El director general de la FAO analiza el último informe sobre el hambre en el mundo: "La buena noticia es que tenemos el conocimiento y las herramientas para comenzar a abordar este problema"
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la
Agricultura (FAO) y sus agencias socias (FIDA, UNICEF, PMA y OMS) acaban de publicar el
informe El estado de la seguridad
alimentaria y la nutrición en el mundo 2018. Este año se centra en la importancia de desarrollar la
resiliencia climática para la seguridad alimentaria y una mejor nutrición.
Por
tercer año consecutivo, el hambre en el mundo aumenta. El número absoluto de
personas desnutridas ha ascendido a casi 821 millones en 2017, de alrededor de
804 millones en 2016. Estamos hablando de los mismos niveles que hace casi una
década y, por lo tanto, somos testigos de una preocupante erosión y reversión
de los avances logrados para erradicarla. Está claro que estos datos exigen que
actuemos de forma mucho más contundente.
Los
niveles de retraso en el crecimiento infantil siguen siendo inaceptablemente
altos. En 2017, casi 151 millones de menores de cinco años (el 22%) se vieron
afectados por este problema. Además, la emaciación (peso bajo para la
estatura), continúa afectando a más de 51 millones en esa franja de edad.
Los
conflictos siguen siendo la causa principal del hambre en el mundo. De hecho,
la incapacidad de reducirla está estrechamente relacionada con el aumento de la
violencia, particularmente en el África subsahariana. Por eso, los esfuerzos
para luchar contra el hambre deben ir de la mano de las acciones para mantener
la paz. El informe también muestra que el impacto del cambio climático,
especialmente las sequías prolongadas, son un impulsor fundamental de este
incremento.
En
2017, las crisis climáticas estaban detrás de las crisis alimentarias en 34 de
los 51 países que las sufrieron. Las temperaturas siguen aumentando y son cada
vez más variables. Cada vez son más frecuentes los días muy calurosos y, de
ellos, más frecuentes los que registran temperaturas extremadamente altas.
Estamos experimentando una gran variabilidad espacial en las precipitaciones y
la naturaleza de las estaciones lluviosas también está cambiando, tanto en
términos de inicio y duración como en intensidad de las lluvias. El número de
desastres relacionados con el clima extremo, que incluyen calor extremo,
sequías, inundaciones y tormentas, se ha duplicado desde principios de la
década de los noventa, lo que significa que ahora asistimos a un promedio de
213 eventos catastróficos medios y grandes cada año.
Los niveles de retraso
en el crecimiento infantil siguen siendo inaceptablemente altos. En 2017, casi
151 millones de niños menores de cinco años (el 22%) se vieron afectados por
este problema
Los
2.500 millones de pequeños agricultores, pastores, pescadores y personas
dependientes de los bosques del mundo, que obtienen sus alimentos e ingresos de
los recursos naturales renovables, son los más afectados por la variabilidad
climática y los eventos extremos. Vista la sensibilidad de la agricultura al
clima y la función primordial del sector como fuente de alimentos y medios de
subsistencia para los pobres de las zonas rurales, el impacto directo más
fuerte se siente en la disponibilidad de alimentos.
El
acceso a ellos también se ve considerablemente menoscabado. La evidencia
muestra que los picos en los precios de los alimentos y el aumento de su
volatilidad siguen la variabilidad climática. Los compradores netos de
alimentos, especialmente los pobres urbanos y rurales, son los más afectados
por estos picos. Y un acceso deficiente a los alimentos aumenta el riesgo de
bajo peso al nacer y retraso del crecimiento en los niños, ambos asociados a un
mayor riesgo de sobrepeso y obesidad en la vida adulta.
De
hecho, la seguridad alimentaria que presenciamos hoy en día explica en parte la
coexistencia de la desnutrición y la obesidad en muchos países. En 2017, el
sobrepeso infantil afectó a 38 millones de niños menores de cinco años. África
y Asia representan el 25 y el 46% del total mundial, respectivamente. La
obesidad en adultos también está aumentando en todo el mundo: unos 672 millones
de adultos eran obesos en 2017, lo que supone más de uno de cada ocho adultos.
El consumo creciente de alimentos industrializados y procesados es la principal
causa de esta epidemia de sobrepeso y obesidad. Si los gobiernos no adoptan
medidas urgentes para detener su aumento, pronto podríamos tener más personas
obesas que desnutridas en el mundo.
El
impacto del cambio climático también está haciendo que los alimentos sean menos
saludables. Algunos estudios indican que unos niveles más altos de CO2 en el
aire están haciendo disminuir los niveles de nutrientes vitales como el cinc,
el hierro, el calcio y el potasio en alimentos básicos como el trigo, la
cebada, las patatas y el arroz.
Fortalecer
la resiliencia climática es prioritario para poder hacer frente al aumento del
hambre y otras formas de malnutrición. Debemos detener los efectos
perjudiciales que un clima cambiante nos presenta. La buena noticia es que
tenemos el conocimiento y las herramientas necesarias para comenzar a abordar
este problema. También tenemos experiencia y evidencia que apunta a los
factores transversales que conducen a políticas y prácticas exitosas para
abordar los riesgos climáticos.
Los
sistemas de monitoreo y alerta temprana de los riesgos climáticos son
esenciales para que algunos gobiernos y agencias internacionales puedan
supervisar múltiples peligros y pronostiquen la probabilidad de las amenazas
para los medios de subsistencia, la seguridad alimentaria y la nutrición.
También asistimos a mayores esfuerzos para invertir en medidas de reducción de
vulnerabilidad, incluyendo buenas prácticas resilientes al clima en las
explotaciones agrícolas así como infraestructura “a prueba del clima”
(incluyendo instalaciones de almacenamiento y conservación de alimentos) y una
gestión del agua más eficiente (que incluye nuevas fuentes de agua, tecnologías
de riego, drenaje, recolección, ahorro de agua, desalinización y manejo de
aguas pluviales y de aguas residuales).
Los
agricultores también se han puesto manos a la obra. Por ejemplo, mediante la
diversificación de cultivos, los hogares agrícolas en el África subsahariana
están extendiendo el riesgo en la producción y los ingresos entre una gama más
amplia de cultivos. La evidencia también muestra que los agricultores pueden
aumentar la resiliencia climática a través del cultivo de distintas variedades
en el que las mejores semillas -probadas en campos piloto- se combinan con
variedades tradicionales para la próxima temporada de siembra.
El
desafío es escalar y acelerar estas acciones para fortalecer la resiliencia de
los medios de subsistencia y los sistemas alimentarios a la variabilidad
climática y los eventos climáticos extremos. Necesitamos políticas integradas
de reducción y gestión del riesgo de desastres y programas y prácticas de adaptación
al cambio climático con visión a medio y largo plazo.
A
pesar de los recientes retrocesos, un mundo sin hambre todavía está a nuestro
alcance. Pero debemos actuar rápidamente, ahora que aún hay tiempo, para
detener la erosión de lo que con tanto esfuerzo hemos alcanzando en la lucha
para erradicarla. Abordar el impacto del cambio climático a la vez que
mantenemos la paz nos ayudará a encaminarnos de nuevo al objetivo global del
hambre cero.
Un niño con malnutrición es medido en una clínica especializada en combatir esta enfermedad en Tshikapa, República Democrática del Congo, en octubre de 2017. JOHN WESSELS AFP
11 SEP 2018 - 11:00 CEST EL PAIS
José Graziano da Silva es
director general de la FAO.
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