jueves, 6 de septiembre de 2018

Catástrofe cultural - Dolor, ira y rabia por un museo - Mercé Ibarz - El País


El museo de Río después del incendio. REUTERS

El incendio del Museo Nacional revela que Brasil renunció a velar por el saber

El fuego ha robado demasiadas veces el patrimonio de la humanidad. Las imágenes de la biblioteca de Sarajevo arrasada por las llamas durante el asedio serbio o de la Biblioteca Nacional incendiada durante la caída de Bagdad en 2003 sirvieron para resumir la dimensión de conflictos que no solo destruyeron el presente de los pueblos que los padecen, sino también su pasado y, por lo tanto, una parte de su futuro. El nombre de la rosa, la célebre novela de Umberto Eco, acaba con el incendio de una gigantesca biblioteca quemada por el fanatismo que prefiere las llamas al conocimiento. Pero lo ocurrido en el Museo Nacional de Brasil no es producto de una guerra o de un ataque intencionado: es fruto de la incompetencia y de la incapacidad del Estado brasileño para proteger su patrimonio científico y cultural. Los recortes en tiempos de crisis no deberían servir nunca de pretexto para desatender una institución de estas dimensiones.


El Museo Nacional de Brasil, uno de los centros culturales más importantes del mundo, resultó destruido en Río de Janeiro el domingo por la noche por un incendio. Todavía no se conoce la dimensión de los daños, pero las primeras evaluaciones indican que se han perdido en torno al 90% de unos fondos de 20 millones de piezas, que incluyen casi todas las vertientes de la curiosidad humana. En junio, la institución había celebrado sus 200 años. Se trataba de uno de esos museos sencillamente inabarcables: poseía los restos de Luzia, que con 12.500 años fue hasta muy poco la americana más antigua, una enorme colección de dinosaurios, meteoritos, todo tipo de objetos de pueblos indígenas, grabaciones de idiomas desaparecidos, momias egipcias, restos de frescos de Pompeya.

Un antropólogo brasileño ha comparado el incendio con la destrucción de la Biblioteca de Alejandría en la Antigüedad, mientras que un periodista británico aseguró que es como si se hubiesen quemado a la vez el palacio de Buckingham y el Museo Británico. El edificio destruido, el palacio de San Cristobal, también tiene un gran valor histórico, ya que fue el palacio imperial de Brasil, al que el museo se trasladó en 1892. No se sabe todavía lo que se ha perdido, pero nunca podrá saberse todo el conocimiento que no se producirá en el futuro por este desastre, que era perfectamente evitable: la prensa brasileña no se cansó de denunciar el deterioro de la institución. Tras varios años de recortes, el presupuesto del museo era ridículo: la previsión de gasto para 2018 era de 42.000 euros, tres veces menos que lo que invierte la Cámara de Representantes en lavar sus 83 vehículos oficiales. La tragedia es que acababa de recibir un crédito extraordinario de 4,5 millones de euros para, entre otras cosas, instalar un sistema antiincendios del que carecía. Pero el dinero no llegó a tiempo.

La destrucción del Palacio de San Cristobal no tiene solución. El precio que Brasil ha pagado por el descuido de su patrimonio cultural es enorme, una triste metáfora de que la falta de atención a las instituciones que vertebran un país, y la cultura es una de ellas, acaba por provocar daños irreparables. Y no sólo a Brasil, al mundo entero.




Dolor, ira y rabia por un museo

El histórico Nacional de Río de Janeiro, referente americano y europeo reducido a cenizas como la ciudad, se convierte en una metáfora amarga del presente de Brasil


El museo de Río después del incendio. REUTERS

Duelo por un museo. Rabia, ira, cólera. Así está Brasil después de que el fuego devorara el Museo Nacional de Río de Janeiro. Un duelo indignado reúne muchas personas aterradas por la pérdida -por siempre, no habrá restauración que valga-de un patrimonio cultural y de memoria sin sustitución posible. Mensaje del músico José Manuel Berenguer desde Porto Alegre: "Toda una metáfora ... El hombre que puso el Brasil contemporáneo en el mapa, también el cultural, en prisión [Lula] y, al gobierno, el ladrón que dilapida el país vendiendo -el en EEUU ". Mi amigo no ha dicho nada más desde entonces. Los brasileños que se concentran airados ante la carcasa del edificio, lo único que queda, viven en piel propia el panorama sin paliativos que pone en escena:

Los museos nacionales públicos son fruto de la historia del poder, en su creación y desde entonces. Piense en cualquiera de estos museos, en Europa y América, y advertirá que su nacimiento e historia van en paralelo con la historia política e institucional del país. El patrón se adapta hoy en museos de sitios donde no había hasta hace poco, ya sea en Israel, Corea del Norte o los Emiratos Árabes y Qatar. El Museo Nacional brasileño, la institución académica más antigua de Brasil, una referencia en América Latina, fue creado en 1818 y ha sido aniquilado dos siglos después con precisión incluso en el año. El fundó el emperador Juan VI en el palacio de San Cristóbal, residencia de la familia imperial portuguesa en la zona norte de Río. Detrás tenía desde 1950 otro museo, El campo de fútbol de Maracanã, modernizado hace cuatro años con 260 millones de euros. El Museo Nacional tenía un presupuesto risible: 20.000 euros este año para el semestre de enero a junio.

En el edificio se firmó la independencia de Brasil en 1822, una efeméride que vaya a saber cómo será recordada, y donde, dentro de cuatro años. También fueron recibidos en 1900, después de la apertura al público, Marie Curie, Albert Einstein y el pionero de la aviación brasileña Alberto Santos Dumont, entre otras personalidades. En efecto: los museos nacionales de solera no estaban en el origen abiertos al público, concepto éste, el público, en realidad reciente, del siglo XX. Eran la sede de las colecciones reales, cuando la monarquía era el régimen dominante en Europa y sus colonias americanas, y la corte era la única beneficiaria.

La construcción de la identidad colectiva que todo museo nacional promueve partía de la naturaleza. La colección no se basó tanto en las artes plásticas como en las ciencias naturales, la antropología, la paleontología y la arqueología. Con la unión de Pedro I de Brasil y la archiduquesa Leopoldina de Austria, en 1817, llegaron naturalistas clave del siglo XIX a trabajar para el museo a partir del año siguiente, cuando se creó. Otros investigadores europeos contribuían a la colección con ejemplares botánicos como resultado de sus expediciones en Brasil. Leopoldina llegaría a ser regente del país, la primera emperatriz consorte, y durante dos meses reina de Portugal en 1826. Leo que fue muy querida por los brasileños, que lloraron la muerte de "La paladina de la independencia" por su apoyo a la causa. Hoy lloran el museo.

La dirección había conseguido este mes de junio que, por fin, el gobierno accediera a modernizar el equipo antiincendios. Costaría 21,6 millones de reales, unos 4.500 millones de euros. Demasiado tarde. Explica el New York Times que entre el 2013 y el 2017 la financiación federal del Museo Nacional cayó cerca de un tercio, hasta llegar a los 134.000 euros. Los recortes han sido especialmente agudas este año: sólo 20.440 euros entre enero y agosto. A finales de año una plaga de termitas casi se come el dinosaurio Maxakalisaurus. Pudo reabrir la sala gracias a donaciones particulares. Recibió el doble de lo que pedía.

Hoy, el museo ha quedado "como la ciudad, reducida a cenizas", se duele un estudiante durante la protesta en alusión a la deuda y la crisis de violencia, los dos puntales del dinero público. Un estudio del mismo gobierno, poco corriente en estos temas, cifra el coste de la violencia entre 1996 y 2005 en unos 1.679 billones [ sic ] de euros. Hay para llorar, sí. No me sentía tan mal por la destrucción de la memoria y la belleza que no he visto (no he estado nunca en Brasil) desde la destrucción en 2003 de los budas de Bamiyán.

Mercè Ibarz es escritora y profesora de la UPF.
Traducción de Google


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