El dióxido de
carbono marcó un nuevo récord en 2018. La corta edad de las centrales en India
y China amenaza la lucha contra el calentamiento
Las emisiones mundiales de dióxido de
carbono (CO2) del sector energético e
industrial marcaron un nuevo récord en 2018. Llegaron hasta las 33,1
gigatoneladas lo que supone, según la Agencia Internacional de la Energía
(AIE), un crecimiento del 1,7% respecto a 2017. Esta agencia señala
directamente al carbón y a su empleo en Asia como responsables de ese
incremento del CO2, el principal gas de efecto
invernadero. “Las centrales eléctricas de carbón fueron el contribuyente más
grande al crecimiento de las emisiones observadas en 2018, con un aumento de
2,9%”, explica la AIE en su informe anual. “La generación de electricidad con
carbón representó el 30% de las emisiones globales de CO2”, añade. Incluso, calcula la incidencia del carbón
en el aumento de la temperatura. Se estima que la temperatura media global se
ha incrementado ya 1 grado respecto a los niveles preindustriales y la AIE
sostiene que “la combustión de carbón es responsable” de más de 0,3 grados de
ese incremento.
El informe resalta un preocupante dato: “la mayoría de la generación” de
energía con carbón “se encuentra hoy en Asia, donde las plantas tiene de media
solo 12 años”. La vida estimada de este tipo de instalaciones es de entre 40 y
50 años. Es decir, estas centrales de carbón jóvenes suponen una “hipoteca para
el futuro” en la lucha contra el cambio climático, apunta Ana Barreira,
directora del Instituto
Internacional de Derecho y Medio Ambiente.
Carlos Fernández
Álvarez, el analista responsable del sector del carbón en la AIE, sostiene que
esa hipoteca es una de las claves del informe. “Es un problema serio”, sostiene
sobre el impacto que durante años tendrán esas centrales si siguen funcionando
—y expulsando millones de toneladas de CO2— hasta que se
amorticen las multimillonarias inversiones. Fernández cree que en la lucha
contra el cambio climático y el abandono del carbón —el combustible más
contaminante— hay dos realidades muy marcadas, la de los países desarrollados
que pueden acometer una sustitución más o menos rápida de las tecnologías más
contaminantes y la de los países en desarrollo que lo tienen más complicado.
Fuente: Agencia Internacional de
Energía. EL PAÍS
En los
desarrollados, como los miembros de la UE, estas centrales ya están en el final
de su ciclo de vida —rondando los 40 años—. Además, en esos países hay ya
potencia instalada suficiente para poder cubrir la demanda y cerrar las plantas
de carbón. Es el caso, por ejemplo, de España. “Las inversiones ya están
amortizadas. Y se van a cerrar nueve centrales”, recuerda Barreira. Ese proceso
de sustitución del carbón por otras tecnologías más limpias —como las
renovables— ya se ha iniciado en Europa y eso ha implicado una reducción de las
emisiones de CO2. En 2018, recuerda la AIE,
cayeron un 1,3%.
Pero en los otros
tres grandes emisores mundiales se incrementaron el año pasado: en China (el
mayor emisor) un 2,5%, en EE UU un 3,1% y en India un 4,8%.
Solo China e India
acumulan ya el 35,5% del CO2 mundial. Y
los dos están dentro del segundo gran bloque del que habla Fernández. “Son
países que están creciendo e intentando garantizar el suministro energético a
toda su población”, apunta este especialista. Es decir, centran los esfuerzos
en instalar más potencia eléctrica y no en cerrar la existente.
La agencia apunta
hacia las tecnologías de captura y almacenaje de CO2 como una posible solución. Pero, aunque en
2018 se detectó por primera vez en una década un incremento de proyectos de
captura, sigue siendo algo anecdótico por su alto coste. Además, como recuerda
Barreira, existe una polémica cuestión sin resolver: dónde almacenar de forma
segura el CO2 capturado de las chimeneas de las centrales de
carbón.
Foto: Una planta de carbón en la provincia de Shanxi, China. WILLIAM HONG (REUTERS)
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