para la solvencia de cualquier práctica política. Porque, aunque los autores no entren por ese camino –no es un hilo del que les corresponda tirar, al menos no en este contexto–, se entiende que implícitamente piensan lo que muchos otros compartimos con ellos: la política sin un sistema de valores –éticos, sociales, hoy también ambientales– se reduce a un ejercicio regido por la pura ley de la selva, un ejercicio de lucha descarnada y «descarnadora» –sit venia verbo– para obtener posiciones y desarrollar prácticas de un poder mucho más cercano al concepto de dominio que al de gobierno, y no digamos ya al de buena gobernanza.
En la línea de enmarcar la práctica política en un sistema de valores, tras cerrar un capítulo, el 3.3, proclamando abiertamente que los valores lo determinan todo y que la ética es capital, proponen «no perderse en discursos confusos» y «poner de manifiesto el reto, moral y también científico, que supone proponer una ética verdaderamente ecológica, no vagamente naturalística o sacralizada». La idea, que suscribirían los clásicos de la democracia de diversas épocas, desde Aristóteles a Stuart Mill, Rawls, Habermas, Touraine o Flores d’Arcais, es lo que puede denominarse «vínculo ético» de la política –compatible con el científico– y, además, como característica propia de nuestra época, busca la dimensión socioecológica más allá de naturalismos o de sacralizaciones más o menos líricas, pero de bajo compromiso integral y social.
Valores y valoraciones
Ramon Folch
Josepa Bru
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