El barco 'Tara'
atraca en el Delta del Ebro en su misión para analizar la contaminación fluvial
de Europa
“Sabemos que en
ciertas regiones del Mediterráneo hay tantos microplásticos como plancton”,
explica a bordo del velero la física Lisa Weiss, una de los 40 científicos que
participan ahora en la nueva misión
de Tara.
Los investigadores hacen rotaciones periódicas, de tal forma que en cada
momento solo hay unas 14 personas a bordo. Este año, el barco de investigación
francés recorre las costas de Europa para tomar muestras de la contaminación en
las desembocaduras de diez ríos principales: el Elba, el Rin, el Támesis, el
Sena, el Loira, el Garona, el Tajo, el Ebro, el Ródano y el Tíber. Europa,
dicen los científicos, es uno de los tres continentes que más ensucia sus
mares. EL PAÍS ha sido invitado a subirse a bordo durante la investigación que
se ha realizado en el Ebro.
Los microplásticos
se acumulan, como toda la basura, en los cinco grandes remolinos oceánicos
donde convergen las corrientes: dos en el Pacífico, dos en el Atlántico y uno
en el Índico. Pero estas partículas son tan diminutas que realmente llegan
a todo el planeta. Se han encontrado microplásticos en la fosa de
las Marianas, a 11 kilómetros de profundidad, en el Everest, a ocho kilómetros
de altitud, y ahora se sospecha que también están presentes en el aire que
respiramos y en algunos alimentos que ingerimos.
Weiss es doctoranda
en el instituto Cefrem —un centro francés dedicado a la investigación del
Mediterráneo— donde su equipo trata de cuantificar el flujo de microplásticos
desde la tierra hasta el mar. Actualmente, se cree que el 80% de los
microplásticos presentes en el océano vienen directamente de los ríos, pero
esto es “una estimación muy basta”, asegura. Faltan datos concretos, por eso
ella y sus compañeros llevan semanas a bordo del Tara, tomando
muestras que puedan esclarecer las dimensiones y consecuencias del
problema. La misión, bautizada Tara Microplastics, es un proyecto conjunto de la
Fundación Tara, el CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique) y el
Laboratorio Europeo de Biología Molecular (EMBL, por sus siglas en inglés). En
ella participan decenas de centros de investigación y patrocinadores de
instituciones francesas e internacionales.
A las siete de la
mañana, los científicos y la tripulación desayunan mecidos por las olas del
Mediterráneo. Weiss, acostumbrada al bamboleo, hace sus ejercicios de yoga
matinales en la proa. Las velas están recogidas; la goleta de 36 metros de
eslora y 120 toneladas se encuentra anclada frente al puerto de L’Ampolla, a
escasos kilómetros del
Delta del Ebro. A
las ocho, varios investigadores suben a una lancha semirrígida armados con
botellas, tarros, medidores de salinidad y sofisticadas redes de filtrado,
necesarias para tomar muestras en el estuario.
Microbios en
microplásticos
Durante esta etapa
de la misión, la química Soline Alligant, doctoranda en el parisino Laboratorio
de Agua, Medio Ambiente y Sistemas Urbanos (Leesu, por sus siglas en francés),
es la encargada de coordinar el trabajo de campo. “Estamos tomando muestras de
la superficie para capturar los microorganismos que viven en estas aguas”,
explica la científica mientras se asoma al borde de la lancha para sumergir en
el Ebro un cilindro de ocho litros. A continuación, echa al río una de las
redes de malla fina con forma de embudo, que remolca durante varios minutos,
con el objetivo de filtrar volúmenes mucho mayores de agua y esta vez atrapar
tanto los organismos como los plásticos que no se ven a simple vista.
“Los microplásticos actúan como una
balsa para microorganismos. Tras el tsunami de 2011 en Japón, se encontraron
microorganismos endémicos del archipiélago en la costa oeste de Estados Unidos,
que habían llegado junto a los microplásticos”
Todas las muestras
acaban en una nevera de playa, fresca para desalentar la actividad biológica en
las aguas atrapadas. En el velero se procesarán para enviar a un laboratorio en
Francia, que determinará los organismos que viven suspendidos en el agua y los
que vienen adheridos a partículas de microplásticos. Con esta información, los
científicos sabrán si los plásticos vienen de lejos, porque pueden portar
bichos que no se encuentran de forma natural en el Delta.
“Los microplásticos
actúan como una balsa para microorganismos. Tras el tsunami de 2011 en Japón,
se encontraron microorganismos endémicos del archipiélago nipón en la costa
oeste de Estados Unidos, que habían llegado junto a los microplásticos”, cuenta
Alligant. “Esto puede tener consecuencias ecológicas, porque los plásticos a
veces transportan especies invasoras o patógenos”. Durante una expedición
previa en el Mediterráneo, Tara encontró la bacteria causante
del cólera, Vibrio cholerae, en microplásticos de la costa
francesa.
Esto es algo que
preocupa especialmente a la toxicóloga Leila Meistertzheim, fundadora de la
empresa de desarrollo sostenible Plastic@Sea, la única del sector privado que colabora con la misión de Tara.
Tras una rápida comida a bordo de la goleta, amenizada por la guitarra del
músico residente, ella vuelve a tierra para pasar la tarde de agosto
recorriendo la costa del Delta. En la playa, toma muestras de la
basura acumulada: tapones, envoltorios, fibras, bolsas con
excremento de perro todavía dentro y multitud de gránulos de plástico. “Está
bastante limpio comparado con el Sena”, comenta. Luego se pone el bañador y
entra en el mar, donde palpa con los pies en busca de algo que amarró
allí, hace un mes. Es una pequeña jaula con cinco tipos de polímeros plásticos,
como el polietileno o el nylon. Meistertzheim lleva tiempo depositando jaulas
idénticas en todos los estuarios por los que pasará la goleta Tara, siempre con un mes de antelación. Cuando llega el
barco a los destinos, las recoge, para analizar qué microorganismos han
colonizado la superficie de cada muestra. Con este método pretende responder,
al menos de forma preliminar, a una batería de preguntas: ¿Crecen microbios
capaces de degradar los plásticos? ¿Aumenta la concentración de patógenos en
las muestras? ¿Son específicos los colonos de cada polímero?
El viaje de la
basura
Además, las jaulas
también encierran mejillones, colocados allí por los científicos. Estos
filtradores naturales del agua atrapan microplásticos involuntariamente en su
aparato digestivo, y por tanto se pueden diseccionar para obtener un fiel
inventario de los contaminantes en cada río. Por sus investigaciones,
Meistertzheim sabe que los invertebrados que ingieren microplásticos sin
querer, como sus mejillones cautivos, sufren trastornos inmunológicos, de
crecimiento y reproductivos. “No sabemos si los microplásticos tienen un efecto
directo sobre
la salud humana”, confiesa, “pero sí sabemos que son un problema
para los ecosistemas marinos”. Para conocer las consecuencias ecológicas con
más precisión, primero se debe averiguar dónde acaban los microplásticos que
arrastran los ríos al mar.
El barco de investigación francés
recorre las costas de Europa para tomar muestras de la contaminación en las
desembocaduras de diez ríos principales
Parte de ese
trabajo lo lleva a cabo Alligant, cuyo proyecto de tesis consiste justamente en
predecir la distribución final de los contaminantes. En el mar, normalmente
solo se recoge el plástico flotante, pero este apenas representa un 1% del
total. En el río, los científicos pueden observar qué partículas se hunden y
cuáles permanecen en suspensión, en función de su propia densidad y de la
salinidad del agua —registrada por los científicos cada vez que toman una muestra—.
Otra pregunta crucial, que lamentablemente es más difícil de responder, es de
dónde vienen los plásticos; al fin y al cabo, el objetivo ideal sería acabar
con la contaminación desde su origen.
“Antes pensábamos
que los ríos solo transportan plásticos grandes, y que estos solo se degradan
cuando llegan al mar, produciendo así los microplásticos”, explica
Meistertzheim tras la jornada de trabajo, cuando los residentes de la goleta ya
se relajan en la cubierta y en sus camarotes. “Ahora sabemos que eso no es
verdad: el río ya lleva partículas de microplásticos que no provienen de la
degradación. En el Támesis, encontramos un 66% de polímeros que solo estaban
presentes en forma de microplástico”, relata la científica. Este hallazgo
indica que los llamados microplásticos primarios —aquellos que no provienen de
la fracturación de objetos mayores—, como fibras textiles, partículas
exfoliantes, o
gránulos que sirven de materia prima para fabricar objetos en moldes, son una
fuente importante de contaminación en sí mismos.
Aunque los
resultados de la misión no estarán disponibles hasta el final de 2019, los
científicos tienen una conclusión provisional: las soluciones al problema de la
contaminación del mar están
en tierra.
Los vertidos urbanos, la lluvia que arrastra partículas por las carreteras y
alcantarillas hasta los lagos y ríos… todo acaba en los océanos. Limpiar el mar
es una tarea inabarcable, y nada eficiente comparada con detener el flujo de
basura de los continentes.
Ampliar fotoEl velero 'Tara', donde se realiza la investigación, fondeado en frente el puerto de la Amposta, cerca a la desembocadura del río Ebro. CONSUELO BAUTISTA
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