sábado, 5 de mayo de 2018

Así sufrimos el cambio climático - Mathias Braschler y Mónika Fisher



Ahí están. Mirándonos. Testigos en 15 países, desde Suiza y España hasta Mali y Australia, de lo que ya está pasando. Agricultores que se han quedado sin cosecha por las sequías, pueblos en peligro por la rotura de la capa de hielo, habitantes de islas que han perdido sus casas por las inundaciones. Un viaje alrededor del mundo para dar voz a las víctimas del cambio climático, en vísperas de la cumbre mundial que comienza mañana en Copenhague para tratar la mayor enfermedad del planeta.


Ha llegado. Raro es el día en que no sale en prensa alguna noticia relacionada con el cambio climático. Recientemente, en sólo cuatro días y en este mismo periódico, leímos estos titulares: "Las largas sequías amenazan la dehesa española". "Los aviones deberán planear los últimos 180 kilómetros para reducir el CO2". "La eólica supera por primera vez la mitad de la producción eléctrica". "Europa busca un pacto climático de mínimos que arrastre a EE UU". Las ramas del problema se diversifican hasta abarcar cualquier parte del periódico. Y de la vida.

Desde la publicación en noviembre de 2007 del Cuarto informe del grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático, en el que participaron 2.500 científicos de cien países, las dudas y los escépticos se han reducido al mínimo. Parte negativa: las temperaturas medias del planeta efectivamente están aumentando, y ha quedado demostrada la influencia del impacto humano a través de la excesiva emisión de dióxido de carbono. Los datos no admiten muchas interpretaciones. Allá va uno de tantos: según la Agencia Estatal de Meteorología, el verano de 2009 ha sido en España el tercero más cálido desde 1961, con una temperatura 1,9 grados superior a la media. Además, los otros dos veranos más calurosos han sido también recientes: los de 2003 y 2005.

Parte positiva: hay solución y estamos a tiempo de cambiar esta trayectoria. Los expertos establecieron en dos grados el nivel de calentamiento a partir del cual la Tierra experimentará trastornos que afectarán seriamente a la humanidad. Para no alcanzar ese umbral, los científicos han marcado la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero de los países desarrollados entre un 25% y un 40% respecto a 1990; los países que se están desarrollando deben acortar entre un 15% y un 30% sus curvas actuales de emisiones para no llegar al caos. Como destaca Aida Vila, de Greenpeace: "Hay tecnología, energías renovables que nos permiten abandonar el modelo de dependencia del petróleo y del carbón. Sabemos cómo hacerlo, ahora se necesita voluntad política para dar el paso".



Eso es lo que parece que falta, dados los oscuros augurios, para llegar a un acuerdo la próxima semana en Copenhague; sobre todo por las reticencias de tres gigantes: EE UU, China y Rusia. El Protocolo de Kioto estableció por primera vez unas medidas jurídicamente vinculantes de limitación de emisiones de dióxido de carbono para el periodo entre 2008 y 2012. Ahora ese texto debe ser completado en Copenhague, ya que, por ejemplo, EE UU nunca lo firmó. Todo, según la ruta marcada por Naciones Unidas, de cara a conseguir una reducción global del 50% de las emisiones en 2050 respecto a 1990. La UE ha asumido hasta ahora un papel líder. "Ha apostado por esta bandera como seña de identidad de la construcción europea y mundial", señala Teresa Ribera, secretaria de Estado de Cambio Climático, del Ministerio de Medio Ambiente. Ha ofrecido recortar un 20% sus emisiones para 2020 (30% si se alcanza un acuerdo internacional). Barack Obama no quiere pillarse los dedos con un acuerdo internacional hasta que el Congreso de EE UU no apruebe su plan energético, pero manejan rebajas del 17% al 20%. "Ahora resulta que va por el mundo subrayando el no, no podemos", le critica Aida Vila. "Sucede que en EE UU la demanda social es claramente insuficiente", apunta Ribera, "por la inercia tan fuerte que tienen de energía barata; no lo ven como un tema prioritario. En el polo opuesto está Suecia, donde sus gobernantes se ven presionados por la opinión pública en sentido inverso, para alcanzar cada vez mayores compromisos de reducción".


Aida Vila no entiende a España: "Cómo es posible que siendo uno de los países más afectados por el cambio climático (sequías, desertificación, incendios forestales, presión migratoria de los países africanos) y que más beneficios podría sacar de un compromiso mundial dado su liderazgo en energías renovables como la eólica, su voz apenas se oiga. Además, el 1 de enero asumimos la presidencia europea". También influye su escaso cumplimiento de Kioto: la UE nos asignó un aumento de las emisiones respecto a 1990 del 15%, pero nos pilló en pleno subidón económico y demográfico y andamos por el 42%.


Ribera insiste en que, sin quitar dramatismo al asunto, quizá se haya puesto demasiado el acento en lo negativo, en los sacrificios que esto nos supone; y ahora debemos saber transmitir la cara positiva: que se puede cambiar el rumbo, que es una oportunidad para adoptar otro modelo de desarrollo, más solidario y sostenible. "Porque el cambio climático, como la crisis, muestran las grietas del modelo de crecimiento descompensado que hemos estado siguiendo y que supone incrementar desequilibrios y vulnerabilidades". Cambio climático y crisis serían la fiebre de un planeta enfermo. La flecha de la salida es la misma. Cambiar de actitud, según subraya también Mar Asunción, de Adena/WWF:  "Tenemos una ocasión extraordinaria. Aprovechémosla, porque hasta ahora sólo se están poniendo parches". Termina Aida Vila: "Mientras EE UU y Europa marean, en algunos sitios es cuestión de vida o muerte". Gente como la de estas páginas que nos dice: "No nos queda tiempo. Nos estamos hundiendo". P Rafael Ruiz


MATHIAS BRASCHLER Y MONIKA FISCHER 

06/12/2009


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