Hace poco menos de diez años, la Comisión
Internacional sobre la Medición del Desempeño Económico y el Progreso Social
publicó el informe Mismeasuring Our Lives: Why GDP Doesn’t Add Up [traducido al
español como Medir nuestras vidas: las limitaciones del PIB como indicador de
progreso]. El título lo dice todo: el PIB no es una buena medida del bienestar.
Lo que medimos afecta lo que hacemos, y si medimos la cosa equivocada, haremos
la cosa equivocada. Si sólo nos concentramos en el bienestar material (por ejemplo,
en la producción de bienes, más que en la salud, la educación y el
medioambiente) nuestra visión se vuelve distorsionada, como son distorsionadas
estas medidas: nos volvemos más materialistas.
Fuimos gratamente sorprendidos por la recepción que
tuvo nuestro informe, que alentó un movimiento internacional de académicos,
miembros de la sociedad civil y gobiernos en pos de la creación y el empleo de
métricas que reflejen una idea más amplia del bienestar. La OCDE elaboró el
Índice para una Vida Mejor, formado por una variedad de métricas que reflejan
mejor aquello que constituye y promueve el bienestar, y creó un grupo de
expertos de alto nivel sobre la medición del desempeño económico y el progreso
social, continuador de la Comisión. La semana pasada, en el sexto Foro Mundial
de la OCDE sobre Estadística, Conocimiento y Políticas, celebrado en Incheon
(Corea del Sur), el grupo emitió el informe Beyond GDP: Measuring What Counts
for Economic and Social Performance [Más allá del PIB: medir lo que importa para
el desempeño económico y social].
El nuevo informe hace hincapié en varios aspectos
(como la confianza y la inseguridad) que sólo se trataron brevemente en Medir
nuestras vidas, y explora en más profundidad otros (como la desigualdad y la
sostenibilidad). También explica de qué manera el uso de métricas inadecuadas
llevó a la adopción de políticas deficientes en muchas áreas; otros indicadores
mejores hubieran revelado los efectos sumamente negativos y posiblemente
duraderos de la profunda caída de la productividad y del bienestar después de
2008, lo que tal vez hubiera permitido a las autoridades no obsesionarse tanto
con la austeridad que, aunque redujo el déficit fiscal, más redujo la riqueza
nacional (bien medida).
Los sucesos políticos de años recientes en Estados
Unidos y muchos otros países reflejan el estado de inseguridad en que viven
muchos ciudadanos ordinarios, y al que el PIB presta muy poca atención.
Inseguridad agravada por una serie de políticas excesivamente centradas en el
PIB y en la prudencia fiscal. Piénsese en los efectos de las “reformas”
previsionales que obligan a las personas a asumir más riesgos, o en los de las
“reformas” del mercado laboral que en nombre de aumentar la “flexibilidad”
debilitan la posición negociadora de los trabajadores al dar a los empleadores
más libertad para despedirlos, lo que a su vez conduce a salarios más bajos y
más inseguridad. Como mínimo, unas métricas mejores sopesarían estos costos con
los beneficios, y tal vez motivarían a las autoridades a acompañar esos cambios
con otros que promuevan más seguridad e igualdad.
A instancias de Escocia, un pequeño grupo de países ha
formado la Alianza de la Economía del Bienestar, con la esperanza de que los
gobiernos prioricen el bienestar y redirijan de tal modo sus presupuestos. Por
ejemplo, un gobierno neozelandés centrado en el bienestar daría más atención y
recursos a la reducción de la pobreza infantil.
Métricas mejoradas también serían una importante
herramienta de diagnóstico para que los países puedan identificar los problemas
antes de que las cosas se salgan de control y elegir las herramientas correctas
para encararlos. Si, por ejemplo, Estados Unidos hubiera pensado más en la
salud, en vez de sólo el PIB, la disminución de la expectativa de vida entre los
estadounidenses sin educación terciaria, y especialmente entre los residentes
de las regiones desindustrializadas, hubiera sido evidente hace años.
Asimismo, fue hace poco que las métricas sobre
igualdad de oportunidades expusieron la hipocresía de afirmar que Estados
Unidos es una tierra de oportunidades (donde todos pueden progresar, siempre
que sean hijos de padres blancos ricos). Los datos revelan que Estados Unidos
está lleno de lo que se conoce como “trampas de desigualdad”: los que nacen
abajo tienden a quedarse allí. Para eliminar estas trampas de desigualdad
primero hay que saber que existen, y después determinar qué hechos las crean y
sostienen.
Hace poco más de un cuarto de siglo, el presidente
estadounidense Bill Clinton propuso “poner a las personas primero”. Es notable
lo difícil que es hacer eso, incluso en una democracia. Diversos grupos de
presión (corporativos y de otros tipos) siempre buscarán que sus intereses
tengan prioridad. La inmensa rebaja impositiva aprobada en Estados Unidos por
la administración Trump a estas alturas del año pasado es un ejemplo patente.
La gente de a pie (la menguante pero todavía vasta clase media) tiene que
soportar un aumento de impuestos, y millones perderán el seguro de salud, para
financiar una rebaja de impuestos a multimillonarios y corporaciones.
Si queremos poner a las personas primero, tenemos que
saber qué les importa y mejora su bienestar y cómo aumentar su suministro. La
agenda de medición Más allá del PIB seguirá desempeñando un papel fundamental para
ayudarnos a alcanzar estos objetivos cruciales.
Dec 3, 2018
Traducción: Esteban Flamini
Project Syndicate
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