Frente a la agroindustria hegemónica, la
agroecología busca superar la dependencia de los combustibles fósiles y de
tecnologías contrapuestas a la sostenibilidad de los ecosistemas. Uno de sus
principales propósitos es fortalecer los sistemas de producción de alimentos
que ponen en el centro la agricultura local. Para los campesinos supone la
posibilidad de acceder a tierra, semillas, agua, créditos y mercados locales.
Esta forma de agricultura avanza fuertemente en América Latina. En la
actualidad se revela como una forma de resistencia frente a un modelo
agroindustrial agotado que beneficia a unos pocos y que pone en peligro la
vida.
¿Cuáles son las principales
orientaciones de los sistemas agrícolas actualmente hegemónicos en América
Latina? ¿Qué papel cumple la biotecnología en estos sistemas?
La agroexportación
y la extracción de materias primas minerales y energéticas han sido las
principales vías a la que han recurrido los Estados latinoamericanos para
insertarse en la economía mundial. Los gobiernos asumen estas exportaciones
como el camino más fácil para financiarse, aún cuando una porción considerable
de las divisas que generan estos rubros quedan fuera de los países debido a la
remisión de utilidades de las grandes corporaciones o por la fuga de capitales
provocada por las élites locales.
La concentración y
el acaparamiento de los recursos productivos son rasgos históricos de los
procesos de acumulación en la región. La novedad está en que se han
intensificado al cabo de las últimas décadas. Esto explica y acentúa la
inequidad distributiva. No se trata solamente del ingreso y de la riqueza. Por
ejemplo, la tierra y el agua, para mencionar dos bienes estratégicos, también
están altamente concentrados. No es un hecho fortuito que los índices de
concentración de la tierra en América Latina estén entre los más altos del
mundo.
Hablar de los
factores históricos que constituyen la base de la injusta distribución de la
tierra nos remite a la apuesta exacerbada por los monocultivos intensivos
destinados a la agroexportación. Este modelo tiende a utilizar agroquímicos en
grandes cantidades y, con los avances biotecnológicos, ahora recurre a semillas
industriales y transgénicas con el argumento de incrementar la productividad,
alimentar al mundo e ingresar divisas a los países exportadores. Pero estos
argumentos son en esencia falaces. Los productos que ofrecen están destinados a
los mercados internacionales, principalmente a Estados Unidos, la Unión
Europea, Rusia y China. Todos ellos han sido comoditizados y
están atados a las bolsas de valores y a la especulación financiera. Los
promotores de este modelo son las grandes corporaciones multinacionales aliadas
a las élites rentistas locales. Son, de hecho, quienes condicionan las
políticas públicas de los Estados nacionales al vaivén de sus intereses.
Mientras tanto, este sistema productivo sigue deteriorando los ecosistemas,
provoca la pérdida de biodiversidad, la expansión de la frontera agrícola, la
descampenización y, en consecuencia, aumenta el riesgo asociado al cambio
climático.
¿Cómo
se están valorando los actuales avances científicos en el campo de la
biotecnología desde la perspectiva agroecológica?
La biotecnología,
en tanto manejo y uso de organismos vivos y de células en la elaboración de
productos o en la mejora de plantas y animales, es tan antigua como la
agricultura y la ganadería. El problema está en el sesgo que se observa al
menos en las tres últimas décadas. La llamada «biotecnología moderna» se
caracteriza por intervenir la vida en escala molecular hasta hacer desaparecer
las barreras entre los organismos.
Mientras la biotecnología tradicional se ha
concentrado en procesos bioquímicos que se presentan en la naturaleza, la
biotecnología moderna se especializa en el campo molecular a partir de los
avances en la ingeniería genética, modificando los rasgos de un organismo vivo
o introduciendo cualidades de un organismo vivo a otro. Estamos ante un campo
del conocimiento que ha provocado una revolución científico-técnica y
productiva que, por su orientación, ha sido un instrumento para reforzar la
agricultura intensiva de exportación, con una acentuada dependencia de insumos
artificiales. Estas formas de producción contaminan las fuentes de agua,
degradan los suelos y, en general, ponen en riesgo la vida misma, tal como lo
reconocen los estudios de bioseguridad que nacieron en respuesta a la nueva
biotecnología. La inclinación por este tipo de biotecnología permite a las
multinacionales del agro controlar prácticamente el proceso productivo en su
conjunto, desde el origen de la semilla hasta la distribución y el consumo de
los alimentos.
Hay suficientes
indicios para demandar el respeto del principio precautorio respecto
a varias de las aplicaciones científicas que han surgido de la biotecnología
moderna, sobre todo en lo que se refiere a las especies transgénicas. Este
principio señala que si hay sospechas razonables de que ciertas aplicaciones
científicas o tecnológicas son capaces de provocar perjuicios graves a los
seres humanos y a los ecosistemas en general, debe impedirse o postergarse su
uso. Las moratorias son aquí un poderoso instrumento para hacer valer el
principio de precaución. Sin embargo, la magnitud de los intereses económicos
de la agroindustria intensiva logra imponerse sobre el interés general. Si esta
situación persiste, aun cuando en los años o décadas siguientes se reconociese
el peligro de estos procesos y productos, el daño será en muchos casos
irreversible. Por esa razón, es necesario organizarnos mejor para incidir en
políticas de ciencia y tecnología más respetuosas con un metabolismo
social-ecológico capaz de reproducir las condiciones de vida en un entorno sano
y diverso.
Usted
ha investigado y participado en la gestión de iniciativas para potenciar la
agroecología como una de las alternativas ante el agro negocio basado en
monocultivos. ¿Cómo calificaría a la agroecología y cuáles son sus principales
beneficios?
En el mundo de la
agricultura, existen sistemas alternativos al modelo hegemónico. Por una parte,
hay una gama diversa de productores de pequeña y mediana escala que, sin ser
necesariamente sujetos campesinos o indígenas, producen alimentos para el
mercado local y/o nacional mediante sistemas diferentes, aunque generalmente
subsumidos parcial o totalmente a las lógicas de producción, distribución y
comercialización del modelo agroindustrial.
A pesar de contar
con poca tierra, la agricultura familiar campesina representa más de las tres
cuartas partes de las unidades de producción en la región, al tiempo que
absorbe una porción significativa de la oferta rural de empleo. A nivel mundial
se estima que más de la mitad de los alimentos en el mundo provienen de la
pequeña agricultura, de pequeñas fincas, especialmente a cargo de mujeres. En
América Latina 8 de cada 10 unidades productivas están en manos de pequeños productores, pero representan apenas
una quinta parte del total de las tierras agrícolas.
Frente a la
agricultura intensiva que empobrece la diversidad, las agriculturas para la
vida promueven la conservación y la diversidad del patrimonio biogenético.
Hasta hace algunas décadas podíamos encontrar cientos de variedades de papas,
maíz, arroz, cereales, frutas, entre otros géneros, en tanto que hoy, como
resultado de los impactos del monocultivo industrial y de otros factores, miles
de especies han desaparecido.
Por ello es
importante resaltar que a lo largo y ancho de América Latina perviven formas
ancestrales de producción de alimentos que conviven, en muchos casos subsumidas
y en otros en franca disputa, con las lógicas productivas del capitalismo
agrario hegemónico. Estas formas productivas ancestrales -que podemos denominar
como alternativas- son llevadas a cabo predominantemente por los pueblos
indígenas y comunidades campesinas que habitan gran parte de los territorios de
nuestro continente.
A estos se suman las actividades productivas de los
pescadores artesanales, las comunidades afrodescendientes y otras comunidades
tradicionales que reproducen sus formas de vida a partir de la producción de
alimentos para el auto sustento, en complementariedad con la producción de
cultivos para los mercados locales y/o nacionales. Por otra parte, en las últimas
décadas se fueron conformando diversas corrientes dentro de la agronomía,
ligadas a las luchas campesinas e indígenas, que sistematizaron diversas formas
de producción alternativa, integrando saberes técnicos y agronómicos con
saberes campesinos, indígenas y de otros actores rurales subalternos que dieron
lugar a lo que hoy conocemos como agroecología.
La agroecología
tiene varias connotaciones. Quisiera enfatizar aquellas que la conciben como el
conjunto de saberes y prácticas de producción alimentaria que buscan superar la
dependencia de los combustibles fósiles así como de tecnologías contrapuestas a
la sostenibilidad de los ecosistemas y, en su lugar, pretenden fortalecer
sistemas de producción de alimentos que ponen en el centro la agricultura local,
la producción nacional de alimentos por campesinos y familias rurales y
urbanas, con base en la innovación socioecológica sustentable, los recursos
locales y la energía solar. Para los campesinos, mientras tanto, supone la
posibilidad de acceder a tierra, semillas, agua, créditos y mercados locales,
mediante políticas de apoyo económico, iniciativas financieras, oportunidad de
mercados y tecnologías agroecológicas. El propósito central de la agroecología
es ir más allá́ de las prácticas
agrícolas
alternativas y desarrollar agroecosistemas con una mínima dependencia de
agroquímicos e insumos de energía. La agroecología es un concepto en permanente
construcción, con una fuerte carga política de lucha y resistencia, así como de
disputa simbólica y material, que reclama un lugar destacado dentro de las
formas alternativas de producción agrícola en el continente y en planeta en su
conjunto.
La agroecología
postula la articulación horizontal entre distintos saberes técnicos y
agronómicos, procedentes tanto del saber académico/científico de la agronomía
universitaria como de los saberes populares indígenas y/o campesinos (y de
otros sujetos rurales subalternos). De esta integración de saberes emerge una
lógica productiva sensible a considerar e integrar las condiciones climáticas,
culturales, sociales y territoriales de cada espacio local. Desde esta
perspectiva no existe una forma unívoca de producir de forma agroecológica. Sin
perjuicio de esta afirmación, en un reciente ensayo sobre Agriculturas alternativas y Transformación
Social-Ecológica que escribí junto con los colegas Luciano
Concheiro y Juan Wharen, planteamos que es posible identificar algunas
orientaciones y beneficios comunes dentro de la diversidad de prácticas
agroecológicas:
- La producción prioriza el autoconsumo y la
comercialización en espacios locales.
- Privilegia el uso de fertilizantes y otros
productos de origen biológico para cuidar y fortalecer los cultivos y,
que, de preferencia, puedan ser producidos por el propio campesino/a u
obtenidos a bajo costo sin que sean dañinos a la naturaleza circundante ni
provoque impactos sanitarios negativos.
- Promueve una alta rotación de cultivos y la
permanente complementariedad y asociación entre diferentes plantas para
potenciar la fertilidad de la tierra durante el ciclo productivo, así como
dejar en barbecho (descanso) la tierra cada determinado tiempo
(establecido de acuerdo a las condiciones de cada espacio productivo).
- Prioriza el uso de energía renovable y/o
autogenerada (energía solar, eólica, hidroeléctrica a micro escala,
biogás, etc.) en detrimento del uso de las energías convencionales
(carbón, gas, petróleo, hidroeléctricas a mega escala, nuclear, etc.).
- Promueve espacios de comercialización en
circuitos cortos con la menor cantidad de intermediarios posibles,
fomentando también otras formas de intercambio no capitalista (trueque,
trabajo comunitario/voluntario, créditos sin intereses, etc.).
- Considera dentro del proceso el reciclado de
diferentes elementos de descarte que pueden reconvertirse en el propio
ciclo productivo (compost con desechos orgánicos, fertilizantes o biogás a
partir del excremento de animales, reutilización de agua de lluvias y uso
doméstico para el riego, etc.).
- Concibe que el uso de maquinarias y de
tecnología se encuentren al servicio del productor campesino, para mejorar
o aligerar su fatiga en el trabajo, pero el proceso de trabajo queda
siempre bajo la (auto) gestión del productor familiar campesino. Contrario
a lo que ocurre en la lógica empresarial del agro negocio, donde los
trabajadores, como en el conjunto de la industria capitalista, quedan
subsumidos a la lógica del capital, las maquinarias y la tecnología
perdiendo su capacidad de gestión del ciclo productivo.
- Complementa la (auto) gestión del proceso de
trabajo y del ciclo productivo con los propios ciclos de la naturaleza, a
fin de propiciar una relación de armonía entre la producción agrícola con
la reproducción de la vida humana con perspectiva de género y la propia
reproducción de los ecosistemas.
- Favorece la creación de un tipo de trabajo que
genera mayor empleo por hectárea respecto a las grandes plantaciones de
monocultivos.
- Cumple en general funciones vitales que el
tradicional capitalismo agrario no contabiliza, tales como: el resguardo
de saberes ancestrales, resiliencia climática, guardianía de semillas,
practicas plurinacionales e interculturales, cuidado de bosques y defensa
de la soberanía alimentaria.
Quisiera
puntualizar una idea final. Se suele tildar a los promotores de la agroecología
como voluntaristas, fanáticos que ignoran los «desafíos reales de alimentación»
que enfrenta el planeta. O bien se nos etiqueta como opositores radicales a los
avances tecnológicos, sobre todo en el campo de la biotecnología. La realidad
es que ninguna de las dos acusaciones es, al fin y al cabo, cierta. Los
sistemas alternativos de producción, con los debidos apoyos desde las políticas
públicas y las regulaciones de mercado pertinentes, son capaces de alimentar en
forma sana a toda la población mundial. Las cifras de producción de alimentos
agrícolas consumidas por seres humanos avalan esta afirmación.
En cuanto a la
postura sobre el avance científico y tecnológico, la agroecología es compatible
con aquellas innovaciones que prueben ser social y ambientalmente responsables.
Lo que vemos es que los principales financiamientos para la producción de
ciencia agrícola –como de la ciencia en general- están orientados a promover el
control de las cadenas de valor y el enriquecimiento de las empresas
transnacionales, excluyendo o subordinando el medio ambiente y las necesidades
humanas auténticas.
Si algo puede
llamarse fanático hoy día es la creencia ciega de que la acumulación de capital
ilimitado puede ir de la mano con la protección integral de los ecosistemas y
con la promoción de la salud humana. La agroecología conviene verla entonces
como un referente ético y demostrativo de lógicas y sistemas alternativos
frente a los actuales desafíos sociales y ambientales.
Carlos
Pástor Pazmiño es un politólogo
ecuatoriano. Es doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Andina
Simón Bolívar. Es un destacado investigador de las problemáticas agrarias, los
grupos económicos agroalimentarios, las luchas campesinas e indígenas y la
geopolítica agraria. Es miembro del grupo de trabajo Estudios Críticos del
Desarrollo Rural del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Se
desempeña como asesor de la Subsecretaria de Agricultura Familiar Campesina del
Ministerio de Agricultura y Ganadería de Ecuador.
Por Álvaro Cálix
Nueva Sociedad, Mayo 2018
Colaboración
del Proyecto FES-Transformación para Nueva Sociedad
No hay comentarios.:
Publicar un comentario