jueves, 1 de agosto de 2019

Biopiratería. El saqueo de los recursos biológicos - Julio César Centeno



La piratería se asocia normalmente con las disputas entre potencias hegemónicas europeas de los siglos 16 y 17. Corsarios, bucaneros y piratas, algunos actuando como forajidos (piratas), otros financiados por estados o empresas (corsarios), atacaban por sorpresa a navíos de potencias adversarias para saquear sus cargas, en su mayor parte provenientes a su vez del saqueo de países de América Latina, Asia y África.
Por bio-piratería se entiende en la actualidad el saqueo de recursos biológicos y genético de los mismos países de América Latina, Asia y África, ahora llamados países en desarrollo. Su objetivo es la privatización de recursos biológicos públicos o colectivos y su apropiación por parte de empresas o instituciones del norte industrializado. Las víctimas son principalmente los países más ricos en biodiversidad, países tropicales en desarrollo saturados de pobreza y sometidos por la dependencia económica y tecnológica.

Entre los países mega-diversos del mundo se destacan Brasil, Colombia, Venezuela, Indonesia, Malasia, India, Sur África y Congo. La biodiversidad se encuentra estrechamente vinculada principalmente a las selvas naturales del trópico, aunque florezca también en bosques de montaña, páramos, sabanas, humedales y manglares.

Los usurpadores son principalmente empresas transnacionales de países industrializados, en particular las dedicadas al comercio de fármacos, alimentos y productos químicos. El auge actual de la biopiratería ha recibido un poderoso impulso adicional como consecuencia del vertiginoso desarrollo de la bio-tecnología, la nano-tecnología, la robótica y la creación de formas artificiales de vida: la biología sintética. Los usurpadores intervienen directamente o a través de empresas locales, gobiernos, instituciones científicas, académicas, jardines botánicos, organizaciones humanitarias, religiosas o ambientalistas, algunas veces en secreto, otras veces con un despliegue de apoyo mediático. Entre las empresas más destacadas se encuentran Bayer, Pfizer, DuPont, Monsanto, Syngenta, Merck, Phystera, Searle, Dow, Elanco, Nestle, Nordisk y Avon.

Esta nefasta actividad se encuentra estrechamente vinculada no sólo a intereses económicos, sino a objetivos estratégicos de los gobiernos de los países de donde provienen estas transnacionales, casi todas de los países que conforman el G7: Estados Unidos, Canadá, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Japón.

El despojo incluye la apropiación de semillas y de conocimientos ancestrales de las comunidades indígenas sobre plantas y animales para su aprovechamiento con fines alimentarios, medicinales o mágicos. Frecuentemente estos recursos se encuentran vinculados a los bosques tropicales del planeta, donde coincide la diversidad biológica con la diversidad cultural. Aproximadamente la mitad de estos bosques se encuentran en América Latina, particularmente en la Amazonia y la Orinoquia suramericana, exuberantes en diversidad genética y matizados por multiplicidad de expresiones culturales.

Los países y pueblos indígenas suramericanos se encuentran prácticamente indefensos ante la expropiación incontrolada de sus riquezas y conocimientos, particularmente por la inusitada frecuencia con que se evidencia la complicidad de sus propios gobernantes.

Para legalizar la usurpación se procede al registro de patentes en países industrializados, patentes que son luego protegidas por convenios multinacionales sobre derechos de propiedad intelectual, a su vez impuestos por los países y empresas usurpadoras al resto del mundo.

Los países industrializados de Norteamérica y Europa son, en la actualidad, lamentablemente pobres en recursos genéticos, consecuencia de las prácticas depredadoras y destructivas de recursos naturales características de sus modelos de desarrollo. Más del 75% de los recursos genéticos remanentes se encuentra en los países en desarrollo, particularmente en los localizados en la franja tropical del planeta.

La humanidad se encuentra a la vez en una etapa de transición de la época de la electrónica a la época de la genética. Avances científicos y tecnológicos han abierto las puertas a la creación de nuevas formas de vida, a la biología sintética, a la creación de híbridos ensamblando componentes biológicos y sintéticos, así como a modificaciones de seres vivos, incluyendo a los humanos, a través de la ingeniería genética, en principio con la intención de ‘mejorarlos’. Hemos descifrado el código bioquímico que utiliza la naturaleza para las heliografías genéticas de diferentes formas de vida, para moldear las características de cada criatura viviente.

Las instrucciones genéticas de todos los seres vivos, desde el virus más pequeño hasta el mamífero más grande, se transmiten a través de ácido desoxirribonucleico, el ADN: un par de espirales, unidas a la manera de una escalera de caracol, por travesaños llamados nucleótidos. Podemos hoy alterar la molécula de ADN, no sólo para modificar el código genético de la multiplicidad de formas de vida existentes, sino para crear nuevas formas de vida.

En un eco-sistema, la diversidad se refiere al número de diferentes especies o nichos ecológicos que lo conforman. A nivel de especie, la diversidad se refiere a la variación genética en la población. Entre mayor sea la variación en las secuencias de ADN, mayor será la posibilidad de que alguno de esos genes supere amenazas como enfermedades, o facilite la adaptación a cambios ambientales.

La diversidad genética de cualquier especie, su rasgo más importante de sobrevivencia, está asegurada por la forma aparentemente impredecible en la que los genes individuales en cada cromosoma se incorporan a la formación de nuevas parejas de genes. Mediante el desconcertante proceso de cruzamiento, los genes se desplazan de una posición en el genoma a otra formando nuevas parejas y provocando una explosión de crecimiento que finalmente concluye en un nuevo individuo. Este asombroso proceso es el mismo para un lagarto, un pájaro, una ballena, un jaguar o un humano. Casi la mitad de nuestras secuencias de ADN están formadas por genes saltarines, o transposones.

Hemos irrumpido con apresuramiento en un sistema que ha evolucionado cuidadosamente a lo largo de miles de millones de años, transmitiendo de generación en generación, a través de milenios, la información genética que ha permitido sobrevivir y evolucionar a toda forma de vida sobre el planeta. Las consecuencias son impredecibles, especialmente ante la falta de directrices para regular esta peligrosa manipulación de los códigos genéticos fundamentales de la vida misma.

Hemos también aprendido a evadir el método sistemático de la naturaleza para seleccionar los genes más adecuados para la sobrevivencia.

El genetista norteamericano Hermann Muller, premio Nobel de medicina en 1946, justo después de la Segunda Guerra Mundial, propuso “ayudar a la naturaleza a evitar errores genéticos totalmente indeseables, los que producen seres inferiores o deformes, mentes retrasadas, o seres propensos a enfermedades debilitantes o mortales. Estos son rasgos que actualmente perpetuamos con cuidados médicos y quirúrgicos modernos, con servicios avanzados de sanidad, dietas, medidas de protección social y nuestra llamada ‘compasión’. Mantenemos con vida a los enclenques genéticos, permitiendo que se reproduzcan y que transmitan a la siguiente generación rasgos que la naturaleza, con su inherente sabiduría biológica, hubiera eliminado, matando a sus poseedores mucho antes de que alcanzaran la edad de la reproducción. Tenemos un punto de vista más blando y corto que el de la naturaleza”. La similitud con los postulados de Adolf Hitler no es sólo coincidencia.

Ya son comunes los seres genéticamente modificados en la agricultura industrial y en la cría de animales, en la manipulación de bacterias, microbios y otros microorganismos con fines farmacológicos o como armas biológicas ‘mejoradas’, más letales. Son también cada vez más frecuentes los experimentos con la manipulación genética de seres humanos, una macabra competencia por ‘mejorar’ a la especie humana, por nuevamente desarrollar un ‘superhombre’.

En este contexto, el patrimonio genético de los países tropicales, en particular el de los países amazónicos, es una de sus principales riquezas estratégicas, con pronunciadas potencialidades económicas y políticas. No debe así sorprendernos que se haya desatado una poderosa y muy bien articulada estrategia, por parte de los países más poderosos y sus empresas transnacionales, para apoderarse de esta fabulosa riqueza natural.

Empresas multinacionales como Monsanto, Syngenta y Bayer compiten ferozmente por patentar cualquier forma de vida o recurso genético que les sea permitido, normalmente despojando de derechos a sus legítimos propietarios. Esto incluye patentes sobre plantas, animales, procesos biológicos y registros genéticos naturales, incluyendo fracciones genéticas de seres humanos. La cacareada defensa de los derechos humanos es convenientemente ignorada cuando se trata de defender las ambiciones de corporaciones transnacionales.

Las aspiraciones de transnacionales y países industrializados por el acceso irrestricto y eventual control de los recursos genéticos de los países en desarrollo es una vieja aspiración, canalizada a través de la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) durante las décadas de los 60, 70 y 80 en su prolongado intento por definir jurídicamente a los recursos genéticos como “patrimonio de la humanidad”. Liderados por Estados Unidos, insistieron inclusive en decretar a la Amazonía misma como “patrimonio de la humanidad”. Algunos países rebeldes del Sur tuvieron la osadía de sugerir que primero se decretara como patrimonio de la humanidad al conocimiento científico y tecnológico.

Al Gore, entonces senador y luego vice-presidente de Estados Unidos, declaró en 1989: “El Amazonas no le pertenece a Brasil. Nos pertenece a todos”. En realidad, en Brasil se encuentra el 60% del territorio Amazonas, aguas abajo de los países andinos y por consiguiente más vulnerable, no sólo a lo que ocurra en su propio territorio, sino a lo que ocurra en sus países vecinos. 

Las sorpresivas políticas anunciadas recientemente por el nuevo presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, en cuanto a la apertura de la Amazonía brasileira a la explotación agrícola y minera, así como la revisión de las figuras de protección a territorios indígenas y áreas de conservación, han reavivado las iniciativas por declarar al Amazonas como “patrimonio de la humanidad”. Las política de Bolsonaro pueden efectivamente desembocar en una destrucción catastrófica de biodiversidad, acompañada de aumentos significativos en emisiones de gases de efecto invernadero, pérdidas de fuentes de agua, afectaciones a los patrones de las lluvias en amplios sectores del trópico americano y a una severa degradación de los patrones de vida de múltiples comunidades indígenas. Brasil ya perdió una quinta parte de su selva Amazónica. La posible destrucción de otra quinta parte podría desestabilizar el ya precario equilibrio ecológico global, amenazando la sobrevivencia misma de la humanidad. 

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