La industrialización de la muerte en aquella primera visita de Ford al matadero de Chicago sirvió para modernizar la fábrica de coches. Años después también inspiraría los campos de concentración nazis
A la crueldad le gusta la gente sin memoria, pero los mataderos del siglo XXI son un espejo por donde se cuela la historia del mundo, la del siglo pasado, por ejemplo
Los mataderos de Chicago / inspiraron a Henry Ford la cadena de montaje / y en realidad / si uno lo piensa bien / dan el modelo para el capitalismo en su conjunto: / trocear / lo vivo / en pedazos pequeños / para poder vender y revender con beneficio. (Jorge Riechmann, Poemas lisiados, La Oveja Roja, 2012).
Aunque intentó borrar sus huellas, nadie duda hoy de que el magnate del automóvil Henry Ford fue el primer nazi norteamericano. Su pensamiento racista, antisemita y supremacista wasp (blanco, anglosajón y protestante) fascinó a Adolf Hitler. Entre otras complicidades, ambos coincidieron en adaptar los modernos mecanismos del matadero de Chicago a la industria automovilística y a la industria de la muerte respectivamente. La historia empieza así…
En 1865 se inauguró en Chicago el primer gran matadero industrial. Cuatro décadas después, el empresario Henry Ford, junto a su jefe de ventas William Klan, visitó dicha instalación y quedó fascinado por su cadena de montaje: un animal entraba vivo y en un tiempo récord era troceado en piezas pequeñas o grandes, según la demanda. Ford tomó como ejemplo este cementerio cárnico de Chicago para instalar una cinta de ensamblaje con el objetivo de aumentar la productividad de su fábrica de automóviles. Los coches se componían pieza a pieza en un tiempo récord, al igual que los cuerpos de los animales se desmembraban pieza a pieza también en un tiempo récord. El proceso, aunque a la inversa, era similar. Eficacia y rapidez en ambos casos.
La influencia del matadero de Chicago no quedó ahí, los eslabones siguieron su curso. Para Ford, los mataderos fueron una inspiración. Y para Hitler, lo fue Henry Ford, tal como reconoce literalmente en su libro Mi lucha. La nueva Alemania necesitaba hombres como él. En 1920 Ford adquirió el periódico The Dearborn Independent donde escribía bajo seudónimo abundantes artículos contra judíos, negros e indios. También publicó ese mismo año el libro El judío internacional, ¡ocho años antes del ascenso de Hitler al poder! Un ensayo que fue muy difundido por los nazis. Fue tan grande la contribución de Henry Ford a la causa del nazismo alemán, que Hitler tenía una fotografía del magnate en su despacho, además de citarlo en su libro Mi lucha y de agasajarlo en su 75 cumpleaños con la Gran Cruz de la Orden Suprema del Águila Alemana. Con frecuencia la muerte busca el éxito entre sus aliados.
La industrialización de la muerte en aquella primera visita de Ford al matadero de Chicago sirvió para modernizar la fábrica de coches. Años después también inspiraría los campos de concentración nazis. Por eso no debe extrañar que, en la novela de J. M. Coetzee Las vidas de los animales, la protagonista Elizabeth Costello mencione a su audiencia: "Chicago nos mostró el camino; fue en los corrales del matadero de Chicago donde los nazis aprendieron a procesar cuerpos". Aquella amistad entre nazis, grandes empresarios y supremacistas blancos decidió la muerte de millones de personas en Alemania, así como el resurgimiento aún con más fuerza de grupos del Ku Klux Klan en Estados Unidos. Los nazis convirtieron el genocidio de judíos, gitanos, homosexuales y militantes de izquierdas en una industria de la muerte, y lo hicieron siguiendo las pautas y métodos de la industria automovilística de Ford, que a su vez se había inspirado en los mataderos industriales de Chicago.
Auschwitz es la derrota de la civilización, el triunfo de la muerte, las cenizas de la humanidad. En Auschwitz dividían el horror –ellos lo llamaban eufemísticamente "el proceso"–. Si cada uno se ocupaba de una parte, la responsabilidad disminuía y, con ello, la objeción moral. De esta manera, matar se convertía en un trabajo más fácil. El mismo proceso que seguían en los mataderos de Chicago y siguen hoy en día en cualquier matadero del mundo. Al horror hay que darle su baño de buenas noches, su invisibilidad para que al día siguiente y al siguiente y al siguiente todo siga igual, como si no se derramaran litros de sangre sobre el suelo, como si fueran inaudibles los gritos de los animales que horrorizados saben que van a morir. Como si matar fuera lo normal.
Viñeta de Paco Catalán. © Paco Catalán
La historia dulcificó a Henry Ford, borró sus huellas de nazi americano hasta convertirlo en un donuts con ruedas. Ironías de la vida, aparece en muchas biografías como un pacifista, porque defendió la neutralidad de EEUU, pero lo hizo para que Alemania pudiera apoderarse de toda Europa con menor resistencia. Pero no se salió con la suya. Hitler se suicidó, dejando un rastro de huérfanos de piel aria huyendo por selvas o cobijándose bajo las banderas de una ciencia sin escrúpulos. Auschwitz, Mathausen o Treblinka nos recuerdan lo que no debe volver a pasar jamás.
Pero hay otro campo de exterminio donde cada año millones de animales mueren en el mayor de los silencios. Ese campo de exterminio de Chicago que fascinó a Ford y a los nazis sigue modernizando cada día la industria de la muerte. Aumentan cada año sus dividendos, mientras se innovan nuevas técnicas de matar. El Premio Nobel judío polaco Isaac Bashevis Singer, que sobrevivió al exterminio nazi, en el que murió gran parte de su familia nos recuerda que: "Los hombres son nazis para los animales. Su vida es un eterno Treblinka".
Cada día se mata a millones y millones de animales en el mundo. Cada día se consumen millones de pequeños cementerios bautizados con nombre de menú que pocas horas antes eran seres vivos temblando en alguna lúgubre sala o en fila camino del matadero. Cada día nuestros estómagos se convierten en un desván lleno de cicatrices que no sabe o no quiere saber cómo ha sido el viaje de ese animal hasta nuestro plato. Un mundo lleno de animales esclavos que viven y mueren para nuestro consumo.
A la crueldad le gusta la gente sin memoria, pero los mataderos del siglo XXI son un espejo por donde se cuela la historia del mundo, la del siglo pasado, por ejemplo. Si fuera posible poner una fila de butacas con público en mitad de una sala de despiece, la reacción sería de rechazo y dolor. Como eso no es posible, la magnífica iniciativa de Igualdad Animal con su iAnimal, un proyecto de realidad virtual sobre granjas y mataderos, se acerca tanto que nos hace sentir como animales en mitad del proceso, haciendo visible lo invisible. Al fin y al cabo, ingerir un alimento es un acto íntimo, pasa de nuestra boca a nuestro estómago, forma parte de nosotros. Con frecuencia hablamos de la forma de cocinar un plato o de la salsa que mejor combina, pero pocas veces o más bien ninguna nos preguntamos lo más importante: de dónde viene ese animal que ingerimos, cuál es su historia, en qué sala de despiece se convirtió en nuestro menú.
La industria cárnica no quiere que la crueldad de los mataderos sea visible, pero hay organizaciones que con sus informes, vídeos o denuncias desenmascaran el horror. La citada organización Igualdad Animal ha llevado recientemente a juicio la brutalidad de la granja El Escobar. Quienes hemos visto el vídeo todavía temblamos ante las imágenes. Si, los mataderos deberían volverse visibles para todos, como lo fueron los campos de concentración cuando terminó la Segunda Guerra Mundial. Solo así la sociedad en su conjunto podría reaccionar y cuestionar tanta crueldad. Porque nada puede justificar este eterno Treblinka. Nada.
Todos los días se matan en New York / cuatro millones de patos, / cinco millones de cerdos, / dos mil palomas para el gusto de los agonizantes, / un millón de vacas, / un millón de corderos / y dos millones de gallos, / que dejan los cielos hechos añicos. (Federico García Lorca, Poeta en Nueva York).
07/10/2016 - 19:59h
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