La especie
humana se ha convertido en una amenaza para la vida en el planeta. Tras 40.000
generaciones, su desarrollo lo ha conducido a una trágica encrucijada de su
propia autoría. Tiene ahora que decidir, con urgencia, que ruta tomar:
continuar modificando las condiciones naturales que han permitido el desarrollo
de la vida en la Tierra como la conocemos, o tomar el desvío, en reconocimiento
de que somos parte inextricable del tejido de la vida y que continuar
rasgándolo amenaza nuestra propia existencia.
Los humanos
han modificado el mundo natural de múltiples maneras. Han destruido casi la
mitad de los bosques naturales que cubrían los continentes hace apenas 2.000
años. Han provocado la desaparición de miles de especies de plantas y animales.
Han contaminado los suelos, el agua y el aire con sustancias tóxicas de su
propia invención. Han llenado los océanos con desechos químicos y plásticos que
amenazan la vida marina. Han alterado los ciclos de las precipitaciones y
aumentado la intensidad y frecuencia de los huracanes.
Los humanos
han también escarbado obsesivamente las entrañas de la tierra para extraer
carbón, petróleo y gas para quemarlos y aprovechar apenas fracciones de sus
contenidos energéticos. Como consecuencia sólo de esta destructiva adicción le
han inyectado más de 2.200 giga-toneladas de gas carbónico (2.2 billones ton
CO2), 6.000 millones de toneladas de metano (CH4) y otros gases a la atmósfera,
modificando radicalmente su composición química. Han provocado así que la
concentración de CO2 en la atmósfera aumente más de 40% y la de metano 150% con
respecto al equilibro natural que se había mantenido por 10.000 años, período
en el que se desarrolló la historia moderna de la humanidad. Todos los
acontecimientos históricos del humano moderno, desde aproximadamente el
descubrimiento de la agricultura, cuando la población humana apenas superaba
los 5 millones, hasta la conquista del espacio, ocurrieron en este breve
período de tiempo.
Los humanos
también han desarrollado instrumentos de guerra cuya utilización provocaría la
extinción asegurada de su propia existencia. Las armas nucleares, químicas y
biológicas, cada vez más poderosas y letales, aunque reconocidas como amenazas
a la vida en el planeta, continúan proliferando y perfeccionándose en violación
expresa de acuerdos internacionales para su eliminación.
Han también
desarrollado sustancias químicas que, a pesar de su reconocida toxicidad, son
intencionalmente introducidas al aire que respiran, así como a los alimentos,
al agua y a los medicamentos que consumen.
Los
acontecimientos humanos sólo en los últimos 120 años ponen en entredicho su
pretenciosa auto-designación como homo sapiens: hombre sabio.
Dos guerras mundiales provocaron la muerte de más de 100 millones de personas y
la demolición de países enteros. El modelo de desarrollo que se impuso tras
estas catástrofes planetarias sobre la mayor parte de la humanidad ha provocado
el hundimiento en la pobreza del 80% de la población mundial, la muerte
rutinaria e ignorada de 14 millones de niños menores de 5 años cada año por
enfermedades de fácil curación, más de 800 millones de personas sin acceso ni a
la electricidad ni al agua potable, la propagación de plagas y enfermedades que
amenazan la vida de países enteros, docenas de violentas intervenciones
militares para subyugar pueblos oprimidos en rebeldía y el aberrante
sometimiento al hambre diaria de mil millones de personas. De acuerdo con la
ONU, el 1% de la población humana acapara más de la mitad de la riqueza,
mientras el 70% más pobre debe compartir sólo el 3%.
Entre los
peligros que acechan hoy a la humanidad se destacan dos particularmente
inminentes y destructivos, ambos engendros de su propia fabricación: la guerra
nuclear y el calentamiento global. La guerra nuclear es una amenaza creciente,
consecuencia de la estupidez obsesiva por la dominación mundial, aunque sea
efímera y fútil debido a la destrucción asegurada de las partes en conflicto,
arrastrando a la aniquilación al resto de la humanidad y a la mayor parte de
las otras especies de plantas y animales que comparten el planeta.
El
calentamiento global es una aberración producida por la actividad humana,
consecuencia principalmente de su adicción por el consumo de petróleo, gas y
carbón. Sus consecuencias pueden ser tan destructivas como las de la guerra
nuclear. Las emisiones de CO2, metano y otros gases de efecto invernadero
ya han transformado radicalmente la composición química de la atmósfera,
provocando una cascada de consecuencias que tienden a auto-alimentarse para
transformar a la Tierra en un planeta hostil para la vida humana. La humanidad,
inadvertida en su mayor parte, dispone ahora de apenas un par de décadas para
evitar cruzar el punto de no retorno.
Entre las
primeras advertencias se destaca la del matemático y físico francés Joseph
Fourier, quien en 1824, en plena guerra de independencia en América Latina,
describía con sorprendente precisión el efecto invernadero, en un intento por
explicar lo que mantiene en equilibrio dinámico la temperatura de la tierra.
Fue Fourier quien acuñó el término balance energético planetario,
el equilibrio entre la energía que se recibe del sol y la que se emite
como radiación infrarroja (calor) hacia el espacio.
Veinte años
más tarde, John Tyndall construyó un espectro-fotómetro para
medir el calor que gases como el CO2 o el ozono pueden absorber. Pudo
demonstrar que los principales gases que forman la atmósfera, como el nitrógeno
(78%) y el oxígeno (21%) son esencialmente transparentes tanto a la luz solar
como a las radiaciones infrarrojas. Pero otros gases, como el CO2 y el metano,
son opacos a la radiación de calor: absorben cerca del 95% de las ondas
infrarrojas, acumulando calor “como los ladrillos de una cocina”.
A finales del
siglo 19, un físico sueco, Svante Arrhenius, amplió las
investigaciones de Tyndall para determinar el efecto de cambios en la
concentración de CO2 en la atmósfera sobre la temperatura media del planeta. En
1896 publicó los resultados de sus investigaciones: si la concentración de CO2
se duplica, la temperatura debería aumentar unos 3°C. Un siglo más tarde,
el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambios Climáticos confirmó
que, de duplicarse la concentración de CO2 en la atmósfera con respecto al
promedio de la época pre-industrial, para alcanzar las 560 ppm, la temperatura
promedio aumentaría 3°C.
Evidencias
científicas irrefutables se acumularon con creciente alarma entre 1950 y 1990,
destacando las monstruosas consecuencias de la dependencia de la economía
mundial por el consumo de hidrocarburos. Tales conclusiones motivaron que todos
los países del mundo firmaran en 1992 elConvenio Marco de Naciones Unidas
sobre el Cambio Climático. Cinco años más tarde se suscribió elProtocolo
de Kioto, una ventana operativa de Acuerdo Marco que
imponía insignificantes exigencias a los países industrializados para que
redujeran sus emisiones de gases de efecto invernadero en apenas 5% para el
2012 con respecto a las de 1990. Estados Unidos, el principal responsable, se
retiró delProtocolo de Kioto en el 2001, provocando su colapso.
Para el 2012 había aumentado sus emisiones en 17%.
Las emisiones
acumuladas de gases de efecto invernadero en la atmósfera ya han provocado
serias consecuencias, cuyos efectos tienden a auto alimentarse, sobrepasando la
capacidad de la humanidad para detenerlos. La temperatura promedio en la
superficie del planeta había aumentado 1.2ºC para finales del 2016 sobre el
promedio de hace apenas un siglo. Adicionalmente se registra un desequilibrio
energético planetario de 326 Terajoules por segundo:
el planeta continúa absorbiendo más energía que la que emite, lo que conduce
irremediablemente a un aumento adicional en la temperatura superficial promedio
de al menos medio grado centígrado en los próximos 50 años, aunque se
detuvieran de inmediato todas las emisiones de gases de efecto invernadero.
La cantidad de energía que se acumula anualmente en el planeta por este
desequilibrio es equivalente a la energía contenida en 447.000 bombas atómicas
como la que arrasó a la ciudad de Hiroshima en 1945 durante la segunda guerra
mundial, detonadas todos los días, 365 días al año.
Ya en el 2012
James Hansen, director del Instituto de Ciencias Espaciales de
la NASA enfatizaba este paralelismo: “El desbalance energético actual es
equivalente a la energía contenida en 400.000 bombas atómicas, como la lanzada
sobre Hiroshima, detonadas cada día, 365 días al año” (Hansen, NASA-GISS
2012).
El aumento
registrado en la temperatura superficial promedio del planeta era de apenas
1.2ºC para finales del 2016 en relación con el promedio de la época
preindustrial. Sin embargo, ha provocado que el hielo marino ártico haya
perdido dos tercios de su volumen entre 1980 y el 2016, con una pérdida
promedio de 330.000 millones de toneladas anuales. Las masas de hielo
continental sobre Groenlandia han venido perdiendo un promedio de 286.000
millones de toneladas anuales durante el período 2000-2016, y las de la
Antártica un promedio de 110.000 millones de toneladas anuales en los últimos
25 años. Sólo la Antártida le ha depositado al océano 2.7 billones (millones de
millones) de toneladas de agua en este período a una tasa cada vez mayor: en
los últimos 3 años promedia 200.000 millones anuales (NASA 2017; Nature June
2018: Mass Balance of the Antarctic Ice Sheet 1992-2017).
Cerca del 90%
de la energía que se ha acumulado en el planeta en los últimos 50 años ha sido
absorbida por los océanos. Al aumentar su temperatura aumenta su volumen. Esta
tendencia, más el derretimiento del hielo en Groenlandia, la Antártida y en los
glaciares alrededor del mundo, tiende a aumentar el nivel del mar al menos 3
metros para finales de siglo como consecuencia de un aumento
en la temperatura superficial promedio de 3°C para entonces.
Un aumento en el nivel del mar de esta magnitud provocaría el desplazamiento de
más de mil millones de personas, la pérdida de una gigantesca proporción de
infraestructura y la inundación de múltiples ciudades como Nueva York, Boston,
San Francisco, Londres, Buenos Aires, Rio de Janeiro, Calcuta, Alejandría,
Miami, Tokio, Osaka, Amsterdam, Shanghai, Shenzhen, Bangkok, entre otras.
Un
aumento de temperatura de 3°C para finales de siglo es lo que ocurriría aún en
el caso poco probable de que se cumplan todos los compromisos asumidos por
todos los países miembros de Naciones Unidas en el Acuerdo de Paris del 2015 (UNEP Emission Gap Report 2017; Fraude en
Paris 2016)
“A
mediados del plioceno, hace 4 millones de años, la concentración de CO2
en la atmósfera oscilaba alrededor de las 400 partes por millón (ppmv), similar
al nivel actual. La temperatura superficial promedio oscilaba entre 2,5ºC
y 3ªC sobre el promedio actual y el nivel de mar se encontraba entre 20 y
24 metros sobre el que conocemos”
Academia
Nacional de la Ciencia de EUA: Climate Change - Evidence and Causes 2013
“Un
calentamiento de 3 a 4°C tendría consecuencias desastrosas. La
continuación de las emisiones provenientes de combustibles fósiles sería
un acto de extraordinaria y deliberada injustica inter-generacional”
Assessing
Dangerous Climate Change 2013. Instituto de Estudios Espaciales de la NASA, Universidad de
Columbia, Institut Laplace, Francia, Universidad de Estocolmo, Universidad de
Harvard, Universidad de California.
La diferencia
en la magnitud que se espera en el aumento del nivel del mar para
finales de este siglo con un aumento de temperatura de 3°C y el
registrado a mediados del plioceno se debe a la escala del tiempo: en el
plioceno la concentración de CO2 se mantuvo alrededor de las 400 ppm durante
siglos. La concentración actual (410 ppm) es el producto del frenético consumo
de petróleo, gas y carbón particularmente en los últimos 70 años, con
tendencias a superar las 700 ppm para finales de siglo.
El Acuerdo
de París es un compromiso internacional de carácter voluntario,
jurídicamente no-vinculante, cuyo propósito es evitar que el aumento en
la temperatura superficial promedio del planeta supere los2°C sobre
el promedio de la época pre-industrial para finales del siglo 21, haciendo
lo posible por limitar dicho aumento a 1.5°C.
“En el período interglaciar
Emiense, cuando la temperatura superficial promedio aumentó 2°C sobre el
promedio de la época preindustrial, el nivel del mar oscilaba entre 5 y 9 metros
sobre el nivel actual. El límite de los 2°C no garantiza seguridad, pues
provocaría un aumento en el nivel del mar de varios metros, junto a numerosas
otras consecuencias disruptivas para los ecosistemas y la sociedad humana… Un
aumento en la temperatura superficial promedio de 2°C sobre el promedio de la
época preindustrial es altamente peligroso”
- NASA, Columbia University, Institut Laplace,
Academia de Ciencias de China. Atmos. Chem. Phys. Discuss., 15, 20059–20179,
2015.
En el informe
que presentará el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio
Climático en Noviembre 2018, cuyo borrador ha circulado entre
analistas seleccionados por la ONU para su revisión, se destaca que las
contribuciones voluntarias asumidas en el Acuerdo de Paris se
encuentran lejos de cumplir con la meta establecida de los 2°C, y que la meta
de 1.5°C es prácticamente inviable: “Aunque técnicamente posible, su
probabilidad es extremadamente remota”. El escenario de 1.5°C exige una
pronunciada e inmediata reducción en el consumo de combustibles fósiles, el
aprovechamiento masivo de energía solar y eólica, la inmediata erradicación de
las emisiones de automóviles, camiones, barcos y aviones, y la introducción de
emisiones negativas (extracción de CO2 de la atmósfera). “La tasa de
penetración de nuevas tecnologías históricamente toma mucho tiempo. No hay
ejemplos en la historia de transiciones tan rápidas y de tanto alcance como las
requeridas en esta encrucijada”.
“Si
no actuamos con determinación ante el calentamiento global, enfrentaremos
migraciones masivas, ciudades sumergidas, naciones desplazadas, destrucción de
fuentes de alimentos y conflictos provocados por la desesperanza... Debemos
superar la pobreza sin condenar a nuestros niños a un planeta más allá de su
capacidad para repararlo”
- Barack
Obama, Asamblea General de la ONU, septiembre 2016.
“Los
costos socio-ambientales generados por las corporaciones de combustibles
fósiles son mayores que las ganancias obtenidas. Si dichas empresas pagaran los
daños que provocan, el negocio dejaría de ser rentable”.
Cambridge
Business School -Hope, Gilding, & Alvarez, 2015
La retirada de
Estados Unidos del Acuerdo de París es una traición al resto
de la comunidad internacional en sus esfuerzos por evitar una catástrofe
climática cuyas principales víctimas serán nuestros descendientes más
inmediatos. Estados Unidos, con apenas el 5% de la población mundial, es
responsable por el 25% de las emisiones de CO2 y otros gases que se han
acumulado en la atmósfera desde inicios del siglo 20.
Con su
retiro del Acuerdo de Paris, Estados Unidos se convierte en un país paria, una
amenaza efectiva a la seguridad y la estabilidad de toda la humanidad.
Ningún otro
país ha contribuido tanto al engendro de esta peligrosa amenaza planetaria. Sin
embargo, ningún otro país ha consistentemente saboteando los esfuerzos
internacionales por revertir este fenómeno como lo ha hecho Estados Unidos,
desde su retirada del Protocolo de Kioto en el 2001 hasta su
retirada del Acuerdo de París en Mayo 2017. Mientras los países en desarrollo
proponían un acuerdo jurídicamente vinculante, Estados Unidos amenazó con
retirarse de las negociaciones si el Acuerdo de París no se limitaba
a contribuciones voluntarias. Mientras los países en desarrollo reclamaban el
reconocimiento de responsabilidades históricas, Estados Unidos exigió que la
referencia a las responsabilidades diferenciadas se redujera a emisiones
futuras y que las responsabilidades históricas fuesen excluidas. Exigió también
que se liberara a los países industrializados de la obligación establecida en
el Convenio Marco sobre el Cambio Climático de 1992 y en
el Protocolo de Kioto de 1997 de liderar en la reducción de emisiones,
debido tanto a su desproporcionadamente elevada contribución al calentamiento
global como a su mayor capacidad tecnológica y económica para hacerlo.
Estados Unidos
insistió en una demanda vergonzosa y sin precedentes: que los países en
desarrollo, menos responsables pero más vulnerables al cambio climático,
renunciaran a su derecho legal a demandar a otros países por daños o pérdidas
provocados por el calentamiento global. El pronunciamiento de la COP21 (FCCC/CP/2015/L.9)
señala así explícitamente: “Se conviene en que el artículo 8 del acuerdo
no implica ni da lugar a ninguna forma de responsabilidad jurídica o
indemnización”. El artículo 8 se refiere a pérdidas y daños
relacionados con las repercusiones del cambio climático: “Las Partes
reconocen la importancia de evitar, reducir al mínimo y afrontar las pérdidas y
los daños relacionados con los efectos adversos del cambio climático”.
Si la solicitud fue insólita, lo fue más aún el que hubiese sido aceptada por
los burócratas delegados de los países en desarrollo. Estados Unidos exigió
igualmente que el Acuerdo de París excluyera toda referencia a
loscombustibles fósiles. Todas sus exigencias fueron satisfechas (Fraude en
Paris 2016).
La
administración del presidente Donald Trump no sólo se ha retirado del Acuerdo
de París, condenándolo al fracaso, tal y como lo hizo con el Protocolo
de Kioto, sino que además ha desmontado casi todas las medidas tomadas por
el presidente Obama para reducir las emisiones de CO2 y otros gases en la
generación de electricidad térmica, para mejorar el rendimiento de los
automóviles o para reducir las emisiones de metano en la explotación de
petróleo y gas de esquisto. Las emisiones de Estados Unidos tienden así a
aumentar considerablemente en los próximos años, saboteando el esfuerzo de
todos los demás países por reducir emisiones, esfuerzos que benefician también
a la sociedad norteamericana.
El presidente
Trump se ha mofado del calentamiento global y de los cambios climáticos que
provoca, señalando que es sólo una trampa china para aprovecharse de Estados
Unidos. Sin embargo, las instituciones científicas y académicas norteamericanas
se encuentran entre las más prestigiosas del mundo advirtiendo sobre la
gravedad de este fenómeno y la inminencia de sus efectos más destructivos:
la Academia Nacional de Ciencias (NAS), la Agencia
Nacional Aeronáutica y Espacial (NASA), laAgencia Nacional Oceánica
y Atmosférica (NOAA) y casi todas las universidades y centros
especializados de investigación sobre la materia: Columbia, Harvard,
California, MIT, entre tantas otras.
Hace apenas un
mes que la NHTSA, equivalente a un ministerio de transporte, sorprendentemente
reconoció que las tendencias actuales conducen a un aumento en la temperatura
superficial promedio de 4°C para finales de siglo con respecto al promedio de
la época pre-industrial, catalogándolo como “desastroso para el ambiente
y la sociedad”. El Washington Post, en su edición del
28 de septiembre 2018, destaca la irónica hipocresía del pronunciamiento: “Señalan
que el mundo debe reducir significativamente las emisiones de carbono para
evitar este drástico calentamiento, lo que exige aumentos sustanciales en
innovación tecnológica y superar la dependencia de la economía y el transporte
del consumo de combustibles fósiles, algo que consideran ni tecnológica ni
económicamente viable. Por lo que no van a hacer nada al respecto y por lo que
se hace innecesario mejorar los estándares de eficiencia energética de la flota
de transporte norteamericana. El análisis asume que el destino del planeta ya
está sellado”.
Las tendencias
actuales ciertamente conducen hacia un aumento en la temperatura superficial
promedio entre 3,7 y 4,8°C para finales de siglo en relación con la época
pre-industrial (IPCC 2014). Estas tendencias representan una emergencia
planetaria sin precedentes en la historia de la humanidad. Un aumento de 4°C no
se ha registrado desde mediados del Mioceno, hace 10 millones de años, cuando
todavía no existían los humanos.
La Agencia
Internacional de Energía advirtió sobre tales tendencias energéticas
globales: “el aumento en el consumo de energía fósil conduce a cambios
climáticos irreversibles y potencialmente catastróficos”.
El Consejo
Internacional de la Ciencia (ICSU), representando 140 academias de
ciencia de todo el mundo, señala: “El alarmante aumento en desastres
naturales, la creciente inseguridad en el suministro de agua y alimentos y la
pérdida de biodiversidad son sólo parte de las evidencias de que la humanidad
está cruzando límites planetarios y aproximándose a puntos de no retorno”.
El camino que
hemos transitado desde hace más de 100 años y que nos trajo a la encrucijada
actual conduce a la transformación del mundo que le dejamos a nuestros
descendientes más inmediatos en un planeta hostil y desconocido por la especie
humana.
“El
mundo se dirige a un aumento promedio de temperatura de 4°C para finales de
siglo, provocando una cascada de cambios cataclísmicos”
- Instituto Potsdam para la Investigación sobre el
Clima, Alemania 2012
Es evidente
que debemos desviarnos del sendero que nos condujo a la encrucijada histórica
en que nos encontramos, reconocer que continuar alimentando el desarrollo
económico con combustibles fósiles es una fórmula letal propia de un suicidio
colectivo planetario, que la urgente transformación en la matriz energética
mundial exige el despliegue masivo de fuentes alternas de energía libre de
emisiones de carbono, y que las transformaciones económicas y energéticas
requeridas deben realizarse en los próximos 20 años sin condenar a la mayoría
de la población mundial, localizada en los países en desarrollo, a mantenerse
sumergida en la pobreza y la dependencia.
Es evidente la
estrecha relación entre el consumo de energía y el crecimiento económico. La
necesidad de superar la pobreza y la dependencia de los países en desarrollo,
donde se encuentra el 82% de la humanidad, no debe condicionarse a la reducción
de emisiones, sino a la transferencia de recursos financieros y tecnológicos de
los países industrializados a los países en desarrollo en condiciones
preferenciales, en reconocimiento de que dos tercios de las emisiones de gases
de efecto invernadero acumuladas en la atmósfera en los últimos 120 años se
originaron en los países industrializados de la actualidad, en donde reside
apenas el 18% de la población mundial.
Aunque la
atmósfera es un bien común, ha venido siendo colonizada por una minoría de la
población mundial, sin costo alguno, amenazando la seguridad de toda la
humanidad y la estabilidad del planeta. Los costos sociales y ambientales de
sus procesos de desarrollo han sido arbitrariamente transferidos a toda la
población mundial.
Los países
industrializados se niegan a reconocer su desproporcionada responsabilidad por
el calentamiento global. Se niegan por lo tanto a asumir compromisos
vinculantes sobre la reducción de emisiones, sobre la transferencia de recursos
financieros y tecnológicos a los países más pobres, a reconocer las extremas
limitaciones que el calentamiento global impone ahora a las aspiraciones de
desarrollo de la mayoría de la humanidad.
De mantenerse
las tendencias actuales, para el 2050 los países industrializados, con sólo el
16% de la población mundial para entonces, habrán acaparado el 60% del cupo
atmosférico disponible para evitar un aumento de temperatura superior a los
2°C, habiendo consolidado su desarrollo a partir del consumo de combustibles
fósiles.
El resto de la
población mundial, el 84% de la humanidad para entonces, verá sus posibilidades
de desarrollo severamente limitadas. Las restricciones se harán efectivas a
través de mayor endeudamiento, mayor dependencia tecnológica, impuestos a las
emisiones de carbono y medidas arancelarias y no arancelarias a la huella de
carbono de productos y servicios.
La obligatoria
transformación de la infraestructura energética de los países en desarrollo
hacia energías limpias y renovables, sin un acuerdo vinculante sobre la transferencia
de recursos financieros y tecnológicos, tiende a profundizar su dependencia
económica y tecnológica, fortaleciendo el injusto orden económico internacional
impuesto desde la segunda guerra mundial.
El principio
de la responsabilidad común pero diferenciada, componente
fundamental del Acuerdo Marco sobre el Cambio Climático de
1992, se refiere a la necesidad de que cada país asuma una responsabilidad
proporcional tanto a su contribución al calentamiento global como a sus
capacidades tecnológicas y económicas. El Acuerdo de París diluye
las obligaciones que se derivan de las desproporcionadas emisiones
acumuladas por los países industrializados hasta el presente.
Durante años
de negociaciones, los países en desarrollo exigieron que los países
industrializados precisaran los recursos financieros y tecnológicos que
estarían dispuestos a aportar para impulsar las medidas de mitigación y adaptación en
el mundo en desarrollo. Finalmente accedieron, en el enfrentamiento de
Copenhaguen 2009, al suministro de US$ 100.000 millones anuales a partir del
2020, pero durante las negociaciones del Acuerdo de Paris en
el 2015 exigieron que se excluyera toda referencia a tal compromiso, como
efectivamente ocurrió. El aporte queda así no solamente en entredicho, aunque
se mencione en el informe de la COP-21, sino que puede convertirse total o parcialmente
en préstamos, en lugar de cooperación para el desarrollo.
De haberse incluido lasresponsabilidades acumuladas, los artículos sobre
financiamiento y transferencia tecnológica se habrían relacionado con una deuda
climática de aproximadamente 50 billones de dólares (millones de millones). Las
cuotas anuales de la deuda climática acumulada por los países industrializados
hasta el 2015 son al menos 10 veces superiores a los US$ 100.000 millones
reiteradamente ofrecidos, pero ausentes, delAcuerdo de París (Fraude
en París; La Deuda Climática). El aporte de los US$ 100.000
millones anuales, en el caso poco probable de que se concrete como cooperación
para el desarrollo, sería patéticamente insuficiente para impulsar las
medidas de mitigación y adaptación al calentamiento global especificadas en las
contribuciones nacionales presentadas por los países en desarrollo como partes
del Acuerdo de París.
La superación
de esta coyuntura depende principalmente del reconocimiento de la deuda
climática acumulada hasta la fecha, reconocimiento que sólo se concretará
cuando los países en desarrollo lo exijan coordinadamente en las negociaciones
internacionales sobre la materia. Los delegados de los países en desarrollo
deben dejar de comportarse como pordioseros en la mesa de negociaciones y
reconocer que representan intereses vitales de la inmensa mayoría de la
población mundial.
Julio César Centeno
Universidad de Los Andes
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