Acaba
de reeditarse “Walden”, un libro donde el clásico norteamericano Henry David
Thoreau reivindica la naturaleza, la desobediencia civil y una visión
trascendente.
Cómo
empezar a escribir sobre Henry David Thoreau
(1817-1862)? ¿Recordando, como su amigo Ralph Waldo Emerson, que Thoreau
decía que podía transformarse en perro? “Las serpientes se enroscaban en sus
piernas, los peces nadaban en sus manos. Podía medir cien metros con sus pasos
con mucha más exactitud que otros con una vara o una cadena. Por las noches, se
orientaba en los bosques mejor con los pies que con la vista. Como era un
hombre superior y muy trabajador, el tiempo tenía para él un valor inestimable.
Su paciencia era admirable. Su aislamiento fue natural”, anotó Emerson.
¿O
empezar diciendo que Thoreau formó parte del undergroundrailroad, una
organización clandestina que facilitó el escape de cien mil esclavos negros
hacia los estados del norte? ¿Que era excéntrico, malhumorado y huraño? ¿O que
de los casi treinta volúmenes que escribió (en su mayoría diarios personales)
sólo dos se publicaron en vida: Una semana en los ríos Concord y Merrimack
(1849) y Walden o la vida en los bosques (1854)? ¿Que Walden suele ubicarse en
una constelación de textos seminales, para algunos, del carácter
norteamericano, publicados entre 1850 y 1855, y que incluye: La letra
escarlata, de Hawthorne; Hombres representativos, de Emerson; Moby Dick, de
Melville y Hojas de hierba, de Whitman?
A
Thoreau se lo suele considerar un anarquista “romántico”, o “de derecha”. Por
no pagar impuestos que financiaran la guerra con México pasó dos días en la
cárcel y luego escribió Sobre la desobediencia civil. Ahí señaló que el
gobierno más eficaz es el que menos perturba a sus gobernados, pero también
criticó a quienes privilegian la libertad de comercio por sobre la libertad
“pura y simple”. La economía fue siempre una de sus obsesiones. “Cuesta menos
para mí desobedecer al Estado que obedecerlo”, anotó, y ya sobre el final: “El
Estado no puede tener derechos sobre mí y sobre mi propiedad, sólo en la medida
en que hayan sido concedidos por mi persona”. Su opción por la no violencia fue
recordada y reivindicada por Tolstoi, Martin Luther King y Gandhi. También se
lo rescata como un precursor del pensamiento ecologista.
Señala
en un artículo Vanina Escales que Thoreau vivió en un momento en que el sistema
de granjas en los Estados Unidos estaba pasando de una agricultura colonial a
un industrialismo que era la punta de lanza del capitalismo moderno. Thoreau no
sólo defendió la independencia del individuo frente al poder del Estado, “sino
también en un mundo donde la palabra progreso era el pasaje hacia un
industrialismo que no ve paisajes sino materias primas”, escribe Escales.
Viaje
a la naturaleza
En
marzo de 1845, en un terreno que pertenecía a Emerson, “a una milla de
cualquier vecino”, a orillas del lago Walden, en Concord, Massachusetts, empezó
a construir una cabaña con sus propias manos. La terminó en julio y vivió en
ella durante dos años y medio. “Me fui a los bosques porque quería vivir con un
objetivo: hacer frente solamente a los hechos esenciales de la vida, ver si
podía aprender aquello que me quisiera enseñar y para no descubrir, cuando
llegara mi hora, que no había vivido”, escribió. Walden. La vida en los
bosques, libro en el que relata esa experiencia, acaba de ser reeditado en una
versión completa.
Thoreau
empezó Walden en el bosque y lo terminó diez años más tarde, “en la
civilización”. Un poco a la manera del Facundo, de Sarmiento, con el que
comparte cierto carácter fundacional, el de Thoreau es un libro apasionante y
deforme. Algunos capítulos tienen una organización temática, otros son la
crónica lineal de la experiencia. Pero incluso así lo central de lo que Thoreau
en cada uno se escapa, porque la escritura es digresiva, y el pensamiento no es
sistemático.
“Economía”,
se titula el capítulo que abre el libro. La economía de vivir es sinónimo de
filosofía. Como “filósofo”, Thoreau invoca continuamente a los pensadores
orientales, de la India y de China. Argumenta en contra de los intereses
usurarios de los bancos, de la necesidad de trabajar más allá de lo necesario
para sobrevivir, del lujo y de las modas. Pero es meticuloso y registra cada
centavo que gasta y calcula su beneficio. “Los hombres se han transformado en
herramientas de sus herramientas”, anota.
Anotaciones
de un naturalista
Dice
que nunca leyó nada interesante en un diario, y que jamás recibió una carta que
valiera el peso de la estampilla. El capítulo cuatro es sobre los sonidos del
bosque, incluyendo el del tren, que ha construido para los hombres “un destino
inflexible”. Los búhos, las lechuzas y los gallos son los pájaros cuyo canto le
despierta mayor interés.
Escribe
sobre la soledad y sobre quienes lo visitan. “¿Qué voy a aprender de las
habas?”, se pregunta antes de iniciar una descripción minuciosa y casi
mitológica de su trabajo, descalzo, sobre la tierra en la que descansan los
restos de naciones primitivas.
En
los últimos capítulos exhibe más su veta naturalista. Como pionero insospechado
de la deriva situacionista y del land art, le gusta dejarse llevar hacia sitios
que no conoce. “Es cuando perdemos al mundo que comenzamos a encontrarnos a
nosotros mismos”, medita.
Narra
un combate de hormigas como si fuese una guerra homérica, elogia la castidad
(“se vuelve vigor e inspiración”), y dedica varias páginas al análisis de los
distintos colores del hielo. Casi sobre el final, casi como al pasar, devela
algo esencial: de lo que se trata en realidad es de uno mismo. Cita a W.
Habington: “Dirige tu ojo directo al interior y encontrarás/ mil regiones en tu
mente/ aún sin descubrir. Viaja por ellas y serás/ experto en cosmografía
propia.”
Thoreau
había estudiado en Harvard y por su amistad con Emerson había asistido a las reuniones
del Trascendental Club, que Emerson lideraba. Una de las premisas del
trascendentalismo era la capacidad de los individuos para relacionarse con la
divinidad sin necesidad de mediaciones de ningún tipo. Cuando el ser humano se
pone en contacto con la naturaleza, haciendo uso de la intuición y la
observación, puede unirse a la energía cósmica que es el principio generador de
la vida.
Si no
es fácil definir a Thoreau es quizás porque se mantuvo siempre antes de
cualquier definición. O tal vez trabajó directamente en contra de ellas. Hay
que llegar a los últimos párrafos de Walden para leerlo: “Temo que mi forma de
expresión no pueda proyectarse más allá de los límites escuetos de mi
experiencia de todos los días. La verdad volátil de nuestras palabras, en todo
instante, deberá traicionar lo impropio del resto de nuestra expresión. Su
verdad de inmediato se traslada; sólo restan las palabras”.
EZEQUIEL ALEMIAN
23/08/2011 - 10:45
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