Que los combustibles fósiles, principal fuente del calentamiento global, queden fuera de la declaración de una COP celebrada en plena Amazonia, en el año más cálido jamás registrado, muestra las tensiones del sistema multilateral
Entre avances
significativos y fuertes tensiones, finalizó en Brasil la conferencia de cambio climático de Naciones
Unidas (COP30). En un contexto marcado por el debilitamiento del multilateralismo y la
creciente dificultad para alcanzar consensos globales, uno de los principales
hitos fue la decisión de avanzar con el desarrollo de un mecanismo de
transición justa, un paso importante para asegurar que los derechos humanos
estén en el centro de la agenda climática. Sin embargo, persisten desacuerdos
sustanciales respecto del abandono de los combustibles fósiles, lo que
evidencia que alcanzar un consenso climático global continúa siendo un terreno
complejo y cargado de disputas.
Si bien
durante las últimas tres décadas de negociaciones se han logrado avances
estructurales que transformaron la gobernanza climática global, lo que suceda
en los próximos años será determinante. De no acelerar sustancialmente la
acción climática de una manera justa, inclusiva y participativa, se perderá la
oportunidad de lograr resultados concretos que garanticen una transición justa
y resiliente.
Esto es lo que
se logró alrededor de la transición energética en el marco de las discusiones
globales de cambio climático:
Transición
justa
Uno de los
temas centrales este año fue el debate sobre el Programa de Trabajo sobre
Transición Justa, un área que mostró avances importantes en materia de
derechos. El texto final incorporó lenguaje robusto en género, derechos humanos, consentimiento libre, previo e
informado, y autodeterminación de los pueblos, un piso que, desde las
organizaciones sociales, veníamos reclamando hace años.
Mirando hacia
adelante, el texto final incorpora el consenso de los países de avanzar en el
desarrollo de un mecanismo de transición justa, un elemento largamente
reclamado por la sociedad civil y que tiene como finalidad mejorar la
cooperación internacional, la asistencia técnica, el desarrollo de capacidades
y el intercambio de conocimientos, y permitir transiciones equitativas,
inclusivas y justas. Su objetivo es contribuir a que los países reciban apoyo
en la elaboración e implementación de planes de transformación en sectores,
como el energético y el agroganadero, poniendo en el centro a los trabajadores
y las comunidades afectadas por la transición.
Zona de
extracción de oro en la selva amazónica, cerca de Cachoeira do Piria, estado de
Pará (Brasil), el 13 de noviembre.ADRIANO MACHADO (REUTERS)
Más allá de
estos avances, hubo elementos discutidos durante las dos semanas que no
quedaron reflejados en la decisión final: la necesidad de hacer una transición
lejos de los combustibles fósiles y la referencia a los riesgos socioambientales
de la extracción de minerales para la transición. Ambos puntos aparecieron en
borradores y fueron defendidos por varios países y redes, pero no sobrevivieron
a las tensiones geopolíticas que separan a los productores de combustibles
fósiles y los grandes consumidores de minerales, y a los países del sur global
que sufren los impactos en sus territorios.
Si bien el
texto final no retoma estas referencias de manera explícita, el programa es
aplicable a todos los sectores y aporta un marco robusto: tanto el
reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas como el vínculo entre
transición justa y biodiversidad serán elementos centrales para orientar la
acción climática también en el ámbito de los minerales.
Mutirão
Global
Este retroceso
se vuelve más evidente al analizar la declaración política central de la COP30:
el llamado Mutirão, concebido por Brasil como gesto de movilización
global. El texto reconoce la urgencia de acelerar la acción climática y celebra
los avances de la última década, pero evita mencionar explícitamente la salida
de los combustibles fósiles. La expresión “transitioning away from fossil
fuels” (transitar para abandonar los combustibles fósiles), que había
marcado un hito histórico en la Cumbre de Dubai de 2023, desapareció de la
versión final de esta edición. La omisión es significativa: hablar de
transiciones “justas, ordenadas y equitativas” sin nombrar la acción concreta
que permitiría mantener 1,5 °C al alcance, solo profundiza la brecha entre la
política y la ciencia.
Los
combustibles fósiles —carbón, petróleo y gas— siguen siendo el núcleo del
problema. Generan más del 75% de las emisiones globales de gases de efecto
invernadero y casi el 90% del dióxido de carbono liberado a la atmósfera, según
Naciones Unidas. Que la principal fuente del calentamiento global quede fuera
de la declaración política de una COP celebrada en plena Amazonia, en el año más cálido jamás registrado, muestra la profundidad de las
tensiones que todavía atraviesan al sistema multilateral.
Pero, incluso,
si el mundo avanzara más rápidamente hacia la eliminación de los combustibles
fósiles, la transición energética traería aparejados otros desafíos. Si se
concibe únicamente como una vía para cumplir compromisos internacionales y se
reduce a un simple recambio tecnológico, corremos el riesgo de sostener el
mismo modelo extractivista con otro rostro. Esa lógica reproduce las presiones
sobre los territorios, profundiza la pérdida de biodiversidad y agudiza las
violaciones a los derechos humanos y a los ecosistemas que sostienen la vida.
Minerales como
el litio y el cobre son hoy altamente demandados por los países del norte
global para impulsar su transición energética y electromovilidad. A esto se
suma la creciente necesidad de minerales impulsada por la expansión de la
economía digital, la infraestructura de datos y las industrias militar y
aeroespacial. La presión extractiva se multiplica.
Por esta
situación, deviene el primero de muchos problemas y desafíos que plantea la
transición energética para los países del sur global. Se extraen minerales de
nuestros territorios, afectando a las comunidades que allí viven y degradando
nuestros ecosistemas en nombre de la transición energética del norte global.
La COP30
cierra, así, con una paradoja. El mundo avanza en reconocer derechos,
participación y justicia climática, pero sigue sin acordar el rumbo más
elemental: abandonar progresivamente los combustibles fósiles y evitar que la
transición reproduzca desigualdades históricas. Los próximos años serán
decisivos.
El mecanismo
de transición justa ofrece una oportunidad concreta para transformar ese
reconocimiento en acción. Pero sin decisiones valientes sobre el fin de la era
fósil y sin garantizar que la demanda creciente de minerales no implique nuevos
sacrificios territoriales, la transición energética corre el riesgo de quedarse
en una promesa incompleta.
Pia
Marchegiani y Camila Mercure hacen parte la Fundación Ambiente y Recursos
Naturales (FARN)
PIA MARCHEGIANI CAMILA MERCURE
Foto principal:Paneles solares en un mercado de Karachi, Pakistán, el 26 de marzo de 2025.AKHTAR SOOMRO (REUTERS)


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