Introducción
Marx fue considerado por el amplio
espectro del ecologismo como un pensador que nunca impuso límites al desarrollo
de las fuerzas productivas, lo que puede colegirse del “Manifiesto del Partido
Comunista” (1848), por ejemplo.
No obstante, en las últimas dos
décadas esta fama infundada se ha ido desdibujando progresivamente, dados los
estudios bien documentados de Foster y Burkett. En varios momentos de los
“Manuscritos de 1844”, Marx insinuó una idea naturalista o materialista al
referirse a la ciencia del hombre como una parte de la ciencia natural.
A veces se descuida la importancia de
esta reflexión, como también otras tesis anunciadas de manera general en “El
Capital”, en los “Grundrisse” y en el intercambio epistolar
entre Marx y Engels, sobre los problemas ambientales de su tiempo y el papel
que debería jugar la noción de la naturaleza en su teoría del valor.
Las lecturas entorno al materialismo
de Epicuro y de los mismos materialistas modernos, dotaron a Marx de los
insumos suficientes para abordar el asunto de las bases físicas de la economía,
o el problema de la “transición” de la economía de la naturaleza a la economía
del valor.
La penetración del método
materialista de investigación de los naturalistas del siglo XIX ya es bien
reconocida en la obra de Marx, y en especial la influencia de los trabajos de
Darwin. Ciertamente, los elementos de la dialéctica hegeliana fueron integrados
a este materialismo para conformar un corpus metodológico bien definido, y
luego fue aplicado de manera cuidada a la historia.
La dialéctica aportó la necesaria
interacción de los elementos de un sistema, y el materialismo ofreció el
control empírico de validez de las afirmaciones sobre el funcionamiento de
dicho sistema. Así pues, la epistemología marxista, profusamente estudiada en
el siglo XX, quedaba definida de esa manera hasta el sol de hoy, y apenas ha
sido mejorada en sus asuntos metodológico más periféricos. O revitalizada con
nuevo material empírico sin tocar el corazón de su método como es el caso de la
ecología de Marx.
Vale la pena anotar también un nuevo
hecho en la epistemología marxista. Se trata del rescate de la obra de Engels
en lo relativo a su noción de “dialéctica de la naturaleza” y de “la supresión
de la oposición entre la ciudad y el campo”.
Dos nociones esbozadas y
desarrolladas en varios estudios, y que sufrieron el desprecio inmisericorde
del marxismo occidental, la ecología profunda y la sociología ambiental, pues
se le señaló de ser parte integral del “materialismo mecanicista” o del
“materialismo romo” sin prueba alguna.
Engels incluso, tal como se demostró
en su debate con Podolinsky, fue el primero en advertir la imposibilidad
práctica o el reduccionismo inaceptable que pretendía traducir lo social y el
valor en variables biofísicas.
A continuación, se tratará de
desarrollar el siguiente plan expositivo: en primer lugar, se verán las ideas
principales que Marx formuló sobre el problema ambiental y sus implicaciones
para el desarrollo del capitalismo.
En segundo lugar, se presentará la
recepción del trabajo de Marx en el siglo XX sobre los problemas ambientales, y
las formulaciones renovadas del materialismo gracias a las investigaciones
sobre las relaciones entre naturaleza y capitalismo.
En tercer lugar, se estudiarán los
alcances de la “Gran Transición” a la sostenibilidad del sistema de la tierra,
y los supuestos de una posible coevolución socioecológica.
En cuarto lugar, un análisis sobre
cómo los conceptos marxistas de “alienación del hombre” y de “alienación con
relación a la naturaleza” podrían conducir a un nuevo determinismo ambiental, e
incluso a una epistemología marxista de inspiración mecanicista que sometería
la libertad a una red de causas y efectos ambientales, casi que al modo de
Spinoza.
1. Marx y sus reflexiones ecológicas
2.
La ecología tiene raíces románticas y
naturalistas, y se puede suponer que las obras de Goethe y Humboldt tuvieron
que afectar profundamente a Marx. Por otro lado, la ecología también goza de
una importante herencia del materialismo en sus facetas especulativas,
mecanicistas o reflexivas, por lo cual la influencia de Bacon, Hobbes, Locke y
Hume, ingleses o escoceses a la sazón, en el pensamiento de Marx, debe
considerarse un supuesto serio. Lo mismo que las obras de los materialistas La
Mettrie, Diderot y Holbach, franceses en su lugar, tuvieron que impactar
positivamente el mundo intelectual de Marx.
De hecho, se sabe que estos
pensadores naturalistas y materialistas tenían por base común el materialismo
especulativo de Epicuro, Demócrito y Lucrecio, lo que Marx sabía de sobra según
se colige de su trabajo doctoral sobre la “Diferencia entre la Filosofía de la
Naturaleza según Demócrito y según Epicuro” y de otras investigaciones (Foster,
2004, p. 20). Escribió Marx en 1839-1841:
“mientras Demócrito trata
de aprender de sacerdotes egipcios, de caldeos persas y de
gimnosofistas indios, gloríase Epicuro de no haber
tenido maestro, de ser autodidacta (…) Demócrito
por amor a la verdad recorrió el mundo entero; Epicuro no dejó más de dos o
tres veces el jardín de Atenas; y viajó a Jonia no para investigar, sino para
visitar un amigo” (Marx, 1973, pp. 32-33).
El arsenal de citas sobre filósofos y
comentaristas griegos y latinos en esta investigación demuestra con creces que
Marx se ocupó rigurosamente del problema del materialismo y sus vertientes.
Pero, estas narrativas
protocientíficas griegas o latinas y aquellas naturalistas anglo-francesas,
apenas explican “el rechazo de las explicaciones naturales basadas en causas
últimas, en la intención divina” (Foster, 2004, p. 20) y la interiorización de
unos esquemas generales de la investigación científica.
Se sabe que la idea de “la relación
humana con la naturaleza era, como aseverase Bacon, un fenómeno de la historia
natural; o, como resaltara Darwin, del largo curso de la historia
natural” (Ibíd., p. 35), tuvo una influencia profunda en varios
momentos de la obra de Marx, pues en los “Manuscritos de 1844” afirmaba: “todas
las ciencias habrán de convertirse en una sola ciencia, la Ciencia de la
Naturaleza”.
Y muchos años después, en 1867,
cuando aparece el primer tomo de “El Capital”, escribe la misma tesis pues
“siempre definía su materialismo como un materialismo que formaba parte del
‘proceso de la historia natural’” (Ibíd., p. 25). En otros apartes,
relatará varios hechos con relación a cierto biocentrismo. Escribe Foster:
“Los seres humanos, observó Marx,
atribuyen características ‘útiles’ universales a los ‘bienes’ que producen,
‘aunque a un cordero difícilmente le parecería una de sus características
‘útiles’ el hecho de ser ‘comestible para el hombre’” (Ibíd., p.
38).
Se ha especulado que Marx pudo haber
accedido a lecturas de “baconianos” que defendieron los bosques y la calidad
del aire, o que al menos fueron indirectamente conocidas mediante los
naturalistas o materialistas posteriores. En todo caso, se sabe que John Evelyn
publica una defensa de los bosques en su obra “Sylva” (1664) y otra obra sobre
la contaminación del aire en su “Fumifogium” (1661), las cuales generaron una
poderosa influencia en distintos materialistas europeos (Ibíd., p.
34).
No obstante, las obras que
efectivamente dejaron una huella indeleble, y que afinaron el método
materialista de Marx en el sentido pleno de la expresión, fueron aquellas que
explicaron sistemáticamente la influencia del ambiente en la evolución de la
especie humana y en la economía: la obra de Darwin, publicada en 1859, y el
estudio riguroso de los químicos agrícolas Justus von Liebig y James F. W.
Johnston sobre la problemática de los nutrientes del suelo en Alemania y Gran
Bretaña, respectivamente.
Estos autores fueron conocidos por
Marx desde la década de 1850, lo que se constata en cartas que escribió sobre
la fuerte impresión que le suscitaron las investigaciones de Liebeg respecto al
problema del “agotamiento del nitrógeno, el fósforo y el potasio, pues estos
nutrientes estaban siendo transportados a las ciudades” debido a la
“agricultura capitalista” durante la primera mitad del siglo XIX (Foster, 2013,
p. 4).
Es así como desde 1857-1858, en los “Grundrisse”,
Marx introduce el concepto de metabolismo, en alemán Stoffwechsel,
como elemento clave para comprender la interacción naturaleza-sociedad. Esta
noción, se debe recordar, se desarrolló en la década de 1830 gracias a los
trabajos de biólogos y fisiólogos celulares, y luego fue aplicada a la química
y a la física (Ibíd., p. 5).
En efecto, la noción debió ser
interiorizada en su verdadera dimensión por Marx una vez constató su utilidad
explicativa para los químicos agrícolas, al momento de comprender el problema
de la fertilidad del suelo, y luego al ser generalizada para la relación del
hombre con la naturaleza.
Este es pues el acontecimiento más
importante en lo relativo a los desarrollos ecológicos de Marx: reconocer el
hecho concreto de que los seres humanos sostenemos relaciones biológicas con el
mundo natural, que no podemos abstraernos de ellas bajo ninguna organización
económica y revolución tecnológica, y que además condicionan el desarrollo de
las fuerzas de la economía.
Esta idea profundamente creativa,
intuida por naturalistas, e incluso por el mismo Darwin, tiene la virtud en
Marx de ser por primera vez introducida al mundo de la teoría del valor y de la
producción social. Escribió Darwin en su autobiografía:
“En octubre de 1838, es decir, quince
meses después de haber empezado yo mi indagación sistemática, leí por
pasatiempo el libro de Malthus sobre la población, y al estar bien preparado
para apreciar la lucha por la existencia que en todas partes se produce, a
partir de largas y continuadas observaciones sobre los hábitos de animales y
plantas, de inmediato me di cuenta de que bajo estas circunstancias las
variaciones favorables tenderían a ser conservadas, y las desfavorables a ser
destruidas. Los resultados de ello serían la formación de una nueva especie.
Por fin había conseguido aquí una teoría con la que trabajar” (citado en Wade,
2015, p. 166).
La “selección natural” aquí
descubierta nace de una analogía con el crecimiento de la población humana en
contextos de menor crecimiento de la producción. Matriz económica que desde
luego produce una competencia atroz por la vida y el ascenso social, y que solo
los más “aventajados” pueden enfrentar con éxito. Esta cita de Darwin muestra,
además, su intención de no ir más allá del símil a la hora de explicar el mundo
económico o político, y más bien usarlo como fuente de inspiración.
Marx vio el problema ecológico en la
agricultura capitalista industrializada, lo que ya era evidente en su época, y
dotado de las fuentes científicas del evolucionismo, esto es, la influencia
determinante de los recursos naturales (oferta ambiental) sobre el desarrollo
de las especies en general, y de la química que operaba en la producción
agrícola, formuló una segunda idea cardinal para la ecología, la cual aparece
en el tercer tomo de “El Capital”: en las relaciones sociales de producción, en
general, se presenta una fractura metabólica. Escribe al respecto:
“Por otra parte, la gran propiedad
sobre la tierra reduce la población agrícola a un mínimo en descenso constante
y le opone una población industrial en constante aumento y concentrada en
grandes ciudades; y de este modo crea condiciones que abren un abismo
irremediable en la trabazón del metabolismo social impuesto por las leyes
naturales de la vida, a consecuencia del cual la fuerza de la tierra se
dilapida y esta dilapidación es transportada por el comercio hasta mucho más
allá de las fronteras del propio país (Liebig)” (Marx, 1894, p. 494).
Y se añade, en el primer tomo de “El
Capital”, en una suerte de intuición sobre la solución temporal al problema de
esta fractura:
“Al crecer de un modo incesante el
predominio de la población urbana, aglutinada por ella en grandes centros, la
producción capitalista acumula, de una parte, la fuerza histórica motriz de la
sociedad, mientras que de otra parte perturba el metabolismo entre el hombre y
la tierra; es decir, el retorno a la tierra de los elementos de ésta consumidos
por el hombre en forma de alimento y de vestido, que constituye la condición
natural eterna sobre que descansa la fecundidad permanente del suelo. Al mismo
tiempo, destruye la salud física de los obreros. A la vez que, destruyendo las
bases primitivas y naturales de aquel metabolismo, obliga a restaurarlo
sistemáticamente como ley reguladora de la producción social y bajo una forma
adecuada al pleno desarrollo del hombre” (Marx, 1867, p. 277).
La producción social y las
necesidades “auténticas” del hombre, a decir de Marx, deberían estar sometidas
a una suerte de ley biológica o ecológica; afirmación que ratifica la incursión
plena del pensador al campo del ambientalismo. Luego, criticando la noción de
progreso en relación con los impactos ambientales, escribe en el primer tomo de
“El Capital”:
“Además, todo progreso, realizado en
la agricultura capitalista, no es solamente un progreso en el arte de esquilmar
al obrero, sino también en el arte de esquilmar la tierra, y cada paso que se
da en la intensificación de su fertilidad dentro de un período de tiempo
determinado, es a la vez un paso dado en el agotamiento de las fuentes perennes
que alimentan dicha fertilidad. Este proceso de aniquilación es tanto más
rápido cuanto más se apoya un país, como ocurre por ejemplo con los Estados
Unidos de América, sobre la gran industria, como base de su desarrollo” (Ídem.).
Otra idea significativa que formulará
Marx sobre el metabolismo y su relación con la economía capitalista, será la de
señalar dos fuentes de la riqueza; que luego, por ejemplo, será reiterada en la
“Crítica del Programa de Gotha” (1875) (Marx, 1986, p. 10). Se escribe a
propósito del asunto en el primer tomo de “El Capital”:
“Por tanto, la producción capitalista
sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de
producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda
riqueza: la tierra y el hombre” (Ídem.).
Foster, además, realiza una sustentada
argumentación sobre la iniciativa de Marx de considerar ciertos sentimientos
ecologistas como una expresión socialista casi “natural”, según el intercambio
epistolar Marx-Engels de 25 de marzo de 1868:
“Marx se refirió a las presiones
ambientales de sus días como una ‘tendencia socialista inconsciente’, lo que
exigiría productores asociados para regular el metabolismo social con la
naturaleza en una vía racional” (Foster, 2015, p. 10).
Con mayor precisión, Marx considera
que bajo la economía capitalista tal fractura del metabolismo se hace
insostenible, pues la naturaleza intervenida o transformada toma la forma de
una entidad alienada. En este punto, Marx se arriesga a llevar la noción de
“alienación” del campo social al de la naturaleza informada por el trabajo
social, lo que en efecto representa otra idea original. En la versión de Foster
se dice:
“La humanidad, a través de su
producción, ‘extrae’ sus valores de uso naturales y materiales de este
‘metabolismo universal de la naturaleza’, al mismo tiempo ‘insuflando una nueva
vida’ a estas condiciones naturales ‘como elementos de una nueva formación
social’, generando por ese motivo una especie de segunda naturaleza. Sin
embargo, en una economía mercantil capitalista esta segunda naturaleza asume una
forma alienada, dominada por el valor de cambio antes que por el valor de uso,
conduciendo a una fractura en este metabolismo universal” (Foster, 2013, p. 6).
En una anticipación a las tesis del
ecosocialismo, Marx introduce la idea de que una regulación del metabolismo
socionatural sería eficiente bajo un esquema de gestión o gobierno colectivo, y
que tal empresa correspondería a una expresión de la libertad del hombre
social, en una clara alusión a modelos de control socialistas. Se escribe pues
en el tercer tomo de “El Capital”:
“La libertad, en este terreno, sólo
puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados,
regulen racionalmente este su intercambio de materias con la naturaleza, lo
pongan bajo su control común en vez de dejarse dominar por él como por un poder
ciego, y lo lleven a cabo con el menor gasto posible de fuerzas y en las
condiciones más adecuadas y más dignas de su naturaleza humana. Pero, con todo
ello, siempre seguirá siendo éste un reino de la necesidad. Al otro lado de sus
fronteras comienza el despliegue de las fuerzas humanas que se considera como
fin en sí, el verdadero reino de la libertad, que sin embargo sólo puede
florecer tomando como base aquel reino de la necesidad. La condición
fundamental para ello es la reducción de la jornada de trabajo” (Marx, 1894, p.
499).
Incluso, se podría afirmar que las
ideas de “sostenibilidad” y del “principio de precaución”, acuñados en los años
de 1970 en el “Club de Roma” y la “Cumbre de Río” de 1992, respectivamente, ya
se encontraban formulados en el tercer tomo de “El Capital”, así:
“Pero el hecho de que el cultivo de
los distintos productos agrícolas dependa de las fluctuaciones de los precios
del mercado y los cambios constantes de estos cultivos a tono con estos precios
del mercado, y todo el espíritu de la producción capitalista, encaminado al
lucro pecuniario directo e inmediato, chocan con la agricultura, la cual tiene
que operar con todas las condiciones constantes de vida a través de la cadena
de las generaciones humanas. Un ejemplo palmario de esto lo tenemos en los
bosques, los cuales sólo se explotan de un modo más o menos conforme al interés
colectivo allí donde no se hallan sujetos al régimen de propiedad privada, sino
bajo la administración del Estado” (Marx, 1894, p. 397).
Los desarrollos científicos de la
época nunca le fueron ajenos a Marx, y su convicción en los aportes que le
harían a la teoría del valor dentro de los límites de la ecología, nunca estuvo
en duda.
Por ejemplo, al final de su vida Marx
tomaba notas sobre los cambios en las isotermas de la tierra en las épocas
geológicas de las grandes extinciones. Se sabe que conocía sobre los
experimentos de John Tyndall sobre radiación solar-gases-clima de la tierra, lo
que hace suponer que conoció el “efecto invernadero” que presentó este
científico por primera vez en Londres.
Finalmente, Engels siempre mantuvo un
vivo interés en una amplia gama de investigaciones científicas, las cuales
fueron discutidas con Marx a profundidad; lo que se puede colegir de su
intercambio epistolar sobre el “asunto Podolinsky”, entre otros temas.
Así pues, su compañero de viaje
siguió ahondando en la tesis del “metabolismo universal de la naturaleza”, la
cual fue desarrollada en su “Dialéctica de la Naturaleza” (1873-1886), y
absolutamente incomprendida por el marxismo ortodoxo, lo que también contribuyó
a proscribir la obra dentro del marxismo heterodoxo.
Cuando escribió en “The
Housing Question” sobre los problemas de la contaminación ambiental,
es claro que se inscribieron con precisión en la idea del metabolismo. De
hecho, Engels anuncia una idea inspiradora que se debe remarcar: “La supresión
de la oposición entre la ciudad y el campo no es ni más ni menos utópica que la
abolición de la oposición entre capitalistas y asalariados” (citado en Foster,
2013, p. 9).
Resolver el problema de la
contradicción capital-trabajo aparece como el reto implícito de resolver
también el antagonismo ciudad-campo, o sea, el proceso de degradación ambiental
producido por el capitalismo urbano y la agricultura capitalista.
2. La ecología de Marx en el siglo XX y el nuevo lugar
de la naturaleza en el capitalismo
3.
Desde la incorporación por parte de
Marx de la noción de metabolismo social en los años de 1850, han transcurrido
más de ciento cincuenta años, y aún no ha sido reconocida en sus verdaderas
consecuencias por buena parte del marxismo. Asimismo, la ponderación de la
importancia tanto de las ciencias naturales (materialismo de la naturaleza, en
clave marxista) como de las ciencias sociales (materialismo histórico) ha sido
completamente desigual.
La posición de Lukács sobre la
inconveniencia de cualquier expresión “naturalista” en la dialéctica marxista
fue en parte responsable del olvido del marxismo occidental frente a los
conceptos de metabolismo social, dialéctica natural, dialéctica socionaltural,
entre otros.
Sin embargo, la esquematización del
marxismo por parte de la ortodoxia soviética contribuyó con mayor fuerza a tal
desprestigio, pues vulgarizó el funcionamiento del organismo social y del campo
de lo natural, a partir de una especie de axiomática de la dialéctica
materialista que nada consultaba con lo real concreto. Bástenos con revisar los
trabajos de Afanasiev y Rosental.
De hecho, Lukács no sostuvo una
visión “dura” de esta tesis en la propia “Historia y Consciencia de Clase”,
pues también expresó la necesidad de reconocer
“la existencia de una limitada
‘dialéctica, meramente objetiva, del movimiento de la naturaleza’, que
consistía en una ‘dialéctica de un movimiento referido a un espectador que no
interviene en él’” (Foster, 2013, p. 2).
Y en otra obra, publicada setenta
años después de “Historia y Consciencia de Clase”, intitulada “Seguidismo y
Dialéctica”, Lukács cambia de posición de manera definitiva cuando afirma que
“el intercambio metabólico con la naturaleza” estaba “mediado socialmente” a
través del trabajo y la producción” (Ibíd., p. 3).
Se debe mencionar la recepción que al
respecto hizo el destacado pensador marxista Christopher Caudwell (1907-1937).
Con relación a cualquier pensador mecanicista (fundado en el materialismo o en
cualquier metafísica), escribió de manera crítica:
“la reflexión sobre la experiencia le
lleva al polo opuesto, que meramente es el otro aspecto de una misma ilusión: a
la teleología, el vitalismo, el idealismo, la evolución creativa, o como quiera
llamársele, pero que en realidad es la ideología de moda del capitalismo en
decadencia” (citado en Foster, 2004, p. 32).
Caudwell también expresó claramente
en una obra publicada cincuenta años después de ser escrita, la cual se tituló
como “Herencia y Desarrollo” (1986), una defensa de la tesis “coevolucionista
de las relaciones entre los seres humanas y la naturaleza, a partir de Darwin y
de Marx” (Ibíd., p. 33). Lo que supone la plena recepción de lo
sustancial de la epistemología marxista.
Por otro lado, Alfred Schmidt en
su “Concepto de la naturaleza en Marx”, quien se podría ubicar en el campo
duro del “sociocentrismo” muy propio de la Escuela de Frankfurt, llegó a
reconocer que
“sólo en relación al uso por Marx del
‘concepto de metabolismo’, en el que él ‘presentaba un enfoque completamente
nuevo de la relación del hombre con la naturaleza’, era que podemos ‘hablar con
sentido de una dialéctica de la naturaleza’” (citado en Foster, 2013, p. 3).
El asistente de Lukács, István
Mészáros, continuó desarrollando el concepto de metabolismo social. Y
ciertamente, en “La teoría de la alienación de Marx”, sostuvo que
“la alienación implicaba la relación
tríadica de la humanidad-producción-naturaleza, donde la producción constituía
una forma de mediación entre la humanidad y la naturaleza” (Ídem.).
Se debe mencionar también su crítica
marxista a la crisis ecológica del planeta en su Discurso del Premio Deutscher
(1971), publicado un año antes del estudio “Los límites del crecimiento”, que
dio soporte científico al Club de Roma. Y en “Más allá del Capital”,
Mészáros advirtió expresamente sobre “‘la activación de los límites absolutos
del capital’, asociada con la ‘destrucción de las condiciones de reproducción metabólica
social’” (Ídem).
Otra influencia importante de la obra
de Marx en el pensamiento materialista es la relacionada con la fundación de
los cálculos energéticos en la economía, o el estudio de proceso económico
desde una perspectiva termodinámica (Foster y Burkett, 2004, p. 32). Se trata
de los trabajos de Sergei Podolinsky (1850-1891), un socialista ucraniano y
médico, el cual se conoció con Marx y Engels (Ibíd., p. 35).
A pesar de las errores o
reduccionismo de los análisis materialistas de Podolinsky, advertidos por el
propio Engels sin dejar de dar un merecido reconocimiento (Ibíd., p.
55), permitieron, casi ochenta años después, la inauguración de una nueva
ciencia conocida como “economía ecológica”.
Fue a partir de estos avances que
Herman Daly (1977), Martínez-Alier y Naredo (1982), y otros, en articulación
con la obra de Georgescu-Roegen (1971), lograron echar las bases de esta
ciencia. De hecho, el avance de la disciplina sigue mostrando con nitidez la
relación entre marxismo y economía ecológica (Ibíd., p. 32).
Asimismo, los grandes unificadores de
las teorías ecológicas, los hermanos Odum, también se enfrentaron al problema
de incorporar la teoría social en su gran sistema de flujos energéticos. Así
pues, Howard Odum se fundó en la obra de Marx para soportar su noción del
“intercambio ecológico desigual” propio del “capitalismo imperial” (Foster,
2013, p. 8).
En los años de 1990, Marina
Fischer-Kowalski, quien ha realizado rigurosos estudios en el análisis de
flujos materiales en la economía, reconoció que el metabolismo se convirtió en
un elemento central en el pensamiento socioecológico contemporáneo (Ibíd., p.
10).
Finalmente, se debe destacar el
trabajo de Paul Barkett en “Marx y la naturaleza: una perspectiva verde y roja”
(1990), la cual dio soporte a muchas investigaciones del mismo John Bellamy
Foster (2004, p. 16).
3. La “Gran Transición” a la sostenibilidad del
sistema de la tierra y la coevolución socioecológica
Esta “Gran Transición”, formulada por
el marxismo ecológico de origen estadounidense, se inscribe en la categoría de
la “sostenibilidad fuerte”, e implica dos fases: una revolución ecológica
profunda a nivel mundial que equivaldría a la fase ecodemocrática. Y una
segunda, con profundos imperativos orientados a la distribución de la riqueza
entre las poblaciones más vulnerables del mundo, entre otras características,
que correspondería a la fase ecosocialista (Foster, 2015, p. 9).
Foster y Burkett, dos destacados
teóricos de la “Gran Transición”, reconocen que el marxismo ecológico ha
desarrollado una profunda conexión teórica y política con el concepto de
“dialéctica de la naturaleza” de Engels, y con los demás elementos del
pensamiento ecológico de Marx ya presentados sintéticamente (Ibíd., p.
5).
Asimismo, consideran que este proyecto
de transformación mundial debe incorporar la idea central del “imperialismo
ecológico”, esto es, el proceso mediante el cual un “país puede explotar
ecológicamente a otro” (Ibíd., p. 7).
De manera breve, aquel proyecto
político demanda una revolución que garantice “una sociedad con sostenibilidad
ecológica e igualdad sustantiva”. Y tal revolución implicará una noción de
desarrollo que asumirá la forma de “desarrollo humano sostenible en armonía con
la visión original de Marx sobre el socialismo”. Y esta sostenibilidad
significa que la economía deberá permanecer “dentro del presupuesto solar” (Ibíd., p.
8).
Para una mayor comprensión de la
teoría marxista de la ecología a la base de la “Gran Transición”, se tratarán
de explicitar sus supuestos científicos principales.
Marx emplea el neologismo
“metabolismo” también en la acepción griega de sus raíces: metaboléque
indica cambio, e ismós que refiere cualidad o sistema. El
metabolismo es algo que tiene la cualidad de modificarse o de cambiar. Por otro
lado, el naturalismo y el evolucionismo que estudió Marx a fondo enseñaron
consistentemente que la tierra se asemeja a un único organismo vivo en
transformación compuesto de subsistemas, los cuales también están sometidos a
cambios (Figura 1).
Por lo anterior, los cambios que se
producen en el sistema de la tierra son en realidad típicos ejemplos del
metabolismo, de tal suerte que todos y cada uno de los objetos cambiantes del
planeta están interconectados o influenciados mutuamente.
Así las cosas, el metabolismo del
sistema de la tierra es, en términos generales, un proceso de transformaciones
biogeoquímicas, el cual implica un intercambio de materia y energía permanente
al interior de los subsistemas y entre ellos mismos.
Al final del balance de estos
intercambios, se produce entonces lo que se denomina el equilibrio dinámico del
sistema de la tierra en una época geológica específica. Para nuestro caso, el
equilibrio dinámico construido por la tierra que dio soporte a la aparición de
las civilizaciones tal como las conocemos es el “Holoceno”, la cual empezó
desde el 10.000 a.C.
Por ejemplo, las interacciones
bióticas-abióticas se representan con la relación típica roca-caracol. La
interacción biótica-biótica puede referir la relación predador-presa, y la
relación abiótica-abiótica se puede figurar con el intercambio de gases entre
el mar y la atmósfera, o sea, la oxigenación del mar por su interacción con la
atmosfera y la emisión de óxidos de azufre que se generan en el mar hacia la
atmósfera.
Por otro lado, es fácil notar que
Marx, al considerar a la especie humana como un ser vivo más en el sistema de
la tierra, coligió necesariamente que tal entidad debía estar también sometida
a las leyes naturales del metabolismo, o sea, las leyes que regulan el
intercambio de materia y energía entre los objetos “animados” e “inanimados”
(Figura 2).
No obstante, para Marx tales leyes
naturales debían considerar un gran mediador en el caso de nuestra especie, el
cual vino a ser denominado como trabajo social o sociedad en acto. Es decir, el
metabolismo se da necesariamente en un campo social, lo que lo convierte en
metabolismo social.
De esta suerte que ya no se
producirán las típicas tres combinaciones metabólicas de las especies o
elementos inorgánicos vistos atrás. Ahora se trata de cuatro combinaciones
mucho más complejas en sus consecuencias. Pues la especie humana, organizada en
distintas naciones o pueblos, no solo “fagocita” objetos bióticos o abióticos
como cualquier especie de flora o fauna, sino que también los excreta en
distintos lugares, con diversas calidades y diferentes cantidades.
En breve, los seres humanos hacemos
un uso endosomático de la materia y la energía que,
indefectiblemente, genera unas disipaciones o residuos. Por ejemplo, el consumo
de alimentos expresados en minerales, vitaminas y energéticos. Pero, al mismo
tiempo, en todo consumo endosomático casi siempre se hace un uso exosomático de
la materia y la energía, lo cual genera perturbaciones o disipaciones. Por
ejemplo, el consumo de materia y energía expresada en la utilización de madera,
carbón, petróleo y agua.
Adicionalmente, se debe tener en
cuenta que, con o sin intervención humana, la tierra se encuentra sometida a
los procesos naturales de disipación de materia y energía aprovechable por el
hombre, inherentes a la segunda ley de la termodinámica (Figura 3).
Por ejemplo, el carbón no se puede
aprovechar dos veces dado que el calor y su material se disipan. Es posible
tener fenómenos naturales de “disipación” de los nutrientes del suelo por
efectos del viento. Los residuos que genera el sistema productivo pueden
contaminar el suelo, el aire y el agua de manera irreparable.
La pérdida de diversidad de flora y
fauna silvestre generan desbalances serios en los agrosistemas. Pero un aumento
de la diversidad y riqueza de bacterias en el suelo o en el cuerpo humano
también puede ser un problema.
Asimismo, una disminución de la
oferta hídrica en una región urbana puede tener efectos negativos en la
economía, entre otros impactos. Pero también una inundación temporal o
permanente se convierte en otro asunto complejo de resolver.
En resumen, estas excreciones o
perturbaciones que se desatan sobre la naturaleza, bajo la lógica de producción
excedentaria del capitalismo (o del socialismo real), están destruyendo, al
menos de manera local, las condiciones de reproducción de la vida en todas (o
la mayoría de) sus formas, o mejor, el metabolismo mismo (Figura 4).
Dicha destrucción del metabolismo es
una “ruptura” identificada por el propio Marx, como se vio atrás, pero que se
hace irreparable bajo el capitalismo, o cualquier sistema económico que
produzca sin ninguna racionalidad metabólica o ecológica. En virtud del
anterior descubrimiento es que el marxismo ecológico critica el problema de la
sobreacumulación:
“El sistema exige crecientemente,
simplemente para mantenerse bajo condiciones de sobreacumulación crónica, la
producción de valores de uso negativos y la no
satisfacción de las necesidades humanas. Esto implica la alienación
absoluta del proceso de trabajo, es decir, de la relación metabólica entre los
seres humanos y la naturaleza” (Foster, 2013, p. 12).
De lo anterior se deduce una
consecuencia central: no solo existe alienación del hombre sino también la
alienación del proceso metabólico socionatural. Este idea creativa y mucho
mejor definida en la obra de Marx que en cualquier otro naturalista o vitalista
del siglo XIX, producirá otros desarrollos ambientalistas importantes: primero,
existen “necesidades auténticas”, que Marx definía en 1844 como el “desarrollo
de las potencialidades humanas” (idea que se mantuvo en su obra), y segundo, se
puede probar la necesidad de una “verdadera productividad”. Dice Foster al
respecto:
“El valor de uso natural-material del
propio trabajo humano, en la teoría de Marx, residía en su verdadera
productividad en relación con la satisfacción genuina de las
necesidades humanas” (Ibíd., p. 12).
Estas ideas postuladas por el
marxismo ecológico han sido discutidas pobremente, dada la historia de
proscripciones que ya se vieron. Pero, más adelante se discutirán en algunos
aspectos que son sustanciales.
4. La alienación del hombre, la alienación con
relación a la naturaleza y el riesgo de un nuevo determinismo ambiental
El marxismo ecológico tiene un gran
presupuesto político-moral: existen genuinas necesidades que
se deberían acoplar a una producción verdadera. Y esta es verdadera
porque se ajusta a los límites biofísicos que prescriben las leyes de la
naturaleza.
Tales límites se pueden definir en
breve así: las tasas de explotación de los recursos naturales del planeta deben
ser iguales o menores a las tasas de renovación de dichos recursos a nivel
global. Y los no renovables deben ser sustituidos por tecnologías ambientales
mucho antes de que se agoten.
Esta idea es en realidad el mayor
reto de la humanidad. Pues, implican problemas de todos los órdenes de la
sociedad, y su gestión complejísima en el espacio y el tiempo con garantías de
ser eficiente. No obstante, los problemas se pueden resumir en dos sentencias
de profundas implicaciones políticas y morales: los estilos de vida hedonistas
consumistas deberían desaparecer, y la riqueza derivada del trabajo y la tierra
debe ser distribuida de manera razonablemente igualitaria. A propósito de estos
imperativos escribe Foster:
“Es a través de la politización de la
estructura del valor de uso de la economía, y su relación con el proceso de
trabajo y con toda la estructura cualitativa de la economía, que el abordaje
dialéctico de Marx en el metabolismo entre la naturaleza y la sociedad asume
una forma potente” (Ibíd., p. 13).
En el estado del arte de estas
cuestiones político-morales solamente tenemos buenas intenciones, modelos
teóricos de gobernanza sostenible, esquemas teóricos de sistemas económicos
sostenibles, modelamientos matemáticos de los límites al crecimiento económico,
balances energéticos planetarios, tecnologías ambientales, entre otros.
Pero, ciertamente, no hay una
solución realista a la fecha. E incluso, la “Gran Transición” no es una apuesta
practicable en el corto plazo, a pesar del optimismo de Foster. De hecho, y es
la consecuencia más irónica del marxismo ecológico, si se encontraran con
precisión aceptable todas las leyes biofísicas que deberían regular la
explotación económica del planeta y, en consecuencia, las “mejores” conductas
de la vida social que lo hagan posible, siempre tendremos que vérnoslas con la
resolución del problema inmanente de una sociedad hedonista autodestructiva.
Una salida teórica a esta aporía
ambiental, que ya no se inscribe en el campo de las voliciones o de la política
ambiental, es reformular el enfoque de intervención sin abandonar el marxismo
ecológico, pero prescribiendo una especie de necesariedad de
la especie humana, esencialista e infranqueable, según la cual existe una ley
natural de autoorganización humana en el planeta con sujeción a las leyes de la
vida.
La idea de una coevolución
socioecológica, llevada al plano de las leyes científicas, conduciría a un
nuevo determinismo ambiental. E incluso, podría conducir a una epistemología
marxista de inspiración mecanicista que sometería la libertad a una red de
causas y efectos ambientales predeterminados.
Y este esencialismo es el que se
desarrolla detrás de la idea de Caudwell, Burkett, Foster, entre otros, según
la cual es posible superar el antagonismo entre el antropocentrismo y el
ecocentrismo; tesis que Marx no se atrevió a defender en rigor. La ilusión de
tal supresión de opuestos quedó expresada así:
“El objetivo es trascender el
idealismo, el espiritualismo y el dualismo de gran parte del pensamiento verde
contemporáneo, mediante la recuperación de una crítica más profunda de la
alienación de la humanidad respecto a la naturaleza, que ocupaba un lugar
central en la obra de Marx (y, según argumentaremos, de la de Darwin)” (Foster,
2004, p. 44).
En consecuencia, es como si se
quisiera definir la alienación humana y la gran fractura del metabolismo,
propios del capitalismo (o del socialismo real), en función de unas leyes del
equilibrio dinámico de los ecosistemas o de los ciclos naturales de la tierra.
Lo que en efecto terminaría de nuevo en una versión mecanicista de la
naturaleza y en la prescripción de unos límites a la libertad, establecidos
determinísticamente, o sea, una visión de la libertad, las necesidades humanas,
la producción social y las relaciones socionaturales, predeterminada por leyes
naturales.
Para terminar, estas superaciones de
las alienaciones en el plano de lo “naturalizado” podrían ser consideradas en
una versión menos dura. Por lo cual, el nuevo enfoque sería el siguiente: la
comprensión y regulación de la coevolución socioecológica en sus procesos
concretos tienden a un horizonte ideal de superación de su
contradicción, pero nunca lo lograrían a plenitud. O mejor, ante la
imposibilidad de realizar cabalmente la superación de las alienaciones, sí se
podría aspirar a una suerte de “alienación ambientalizada” considerando un
sustrato objetivo en el sistema tierra. Sería, en fin, una especie de
“alienación terrícola” insuperable.
Conclusiones teóricas
La coevolución socioecológica implica
constituir permanentemente un balance con lo “natural” que en realidad es
relativo o contingente, o mejor, que es cambiante en sus poblaciones y
diversidades, y dominancias y subdominancias de las especies, así no exista
intervención humana alguna (Sarkar, 2005). Son de hecho “equilibrios dinámicos”
de ecosistemas (o biomas) que implican estabilidades temporales con cambios
sutiles o bruscos en su interior.
A una escala global o regional
aquellas estabilidades implican procesos materiales y energéticos que se
desarrollaron en tiempos geológicos, geobiológicos, o evolutivos. A escalas
locales, las estabilidades reciben perturbaciones mayores en periodos menores
dentro de una misma época geológica o una facies geobiológica, lo que genera un
efecto multiplicador de las perturbaciones locales de origen antrópico.
Este dualismo sociedad-naturaleza
solo puede predicarse a escala humana (pues aún no hay otra forma de actividad
“inteligente” accesible al hombre). Y constituye, indefectiblemente, un
desajuste entre la mente y el ambiente, entre lo “interior” y lo “exterior”, o
entre fuerzas “internas” y fuerzas “externas”.
Por extensión, podría afirmarse en
términos de una ontología materialista lo siguiente: todas las especies o
fuerzas experimentan este dualismo: “inteligencia” de las plantas-ambiente,
inteligencia animal-ambiente, incluso nitrógeno-ciclo terrestre del nitrógeno…,
en ultimas, la voluntad de poder o la voluntad de ser de una manera de todas
las cosas, en la noción de Nietzsche, tendrían de manera sustancial este
dualismo. Escribe el filósofo al respecto:
“No se trata simplemente de la
energía como algo constante, sino economía máxima en el consumo, de manera que
el querer devenir más fuerte a partir de cualquier punto de fuerza es la única
realidad, no la conservación de sí mismo, sino la voluntad de apropiarse, de
adueñarse, de ser más, de hacerse más fuerte (…) si una cosa se realiza de
manera concreta, este hecho no quiere decir que haya ningún ‘principio’,
ninguna ‘ley’, ningún ‘orden’, sino cierta cantidad de fuerzas que actúan, cuya
esencia consiste en ejercitar poderes sobre todas las cantidades de fuerza”
(Nietzsche, 2015, p. 366).
Superar el dualismo
antropocentrismo-ecocentrismo implica en realidad encontrar la continuidad
alma-cuerpo, mente-materia, o “interioridades”- “físicalidades”, para decirlo
en la lógica de Descola (2012, p. 187 y ss.), lo que efectivamente no ha sido
posible. Así pues, los desajustes o fracturas del metabolismo social son
características sustanciales que nos hacen humanos o racionales.
Referencias
Descola, P., 2012. Más allá de
naturaleza y cultura. Amorrortu editores. Buenos Aires, Argentina.
Foster, J. B.
y Burkett, P., 2004. Ecological economics and classical marxism. The
“Podolinsky Business” Reconsidered, En: Organization & Environment, Vol.
17, No. 1, March 2004, 32-60.
Foster, J. B., 2004. La Ecología de
Marx. Materialismo y naturaleza, Ediciones de intervención cultural El Viejo
Topo, España.
Foster, J. B., 2013. Marx y la
fractura en el metabolismo universal de la naturaleza, En: http://www.herramienta.com.ar/herramienta-web-15/marx-y-la-fractura-en-el-metabolismo-universal-de-la-naturaleza. Visitada el 24 de junio de 2017.
Foster, J.
B., 2015. Marxism and Ecology: Common Fonts of a Great Transition, John Bellamy
Foster, En: The Great Transition Initiative, October 2015.
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Cultura, Universidad Central de Venezuela, Caracas, Venezuela.
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Wade, N., 2015. Una herencia
incómoda. Genes, raza e historia humana, Ariel, Bogotá, Colombia.
Alexander Martínez Rivillas
08/09/2017
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