viernes, 6 de julio de 2018

Viaje de vuelta a la tierra de los abuelos para no ‘occidentalizarse’ - Isabel Ferrer



Las autoridades holandesas temen que hasta 800 menores puedan ser enviados contra su voluntad a Turquía, Marruecos, India, Pakistán, Somalia, Kenia o Bangladés para que no pierdan sus raíces

En 2016, el mayor estudio efectuado hasta la fecha sobre las creencias religiosas de los adolescentes holandeses (entre 14 y 15 años), constató “la lenta secularización de los de credo musulmán”. Según la Universidad de Utrecht, autora de la investigación, “el islam marcaba su identidad, pero siguen menos sus ritos y empiezan a considerar la fe un asunto privado”.


Este junio, el Centro de Contacto sobre el Matrimonio Forzoso y el Abandono (LKHA, en sus siglas neerlandesas) ha alertado del aumento de los menores llevados por sus padres a Marruecos, Etiopía, Turquía, Somalia, Kenia, Bangladés, India o Pakistán para evitar “que se occidentalicen demasiado”. Ocurre durante las vacaciones de verano: las niñas, nacidas y criadas en Holanda, pueden ser casadas en una tierra que desconocen. Los niños acaban en internados, con otros familiares e incluso desconocidos. No hay un registro nacional, pero LKHA teme que la cifra real ronde los 800.

Los viajes siguen un patrón. El menor es sacado de Holanda en avión, solo o acompañado de un progenitor o familiar, y se pierde su rastro. En 2015, el Centro de Contacto gestionó 23 denuncias de esta índole efectuadas por el propio afectado, un familiar, amigos, profesores, vecinos, o conocidos al tanto de lo ocurrido. En su página de web figura un número nacional de teléfono al que dirigirse. Para el extranjero, se aconseja ponerse en contacto con la embajada holandesa correspondiente. También indican el enlace de Veilig Thuis [Seguros en el hogar], un organismo que ayuda a menores en apuros. La policía local y nacional, los centros de apoyo a las mujeres maltratadas, el Centro Internacional sobre el Secuestro de Menores, el Servicio de Inmigración, y el Ministerio de Exteriores son algunas de las instancias que colaboran. En 2016 llegaron 30 denuncias. Este año son ya 16.

El problema son los casos que escapan al radar de las autoridades y de ahí que la cifra estimada de niños en esta situación oscile entre 180 y 800. El servicio de Protección de Menores indica que, si bien los propios padres toman la decisión de mandarlos al país de los abuelos, la familia puede presionar desde allí. Para que no pierdan su cultura.
El menor es sacado de Holanda en avión, solo o acompañado de un progenitor o familiar, y se pierde su rastro

Los expertos han indicado a las escuelas cuáles son las señales del cambio: si observan que los niños se comportan de otra forma, están nerviosos o huidizos, deben llamar a Menores. Si no hablan del veraneo, muestran ansiedad o sus padres les acompañan a la ida y a la vuelta, tal vez estén preparando el viaje en sus casas. Si ignoran la decisión tomada por sus progenitores, es más difícil darse cuenta a tiempo.

Para ilustrar el problema, Protección de Menores ha contado la historia de Issa (nombre ficticio), un jovencito que esperaba ilusionado pasar las vacaciones con su padre en África. Su madre lo llevó al aeropuerto holandés y al aterrizar lo recibieron unos desconocidos. Le quitaron el pasaporte y el teléfono móvil y le prohibieron usar internet. Nunca vio a su padre. “Varios meses después, logró ponerse en contacto con nosotros a través de un amigo del colegio holandés”, detallan desde esta institución. Cuando se constató que lo habían abandonado,  el juez de menores otorgó la custodia a la Protectora y la policía africana [no se desvela el país] lo fue a buscar al pueblo donde estaba. “Necesitamos protección policial constante porque dimos por hecho que su familia trataría de recuperarlo. Superamos varios trámites legales, pero regresó”. Issa vive ahora con la familia de su amigo.

La alerta a los centros docentes trata de impedir que “este verano haya niños como Issa en el aeropuerto de Ámsterdam-Schiphol”, dicen los oficiales de menores. Porque el rescate no es fácil. Desde Holanda hay que asegurarse de que se trata de un abandono en otro país, y no de un secuestro parental o un traslado legítimo, aunque el niño lo rechace. 

Después, hay que traerlos sin que sufran daños habiendo cumplido las reglas establecidas. A veces, los propios afectados prefieren quedarse en el país al que fueron llevados “por temor a regresar a un hogar donde no saben si sus padres les castigarán o si volverán a intentar mandarlos de viaje”, según los expertos. El caso de las niñas, a menudo casadas contra su voluntad, es más difícil de investigar porque pasan a formar parte de la familia del marido.

Issa esperaba ilusionado pasar las vacaciones con su padre en África. Su madre lo llevó al aeropuerto holandés y al aterrizar lo recibieron unos desconocidos. Le quitaron el pasaporte y el teléfono móvil y le prohibieron usar internet

Hay otra versión menos radical que consiste en matricular a los hijos adolescentes en el país de origen durante el equivalente al bachillerato, pero sin impedir su regreso. En este caso, el choque emocional es enorme, porque pueden sentirse extraños en una tierra que sus padres reclaman suya, pero donde los niños no han vivido, y extraños de nuevo en Holanda a la vuelta. Un desgarro emocional difícil de recomponer.

Junto a la progresiva secularización de los adolescentes musulmanes, constatada por el estudio universitario de Utrecht mencionado al comienzo de este artículo, la discriminación asociada al credo y al origen inmigrante ha producido otro fenómeno. Según la Oficina de Planificación Cultural, para los holandeses de origen turco (397.000, en un país de 17.000.000 de habitantes) y marroquí (386.000) la fe es cada vez más importante. Con datos reunidos entre 2006 y 2015, la Oficina señala que un 6% de los holandeses adultos es musulmán. Ellas llevan más a menudo velo; ellos acuden con mayor frecuencia a la mezquita. Si bien hay grados de cumplimiento de los ritos religiosos, entre los de ascendencia turca, en las mismas fechas, los practicantes estrictos han pasado del 37% al 45%. Entre los de procedencia marroquí, del 75% al 84%. “Ello no quiere decir que se consideren ortodoxos o incluso salafistas”, puntualiza la Oficina.

Ilustración: DAUD

ISABEL FERRER
La Haya 6 JUL 2018 - 02:59 CEST EL PAIS



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