domingo, 10 de junio de 2018

Marx, naturaleza y ambientalismo: Fractura del metabolismo social y el problema de la coevolución socioecológica - Alexander Martínez Rivillas



Introducción

Marx fue considerado por el amplio espectro del ecologismo como un pensador que nunca impuso límites al desarrollo de las fuerzas productivas, lo que puede colegirse del “Manifiesto del Partido Comunista” (1848), por ejemplo.
No obstante, en las últimas dos décadas esta fama infundada se ha ido desdibujando progresivamente, dados los estudios bien documentados de Foster y Burkett. En varios momentos de los “Manuscritos de 1844”, Marx insinuó una idea naturalista o materialista al referirse a la ciencia del hombre como una parte de la ciencia natural.

A veces se descuida la importancia de esta reflexión, como también otras tesis anunciadas de manera general en “El Capital”, en los “Grundrisse” y en el intercambio epistolar entre Marx y Engels, sobre los problemas ambientales de su tiempo y el papel que debería jugar la noción de la naturaleza en su teoría del valor.

Las lecturas entorno al materialismo de Epicuro y de los mismos materialistas modernos, dotaron a Marx de los insumos suficientes para abordar el asunto de las bases físicas de la economía, o el problema de la “transición” de la economía de la naturaleza a la economía del valor.
La penetración del método materialista de investigación de los naturalistas del siglo XIX ya es bien reconocida en la obra de Marx, y en especial la influencia de los trabajos de Darwin. Ciertamente, los elementos de la dialéctica hegeliana fueron integrados a este materialismo para conformar un corpus metodológico bien definido, y luego fue aplicado de manera cuidada a la historia.

La dialéctica aportó la necesaria interacción de los elementos de un sistema, y el materialismo ofreció el control empírico de validez de las afirmaciones sobre el funcionamiento de dicho sistema. Así pues, la epistemología marxista, profusamente estudiada en el siglo XX, quedaba definida de esa manera hasta el sol de hoy, y apenas ha sido mejorada en sus asuntos metodológico más periféricos. O revitalizada con nuevo material empírico sin tocar el corazón de su método como es el caso de la ecología de Marx.
Vale la pena anotar también un nuevo hecho en la epistemología marxista. Se trata del rescate de la obra de Engels en lo relativo a su noción de “dialéctica de la naturaleza” y de “la supresión de la oposición entre la ciudad y el campo”.
Dos nociones esbozadas y desarrolladas en varios estudios, y que sufrieron el desprecio inmisericorde del marxismo occidental, la ecología profunda y la sociología ambiental, pues se le señaló de ser parte integral del “materialismo mecanicista” o del “materialismo romo” sin prueba alguna.
Engels incluso, tal como se demostró en su debate con Podolinsky, fue el primero en advertir la imposibilidad práctica o el reduccionismo inaceptable que pretendía traducir lo social y el valor en variables biofísicas.
A continuación, se tratará de desarrollar el siguiente plan expositivo: en primer lugar, se verán las ideas principales que Marx formuló sobre el problema ambiental y sus implicaciones para el desarrollo del capitalismo.
En segundo lugar, se presentará la recepción del trabajo de Marx en el siglo XX sobre los problemas ambientales, y las formulaciones renovadas del materialismo gracias a las investigaciones sobre las relaciones entre naturaleza y capitalismo.
En tercer lugar, se estudiarán los alcances de la “Gran Transición” a la sostenibilidad del sistema de la tierra, y los supuestos de una posible coevolución socioecológica.
En cuarto lugar, un análisis sobre cómo los conceptos marxistas de “alienación del hombre” y de “alienación con relación a la naturaleza” podrían conducir a un nuevo determinismo ambiental, e incluso a una epistemología marxista de inspiración mecanicista que sometería la libertad a una red de causas y efectos ambientales, casi que al modo de Spinoza.
1.  Marx y sus reflexiones ecológicas
2.   
La ecología tiene raíces románticas y naturalistas, y se puede suponer que las obras de Goethe y Humboldt tuvieron que afectar profundamente a Marx. Por otro lado, la ecología también goza de una importante herencia del materialismo en sus facetas especulativas, mecanicistas o reflexivas, por lo cual la influencia de Bacon, Hobbes, Locke y Hume, ingleses o escoceses a la sazón, en el pensamiento de Marx, debe considerarse un supuesto serio. Lo mismo que las obras de los materialistas La Mettrie, Diderot y Holbach, franceses en su lugar, tuvieron que impactar positivamente el mundo intelectual de Marx.
De hecho, se sabe que estos pensadores naturalistas y materialistas tenían por base común el materialismo especulativo de Epicuro, Demócrito y Lucrecio, lo que Marx sabía de sobra según se colige de su trabajo doctoral sobre la “Diferencia entre la Filosofía de la Naturaleza según Demócrito y según Epicuro” y de otras investigaciones (Foster, 2004, p. 20). Escribió Marx en 1839-1841:
“mientras Demócrito trata de aprender de sacerdotes egipcios, de caldeos persas y de gimnosofistas indiosgloríase Epicuro de no haber tenido maestro, de ser autodidacta (…) Demócrito por amor a la verdad recorrió el mundo entero; Epicuro no dejó más de dos o tres veces el jardín de Atenas; y viajó a Jonia no para investigar, sino para visitar un amigo” (Marx, 1973, pp. 32-33).

El arsenal de citas sobre filósofos y comentaristas griegos y latinos en esta investigación demuestra con creces que Marx se ocupó rigurosamente del problema del materialismo y sus vertientes.
Pero, estas narrativas protocientíficas griegas o latinas y aquellas naturalistas anglo-francesas, apenas explican “el rechazo de las explicaciones naturales basadas en causas últimas, en la intención divina” (Foster, 2004, p. 20) y la interiorización de unos esquemas generales de la investigación científica.
Se sabe que la idea de “la relación humana con la naturaleza era, como aseverase Bacon, un fenómeno de la historia natural; o, como resal­tara Darwin, del largo curso de la historia natural” (Ibíd., p. 35), tuvo una influencia profunda en varios momentos de la obra de Marx, pues en los “Manuscritos de 1844” afirmaba: “todas las ciencias habrán de convertirse en una sola ciencia, la Ciencia de la Naturaleza”.
Y muchos años después, en 1867, cuando aparece el primer tomo de “El Capital”, escribe la misma tesis pues “siempre definía su materialismo como un materialismo que formaba parte del ‘proceso de la historia natural’” (Ibíd., p. 25). En otros apartes, relatará varios hechos con relación a cierto biocentrismo. Escribe Foster:

“Los seres humanos, observó Marx, atribu­yen características ‘útiles’ universales a los ‘bienes’ que producen, ‘aunque a un cordero difícilmente le parecería una de sus características ‘útiles’ el hecho de ser ‘comestible para el hombre’” (Ibíd., p. 38).

Se ha especulado que Marx pudo haber accedido a lecturas de “baconianos” que defendieron los bosques y la calidad del aire, o que al menos fueron indirectamente conocidas mediante los naturalistas o materialistas posteriores. En todo caso, se sabe que John Evelyn publica una defensa de los bosques en su obra “Sylva” (1664) y otra obra sobre la contaminación del aire en su “Fumifogium” (1661), las cuales generaron una poderosa influencia en distintos materialistas europeos (Ibíd., p. 34).

No obstante, las obras que efectivamente dejaron una huella indeleble, y que afinaron el método materialista de Marx en el sentido pleno de la expresión, fueron aquellas que explicaron sistemáticamente la influencia del ambiente en la evolución de la especie humana y en la economía: la obra de Darwin, publicada en 1859, y el estudio riguroso de los químicos agrícolas Justus von Liebig y James F. W. Johnston sobre la problemática de los nutrientes del suelo en Alemania y Gran Bretaña, respectivamente.
Estos autores fueron conocidos por Marx desde la década de 1850, lo que se constata en cartas que escribió sobre la fuerte impresión que le suscitaron las investigaciones de Liebeg respecto al problema del “agotamiento del nitrógeno, el fósforo y el potasio, pues estos nutrientes estaban siendo transportados a las ciudades” debido a la “agricultura capitalista” durante la primera mitad del siglo XIX (Foster, 2013, p. 4).
Es así como desde 1857-1858, en los “Grundrisse”, Marx introduce el concepto de metabolismo, en alemán Stoffwechsel, como elemento clave para comprender la interacción naturaleza-sociedad. Esta noción, se debe recordar, se desarrolló en la década de 1830 gracias a los trabajos de biólogos y fisiólogos celulares, y luego fue aplicada a la química y a la física (Ibíd., p. 5).
En efecto, la noción debió ser interiorizada en su verdadera dimensión por Marx una vez constató su utilidad explicativa para los químicos agrícolas, al momento de comprender el problema de la fertilidad del suelo, y luego al ser generalizada para la relación del hombre con la naturaleza.
Este es pues el acontecimiento más importante en lo relativo a los desarrollos ecológicos de Marx: reconocer el hecho concreto de que los seres humanos sostenemos relaciones biológicas con el mundo natural, que no podemos abstraernos de ellas bajo ninguna organización económica y revolución tecnológica, y que además condicionan el desarrollo de las fuerzas de la economía.
Esta idea profundamente creativa, intuida por naturalistas, e incluso por el mismo Darwin, tiene la virtud en Marx de ser por primera vez introducida al mundo de la teoría del valor y de la producción social. Escribió Darwin en su autobiografía:
“En octubre de 1838, es decir, quince meses después de haber empezado yo mi indagación sistemática, leí por pasatiempo el libro de Malthus sobre la población, y al estar bien preparado para apreciar la lucha por la existencia que en todas partes se produce, a partir de largas y continuadas observaciones sobre los hábitos de animales y plantas, de inmediato me di cuenta de que bajo estas circunstancias las variaciones favorables tenderían a ser conservadas, y las desfavorables a ser destruidas. Los resultados de ello serían la formación de una nueva especie. Por fin había conseguido aquí una teoría con la que trabajar” (citado en Wade, 2015, p. 166).
La “selección natural” aquí descubierta nace de una analogía con el crecimiento de la población humana en contextos de menor crecimiento de la producción. Matriz económica que desde luego produce una competencia atroz por la vida y el ascenso social, y que solo los más “aventajados” pueden enfrentar con éxito. Esta cita de Darwin muestra, además, su intención de no ir más allá del símil a la hora de explicar el mundo económico o político, y más bien usarlo como fuente de inspiración.
Marx vio el problema ecológico en la agricultura capitalista industrializada, lo que ya era evidente en su época, y dotado de las fuentes científicas del evolucionismo, esto es, la influencia determinante de los recursos naturales (oferta ambiental) sobre el desarrollo de las especies en general, y de la química que operaba en la producción agrícola, formuló una segunda idea cardinal para la ecología, la cual aparece en el tercer tomo de “El Capital”: en las relaciones sociales de producción, en general, se presenta una fractura metabólica. Escribe al respecto:
“Por otra parte, la gran propiedad sobre la tierra reduce la población agrícola a un mínimo en descenso constante y le opone una población industrial en constante aumento y concentrada en grandes ciudades; y de este modo crea condiciones que abren un abismo irremediable en la trabazón del metabolismo social impuesto por las leyes naturales de la vida, a consecuencia del cual la fuerza de la tierra se dilapida y esta dilapidación es transportada por el comercio hasta mucho más allá de las fronteras del propio país (Liebig)” (Marx, 1894, p. 494).
Y se añade, en el primer tomo de “El Capital”, en una suerte de intuición sobre la solución temporal al problema de esta fractura:
“Al crecer de un modo incesante el predominio de la población urbana, aglutinada por ella en grandes centros, la producción capitalista acumula, de una parte, la fuerza histórica motriz de la sociedad, mientras que de otra parte perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra; es decir, el retorno a la tierra de los elementos de ésta consumidos por el hombre en forma de alimento y de vestido, que constituye la condición natural eterna sobre que descansa la fecundidad permanente del suelo. Al mismo tiempo, destruye la salud física de los obreros. A la vez que, destruyendo las bases primitivas y naturales de aquel metabolismo, obliga a restaurarlo sistemáticamente como ley reguladora de la producción social y bajo una forma adecuada al pleno desarrollo del hombre” (Marx, 1867, p. 277).
La producción social y las necesidades “auténticas” del hombre, a decir de Marx, deberían estar sometidas a una suerte de ley biológica o ecológica; afirmación que ratifica la incursión plena del pensador al campo del ambientalismo. Luego, criticando la noción de progreso en relación con los impactos ambientales, escribe en el primer tomo de “El Capital”:
“Además, todo progreso, realizado en la agricultura capitalista, no es solamente un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino también en el arte de esquilmar la tierra, y cada paso que se da en la intensificación de su fertilidad dentro de un período de tiempo determinado, es a la vez un paso dado en el agotamiento de las fuentes perennes que alimentan dicha fertilidad. Este proceso de aniquilación es tanto más rápido cuanto más se apoya un país, como ocurre por ejemplo con los Estados Unidos de América, sobre la gran industria, como base de su desarrollo” (Ídem.).

Otra idea significativa que formulará Marx sobre el metabolismo y su relación con la economía capitalista, será la de señalar dos fuentes de la riqueza; que luego, por ejemplo, será reiterada en la “Crítica del Programa de Gotha” (1875) (Marx, 1986, p. 10). Se escribe a propósito del asunto en el primer tomo de “El Capital”:
“Por tanto, la producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre” (Ídem.).
Foster, además, realiza una sustentada argumentación sobre la iniciativa de Marx de considerar ciertos sentimientos ecologistas como una expresión socialista casi “natural”, según el intercambio epistolar Marx-Engels de 25 de marzo de 1868:
“Marx se refirió a las presiones ambientales de sus días como una ‘tendencia socialista inconsciente’, lo que exigiría productores asociados para regular el metabolismo social con la naturaleza en una vía racional” (Foster, 2015, p. 10).
Con mayor precisión, Marx considera que bajo la economía capitalista tal fractura del metabolismo se hace insostenible, pues la naturaleza intervenida o transformada toma la forma de una entidad alienada. En este punto, Marx se arriesga a llevar la noción de “alienación” del campo social al de la naturaleza informada por el trabajo social, lo que en efecto representa otra idea original. En la versión de Foster se dice:
“La humanidad, a través de su producción, ‘extrae’ sus valores de uso naturales y materiales de este ‘metabolismo universal de la naturaleza’, al mismo tiempo ‘insuflando una nueva vida’ a estas condiciones naturales ‘como elementos de una nueva formación social’, generando por ese motivo una especie de segunda naturaleza. Sin embargo, en una economía mercantil capitalista esta segunda naturaleza asume una forma alienada, dominada por el valor de cambio antes que por el valor de uso, conduciendo a una fractura en este metabolismo universal” (Foster, 2013, p. 6).
En una anticipación a las tesis del ecosocialismo, Marx introduce la idea de que una regulación del metabolismo socionatural sería eficiente bajo un esquema de gestión o gobierno colectivo, y que tal empresa correspondería a una expresión de la libertad del hombre social, en una clara alusión a modelos de control socialistas. Se escribe pues en el tercer tomo de “El Capital”:
“La libertad, en este terreno, sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente este su intercambio de materias con la naturaleza, lo pongan bajo su control común en vez de dejarse dominar por él como por un poder ciego, y lo lleven a cabo con el menor gasto posible de fuerzas y en las condiciones más adecuadas y más dignas de su naturaleza humana. Pero, con todo ello, siempre seguirá siendo éste un reino de la necesidad. Al otro lado de sus fronteras comienza el despliegue de las fuerzas humanas que se considera como fin en sí, el verdadero reino de la libertad, que sin embargo sólo puede florecer tomando como base aquel reino de la necesidad. La condición fundamental para ello es la reducción de la jornada de trabajo” (Marx, 1894, p. 499).
Incluso, se podría afirmar que las ideas de “sostenibilidad” y del “principio de precaución”, acuñados en los años de 1970 en el “Club de Roma” y la “Cumbre de Río” de 1992, respectivamente, ya se encontraban formulados en el tercer tomo de “El Capital”, así:
“Pero el hecho de que el cultivo de los distintos productos agrícolas dependa de las fluctuaciones de los precios del mercado y los cambios constantes de estos cultivos a tono con estos precios del mercado, y todo el espíritu de la producción capitalista, encaminado al lucro pecuniario directo e inmediato, chocan con la agricultura, la cual tiene que operar con todas las condiciones constantes de vida a través de la cadena de las generaciones humanas. Un ejemplo palmario de esto lo tenemos en los bosques, los cuales sólo se explotan de un modo más o menos conforme al interés colectivo allí donde no se hallan sujetos al régimen de propiedad privada, sino bajo la administración del Estado” (Marx, 1894, p. 397).
Los desarrollos científicos de la época nunca le fueron ajenos a Marx, y su convicción en los aportes que le harían a la teoría del valor dentro de los límites de la ecología, nunca estuvo en duda.
Por ejemplo, al final de su vida Marx tomaba notas sobre los cambios en las isotermas de la tierra en las épocas geológicas de las grandes extinciones. Se sabe que conocía sobre los experimentos de John Tyndall sobre radiación solar-gases-clima de la tierra, lo que hace suponer que conoció el “efecto invernadero” que presentó este científico por primera vez en Londres.
Finalmente, Engels siempre mantuvo un vivo interés en una amplia gama de investigaciones científicas, las cuales fueron discutidas con Marx a profundidad; lo que se puede colegir de su intercambio epistolar sobre el “asunto Podolinsky”, entre otros temas.
Así pues, su compañero de viaje siguió ahondando en la tesis del “metabolismo universal de la naturaleza”, la cual fue desarrollada en su “Dialéctica de la Naturaleza” (1873-1886), y absolutamente incomprendida por el marxismo ortodoxo, lo que también contribuyó a proscribir la obra dentro del marxismo heterodoxo.
Cuando escribió en “The Housing Question” sobre los problemas de la contaminación ambiental, es claro que se inscribieron con precisión en la idea del metabolismo. De hecho, Engels anuncia una idea inspiradora que se debe remarcar: “La supresión de la oposición entre la ciudad y el campo no es ni más ni menos utópica que la abolición de la oposición entre capitalistas y asalariados” (citado en Foster, 2013, p. 9).

Resolver el problema de la contradicción capital-trabajo aparece como el reto implícito de resolver también el antagonismo ciudad-campo, o sea, el proceso de degradación ambiental producido por el capitalismo urbano y la agricultura capitalista.

2.  La ecología de Marx en el siglo XX y el nuevo lugar de la naturaleza en el capitalismo
3.   
Desde la incorporación por parte de Marx de la noción de metabolismo social en los años de 1850, han transcurrido más de ciento cincuenta años, y aún no ha sido reconocida en sus verdaderas consecuencias por buena parte del marxismo. Asimismo, la ponderación de la importancia tanto de las ciencias naturales (materialismo de la naturaleza, en clave marxista) como de las ciencias sociales (materialismo histórico) ha sido completamente desigual.
La posición de Lukács sobre la inconveniencia de cualquier expresión “naturalista” en la dialéctica marxista fue en parte responsable del olvido del marxismo occidental frente a los conceptos de metabolismo social, dialéctica natural, dialéctica socionaltural, entre otros.
Sin embargo, la esquematización del marxismo por parte de la ortodoxia soviética contribuyó con mayor fuerza a tal desprestigio, pues vulgarizó el funcionamiento del organismo social y del campo de lo natural, a partir de una especie de axiomática de la dialéctica materialista que nada consultaba con lo real concreto. Bástenos con revisar los trabajos de Afanasiev y Rosental.
De hecho, Lukács no sostuvo una visión “dura” de esta tesis en la propia “Historia y Consciencia de Clase”, pues también expresó la necesidad de reconocer
“la existencia de una limitada ‘dialéctica, meramente objetiva, del movimiento de la naturaleza’, que consistía en una ‘dialéctica de un movimiento referido a un espectador que no interviene en él’” (Foster, 2013, p. 2).
Y en otra obra, publicada setenta años después de “Historia y Consciencia de Clase”, intitulada “Seguidismo y Dialéctica”, Lukács cambia de posición de manera definitiva cuando afirma que “el intercambio metabólico con la naturaleza” estaba “mediado socialmente” a través del trabajo y la producción” (Ibíd., p. 3).
Se debe mencionar la recepción que al respecto hizo el destacado pensador marxista Christopher Caudwell (1907-1937). Con relación a cualquier pensador mecanicista (fundado en el materialismo o en cualquier metafísica), escribió de manera crítica:
“la reflexión sobre la experiencia le lleva al polo opuesto, que meramente es el otro aspecto de una misma ilusión: a la teleología, el vitalismo, el idealismo, la evolución creativa, o como quiera llamársele, pero que en realidad es la ideología de moda del capitalismo en decadencia” (citado en Foster, 2004, p. 32).
Caudwell también expresó claramente en una obra publicada cincuenta años después de ser escrita, la cual se tituló como “Herencia y Desarrollo” (1986), una defensa de la tesis “coevolucionista de las relaciones entre los seres humanas y la naturaleza, a partir de Darwin y de Marx” (Ibíd., p. 33). Lo que supone la plena recepción de lo sustancial de la epistemología marxista.

Por otro lado, Alfred Schmidt en su “Concepto de la naturaleza en Marx”, quien se podría ubicar en el campo duro del “sociocentrismo” muy propio de la Escuela de Frankfurt, llegó a reconocer que
“sólo en relación al uso por Marx del ‘concepto de metabolismo’, en el que él ‘presentaba un enfoque completamente nuevo de la relación del hombre con la naturaleza’, era que podemos ‘hablar con sentido de una dialéctica de la naturaleza’” (citado en Foster, 2013, p. 3).
El asistente de Lukács, István Mészáros, continuó desarrollando el concepto de metabolismo social. Y ciertamente, en “La teoría de la alienación de Marx”, sostuvo que
“la alienación implicaba la relación tríadica de la humanidad-producción-naturaleza, donde la producción constituía una forma de mediación entre la humanidad y la naturaleza” (Ídem.).
Se debe mencionar también su crítica marxista a la crisis ecológica del planeta en su Discurso del Premio Deutscher (1971), publicado un año antes del estudio “Los límites del crecimiento”, que dio soporte científico al Club de Roma. Y en “Más allá del Capital”, Mészáros advirtió expresamente sobre “‘la activación de los límites absolutos del capital’, asociada con la ‘destrucción de las condiciones de reproducción metabólica social’” (Ídem).

Otra influencia importante de la obra de Marx en el pensamiento materialista es la relacionada con la fundación de los cálculos energéticos en la economía, o el estudio de proceso económico desde una perspectiva termodinámica (Foster y Burkett, 2004, p. 32). Se trata de los trabajos de Sergei Podolinsky (1850-1891), un socialista ucraniano y médico, el cual se conoció con Marx y Engels (Ibíd., p. 35).

A pesar de las errores o reduccionismo de los análisis materialistas de Podolinsky, advertidos por el propio Engels sin dejar de dar un merecido reconocimiento (Ibíd., p. 55), permitieron, casi ochenta años después, la inauguración de una nueva ciencia conocida como “economía ecológica”.
Fue a partir de estos avances que Herman Daly (1977), Martínez-Alier y Naredo (1982), y otros, en articulación con la obra de Georgescu-Roegen (1971), lograron echar las bases de esta ciencia. De hecho, el avance de la disciplina sigue mostrando con nitidez la relación entre marxismo y economía ecológica (Ibíd., p. 32).

Asimismo, los grandes unificadores de las teorías ecológicas, los hermanos Odum, también se enfrentaron al problema de incorporar la teoría social en su gran sistema de flujos energéticos. Así pues, Howard Odum se fundó en la obra de Marx para soportar su noción del “intercambio ecológico desigual” propio del “capitalismo imperial” (Foster, 2013, p. 8).
En los años de 1990, Marina Fischer-Kowalski, quien ha realizado rigurosos estudios en el análisis de flujos materiales en la economía, reconoció que el metabolismo se convirtió en un elemento central en el pensamiento socioecológico contemporáneo (Ibíd., p. 10).

Finalmente, se debe destacar el trabajo de Paul Barkett en “Marx y la naturaleza: una perspectiva verde y roja” (1990), la cual dio soporte a muchas investigaciones del mismo John Bellamy Foster (2004, p. 16).

3.  La “Gran Transición” a la sostenibilidad del sistema de la tierra y la coevolución socioecológica

Esta “Gran Transición”, formulada por el marxismo ecológico de origen estadounidense, se inscribe en la categoría de la “sostenibilidad fuerte”, e implica dos fases: una revolución ecológica profunda a nivel mundial que equivaldría a la fase ecodemocrática. Y una segunda, con profundos imperativos orientados a la distribución de la riqueza entre las poblaciones más vulnerables del mundo, entre otras características, que correspondería a la fase ecosocialista (Foster, 2015, p. 9).
Foster y Burkett, dos destacados teóricos de la “Gran Transición”, reconocen que el marxismo ecológico ha desarrollado una profunda conexión teórica y política con el concepto de “dialéctica de la naturaleza” de Engels, y con los demás elementos del pensamiento ecológico de Marx ya presentados sintéticamente (Ibíd., p. 5).

Asimismo, consideran que este proyecto de transformación mundial debe incorporar la idea central del “imperialismo ecológico”, esto es, el proceso mediante el cual un “país puede explotar ecológicamente a otro” (Ibíd., p. 7).
De manera breve, aquel proyecto político demanda una revolución que garantice “una sociedad con sostenibilidad ecológica e igualdad sustantiva”. Y tal revolución implicará una noción de desarrollo que asumirá la forma de “desarrollo humano sostenible en armonía con la visión original de Marx sobre el socialismo”. Y esta sostenibilidad significa que la economía deberá permanecer “dentro del presupuesto solar” (Ibíd., p. 8).

Para una mayor comprensión de la teoría marxista de la ecología a la base de la “Gran Transición”, se tratarán de explicitar sus supuestos científicos principales.
Marx emplea el neologismo “metabolismo” también en la acepción griega de sus raíces: metaboléque indica cambio, e ismós que refiere cualidad o sistema. El metabolismo es algo que tiene la cualidad de modificarse o de cambiar. Por otro lado, el naturalismo y el evolucionismo que estudió Marx a fondo enseñaron consistentemente que la tierra se asemeja a un único organismo vivo en transformación compuesto de subsistemas, los cuales también están sometidos a cambios (Figura 1).

Por lo anterior, los cambios que se producen en el sistema de la tierra son en realidad típicos ejemplos del metabolismo, de tal suerte que todos y cada uno de los objetos cambiantes del planeta están interconectados o influenciados mutuamente.
Así las cosas, el metabolismo del sistema de la tierra es, en términos generales, un proceso de transformaciones biogeoquímicas, el cual implica un intercambio de materia y energía permanente al interior de los subsistemas y entre ellos mismos.
Al final del balance de estos intercambios, se produce entonces lo que se denomina el equilibrio dinámico del sistema de la tierra en una época geológica específica. Para nuestro caso, el equilibrio dinámico construido por la tierra que dio soporte a la aparición de las civilizaciones tal como las conocemos es el “Holoceno”, la cual empezó desde el 10.000 a.C.
Por ejemplo, las interacciones bióticas-abióticas se representan con la relación típica roca-caracol. La interacción biótica-biótica puede referir la relación predador-presa, y la relación abiótica-abiótica se puede figurar con el intercambio de gases entre el mar y la atmósfera, o sea, la oxigenación del mar por su interacción con la atmosfera y la emisión de óxidos de azufre que se generan en el mar hacia la atmósfera.
Por otro lado, es fácil notar que Marx, al considerar a la especie humana como un ser vivo más en el sistema de la tierra, coligió necesariamente que tal entidad debía estar también sometida a las leyes naturales del metabolismo, o sea, las leyes que regulan el intercambio de materia y energía entre los objetos “animados” e “inanimados” (Figura 2).
No obstante, para Marx tales leyes naturales debían considerar un gran mediador en el caso de nuestra especie, el cual vino a ser denominado como trabajo social o sociedad en acto. Es decir, el metabolismo se da necesariamente en un campo social, lo que lo convierte en metabolismo social.
De esta suerte que ya no se producirán las típicas tres combinaciones metabólicas de las especies o elementos inorgánicos vistos atrás. Ahora se trata de cuatro combinaciones mucho más complejas en sus consecuencias. Pues la especie humana, organizada en distintas naciones o pueblos, no solo “fagocita” objetos bióticos o abióticos como cualquier especie de flora o fauna, sino que también los excreta en distintos lugares, con diversas calidades y diferentes cantidades.
En breve, los seres humanos hacemos un uso endosomático de la materia y la energía que, indefectiblemente, genera unas disipaciones o residuos. Por ejemplo, el consumo de alimentos expresados en minerales, vitaminas y energéticos. Pero, al mismo tiempo, en todo consumo endosomático casi siempre se hace un uso exosomático de la materia y la energía, lo cual genera perturbaciones o disipaciones. Por ejemplo, el consumo de materia y energía expresada en la utilización de madera, carbón, petróleo y agua.

Adicionalmente, se debe tener en cuenta que, con o sin intervención humana, la tierra se encuentra sometida a los procesos naturales de disipación de materia y energía aprovechable por el hombre, inherentes a la segunda ley de la termodinámica (Figura 3).
Por ejemplo, el carbón no se puede aprovechar dos veces dado que el calor y su material se disipan. Es posible tener fenómenos naturales de “disipación” de los nutrientes del suelo por efectos del viento. Los residuos que genera el sistema productivo pueden contaminar el suelo, el aire y el agua de manera irreparable.
La pérdida de diversidad de flora y fauna silvestre generan desbalances serios en los agrosistemas. Pero un aumento de la diversidad y riqueza de bacterias en el suelo o en el cuerpo humano también puede ser un problema.
Asimismo, una disminución de la oferta hídrica en una región urbana puede tener efectos negativos en la economía, entre otros impactos. Pero también una inundación temporal o permanente se convierte en otro asunto complejo de resolver.
En resumen, estas excreciones o perturbaciones que se desatan sobre la naturaleza, bajo la lógica de producción excedentaria del capitalismo (o del socialismo real), están destruyendo, al menos de manera local, las condiciones de reproducción de la vida en todas (o la mayoría de) sus formas, o mejor, el metabolismo mismo (Figura 4).

Dicha destrucción del metabolismo es una “ruptura” identificada por el propio Marx, como se vio atrás, pero que se hace irreparable bajo el capitalismo, o cualquier sistema económico que produzca sin ninguna racionalidad metabólica o ecológica. En virtud del anterior descubrimiento es que el marxismo ecológico critica el problema de la sobreacumulación:
“El sistema exige crecientemente, simplemente para mantenerse bajo condiciones de sobreacumulación crónica, la producción de valores de uso negativos y la no satisfacción de las necesidades humanas. Esto implica la alienación absoluta del proceso de trabajo, es decir, de la relación metabólica entre los seres humanos y la naturaleza” (Foster, 2013, p. 12).

De lo anterior se deduce una consecuencia central: no solo existe alienación del hombre sino también la alienación del proceso metabólico socionatural. Este idea creativa y mucho mejor definida en la obra de Marx que en cualquier otro naturalista o vitalista del siglo XIX, producirá otros desarrollos ambientalistas importantes: primero, existen “necesidades auténticas”, que Marx definía en 1844 como el “desarrollo de las potencialidades humanas” (idea que se mantuvo en su obra), y segundo, se puede probar la necesidad de una “verdadera productividad”. Dice Foster al respecto:
“El valor de uso natural-material del propio trabajo humano, en la teoría de Marx, residía en su verdadera productividad en relación con la satisfacción genuina de las necesidades humanas” (Ibíd., p. 12).

Estas ideas postuladas por el marxismo ecológico han sido discutidas pobremente, dada la historia de proscripciones que ya se vieron. Pero, más adelante se discutirán en algunos aspectos que son sustanciales.

4.  La alienación del hombre, la alienación con relación a la naturaleza y el riesgo de un nuevo determinismo ambiental

El marxismo ecológico tiene un gran presupuesto político-moral: existen genuinas necesidades que se deberían acoplar a una producción verdadera. Y esta es verdadera porque se ajusta a los límites biofísicos que prescriben las leyes de la naturaleza.

Tales límites se pueden definir en breve así: las tasas de explotación de los recursos naturales del planeta deben ser iguales o menores a las tasas de renovación de dichos recursos a nivel global. Y los no renovables deben ser sustituidos por tecnologías ambientales mucho antes de que se agoten.
Esta idea es en realidad el mayor reto de la humanidad. Pues, implican problemas de todos los órdenes de la sociedad, y su gestión complejísima en el espacio y el tiempo con garantías de ser eficiente. No obstante, los problemas se pueden resumir en dos sentencias de profundas implicaciones políticas y morales: los estilos de vida hedonistas consumistas deberían desaparecer, y la riqueza derivada del trabajo y la tierra debe ser distribuida de manera razonablemente igualitaria. A propósito de estos imperativos escribe Foster:
“Es a través de la politización de la estructura del valor de uso de la economía, y su relación con el proceso de trabajo y con toda la estructura cualitativa de la economía, que el abordaje dialéctico de Marx en el metabolismo entre la naturaleza y la sociedad asume una forma potente” (Ibíd., p. 13).
En el estado del arte de estas cuestiones político-morales solamente tenemos buenas intenciones, modelos teóricos de gobernanza sostenible, esquemas teóricos de sistemas económicos sostenibles, modelamientos matemáticos de los límites al crecimiento económico, balances energéticos planetarios, tecnologías ambientales, entre otros.
Pero, ciertamente, no hay una solución realista a la fecha. E incluso, la “Gran Transición” no es una apuesta practicable en el corto plazo, a pesar del optimismo de Foster. De hecho, y es la consecuencia más irónica del marxismo ecológico, si se encontraran con precisión aceptable todas las leyes biofísicas que deberían regular la explotación económica del planeta y, en consecuencia, las “mejores” conductas de la vida social que lo hagan posible, siempre tendremos que vérnoslas con la resolución del problema inmanente de una sociedad hedonista autodestructiva.
Una salida teórica a esta aporía ambiental, que ya no se inscribe en el campo de las voliciones o de la política ambiental, es reformular el enfoque de intervención sin abandonar el marxismo ecológico, pero prescribiendo una especie de necesariedad de la especie humana, esencialista e infranqueable, según la cual existe una ley natural de autoorganización humana en el planeta con sujeción a las leyes de la vida.

La idea de una coevolución socioecológica, llevada al plano de las leyes científicas, conduciría a un nuevo determinismo ambiental. E incluso, podría conducir a una epistemología marxista de inspiración mecanicista que sometería la libertad a una red de causas y efectos ambientales predeterminados.
Y este esencialismo es el que se desarrolla detrás de la idea de Caudwell, Burkett, Foster, entre otros, según la cual es posible superar el antagonismo entre el antropocentrismo y el ecocentrismo; tesis que Marx no se atrevió a defender en rigor. La ilusión de tal supresión de opuestos quedó expresada así:
“El objetivo es trascender el idealismo, el espiritualismo y el dualismo de gran parte del pensamiento verde contemporáneo, mediante la recuperación de una crítica más profunda de la alienación de la humanidad respecto a la naturaleza, que ocupa­ba un lugar central en la obra de Marx (y, según argumentaremos, de la de Darwin)” (Foster, 2004, p. 44).
En consecuencia, es como si se quisiera definir la alienación humana y la gran fractura del metabolismo, propios del capitalismo (o del socialismo real), en función de unas leyes del equilibrio dinámico de los ecosistemas o de los ciclos naturales de la tierra. Lo que en efecto terminaría de nuevo en una versión mecanicista de la naturaleza y en la prescripción de unos límites a la libertad, establecidos determinísticamente, o sea, una visión de la libertad, las necesidades humanas, la producción social y las relaciones socionaturales, predeterminada por leyes naturales.
Para terminar, estas superaciones de las alienaciones en el plano de lo “naturalizado” podrían ser consideradas en una versión menos dura. Por lo cual, el nuevo enfoque sería el siguiente: la comprensión y regulación de la coevolución socioecológica en sus procesos concretos tienden a un horizonte ideal de superación de su contradicción, pero nunca lo lograrían a plenitud. O mejor, ante la imposibilidad de realizar cabalmente la superación de las alienaciones, sí se podría aspirar a una suerte de “alienación ambientalizada” considerando un sustrato objetivo en el sistema tierra. Sería, en fin, una especie de “alienación terrícola” insuperable.

Conclusiones teóricas

La coevolución socioecológica implica constituir permanentemente un balance con lo “natural” que en realidad es relativo o contingente, o mejor, que es cambiante en sus poblaciones y diversidades, y dominancias y subdominancias de las especies, así no exista intervención humana alguna (Sarkar, 2005). Son de hecho “equilibrios dinámicos” de ecosistemas (o biomas) que implican estabilidades temporales con cambios sutiles o bruscos en su interior.
A una escala global o regional aquellas estabilidades implican procesos materiales y energéticos que se desarrollaron en tiempos geológicos, geobiológicos, o evolutivos. A escalas locales, las estabilidades reciben perturbaciones mayores en periodos menores dentro de una misma época geológica o una facies geobiológica, lo que genera un efecto multiplicador de las perturbaciones locales de origen antrópico.
Este dualismo sociedad-naturaleza solo puede predicarse a escala humana (pues aún no hay otra forma de actividad “inteligente” accesible al hombre). Y constituye, indefectiblemente, un desajuste entre la mente y el ambiente, entre lo “interior” y lo “exterior”, o entre fuerzas “internas” y fuerzas “externas”.
Por extensión, podría afirmarse en términos de una ontología materialista lo siguiente: todas las especies o fuerzas experimentan este dualismo: “inteligencia” de las plantas-ambiente, inteligencia animal-ambiente, incluso nitrógeno-ciclo terrestre del nitrógeno…, en ultimas, la voluntad de poder o la voluntad de ser de una manera de todas las cosas, en la noción de Nietzsche, tendrían de manera sustancial este dualismo. Escribe el filósofo al respecto:
“No se trata simplemente de la energía como algo constante, sino economía máxima en el consumo, de manera que el querer devenir más fuerte a partir de cualquier punto de fuerza es la única realidad, no la conservación de sí mismo, sino la voluntad de apropiarse, de adueñarse, de ser más, de hacerse más fuerte (…) si una cosa se realiza de manera concreta, este hecho no quiere decir que haya ningún ‘principio’, ninguna ‘ley’, ningún ‘orden’, sino cierta cantidad de fuerzas que actúan, cuya esencia consiste en ejercitar poderes sobre todas las cantidades de fuerza”  (Nietzsche, 2015, p. 366).
Superar el dualismo antropocentrismo-ecocentrismo implica en realidad encontrar la continuidad alma-cuerpo, mente-materia, o “interioridades”- “físicalidades”, para decirlo en la lógica de Descola (2012, p. 187 y ss.), lo que efectivamente no ha sido posible. Así pues, los desajustes o fracturas del metabolismo social son características sustanciales que nos hacen humanos o racionales.

Referencias

Descola, P., 2012. Más allá de naturaleza y cultura. Amorrortu editores. Buenos Aires, Argentina.
Foster, J. B. y Burkett, P., 2004. Ecological economics and classical marxism. The “Podolinsky Business” Reconsidered, En: Organization & Environment, Vol. 17, No. 1, March 2004, 32-60.
Foster, J. B., 2004. La Ecología de Marx. Materialismo y naturaleza, Ediciones de intervención cultural El Viejo Topo, España.
Foster, J. B., 2013. Marx y la fractura en el metabolismo universal de la naturaleza, En: http://www.herramienta.com.ar/herramienta-web-15/marx-y-la-fractura-en-el-metabolismo-universal-de-la-naturaleza. Visitada el 24 de junio de 2017.
Foster, J. B., 2015. Marxism and Ecology: Common Fonts of a Great Transition, John Bellamy Foster, En: The Great Transition Initiative, October 2015.
Marx, K. 1973. Diferencia entre la filosofía de la naturaleza según Demócrito y según Epicuro, Dirección de Cultura, Universidad Central de Venezuela, Caracas, Venezuela.
Marx, K., 1867. El Capital, T. I., En: http://aristobulo.psuv.org.ve/wp-content/uploads/2008/10/marx-karl-el-capital-tomo-i1.pdf. Visitada el 30 de junio de 2017.
Marx, K., 1894. El Capital, T. III., En: http://aristobulo.psuv.org.ve/wp-content/uploads/2008/10/marx-karl-el-capital-tomo-iii.pdf. Visitada el 30 de junio de 2017.
Marx, K., 1986. Crítica del programa de Gotha, Editorial Progreso, Moscú, URSS.
Nietzsche, F., 2015. La voluntad de poder. Ensayo sobre una transmutación de todos los valores, Grupo Editorial Tomo, S.A. de C.V., México D.F.
Sarkar, S., 2005. “Ecology”. En: http://plato.stanford.edu/archives/spr2008/entries/ecology/. Visitada el 2 de mayo de 2008.
Wade, N., 2015. Una herencia incómoda. Genes, raza e historia humana, Ariel, Bogotá, Colombia.


Alexander Martínez Rivillas
08/09/2017


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