Ahí están. Mirándonos. Testigos en 15
países, desde Suiza y España hasta Mali y Australia, de lo que ya está pasando.
Agricultores que se han quedado sin cosecha por las sequías, pueblos en peligro
por la rotura de la capa de hielo, habitantes de islas que han perdido sus
casas por las inundaciones. Un viaje alrededor del mundo para dar voz a las
víctimas del cambio climático, en vísperas de la cumbre mundial que comienza
mañana en Copenhague para tratar la mayor enfermedad del planeta.
Ha llegado. Raro es el día en que no sale
en prensa alguna noticia relacionada con el cambio climático. Recientemente, en
sólo cuatro días y en este mismo periódico, leímos estos titulares: "Las
largas sequías amenazan la dehesa española". "Los aviones deberán
planear los últimos 180 kilómetros para reducir el CO2". "La eólica
supera por primera vez la mitad de la producción eléctrica". "Europa
busca un pacto climático de mínimos que arrastre a EE UU". Las ramas del
problema se diversifican hasta abarcar cualquier parte del periódico. Y de la
vida.
Desde la publicación en noviembre de 2007
del Cuarto informe del grupo intergubernamental de expertos sobre el
cambio climático, en el que participaron 2.500 científicos de cien
países, las dudas y los escépticos se han reducido al mínimo. Parte negativa:
las temperaturas medias del planeta efectivamente están aumentando, y ha
quedado demostrada la influencia del impacto humano a través de la excesiva
emisión de dióxido de carbono. Los datos no admiten muchas interpretaciones.
Allá va uno de tantos: según la Agencia Estatal de Meteorología, el verano de
2009 ha sido en España el tercero más cálido desde 1961, con una temperatura
1,9 grados superior a la media. Además, los otros dos veranos más calurosos han
sido también recientes: los de 2003 y 2005.
Parte positiva: hay solución y estamos a
tiempo de cambiar esta trayectoria. Los expertos establecieron en dos grados el
nivel de calentamiento a partir del cual la Tierra experimentará trastornos que
afectarán seriamente a la humanidad. Para no alcanzar ese umbral, los
científicos han marcado la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto
invernadero de los países desarrollados entre un 25% y un 40% respecto
a 1990; los países que se están desarrollando deben acortar entre un 15% y un
30% sus curvas actuales de emisiones para no llegar al caos. Como destaca Aida
Vila, de Greenpeace: "Hay tecnología, energías renovables que nos permiten
abandonar el modelo de dependencia del petróleo y del carbón. Sabemos cómo
hacerlo, ahora se necesita voluntad política para dar el paso".
Eso es lo que parece que
falta, dados los oscuros augurios, para llegar a un acuerdo la próxima semana
en Copenhague; sobre todo por las reticencias de tres gigantes: EE UU, China y
Rusia. El Protocolo de Kioto estableció por primera vez unas medidas
jurídicamente vinculantes de limitación de emisiones de dióxido de carbono para
el periodo entre 2008 y 2012. Ahora ese texto debe ser completado en
Copenhague, ya que, por ejemplo, EE UU nunca lo firmó. Todo, según la ruta
marcada por Naciones Unidas, de cara a conseguir una reducción global del 50%
de las emisiones en 2050 respecto a 1990. La UE ha asumido hasta ahora un papel
líder. "Ha apostado por esta bandera como seña de identidad de la
construcción europea y mundial", señala Teresa Ribera, secretaria de
Estado de Cambio Climático, del Ministerio de Medio Ambiente. Ha ofrecido
recortar un 20% sus emisiones para 2020 (30% si se alcanza un acuerdo
internacional). Barack Obama no quiere pillarse los dedos con un acuerdo
internacional hasta que el Congreso de EE UU no apruebe su plan energético,
pero manejan rebajas del 17% al 20%. "Ahora resulta que va por el mundo
subrayando el no, no podemos", le critica Aida Vila.
"Sucede que en EE UU la demanda social es claramente insuficiente",
apunta Ribera, "por la inercia tan fuerte que tienen de energía barata; no
lo ven como un tema prioritario. En el polo opuesto está Suecia, donde sus
gobernantes se ven presionados por la opinión pública en sentido inverso, para
alcanzar cada vez mayores compromisos de reducción".
Aida Vila no entiende a España: "Cómo
es posible que siendo uno de los países más afectados por el cambio climático
(sequías, desertificación, incendios forestales, presión migratoria de los
países africanos) y que más beneficios podría sacar de un compromiso mundial
dado su liderazgo en energías renovables como la eólica, su voz apenas se oiga.
Además, el 1 de enero asumimos la presidencia europea". También influye su
escaso cumplimiento de Kioto: la UE nos asignó un aumento de las emisiones
respecto a 1990 del 15%, pero nos pilló en pleno subidón económico y
demográfico y andamos por el 42%.
Ribera insiste en que, sin quitar
dramatismo al asunto, quizá se haya puesto demasiado el acento en lo negativo,
en los sacrificios que esto nos supone; y ahora debemos saber transmitir la
cara positiva: que se puede cambiar el rumbo, que es una oportunidad para
adoptar otro modelo de desarrollo, más solidario y sostenible. "Porque el
cambio climático, como la crisis, muestran las grietas del modelo de
crecimiento descompensado que hemos estado siguiendo y que supone incrementar
desequilibrios y vulnerabilidades". Cambio climático y crisis serían la
fiebre de un planeta enfermo. La flecha de la salida es la misma. Cambiar de actitud,
según subraya también Mar Asunción, de Adena/WWF: "Tenemos una
ocasión extraordinaria. Aprovechémosla, porque hasta ahora sólo se están
poniendo parches". Termina Aida Vila: "Mientras EE UU y Europa
marean, en algunos sitios es cuestión de vida o muerte". Gente como la de
estas páginas que nos dice: "No nos queda tiempo. Nos estamos
hundiendo". P Rafael Ruiz
MATHIAS BRASCHLER Y MONIKA FISCHER
06/12/2009
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