Los asentamientos informales y la industria contaminan en el emblemático lago paraguayo
Cuando llegamos, en medio del manso amanecer, el lago
Ypacaraí aparece calmo y silencioso, sin gente, como una postal escondida bajo
el sol indeciso. La noche tibia, la de la melancólica canción de Zulema de
Mirkin, musicalizada por Demetrio Ortiz (Recuerdos de Ypacaraí),
ha pasado, pero igual hay algo triste en sus aguas. Una botella de plástico
yace en una de sus orillas, en medio del fango bañado delicadamente por
pequeñas olas que se disuelvene ntre la dulce luz del alba.
Estamos en Areguá, a unos 40 kilómetros de Asunción, la
capital del Paraguay, y este lugar hermosísimo y romántico hasta el delirio
tiene un problema: el alto grado de contaminación. Los niveles de polución se
han movido como un subibaja en los últimos años. “El más crítico fue 2012”,
comenta Andrés Colmán, periodista y escritor paraguayo.
Raquel Rodríguez, bióloga del programa Basura Cero de San
Bernardino (otra ciudad a orillas del lago), recuerda aquella época mientras
devora un bollo: “Un día llegué a un cajero electrónico y encontré miles de
insectos, al punto que me tuve que salir rápido”. El diario Última
Hora reportó entonces una invasión de “moscas
extrañas”, al parecer asociadas a la
presencia de algas tóxicas que poblaron el lago.
En 25 años la población de los alrededores del lago se ha
multiplicado por siete, con muchas poblaciones informales
Pero el origen de lesa plaga era otra invasión más precisamente
microscópica, la de la Cylindrospermopsis raciborskii. Esta bacteria
procariota (sus células no tiene un núcleo definido y el ADN se encuentra
esparcido por todo el citoplasma) tiene la propiedad de producir una
fotosíntesis oxigénica. Gracias a ese proceso, libera oxígeno a la atmósfera,
pero se lo quita a las aguas del lago. En otras palabras, más oxígeno para
afuera, pero menos en las profundidades, donde además falta la luz. Esto da
lugar a lo que se ha venido en llamar 'zonas muertas'.
Es lo que ocurrió en enero del 2013, cuando técnicos del Estado reportaron
la muerte de varios ejemplares de
las especies de peces en el lago como el piky (Moenkhausia dichroura),
la boga (Leporinus maculatus) o la chanchita (Australoheros
facetus), entre otras. La tragedia ya era entonces evidente.
Un desordenado frenesí
El lago Ypacaraí se había eutrofizado, es decir se había
llenado de nutrientes. Ese exceso de sustancias como el nitrógeno provoca una
proliferación de pequeñas algas y microorganismos y el proceso resulta en la
muerte de peces, oscuridad acuática y una pestilencia notoria. También da a las
aguas del lago un color verdoso, como el que aún se percibe en una roca de una
de las playas de Areguá.
¿Cómo es que este lugar emblemático del Paraguay, este,
digamos, ecosistema apasionado, entró en crisis? Hay cierta controversia sobre
el origen de esta situación. Pero, como ocurre en otras partes de América
Latina, uno de los factores que asoma es la inequidad.
Y el desorden. Según un informe promovido por el Banco Interamericano de
Desarrollo (BID, entidad que colabora con
la recuperación del lago), en la cuenca de Ypacaraí ha
habido un crecimiento desbocado,
en los centros urbanos y en la periferia, “con una alta dosis de informalidad”,
lo que limita la “protección de los recursos hídricos”.
Una piedra bañada por las aguas del Ypacaraí. Allí aún moran
cianobacterias potencialmente dañinas para los hombres y otros seres vivos. DESIRÉE ESQUIVEL
La población de los alrededores, de acuerdo a este
documento, pasó de unas 200.000 personas en 1988 hasta cerca de 1,4 millones en
2013. Cuando uno viaja de Asunción hacia Areguá puede avistar esos
asentamientos toscos. Todas esas aglomeraciones, urbanas o rurales, generaron
grandes cantidades de residuos sólidos que a través de los arroyos acabaron en
el lago, con un frenesí muy distinto al amoroso que se reseña
en la famosa canción.
Más aún: hay algunas zonas de pueblos y ciudades de la
cuenca, que no tienen cloacas ni sistemas de saneamiento. En la propia ciudad
de Asunción, de acuerdo a las autoridades, un 30% de los barrios periféricos no
los tienen.
Remediar, no esperar
“Hay muchas empresas que vuelcan sus desechos a los ríos y
arroyos que desembocan en el lago, pero también tienen gran incidencia los
residuos domiciliarios”, sostiene Colmán. Al ritmo de la inconsciencia, la
propia población local ha estado agrediendo su joya turística desde varios
frentes. En octubre del 2012, cuando se hicieron clamorosos los niveles de
contaminación, el fiscal ambiental José Luis
Casaccia imputó a 9 empresas de
las 26 que estaban en una lista de infractores. Entre ellas había curtiembres,
estaciones de servicio y otras industrias que echaban desechos.
El nudo mayor, sin embargo, estaba y está en los
asentamientos precarios, frecuentes en este país de históricas inequidades.
Para Casaccia, el 20% de la contaminación provendría de las industrias y otro
20% de las viviendas. Una rápida mirada a las zonas que circundan la carretera
que lleva de Asunción a Ypacaraí parece corroborarlo.
En febrero el Gobierno paraguayo alerto
sobre riesgos para la salud de quienes se bañaran en las aguas del Ypacaraí
En la ruta, en la que se respira cierto desorden, uno se
encuentra con una estación de monitoreo providencial, puesta por Itaipú, la mega empresa binacional (Brasil-Paraguay),
que se ha sumado al esfuerzo por rescatar ese lago de ensueño. Tiene incluso un
Centro de Información en San Bernardino, el balneario más acariciado por los
viajantes a Ypacaraí, hoy golpeado económicamente por los impactos que soportó
el lago.
Analía Hartelsberger, asistente ambiental del lugar,
muestra afanosamente el abanico de actividades desplegadas, entre ellas la
siembra de alevines. Peces contra la contaminación, en rigor; biorremediación,
que le dicen. Algunas especies, como el pacú (Piaractus mesopotamicus)
y la ya mencionada boga, son iliófagas. Es decir, que tienen la facultad de
alimentarse de sedimentos y detritos (restos de materia orgánica). Pueden, en
suma, devorarse esos nutrientes excesivos y riesgosos.
Cianobacterias al ataque
Otra forma de luchar contra la deriva destructiva de
Ypacaraí es, curiosamente, la utilización de desechos del árbol del eucalipto (Eucalyptus),
una técnica que podría usarse en esta parte del Paraguay. Consistiría en echar
pedazos de corteza triturada o viruta, en bolsas, para provocar fermentación
aeróbica en las dichosas cianobacterias.
Porque estas bacterias que han afeado el lago, no son
simplemente una agresión a la estética. El bioquímico uruguayo Bruno Cremella,
de la Universidad de la República (Montevideo) realizó una investigación sobre la
expansión de la Cylindrospermopsis raciborskii en el continente americano, y allí señala algunos
elementos preocupantes.
Estos microorganismos suelen conformar una floración, que
en inglés se denomina bloom; cuando este fenómeno se genera, prolifera
el mal olor, se impacta la biodiversidad y baja la calidad del agua. Cremella
informa que aparecen, además, “cianotoxinas que tienen efectos nocivos en la
salud”, humana y animal.
Centro de Información en la localidad de San Bernardino, otra
ciudad al borde del lago. Desde allí se procura monitorear el estado de las
aguas. DESIRÉE ESQUIVEL
El pasado febrero, la Dirección General de de Salud
Ambiental (DIGESA) del Paraguay alertó sobre este riesgo, y enfatizó que si
alguien se bañaba en las aguas de Ypacaraí, todavía verdosas por partes, podía
tener complicaciones estomacales, en la piel y, acaso lo más peligroso, a nivel
hepático.
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), el
máximo aceptable de células de cianobacterias por mililitro de agua es de
20.000. El 26 de octubre del 2015, luego de que ya se había emprendido acciones
de remediación, se encontraron 26.192 células por mililitro en la playa
denominada Rotonda. La amenaza persistía y persiste.
Por todo eso, la cautela se mantiene y tal vez lo más
esperanzador es la reacción de parte de la sociedad civil que, en conjunto con
las autoridades, está encarando el problema. Movimientos como Basura Cero, el de Raquel Rodríguez, están fomentando campañas con
escolares en los colegios del propio San Bernardino. “La problemática del lago
solo puede ser resuelta con una coordinación interinstitucional”, dice Colmán,
consciente de que la alianza entre las autoridades y la propia población es la
vía más eficaz.
En guaraní, Ypacaraí significa “agua bendecida”. En este
amanecer sobrecogedor, esas palabras saben a inmensidad melodiosa. Una
inmensidad que se pierde entre los cerros algo deforestados (otro problema
convergente a la contaminación), entre unas viviendas modestas, en el propio
espejo de agua que, desde este muelle silente, parece anhelar su redención. El
lago sigue acá, no se ha ido, pero acaso espera que sus hijos lo salven.
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LOS DATOS DEL PARAÍSO
R. E. C.
El lago Ypacaraí está ubicado a 48 kilómetros de Asunción,
la capital del Paraguay. Tiene cerca de 90 kilómetros cuadrados, que se
extienden a lo largo de los departamentos denominados Central y Cordillera. Las
principales ciudades asentadas en sus riberas son Areguá, San Bernardino e
Ypacaraí, una ciudad del mismo nombre.
En una parte de su cuenca está delimitado en Parque
Nacional Ypacaraí, creado el 7 de mayo de 1990, sobre una superficie de 16.000
hectáreas. Se estableció para proteger los bosques lluviosos, la vegetación
arbustiva y el ecosistema acuático. A pesar de los impactos, aún alberga una
gran biodiversidad de mamíferos, peces, reptiles y aves.
Entre ellos el también legendario pájaro campana (Procnias
nudicollis), que da origen a otra composición paraguaya, y que se
encuentra en estado de vulnerabilidad debido a la deforestación y la caza
intensiva (se le busca como mascota). Con todo, los alrededores de Ypacaraí
siguen siendo apreciados por avistadores de pájaros venidos de todo el mundo.
Un problema adicional son las señales del cambio
climático, que han convertido en irregular el régimen de lluvias. Esto provoca
que el nivel del lago disminuya, haya menos oxigenación de las aguas y aumente
la concentración de cianobacterias. Por varios lados, finalmente, Ypacaraí se
encuentra asediado, aunque todavía late y vive.
Las autoridades estiman que su recuperación podría tomar
10 años y costaría varios millones de dólares, que tendrían que conseguirse con
cooperación internacional, o con la ayuda de organismos multilaterales.
Actualmente el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) apoya esta tarea.
Una botella yace en una ribera del lago de Ypacaraí, por el lado de la ciudad de Areguá( (Paraguay). DESIRÉE ESQUIVEL
Areguá (Paraguay) 30 AGO 2017 - 07:32 CEST EL PAIS
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