Se rompe la tendencia a la baja del número de subalimentados. En 2017, hubo 15 millones más que el año anterior, lo que supone un retroceso a niveles de hace una década
350.000 personas están en riesgo de inseguridad alimentaria en Chad. El desplazamiento masivo de personas ha dejado más de ocho millones de personas al borde de la hambruna. PABLO TOSCO (OXFAM INTERMÓN)
En la batalla que libra la humanidad contra el hambre, los seres
humanos vamos perdiendo. En 2017, 821 millones de personas se iban a la cama
cada día sin haber ingerido las calorías mínimas para su actividad diaria, son
15 millones más que el año anterior, lo que supone un retroceso a niveles de
2010. Los datos recogidos en el informe La
seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo de la ONU,
publicado este martes, confirman que no se trata de un repunte aislado; aunque
los expertos se resisten a hablar de un cambio de tendencia, ya se encadenan
tres años de subida.
Los conflictos, los eventos climáticos extremos y las crisis
económicas son los principales responsables de esta regresión, según el estudio
elaborado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la
Agricultura (FAO) junto con otras
cuatro agencias de la ONU. Las graves sequías vinculadas al fuerte fenómeno El
Niño de 2015 y 2016 son especialmente culpables. Sin agua, no crecen los
cultivos ni el pasto para los
animales. Eso significa que, en los países altamente dependientes de la
agricultura, millones de personas se quedan sin alimentos suficientes que
llevarse a la boca y sin fuente de ingresos con los que adquirir comida en el
mercado. La falta de precipitaciones, de hecho, causa más del 80% de los daños
y pérdidas totales en la producción agrícola y ganadera.
"Si
no hacemos más, los tres años de subida serán cuatro. Reducir el hambre no es
una cuestión de fe, sino que depende de nuestras acciones", advierte
Kostas Stamoulis, director adjunto de la FAO. Si el año pasado este organismo
pedía el cese de la violencia para una mejora de la situación alimentaria
mundial, esta edición se enfoca en la necesidad de mejorar la resiliencia de
las personas ante los eventos climáticos extremos, es decir, fortalecer su
capacidad de adaptarse, resistir y reponerse ante una adversidad.
"Piensa
en un terremoto. En función de cómo de fuerte sea una casa, aguantará o
colapsará. No podemos cambiar la intensidad del seísmo, pero sí la resistencia
de la vivienda". Explica Stamoulis que lo mismo hay que hacer con las
personas: prepararlas para lo peor. "Tenemos los conocimientos y las
herramientas para ello, pero debemos ponerlos en marcha". Y hay que
hacerlo "a mayor escala y de forma acelerada", añade Marco
Sánchez-Cantillo, director de economía y desarrollo agrícola de la FAO.
"Por ejemplo, los sistemas de alerta temprana que permiten anticipar soluciones
en caso de una eventualidad se han mostrado eficientes. Hay países en los que
se han implantado, pero no es generalizado", lamenta.
La
mayoría de los países que afrontan crisis alimentarias relacionadas con el
clima —20 de 34— atraviesan contextos de paz. Pero cuando los choques
climáticos se producen en zonas en conflicto, se desencadena la tormenta humanitaria
perfecta. Esto sucedió en los 14
países restantes, entre ellos, los ribereños del lago Chad (Níger, Nigeria,
Camerún y Chad), donde 10,7 millones de personas necesitan ayuda para
sobrevivir cada día debido a la espiral de violencia del terrorismo de Boko
Haram y las sequías. "El ejemplo más claro es que el año pasado se declaró
la hambruna en Sudán del Sur. Y Yemen, Somalia y el norte de Nigeria estuvieron a punto. En los
cuatro hay una situación de conflicto grave y condiciones climáticas extremas y
desfavorables", anota Blanca Carazo, responsable de programas y
emergencias del comité español de Unicef.
África
fue la región donde el hambre azotó en mayor proporción. Casi el 21% de su
población estaba subalimentada el año pasado: 256 millones de personas, de las
que 236 millones eran de la región subsahariana, un 30,4% más de los 181
millones de hambrientos que se contabilizaron en esta zona del mundo en 2010.
En términos absolutos, Asia está en cabeza con 515 millones, un 11,4% de sus
habitantes. No solo el clima y los conflictos explican estos datos, apunta
Stamoulis. "No fue exclusivamente El Niño, aunque tuvo mucho que ver. No
tenemos que olvidar que hay países que no están en conflicto, no atraviesan una
crisis económica ni enfrentan eventos climáticos extremos, y tienen elevadas
tasas de hambre". También "la marginación, la desigualdad y la
pobreza provocan que la gente no pueda acceder a una alimentación suficiente y
nutritiva", profundiza.
El 21% de la población de África estaba
subalimentada el año pasado: 256 millones de personas, de las que 236 millones
eran de la región subsahariana
Las
estadísticas y la realidad que reflejan van en dirección contraria al objetivo
marcado en la Agenda 2030 de la ONU: lograr erradicar el hambre para esa fecha. "Es
arriesgado hablar de una tendencia al alza aún. Los datos de este año muestran
un incremento menor que el del año pasado. Quiero pensar que se trata de una
anomalía en la disminución que se venía produciendo en la última década",
considera Jennifer Nyberg, directora de la oficina en España del Programa Mundial de Alimentos
(PMA) de la ONU, entidad coautora
del informe. "Tenemos que ser positivos y creer que lograremos alcanzar
los objetivos, porque si nos damos por vencidos ahora, no lo
conseguiremos", añade un poco de esperanza el director adjunto de la
FAO.
"Esto
es una llamada de atención para que pongamos más innovación y recursos para
combatir el hambre. Hay que preguntarse qué no funciona", afirma Nyberg.
Es misión imposible, sin embargo, calcular la financiación total que se destina
a esta lucha y, por consiguiente, conocer si se han producido recortes en los últimos
ejercicios. Lo que sí se sabe es que los llamamientos de fondos para atender
emergencias alimentarias casi nunca recaudan lo que se necesita. Un ejemplo: el
PMA solicitó 9.100 millones de dólares para realizar su labor de distribución
de alimentos en zonas en crisis en 2017; recibió 6.800 millones.
"Básicamente, cuando no tenemos dinero, tenemos que decidir quién no va a
conseguir comida", lamentaba Peter Smerdon, portavoz de esta agencia en
África oriental, en una entrevista para PNR el pasado enero.
En
el último trimestre de 2017, la situación alimentaria era crítica en Etiopía.
La mayor cantidad e intensidad de eventos climáticos adversos está detrás del
aumento de hambrientos en el mundo.MICHAEL TEWE (FAO)
Urgen
soluciones, nuevas o conocidas, para conseguir las metas que la comunidad
internacional se ha marcado en materia alimentaria para 2030. En solo tres
años, se ha revertido el avance conseguido desde 2003 en la lucha contra el
hambre, de tal manera que en 2017 había exactamente la misma cantidad de
hambrientos que en 2010. Otros indicadores del estado alimentario y nutricional
en el mundo tampoco van mejor. Las prevalencias de anemia en mujeres en edad
reproductiva y la obesidad en adultos también aumentan.
En
cuanto a las primeras, se ha pasado del 30,3% en 2012 al 32,8% en 2016.
"Es vergonzoso", escriben los redactores del informe, "que una
de cada tres mujeres en edad reproductiva todavía padezca anemia, con
importantes consecuencias tanto para su salud como la de sus hijos". Por
otra parte, el número de adultos obesos no ha dejado de crecer desde 1975. En
2016 había 672,3 millones, un 13,2% de la población que habita el planeta, lo
que representa un punto y medio más que en 2012 (11,7%).
El número de adultos obesos no ha dejado
de crecer desde 1975. En 2016 había 672,3 millones, un 13,2% de la población
que habita el planeta
En
resumen: hay más hambrientos y más obesos (*). Aunque los primeros se
concentran prácticamente en las naciones pobres, los segundos no viven
exclusivamente en las ricas; de hecho es un problema de salud pública creciente
en países en desarrollo. "¿Cómo pueden darse estas dos tendencias
aparentemente contradictorias de la seguridad alimentaria y la
nutrición?", lanzan los autores del estudio. Varios factores explican esta
paradoja. Uno de ellos es, según los investigadores, que los cambios
demográficos, sociales y económicos rápidos en muchos países de ingresos bajos
y medios han conducido a una mayor urbanización y una alteración de los estilos
de vida y los hábitos, que se han volcado hacia un mayor consumo de comida
procesada e hipercalórica, con un alto contenido de grasas saturadas, azúcares
y sal, y un bajo contenido de fibra.
El
encarecimiento de determinados alimentos también tiene que ver con este
fenómeno. "Los más nutritivos y frescos son los más costosos y quienes
tienen menos recursos tienden a comprar otros más calóricos y de peor calidad
nutricional", apunta Sánchez-Cantillo, de la FAO. "El sobrepeso
también tiene que ver con la pobreza. Crece en países donde para las familias
más pobres es más fácil conseguir comida basura que alimentos saludables",
coincide Carazo, de Unicef.
Los
niños, la única esperanza
Solo
dos datos relativos al estado nutricional de los niños arrojan un poco de luz
en un panorama oscuro. Hay menos niños que sufren desnutrición crónica, también llamada stunting (retraso
en el crecimiento, en inglés) por ser ese el resultado del déficit de nutrientes
esenciales como la proteína, el hierro, el ácido fólico, la vitamina A o el
yodo durante la primera infancia. "Pero no estamos contentos con las tasas
que hay", rebaja el entusiasmo Stamoulis, de la FAO. Según sus
estimaciones, el 22% de menores de cinco años padecía este tipo de desnutrición
(150,8 millones). Muchos en opinión del director adjunto de la FAO, pero
menos que en 2012, cuando el porcentaje de afectados ascendía al 25% (165,2
millones).
El
número de niños que sufren retraso en el crecimiento ha caído, es una de las
pocas buenas noticias que arroja el informe de la FAO de este 2018. MICHAEL TEWE (FAO)
Este
progreso, no solo tiene que ver con el éxito de programas alimentarios
enfocados en la infancia. La clave está, señala la experta de Unicef, en
realizar "un trabajo integral de prevención que incluye garantizar el
acceso a una alimentación adecuada, pero también a agua potable y servicios de
saneamiento". Se trata, en definitiva, de cubrir la ingesta mínima de
nutrientes y evitar la pérdida de los mismos por enfermedades como las
diarreas, que contribuyen a generar la situación de desnutrición crónica. Hay
que prevenir porque, una vez se produce el retraso en el crecimiento, recuerda
Carazo, ya no tiene tratamiento y las secuelas (físicas y cognitivas)
perdurarán de por vida.
"Otro
aspecto que contribuye a la reducción del retraso del crecimiento es el
fortalecimiento de los sistemas de salud", continúa Carazo. "Primero,
para que las madres embarazadas tengan una alimentación adecuada y acceso a los
suplementos que necesitan, como el hierro", indica. El acceso a centros
sanitarios por parte de la población también facilita que los bebés reciban la
atención adecuada para su normal desarrollo durante los cruciales primeros mil días.
Desde 2012, la proporción mundial de niños
de menos de cinco años con sobrepeso "parece haberse estancado".
Aquel año la tasa era de un 5,4%, y en 2017 apenas había ascendido al 5,6%
(38,3 millones)
Finalmente,
las campañas para promocionar la lactancia materna exclusiva que recomienda la
Organización Mundial de la Salud y Unicef, surten efectos limitados. En el
mundo, el 40,7% de menores de seis meses se alimentaban solamente de este modo,
frente al 37% de 2012. "Es importante para salvar vidas y fortalecer
el sistema inmune de los niños", suelta a modo de eslogan Carazo.
En
el capítulo del sobrepeso y la obesidad infantil no hay excelentes noticias,
pero tampoco nefastas. "Se mantiene", apunta Stamoulis entre las
notas positivas de los resultados del informe de este año. Desde 2012, la
proporción mundial de niños de menos de cinco años con sobrepeso "parece
haberse estancado", dice el documento. Aquel año la tasa era de un 5,4%, y
en 2017 apenas había ascendido al 5,6% (38,3 millones).
Hasta
aquí las alegrías. No
hay perspectivas de que la cantidad e intensidad de los conflictos decaiga, ni
de que el clima vaya a dar una tregua en el corto y medio plazo. La pérdida de
todo lo conseguido en décadas de lucha contra el hambre, sin embargo, es
rápida. "Por eso, decimos que hay que actuar con anticipación, crear
resiliencia", zanja Carazo. Si no se pueden evitar, toca aprender a
encajar los golpes.
Madrid 11 SEP 2018 - 10:59 CEST EL PAIS
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