Henry David Thoreau: una introducción
Público anuncia la edición «Del Deber de la
Desobediencia Civil y Otros Escritos», una oportunidad para reconocer a un
autor considerado como uno de los grandes antecesores del anarquismo pacífico.
Es muy posible que en situaciones extremas la violencia
esté justificada, sobre todo como contraviolencia. Si algo queda claro en la
historia social es que los opresores temen más la palabra y la movilización
pacífica que cualquier otra cosa, y que siempre que pueden, tratan de inducir
la resistencia hacia el terreno violento en el que, normalmente, tiene todas
las de ganar.
Este es el debate principal que plantea el autor de
Walden sobre el que convendría comenzar anotando los siguientes datos:
Henry David Thoreau
(Concord, Massachusetts,1817-Id.1860). Escritor semianarquista y
pacifista norteamericano, internacionalista, y padre espiritual de la cantera
de escritores yankis que se declaran fuera del «american way life», sin olvidar
otros como Gerald Brennan que han confesado su deuda con él. Nació en Concord
(Massachusetts), hijo de un próspero agricultor, su familia le envió a estudiar
a la Universidad de Harvard en donde se graduó en 1837. Se especializó en
literatura clásica griega y en la poesía de los metafísicos británicos. De
regreso a su casa ayudará a su hermano John en sus labores como maestro rural.
A partir de 1840 colabora durante cuatro años en la célebre revista The Vial,
creada por el filósofo Ralph W. Emerson que simpatizó en su día con Charles
Fourier y algunos han considerado próximo a un cierto anarquismo moderado en
relación a Bakunin.
En 1843, David fue reclamado por el hermano de Emerson
para ejercer como profesor de filosofía en su academia, pero incapaz de
adaptarse a la corriente social que le rodea. Cansado y decepcionado de la
frivolidad de la mediocridad social, del materialismo grosero, y de sus
fracasos amorosos, deja la enseñanza, cierra su fábrica de lápices, se
convierte en asceta, ermita y misógino. Entonces se retira a su cabaña situada
en Walden, para vivir con los pájaros, los peces, los árboles y las flores.
Fruto de esta experiencia en contacto con la naturaleza es su obra, Walden o la
vida en los bosques, escrita en 1854 (Los Libros de la frontera, Barcelona,
2002, con prólogo de Henry Miller), testimonio de los dos años que el autor
pasó en las orillas del lago Walden. Una idea del impacto que causó nos lo
ofrecen, Proust («Las páginas admirables de Walden me hacen pensar que cada uno
va leyéndolas en sí mismo, de tal modo brotan de nuestra íntima experiencia»),
y Scott Fitzgerald («Después de haber leído a Thoreau me he dado cuenta de
cuanto he perdido excluyendo a la naturaleza de mi vida»).
En ella propone un retorno a la naturaleza, la
sencillez y la austeridad frente a los conflictos de la sociedad moderna. Fiel
a sus ideales, anti¬rracista y antibelicista, Thoreau vivió la mayor parte de
su vida en el campo. Anecdótico de estos años será el episodio de su arresto
por haberse negado a pagar los impuestos a un gobierno que rechaza moralmente.
De esta experiencia surge otra obra Sobre el deber de la desobe-diencia civil,
que ha pasado a la posteridad como uno de los teóricos más completos de esta
actitud que justifica la resistencia pasiva ante la autoridad. Defiende al
individuo frente a la incapacidad del gobierno: «Acepto, escribió, de todo
corazón de que «el mejor gobierno es el que gobierna menos»; quisiera verlo
realizado más rápida y sistemática¬mente. Llevado hasta el final equivale a lo
siguiente, en lo cual también creo: "el mejor gobierno es el que no gobierna
nada, y cuando los hombres estén preparados para ello, será el tipo de gobierno
que tendrán. El gobierno es a lo sumo un expediente útil. Pero muchos gobiernos
siempre, ya veces todos son inútiles».
Rebelde y artista no desdeñó las actitudes combativas e
incluso violentas al servicio de una causa justa. Su nombre simboliza la
tradición indivi¬dualista y anarquista norteamericana mejor que nadie. Su
influencia renació con los movimientos hippies, que en su mayoría asumió la
idea según el cual «el mejor gobierno es el que gobierna menos», el autor
estima que conviene llegar hasta el fin de este razonamiento afirmando que «el
mejor gobierno es el que no gobierna». Cualquier gobierno es, todo lo más, un
mal necesario; de hecho, la mayoría de las veces no es sino un mal a secas. Los
múltiples defectos que se asignan a un ejército permanente son los mismos que
afligen a todo gobierno permanente; el ejército permanente es, sin duda, el
arma de la que dispone un gobierno permanente. El gobierno mismo, por medio del
cual el pueblo piensa que ha de ejecutar su voluntad, está pervertido antes de
que el pueblo pueda obrar a través de él. La prueba de ello es la [entonces]
actual guerra contra México, emprendida por la instigación de un número
relativamente restringido de individuos y desencadenada en contra de la
voluntad inicial del pueblo.
Según Thoreau la existencia de un gobierno se debe a la
necesidad imaginaria y pueril que experimentan los hombres de disponer de
cualquier máquina complicada y oír el estrépito de su funcionamiento. Los
gobiernos muestran así cuán fácil es abusar de los hombres. En general, el
gobierno, lejos de ayudar al pueblo en sus diversas actividades, no hace más
que servir de traba a ellas. Así, «si el comercio y la industria no fueran de
caucho, jamás lograrían saltar los obstáculos que los legisladores ponen
continuamente en su camino; si fuera necesario juzgar a esos hombres por entero
en función de los efectos de sus acciones y no parcialmente en función de sus
intenciones, merecerían ser considerados y castigados como esos criminales que
ponen piedras sobre los raíles del ferrocarril».
Aunque en un principio había postulado una crítica
general del poder político desde un punto de vista estrictamente liberal, Henry
David Thoreau pasa al análisis de la delegación del poder, tal como es
practicada en una democracia. Por un largo momento, el poder es confiado a la
mayoría, no porque se considere que ésta tiene razón, sino porque es la más
fuerte. De todas maneras, es imposible que un gobierno que permanece entre las
manos de una mayoría, suceda lo que suceda tenga siempre la razón. ¿No sería
necesario un gobierno en el que la mayoría se limite a tomar decisiones en los
casos urgentes, en tanto que la cuestión de saber qué es lo que está bien o lo
que está mal dependa, no de la mayoría, sino de la conciencia? ¿Por qué cada
uno de nosotros tiene una conciencia, si ha de abandonarla en provecho del
legislador?
Y es que Thoreau, somos hombres antes de ser
ciudadanos, de modo que no es preciso respetar la ley en cuanto tal, sino obrar
según las exigencias de la conciencia, Las leyes jamás han hecho que los
hombres se vuelvan mejores; muy por el contrario, respetando las leyes, los
hombres, aun los mejores intencionados, se han convertido en unos servidores de
la injusticia. «Lo que general y naturalmente resulta de un respeto indebido de
la ley es el espectáculo de una fila de militares, un coronel, un capitán, un
cabo y los soldados rasos, todos marchando en un orden admirable a través de montes
y de valles hacia las guerras, contra su voluntad y, lo que es más, contra su
sentido común y su conciencia».
Asumiendo en consecuencia este punto de mira, Thoreau
se niega a convertirse en cómplice de un gobierno bajo el cual la sexta parte
de la población de un país que pretende ser el refugio de la libertad está
constituida por esclavos y que hace ocupar una nación entera, México, por un
ejército extranjero y la somete a la ley marcial.
Cuando hace referencia a la Revolución de 1775, Thoreau
reclama, ante la injusticia de la que es culpable el poder político, el derecho
a la rebeldía, conforme a la tradición de la revolución de 1776. No es una
rebelión violenta la que desea este pensador; se refiere a negarse a la
cooperación financiera, a la que juzga como un freno necesario cuando un
engranaje del sistema político se desencaja; y deja de pagar sus impuestos.
Podrán encerrarlo en la cárcel; tanto mejor, puesto que en un Estado esclavista
como el de Massachusetts —Concord, donde vive Thoreau, se encuentra en ese
Estado—, el único lugar en el que un hombre libre puede habitar sin perder su
honor es la cárcel; allí encuentra, en efecto, al esclavo furtivo, al
prisionero de guerra mexicano y al indio que ha venido a presentar sus quejas
por las injusticias cometidas contra su raza.
La resistencia noviolenta que consiste en negarse a
financiar al Estado en sus empresas criminales puede ser eficaz cuando no
permanece aislada. Thoreau escribe: «Si un millar de hombres no fueran a pagar
sus impuestos este año, no tomarían una medida violenta y sangrante como lo
sería la de pagarlos y hacer así que el Estado esté en condiciones de practicar
la violencia y derramar sangre inocente. Esta es, en los hechos la definición
de una revolución pacífica, a condición de que tal revolución sea posible»
Después de no haber pagado sus impuestos durante seis
años, Thoreau terminó por conocer efectivamente la prisión; pasó en ella una
sola noche: algunos amigos reunieron de inmediato la suma que el recaudador de
impuestos le exigía. Una noche memorable, de la que Thoreau se acuerda con
orgullo. «Vi que si había un muro de piedras entre mis compatriotas y yo, había
un muro todavía mucho más difícil de franquear y de atravesar antes de que
éstos pudieran ser tan libres como yo. No me sentí encerrado en ningún momento
y los muros me parecían un enorme despilfarro de piedras y de mortero».
Finalmente, Thoreau habla de un Estado que fuese lo
bastante liberal para admitir que los individuos puedan prescindir de él; un
Estado que, en lugar de dominar a ios individuos reduciéndolos al rango de
simples ciudadanos, se pusiera al servicio de ellos para que vivan con plenitud
su condición de hombres independientes. «Es la democracia, tal como la
conocemos, el mejor gobierno posible? —se pregunta Thoreau— ¿No es posible dar
un nuevo paso hacia el reconocimiento y la organización de los derechos del
hombre? Jamás habrá un Estado realmente libre y esclarecido hasta que el Estado
se avenga a reconocer al individuo como una potencia superior e independiente,
de la que derivan todo su poder y toda su autoridad, y lo trate en
consecuencia. Me complazco, por fin, en imaginar un Estado que puede permitirse
ser justo ante los ojos de todos los hombres y tratar al individuo con el
respeto debido a un vecino, que es capaz de considerar que no es incompatible
con su propia tranquilidad el hecho de que algunos vayan a vivir al margen de
él, sin ocuparse de ese Estado ni ser englobados por él, pero siempre
cumpliendo todos sus deberes de vecinos y de compatriotas. Un Estado que
produjese esta especie de fruto y lo dejara caer cuando estuviese maduro,
prepararía el camino para un Estado más perfecto y más hermoso que, aunque lo
haya imaginado, todavía no he visto en ninguna parte»
El rechazo del Estado hizo nacer en Henry David Thoreau
la noción de una resistencia no violenta conduce, asimismo, la reflexión del
novelista ruso Leon Tolstoy (1828-1910) que ya inaugura una variante pacifica y
cultural del anarquismo que merece otra atención y otra discusión, pero sobre
cuyos altos valores y enseñanzas nadie podrá discutir. Todo lo cual tenemos que
congratularnos de esta nueva edición de Público.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
Sábado 21 de noviembre de 2009
Pepe Gutiérrez-Álvarez en Kaos en la Red
DESCARGAR CINCO LIBROS DE THOREAU:
Thoreau: Pequeña antología
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