lunes, 19 de febrero de 2018

Política, utopía y naturaleza - Alimonda, Héctor


"La libertad, en este terreno, sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores libremente asociados, regulen racionalmente su intercambio de materias con la naturaleza, lo pongan bajo su control común en vez de dejarse dominar por él como por un poder ciego, y lo lleven a cabo con el menor gasto posible de fuerzas y en las condiciones más adecuadas y más dignas de su naturaleza humana" (Karl Marx, El Capital, Tomo III, Sección, Séptima, capítulo XLVIII)

  La política

 

Alguna vez, en su celda de la cárcel de Turi, el detenido Antonio Gramsci se interrogaba sobre el estatuto teórico de la sociología. Atento a las enseñanzas de su maestro Maquiavelo, y testigo activo de su propia época, desconfiaba del conservadurismo implícito en la noción de una evolución "natural" de las sociedades, de acuerdo con leyes cognoscibles. La política, para él, era un arte, y la virtú del Príncipe, potenciada por la Fortuna, podía desagregar equilibrios sociales cristalizados, marcar puntos de ruptura, congregar fuerzas heterogéneas y hacer avanzar en nuevas direcciones a los procesos históricos. "El éxito de la sociología está en relación con la decadencia del concepto de ciencia política y de arte político que tiene lugar en el siglo XIX (con más exactitud en la segunda mitad, con el éxito de las doctrinas evolucionistas y positivistas). Lo que hay de realmente importante en la sociología no es otra cosa que ciencia política", escribía Gramsci en sus cuadernos escolares con su porfiada letra de hormiga (1972: 95).

Quienes estén de acuerdo con este comentario probablemente compartirán también el punto de vista de Alain Lipietz, conferencista invitado para la reunión del Grupo de Trabajo en Ecología Política de CLACSO, que se desarrolló en Rio de Janeiro, durante los días 23 y 24 de noviembre de 2000. Parafraseando a Gramsci, puede decirse que para Lipietz todas las cuestiones ambientales significativas son políticas. Esto es así precisamente porque la particularidad de la ecología de la especie humana es que sus relaciones con la naturaleza están mediatizadas por formas de organización social, que reposan en dispositivos políticos para asegurar su consenso y su reproducción.

Ésta parece una evidencia de sentido común cuando las relaciones de la sociedad humana con nuestro planeta, que presentan síntomas de crisis generalizadas, se han instalado en el primer plano de las relaciones internacionales, y serán fatalmente condicionadas, por ejemplo, por la arrogancia del gobierno de George W. Bush al negarse a discutir el Protocolo de Kyoto sobre Cambio Climático.

El debate internacional sobre transgénicos, mientras tanto, con la participación de organizaciones campesinas, grupos ambientalistas y de consumidores, grandes empresas de biotecnología y agentes gubernamentales, pone de manifiesto la presencia de la política en el seno de las transformaciones tecnológicas. Sea en el nivel macroscópico o en el microscópico, la política está desbordando las relaciones humanas con la naturaleza. Alain Lipietz (quien, después de todo, es diputado al Parlamento Europeo por Les Verts franceses) llega a proponer una reconstrucción de la política, paralizada por la lógica del ajuste estructural como pensamiento único, a partir del punto de vista de la Ecología Política. Sería la posibilidad de dotarla de nuevos contenidos, de rehacer nuevas alianzas sociales y nuevas solidaridades, de rescatar, en suma, a partir de esa perspectiva, la virtú del Principe maquiavélico.

La propuesta es sin duda atractiva, y es bueno recordar que cuenta con antecedentes de ciudadanía latinoamericana ("el ambientalismo como resignificación", proponía hace unos años Enrique Leff). Un complemento al análisis de Alain Lipietz, aunque no procesa una interlocución directa con él, es el artículo siguiente de este volumen, de James O’Connor, editor de la importante revista californiana Capitalism, Nature, Socialism (en cuyas páginas, a lo largo del año 2000, Alain desarrolló una interesante polémica con críticos de Estados Unidos). No pudiendo estar presente en la reunión de nuestro GT, O’Connor autorizó a publicar su artículo en el presente libro.

Pero pretender refundar la política desde un lugar que supone una articulación significativa de validez con enunciaciones científicas (en este caso la ecología científica) encierra el peligro de reintroducir dispositivos despóticos de enunciación. Una política que se supone basada en certezas científicas trae consigo el riesgo del dogmatismo y de la cristalización de sus verdades. Por ejemplo, el ecologismo puede ser una resurrección del economicismo. Esta posibilidad ya fue señalada por autores como Cornelius Castoriadis y André Gorz, y será justicia recordar que también Lipietz lo advierte, en su libro Quést-ce que l’Écologie Politique?

Por esta causa, para no transformar su potencialidad crítica en un nuevo despotismo tecnoburocrático, la Ecología Política debe traer implícita una reflexión sobre la democracia y sobre la justicia ambiental como ampliación y complementación de los derechos humanos y de ciudadanía. La centralidad de la política en las relaciones sociedad-naturaleza puede tener significativas consecuencias teóricas y prácticas, al permitir una articulación de perspectivas de diferentes problemáticas "sociales", y la apertura de un espacio de interpelaciones horizontales y de enunciaciones plurales.

La utopía

París, 1936. Walter Benjamin, un melacólico exilado alemán, traductor de Marcel Proust y cuya tesis de doctorado fue rechazada por la Universidad de Frankfurt, escribe un pequeño texto que vendrá a ser una de las obras capitales de la crítica cultural del siglo XX: La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica. Después de analizar el proceso de destrucción del "aura" de las obras de arte, por causa de la capacidad técnica de reproducirlas y de exhibirlas, Benjamin examina la revolución introducida en el campo artístico por la producción cinematográfica, y avanza en la dirección de un análisis de la estetización de la política, a su juicio una característica del fascismo. Es en el Epílogo, en una crítica al futurista italiano Marinetti, cuando se abre una ventana inesperada, y una luz, inusual en su época, ilumina otra escena posible, apenas en la última página del texto. Se aproxima fatalmente una nueva guerra mundial, afirma Benjamin, aún más cuel y arrasadora que la anterior. La causa de esta catástrofe es que las fuerzas productivas han sido desviadas de su cauce natural, se han vuelto ingobernables, y en ese carácter retornan como elemento doblemente destructivo, de la humanidad y de la naturaleza.

Ésta podría ser solamente una nota disonante más en una obra heterodoxa. Pero se vuelve más significativa cuando se vincula con otro atisbo, que aparece en el último texto escrito por Benjamin, las Tesis sobre el concepto de Historia, poco antes de su suicidio en Hendaya. Es un nuevo indicio, que denota el comienzo de una reflexión benjaminiana sobre la relación naturaleza-sociedad, a partir de bases totalmente heterodoxas para su época y su tradición teórica, y que lo aproximan a nuestra contemporaneidad.

En 1940, la guerra previsible ha estallado en su fase europea, y su frente abarca desde Noruega al norte de África. En la Tesis XI, Benjamin ataca al "conformismo" de la socialdemocracia, que la ha llevado al colapso. Pero el fundamento de este conformismo (cuyos rasgos tecnocráticos, dirá Benjamin, son comunes al marxismo vulgar y al fascismo) está en la creencia en que el desarrollo técnico encarnaba la corriente progresista, el "lado bueno" de la historia, sin percibir que esos avances en el dominio de la naturaleza representan al mismo tiempo retrocesos en la organización de la sociedad, y que la riqueza producida por el trabajo no beneficia a los trabajadores.

Esa concepción tecnocrática, para Benjamin, supone inclusive "una concepción de la naturaleza que contrasta funestamente con las utopías socialistas anteriores a 1848. El trabajo, como es visto ahora, tiene como objetivo la explotación de la naturaleza, comparada, con ingenua complacencia, con la explotación del proletariado. Comparada con esta concepción positivista, las fantasías de Fourier, tan ridiculizadas, se revelan sorprendentemente razonables". En la lectura benjaminiana, los delirios de Fourier se resolvían en una visión del trabajo que al mismo tiempo que satisface necesidades humanas, reconcilia a la humanidad con la naturaleza ("un tipo de trabajo que, lejos de explotar a la naturaleza, libera a las creaciones que duermen, como virtualidades, en su vientre") (Benjamin, 1987: 228). Queda nuestra imaginación en vuelo libre, pensando en los caminos posibles de la obra benjaminiana, si hubiera podido cruzar la frontera española.

Crítica y utopía

Vamos entonces al epígrafe de esta introducción, extraído del tercer volumen de El Capital. A esta altura del texto, espero que el lector acepte que no fue puesto allí para, invocando una autoridad sagrada, cerrar los caminos de la imaginación teórica. Todo lo contrario: es justamente el ajuste de cuentas con los espectros de Marx uno de los mayores desafíos teóricos para la constitución de la Ecología Política contemporánea.

En 1974, Jacques Rancière se insurgía contra el ejercicio de trigonometría en que Louis Althusser y sus seguidores (que eran, hélas!, legión) habían transformado la lectura de Marx, a partir de un recorte de textos canónicos en los cuales actuaría, pura, la "práctica teórica".

Pues bien: Rancière traía "perlas" del volumen tercero de El Capital y subrayaba herejías: "libertad", "productores libremente asociados", "más digna de su naturaleza humana", y se preguntaba irónicamente: "¿Por qué tanta ideología en el frontispicio de la Ciencia?"(Rancière, 1974: 106).

Porque en la obra de Marx, respondía, afloran una y otra vez fragmentos de discursos, de consignas, de interpelaciones de acción, de utopías, provenientes del movimiento histórico de los trabajadores. Y Rancière lo comprobaba comparando esos textos de Marx con vestigios discursivos del movimiento obrero de la época. Marx no trabajó solamente a partir de una revisión crítica de la economía política inglesa, de la teoría política francesa y de la filosofía alemana. Es decir, no se limitó apenas a la lectura crítica de la forma en que los desdoblamientos de la acumulación de capital estaban constituyendo a la sociedad burguesa de la época, a sus formaciones discursivas y a sus dispositivos de representación. También registró, e incorporó de forma transfigurada en su obra, la constitución de espacios alternativos de acción y de enunciación diferentes del capital, aunque creados y/o recreados por él. Espacios subordinados al capital, sí, pero al mismo tiempo opuestos, lugares de resistencia, de fantasía, de deseo, de imaginación.

En la obra de Marx no están presentes solamente los bustos ilustres y bronceados de Smith y Ricardo, Montesquieu y Guizot, Hegel y Fichte. En principio, están además sus rivales (frecuentemente subvalorados) dentro de la tradición socialista: Owen, Fourier, Herzen, Bakunin, por citar algunos.

Pero están también rumores de voces antiguas de tejedores de Flandes y de Italia, ecos de pueblos oprimidos y tenaces (Irlanda por lo menos, Rusia después), consignas rasguñadas en muros de ladrillos de Manchester y de Yorkshire, la algarabía de un París de barricadas de 1830 y 1848. Está el movimiento del capital, su avance irrefrenable en todos los ámbitos, pero también la generación de capacidades de resistencia, cuyas formulaciones aparecen inclusive (recordaba Rancière) en la propia teoría de la plusvalía.

Y por si esto fuera poco, la obra de Marx tiene por lo menos otras dos fuentes fundamentales, que con frecuencia son olvidadas. Una de ellas es la incorporación de una masa enorme de información concreta, de fuentes históricas y contemporáneas, material periodístico, informes de inspecciones de fábrica y de salud pública, etc., que ofrecían la materia prima sobre la cual se podía ejercer el trabajo crítico, suscitar la formulación de sus hipótesis y verificar sus tendencias. La otra es una mirada atenta a lo que estaba sucediendo, en su época, con las ciencias de la naturaleza. Allí están sus comentarios sobre Liebig, por ejemplo. No para tomarlas como paradigma de cientificidad, ingenuidad en la que Federico Engels acostumbraba incurrir, sino como una referencia fundamental para entender el funcionamiento de la naturaleza y evaluar las perspectivas que ese nuevo conocimiento implicaba para la evolución de la sociedad.

Naturalmente, esto no significa creer, cándida y/o tozudamente, que en esa obra están las respuestas para todos los desafios contemporáneos. Marx tendió a valorar excesivamente algunos elementos, y a dejar de lado, con mucho riesgo, cuestiones que hoy vemos como fundamentales. Dentro de la propia tradición socialista de la época hubo autores, como Danielson o Podolinsky, que tuvieron una percepción mucho más sensible de la problemática ambiental. De los clásicos de la corriente marxista posterior, sólo Rosa Luxemburgo parece haber avanzado en algunas reflexiones recuperables para una perspectiva de Ecología Política.

¿A qué viene todo esto? A esta altura el lector se lo imagina, y debe estar muy alarmado. Sí, es eso: simplemente decir que la tarea cada vez más urgente e imprescindible de construcción de una Ecología Política latinoamericana debería recorrer esos caminos. Un esclarecimiento conceptual riguroso pero flexible, fundamentado en un referente teórico crítico. Una dilatada acumulación de información sobre la naturaleza y la historia del continente, especialmente sobre la relación entre ambas, y sobre los acontecimientos contemporáneos a escala planetaria. Un trabajo reflexivo sobre las diversas formas en que los poderes dominantes en diferentes épocas concibieron y ejecutaron sus estrategias de apropiación de la naturaleza latinoamericana, y un balance de sus efectos ambientales y de sus consecuencias sociales. Un diálogo permanente con territorios del saber científico y tecnológico, especializados en dominios externos a las ciencias sociales. Una relectura, desde nuevos puntos de vista, de clásicos del pensamiento social y político del continente, como José Bonifácio de Andrada e Silva, Manuel Gamio, José Martí, José Carlos Mariátegui o Gilberto Freyre. Y, sobre todo, un recuento de las desmesuradas experiencias de resistencia de los latinoamericanos, de su tozuda búsqueda de alternativas y de herencias, de sus esperanzas y de su desesperación, de sus sueños y de sus pesadillas.

Claro que es una tarea enorme. Pero no es una empresa solitaria, es un vasto esfuerzo colectivo que ya ha comenzado. Después del pánico inicial, es fácil mirar alrededor y encontrar indicios, señales, caminos por donde avanzar, espacios de diálogo, de intercambio y de acumulación de fuerzas y de recursos. Al nivel en que cada uno esté, por más microscópico que parezca. Fue por eso que me pareció oportuno comenzar con una referencia al prisionero Antonio Gramsci, una hormiga encerrada y laboriosa, que a pesar de todo no renunció a su capacidad de pensamiento y a su imaginación.

"Un libro no es más que una botella con un mensaje, arrojada al mar", dijo Eduardo Galeano en una conferencia en la Universidad Nacional del Sur, en Bahía Blanca, allá por 1973. Ojalá este libro, con el mensaje de trabajo colectivo que contiene, vaya a dar a playas fértiles, y contribuya para el avance de una Ecologia Política latinoamericana, construida en base a un trabajo riguroso de crítica y a una recuperación de la utopía.

Crítica y utopia: justamente el nombre de la brava revista que CLACSO publicaba hace dos décadas.

En octubre de 2000, el Comité Directivo de CLACSO, reunido en Cuenca, Ecuador, dispuso la modificación del nombre del Grupo de Trabajo, de Medio Ambiente y Desarrollo, Ecología Política. Este Grupo ya tenía una reunión prevista en Rio de Janeiro, Brasil, durante los días 23 y 24 de noviembre, y en octubre se encontraba en un grado avanzado de organización.

Por esta causa, asegurada una calidad académica indispensable y una representatividad razonable de diferentes países de la región (requisitos básicos de CLACSO), los participantes habían sido convocados para presentar un panorama, necesariamente variado y plural, de diferentes perspectivas desde donde las ciencias sociales latinoamericanas venían trabajando temas vinculados con la problemática del medio ambiente y el desarrollo. La posibilidad de contar con la participación de un reconocido especialista como David Barkin, de México, y mi propia inserción institucional en el Curso de Pósgraduação em Desenvolvimento, Agricultura e Sociedade (UFRRJ) facilitaron una cierta concentración en temas vinculados con la agricultura. Desde luego, intentamos que otros temas estuvieran también presentes, aunque sabiendo de antemano que resultaría imposible obtener una representatividad temática y nacional completa.

Por estas razones, la reunión de estos trabajos en un libro a ser publicado por CLACSO no pretende constituir el punto de partida de una Ecología Política latinoamericana, sino solamente un conjunto de aportes para una discusión necesaria. Esperamos que la segunda reunión del GT, prevista para noviembre de 2001 en Guadalajara, México, junto con otras actividades que estamos desarrollando, puedan dar origen a una segunda publicación, complementando este debate y trayendo nuevas y significativas contribuciones de otros colegas latinoamericanos.

En ese sentido, quiero agradecer la participación en nuestra reunión de Ruy de Villalobos, Pablo Bergel y María di Pace (Argentina), Ana María Galano Linhart y Elder Andrade de Paula (Brasil), Jaime Llosa Larrabure (Perú), Santiago Villaveces Izquierdo y Camilo Rubio (Colombia), y María Fernanda Espinosa (Ecuador). Aunque por diferentes razones sus aportes no fueron incluidos en esta edición, su presencia y su colaboración resultaron indispensables para nuestros debates. Lo mismo vale para el compañero Odilon Horta, Secretario de Medio Ambiente del Sindicato de los Petroleros de Rio de Janeiro, quien nos trajo una vívida y lúcida percepción de la complejidad de los conflictos ambientales en el mundo del trabajo.

Va también una mención especial de agradecimiento a la colaboración permanente recibida en mis tareas de coordinador del GT por el compañerismo y la buena erudición, no solamente en temas ambientales, de José Augusto Pádua. Y también, a la distancia, agradezco el estímulo y la solidaridad "vía modem" de Enrique Leff.

La reunión de nuestro Grupo de Trabajo en Rio de Janeiro no hubiera sido posible sin el apoyo efectivo de la FAPERJ (Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de Rio de Janeiro), organismo de la Secretaría de Estado de Ciencia y Tecnología. Agradezco por ello, muy especialmente, a su director, Dr. Luis Fernandes, y a la profesora Maria Lucia Vilarinhos, en nombre de nuestro Grupo de Trabajo y también en nombre de la Secretaría Ejecutiva de CLACSO. Va un reconocimiento, también, a la Universidad del Estado de Rio de Janeiro (UERJ), por la cesión de instalaciones para nuestra reunión.

Y merecen también un agradecimiento Célia y Julia, sin cuyo apoyo nada sería posible, y que con mucha frecuencia fueron víctimas de la desatención que esta tarea implicó.

 Bibliografía

Benjamin, Walter1987 Obras Escolhidas (São Paulo: Brasiliense) Vol. 1.
Gramsci, Antonio 1972 Notas sobre Maquiavelo, sobre la Política y sobre el Estado Moderno (Buenos Aires: Nueva Visión).
Leff, Enrique 1994 (1992) "Cultura democrática, gestión ambiental y desarrollo sustentable en América Latina", en Ecología Política (Barcelona) Nº 4, septiembre. Reproducido en Ecología y Capital (México: Siglo XXI).
Lipietz, Alain1999 Quést-ce que l’Ecologie Politique? (Paris: La Decouverte).
Marx, Carlos1971 (1867) El Capital – Crítica de la Economía Política (México: Fondo de Cultura Económica) Vol. III.
Rancière , Jacques 1974 "Modo de emprego", en Estudos Cebrap (São Paulo, Janeiro) Nº7, Fevereiro – Março.


Como citar este documento: Alimonda, Héctor. Introducción: política, utopía, naturalezaEn publicacion: Ecología Política. Naturaleza, sociedad y utopía. Héctor Alimonda. CLACSO. 2002. ISBN: 950-9231-74-6
Acceso al texto completo: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/ecologia/introduccion.pdf
Artículo en texto completo (pdf)
Introducción: política, utopía, naturaleza

Héctor Alimonda

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