I
Este domingo, 24 de
septiembre, el diario español El País publicaba un trabajo
titulado Energías Renovables: ¿Se acabó la gasolina?, en el
que se dan, en el primer párrafo, diversos ejemplos de cómo las principales
economías del mundo se hacen cada vez menos dependientes del petróleo, no solo
por razones financieras, que ya en sí son suficientemente importantes, sino por
razones climáticas: Europa se ha comprometido, para 2050 (una fecha que está en
el horizonte, aunque muchos de los que leemos esta nota hoy quizás no estemos
para vivirla), a reducir entre 85 % y 90 % la emisión de gases invernadero.
Alrededor de 170
países han establecido políticas de reducción de gases, incluida China, la gran
usina del crecimiento económico mundial, y esto, evidentemente, provoca
reacciones en el mercado petrolero. En 2013, cita el mismo diario El
País, en otra información, el peso del petróleo en el consumo mundial de
energía había caído a los niveles de 1965; y, según el Anuario BP de Energía 2016, desde entonces, ha habido
una pequeña recuperación.
De hecho, la
demanda de petróleo (como parte del consumo mundial de energía primaria, de
acuerdo con el mismo anuario), en el último cuarto de siglo, ha crecido de unos
4.000 a 4.500 millones de toneladas equivalentes de petróleo (MTEP), un 12 %
aproximadamente, mucho menos de 1 % por año; en un mercado total que ha crecido
de 9.000 a 14.000 MTEP en el mismo lapso, es decir, más de 50 %.
En este escenario,
el gran sostén del crecimiento de la demanda de energía del mundo es el gas, que prácticamente
ha crecido en la misma proporción, y el carbón ha tenido también (paradojas) un
incremento sensible desde 2003 y hasta 2012, sin duda apoyado por los altos
precios del petróleo, y que ahora debe tender a caer. Un experto, en el
precitado trabajo del país, señala que “no olvidamos el carbón cuando
comenzamos a producir petróleo, solo lo montamos encima”. Sin embargo, en ocho
años cerrará la última mina de la legendaria industria carbonífera inglesa.
Aunque las energías
renovables no aparecen con un crecimiento sensible, por haber empezado muy por
debajo de los combustibles fósiles, su crecimiento interanual es de 20 % en MTEP, hasta 2015,
fecha de los últimos datos disponibles para la Agencia Internacional de Energía
renovable.
El peso de la renta petrolera en el PIB mundial, igualmente, luego de
alcanzar casi 3 % a mitad de la década pasada, ha caído a menos de 0,5 % del
Producto, según datos del Banco Mundial. Es decir, para el funcionamiento de la
economía planetaria, el petróleo es un producto cada vez menos importante,
aunque no puede soslayarse su efecto agregador para otros sectores, como
transporte, producción de bienes y servicios, e incluso, como generador
eléctrico.
II
Un amigo de
juventud y gran periodista, Marco Tulio Socorro, decía, en la década de los 90,
que su gran miedo como venezolano era levantarse un día por la mañana y ver que
el periódico decía “ya no se necesita más la gasolina”. Él terminó yéndose de
Venezuela, como casi toda mi generación, a sociedades más funcionales. Pero yo
siempre le comentaba que eso era imposible, que no iba a suceder. Por lo menos
no así.
Lo que está pasando
en el mundo es que la dependencia de la gasolina (principal derivado del
petróleo) es cada vez menor, aunque hay opiniones en contrario (sobre ellas
hablaremos más adelante). Ya hay países que prohibirán el motor de combustión
interna tan pronto como en 2025; Inglaterra lo hará en 2040.
Se venden cada vez
más y cada vez mejores autos eléctricos, o híbridos (eléctricos-gasolina,
eléctricos-gas natural, sobre todo esto último); en las ciudades del primer
mundo, además, hay cada vez mejores sistemas de transporte público, más
eficientes en cuanto a costo-volumen de personas y carga transportada.
Es decir,
evidentemente, las perspectivas del petróleo no son buenas, en el mediano o en
el largo plazo. Los que han apostado contra las nuevas tecnologías, desde
los Ludditas —aquellos
que destruían las máquinas de la revolución industrial—, hasta Kodak,
han perdido. Sin excepciones.
III
Desde que el
Gobierno de Nicolás Maduro cayó en la consecuencia inevitable de un modelo
fallido en 70 países y durante más de un siglo —la bancarrota financiera y
el estallido social—, ha venido acuñando el término “sistema económico pospetrolero”.
Como es su
costumbre, el chavismo le pone eslóganes de pertinencia a proyectos de los que
no tiene ni idea de su implementación. Para el chavismo, el “sistema económico
pospetrolero” puede suponer (de acuerdo a lo poco que han esbozado,
probablemente porque no tienen ni idea de cómo desarrollarlo), dos cosas: O más
comunismo, puro y simple, con lo cual el fracaso está garantizado de antemano;
o un sistema tipo chino, de férreo control político mezclado con capitalismo de
amigotes, del más salvaje, en un país en el que su población está ganando
salarios de hambre.
Que Maduro y la
cúpula inepta y corrupta que lo rodea hablen de “modelo pospetrolero” en un
momento en que el petróleo está todavía a 40 dólares y en el que el Gobierno
controla, y asfixia, la mínima inversión independiente, no controlada por él,
ni siquiera llega a risible.
Pero en algo sí
tiene razón el mandón: Al menos con su Gobierno, el modelo petrolero está
acabado para Venezuela. Porque si el petróleo, como industria, tiene cada vez
menos peso en el PIB mundial, Venezuela, como proveedor, es cada vez más
insignificante en ese mercado. Sus 1,9 millones de barriles de producción diaria han
hecho que, al elaborar recientemente un perfil del futuro del petróleo, The
Economist no haya mencionado a Venezuela ni siquiera en una ocasión.
IV
No siempre fue así.
En 2005, un exultante Hugo Chávez, recién ganador de un referendo revocatorio y
con el camino político despejado hacia el futuro, ofrecía, canibalizando la
figura de Arturo Uslar Pietri (quien calificó al mandatario de
“ignorantísimo”, apenas llegado al poder) el plan “Siembra petrolera” que prometía un objetivo económico
(llevar la producción a más de seis millones de barriles en 12 años, es decir,
en el año que vivimos ahora), y cuatro objetivos políticos, promovidos por sus
delirios geopolíticos y apoyados en los altos precios del crudo:
“Apalancar el
desarrollo socioeconómico nacional para construir un nuevo modelo de desarrollo
económico más justo, equilibrado y sustentable para combatir la pobreza y la
exclusión social; impulsar el proceso de integración energética de América
Latina y el Caribe; servir de instrumento geopolítico para propiciar un modelo
pluripolar que beneficie a los países en vías de desarrollo y a la vez
constituya un contrapeso al sistema; y defender la cohesión y la articulación
de la política petrolera de la OPEP”.
Ustedes juzgarán
cuáles de estos objetivos se cumplieron. Por supuesto, el del incremento de la
producción nacional es un fracaso rotundo. Pero se garantizaron varios votos de
la Caricom en este momento, como lo demuestran las
sucesivas discusiones de la Carta Democrática Interamericana al régimen
autoritario de Nicolás Maduro.
V
Seguimos
pagando —y pagaremos por muchos años, como hemos venido haciéndolo desde
los 70— el precio de tomar al petróleo como sinónimo de la soberanía
nacional, como una especie de patriotismo del subsuelo, que a la larga —y
a la corta también— solo ha servido para hacer de quienes capturan el
poder una suerte de semidioses, de quienes depende la suerte o la desgracia, el
bienestar o el padecimiento, del resto de la sociedad.
Quienes quieran
construir la sociedad post-petrolera venezolana, deberán, sin embargo, apoyarse
en el petróleo durante muchos años más. No todas las visiones sobre la
industria son apocalípticas; más bien, hay expertos de peso en la industria que
dicen que no solo la demanda de petróleo va a seguir incrementándose hasta la próxima década, sino
que puede haber una crisis de suministro del crudo hacia finales de los 2010. Y
que, adicionalmente, la baja de los precios desalienta otras tecnologías,
haciéndolas inviables a la larga.
Pero si no nos
desprendemos de la visión de que todo lo que produce riqueza (y muy
especialmente el petróleo) debe estar en manos del Estado, Venezuela dejará
pasar esta y todas las próximas oportunidades que pudieran presentarse.
Solo en la libertad
económica, solo en un ambiente de total apertura, se encuentra la posibilidad
de construir una Venezuela post-petrolera, e impulsada por el petróleo. De
seguridad jurídica, de Estado limitado, y de estabilidad monetaria, la cual, en
este momento, solo es posible a corto plazo con una dolarización de la economía
venezolana.
Aquella “siembra”
de la que hablaba Uslar Pietri en 1936, y que hoy, casi un siglo después, sigue
sin hacerse, amenaza con convertírsenos en la más grande frustración de la
historia contemporánea del país, someterlo a una larga noche de dictadura, y finalmente, a su desaparición como una nación
independiente. Las reservas petroleras de Venezuela son de 150 años, según
proclama el chavismo a cada rato.
¿Alguien puede
pensar que la necesidad de petróleo seguirá existiendo dentro de 50 años? A
hoy, se ve difícil.
Estamos a tiempo de
reaccionar.
Pero puede ser,
ahora sí, el último tren.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario