Lejos del negacionismo corporativo Bruno Latour
despliega su mirada sobre el cambio climático.
Uno
de los méritos más significativos del trabajo de Bruno Latour en las últimas
décadas ha sido el de repensar la dimensión política de las ciencias, las
llamadas “duras” y las “sociales”, por el lado más inesperado. Su modo de
pensar la política de las ciencias no es el de mostrar simplemente sus
intereses, sus estrategias, sus complots o su alianza con el poder del Estado o
las multinacionales, aspectos que de cualquier modo no pueden ser descartados.
Su política está en reconstruir sus condiciones de posibilidad en la trama de
las prácticas científicas concretas.
Si
hacia finales de la década de 1970 los trabajos de Latour y sus colaboradores
produjeron una gran innovación en la sociología de la ciencia, cuyos ecos ya
tienen una tradición en la sociología local, el trabajo de las últimas décadas
lo llevó a desarrollar un programa de antropología comparada que hizo de esos
trabajos iniciales un programa más ambicioso.
Un
recorrido por su obra muestra una vocación intelectual amplia y sinuosa, pero
no por ello dispersa. Una tesis sobre el ensayista católico Charles Péguy, el
estudio sobre la vida cotidiana en los laboratorios, el análisis sobre la
figura de Pasteur en un horizonte más amplio de una antropología histórica de
las controversias científicas, el problema del fetichismo, el estatuto de las
imágenes y la iconoclastia, la palabra revelada y el modelo de la comunicación en
los estudios sobre religión, los trabajos sobre el estatuto mismo de la
modernidad occidental, los modos múltiples de existencia que incluyen tanto lo
humano como lo no humano y, de modo particular, el problema del cambio
climático como un problema crucial.
Recientemente
traducido al castellano, Cara
a cara con el planeta. Una nueva mirada sobre el cambio climático alejada de
las posiciones apocalípticas (Siglo XXI) es el resultado de la
Gifford Lecture de 2013 que Latour ofreció en la Universidad de Edimburgo. La
Guifford Lecture es un ritual académico de más de cien años dedicado a una
reflexión no dogmática sobre la religión, que cuenta en su ilustre historia a
renombrados teólogos, científicos, filósofos, escritores y cientistas sociales.
Además, fue la cuna de importantes textos del pensamiento del siglo XX. Entre
ellos, nada menos que Variedades de la experiencia religiosa de William James o
Proceso y realidad de Alfred North Whitehead. Dos obras caras al trabajo de
Latour, que combina la filosofía pragmática anglosajona, la sociología realista
de Harold Garfinkel, la heterodoxa historia de las ciencias de Michel Serres y
los trabajos sobre las relaciones naturaleza-cultura en las sociedades
amerindias de algunos antropólogos contemporáneos. Todo esto le ha permitido a
Latour desarrollar una perspectiva original que prioriza la mirada rasante de
la vida social, la reconstrucción de las redes entre humanos, objetos y fuerzas
no humanas y, sobre todo, la radicalidad de lo que los propios actores dicen sobre
su situación.
El
modo en que se plantea el problema climático retoma el enfoque más amplio de
Latour sobre las relaciones entre naturaleza y sociedad o, mejor dicho, sobre
la dificultad de seguir pensando en los términos de esa separación. Una
separación que sería estrictamente intelectual y no práctica, o sea, que
estaría montada en una distinción moderna entre lo que se dice públicamente y
la trama concreta de interacción entre los humanos y los hechos del mundo.
Las
ocho conferencias recopiladas plantean un problema sustancial: hay que evitar
tanto el negacionismo del lobby de las corporaciones que se ampara en el
relativismo de los datos sobre el calentamiento global como la reivindicación
ambientalista ingenua que propone una naturaleza pura e intocable. Ambos pecan
por defender o bien un relativismo extremo, o bien un esencialismo radical.
En
cambio, Latour recorre algunos principios para repensar ese dualismo. Por un
lado, la inestabilidad de nuestra noción de naturaleza, los riesgos de
convertir a la naturaleza en una religión abstracta, la centralidad de la
hipótesis de Gaia propuesta por James Lovelock en la década de 1960 como una
revolución en los modos de entender las relaciones entre lo humano y el
planeta, el concepto de antropoceno como un camino para desagregar las figuras
del Hombre y la Naturaleza y la importancia de entender esa relación en
términos de bucles y no de sistemas integrados. Por otro lado, el tema mismo de
las Gifford Lectures: la religión natural, que resulta para Latour un aspecto
sustantivo, sobre todo por la confusión entre naturaleza y religión que se
impuso en ese término, la tradición gnóstica como una nueva teología política,
el tema del fin de los tiempos y los discursos apocalípticos como modos de
inmovilización de la acción política, los límites del Estado Nación y el
problema del gobierno y el conflicto en un orden poshumano y posnatural.
Si
el movimiento de hacer más mundana la metafísica de lo natural que rige a las
ciencias naturales y de lo social que rige a las humanidades es un proyecto que
adquiere fuerte relevancia, su reflexión sobre el problema climático es también
una lección sobre cómo ese ejercicio podría reconfigurar también nuestros modos
de entender y vivir el nuevo conflicto político generalizado que se abre, unos
modos que para tener alguna eficacia tal vez deban acercarse a las tramas
cotidianas y hacerse sensibles a la porosidad del cosmos.
Nicolás
Viotti es doctor en Antropología Social (Universidad General de Río de Janeiro)
e investigador del Conicet
Foto: Japón, marzo de 2011. Una mujer se quiebra ante la imagen de su casa destrozada por un tsunami en la ciudad japonesa de Kessenuma.Foto: Reuters/Carlos Barria
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